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La crisis del coronavirus cambiará profundamente a EE.UU, y la historia lo confirma

Personas abandonan Los Ángeles durante la Gran Depresión, un momento histórico que derivó en la creación de la red federal de seguridad social.
(Dorothea Lange/ Library of Congress Prints and Photographs Division)
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El cheque del Seguro Social que llega cada mes. Los beneficios de desempleo que ayudan a mantener a los trabajadores entre empleos. Las líneas de seguridad que serpenteaban por los aeropuertos, cuando millones de estadounidenses todavía viajaban.

Todo ello está tan profundamente arraigado en la sociedad actual, que lo damos por sentado. Sin embargo, todos fueron producto de crisis como la pandemia de COVID-19, que hizo cambios radicales, medidas políticas que antes parecían insostenibles y que se volvieron de repente viables e incluso necesarias.

Es demasiado pronto para decir, antes de que esta crisis haya llegado a su tope, cómo la pandemia dará forma a la nueva normalidad de Estados Unidos.

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Es posible que haya cambios para fortalecer el sistema público de salud, haciéndolo más ágil y fortificado. Puede haber nuevas leyes para abordar la disparidad entre los empleados asalariados, que disfrutan de beneficios pagados, y aquellos que dependen del trabajo independiente para subsistir. Quizá los científicos y otros expertos serán más escuchados cuando hablen del cambio climático y sus efectos nefastos.

Pero no hay duda, dada la experiencia, de que los efectos políticos del brote de coronavirus serán transformadores y duraderos. No necesariamente en términos partidistas, esas líneas de rojos contra azules que parecen demasiado arraigadas, sino más bien en la forma en que el gobierno toca nuestra vida cotidiana.

“Las crisis generan cambios”, destacó Allan Lichtman, historiador de la Universidad Americana.

Para entender por qué, es útil volver a la fundación del país.

Después de deshacerse de una monarquía, los arquitectos de la Constitución estaban profundamente preocupados de crear una sede de poder fuerte y centralizada. Así, diseñaron un gobierno federal destinado a dificultar -a veces hasta el hartazgo- que se produzcan cambios audaces a escala nacional.

“Al enmarcar un gobierno que será administrado por hombres sobre hombres, la gran dificultad radica en esto: primero hay que permitir que el gobierno controle a los gobernados”, escribió James Madison en Federalist Papers, una serie de ensayos que promueven la ratificación de la Constitución. “Y a continuación, obligarlo a controlarse a sí mismo”.

Agreguemos a ese impedimento estructural la tendencia humana de posponer decisiones difíciles, y el resultado es la inercia institucional que tiende a favorecer el statu quo político.

“Se necesita algo drástico para sacudir las cosas”, afirmó David Kennedy, profesor de la Universidad de Stanford, que ha escrito relatos profundos de la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial, dos de los eventos más sísmicos en la historia de Estados Unidos.

Tomemos por ejemplo el Seguro Social, que puede ser el programa más popular nacido de la Gran Depresión y la mayúscula ampliación del gobierno federal que le siguió.

Una pensión para la “vejez” fue parte de la plataforma del Partido Progresista de 1912. Los objetivos fueron establecidos por el candidato Theodore Roosevelt, en su intento fallido de reclamar la Casa Blanca. Sin embargo, no fue sino hasta agosto de 1935, después de que los estragos económicos del colapso del país dejaron a millones de estadounidenses en la miseria, que el presidente Franklin D. Roosevelt promulgó la Ley de Seguridad Social.

“No es que la idea nació en la crisis”, señaló Kennedy, “sino que su implementación se volvió más factible y urgente”.

Otras crisis tuvieron consecuencias tan horribles que también anularon la inclinación hacia la inacción gubernamental. El estallido de la Segunda Guerra Mundial subrayó los peligros de la política exterior insular de Estados Unidos. Los ataques del 11 de Septiembre resaltaron las debilidades en los programas de seguridad nacional del país. La Gran Recesión mostró, nuevamente, los peligros de la especulación financiera desenfrenada.

El resultado fueron remedios que compensaron esas fallas y, en algunos casos, vencieron la intransigencia política de larga data: la red de alianzas internacionales forjadas para evitar una Tercera Guerra Mundial; la creación del Departamento de Seguridad Nacional -así como un vasto programa de vigilancia gubernamental y esas engorrosas líneas de seguridad- para frustrar nuevos atentados; regulaciones para proporcionar una supervisión financiera más sólida y frenar las inversiones riesgosas.

“Si creemos que hay cosas que podrían haberse hecho mejor y que deberían haberse mejorado, entonces tendemos a hacer cambios”, comentó Roger Porter, profesor de negocios y gobierno de Harvard, quien se desempeñó como asesor de política nacional del presidente George H.W. Bush.

Dicho de otra manera, “las crisis abren espacios”, agregó Julian Zelizer, un estudioso político de Princeton. “No terminan con el partidismo, pero hacen a un lado algunos de los impedimentos para los grandes cambios. Crean una gran demanda pública para que alguien haga algo”.

En el corto plazo, en las urnas, las crisis políticas inevitablemente resultan en un referéndum de votantes sobre un solo hombre -todos han sido hombres- a quien los estadounidenses buscan para que lidere como presidente de Estados Unidos.

A algunos les va mejor que a otros. Abraham Lincoln fue reelegido durante la Guerra Civil. Herbert Hoover fue expulsado de la Casa Blanca en medio de la Gran Depresión. Roosevelt regresó a su cargo tres veces durante la Depresión y la Segunda Guerra Mundial. El gran caos que rodeó al 11 de Septiembre y la Gran Recesión habían retrocedido mayormente para cuando los presidentes, George W. Bush y Obama, respectivamente, se enfrentaron otra vez a las urnas. Ambos ganaron segundos mandatos.

Los estadounidenses emitirán su veredicto sobre el presidente Trump en noviembre, y los resultados, así como el curso y la duración de la pandemia, son desconocidos en este momento.

Pero pase lo que pase el día de las elecciones, los cambios llegarán a Estados Unidos y perdurarán mucho después de que la pandemia haya terminado. Esa sí es una certeza en estos tiempos profundamente inciertos.

Para leer esta nota en inglés haga clic aquí

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