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Columna de Adictos y adicciones: La honestidad es la base de la recuperación

Resentido con la familia emprendió el camino; las primeras semanas
Resentido con la familia emprendió el camino; las primeras semanas encontró abrigo con otros adictos amigos suyos, pero todo era temporal y en poco tiempo se encontró viviendo en las calles, pidiendo dinero y luchando con el dilema de comer o comprar más droga. La foto es usada solo como ilustración.
(Francine Orr / Los Angeles Times)
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Luis empezó a consumir muy joven, a los diecisiete años ya era un iniciado, había probado un poco de todo. La corriente lo arrastró, se dejó llevar por los “amigos” y las malas compañías.

Luis era un hijo de familia que jamás había tenido que preocuparse por dónde dormir o dónde comer, sus padres y hermanos eran, sin saber, sus proveedores, no de droga, por supuesto, pero sí de recursos, con los cuales mantuvo su adicción por algunos años.

De ser un chico alegre y servicial pasó a ser un ermitaño, cada vez más callado y con cambios de humor muy drásticos, un día estaba muy activo y después se pasaba día y noche despierto encerrado en su cuarto.

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Diez años después, Luis no era ni la sombra de lo que un día fue. Su familia trato en vano de ayudarlo, le ofrecieron viajes, escuela, trabajo, centros de rehabilitación, pero todo fue un fracaso, Luis no sabía vivir sin droga.

“La vida me parecía insípida, mi cabeza solo pensaba e imaginaba, todo mi enfoque estaba en conseguir más (droga) y encerrarme a ver pornografía. Hasta que un día mi familia se cansó y me echaron a la calle; para entonces ya tenía 24 años y no era capaz de comprar nada por mi cuenta, ni un paquete de cigarrillos, todo el dinero lo sacaba de mi casa”.

En una reunión familiar le dieron el ultimátum: o se internaba en un centro de rehabilitación, o se tenía que ir de la casa de sus padres. Luis se indignó, les dijo hasta de lo que se iban a morir y se fue.

Resentido con la familia emprendió el camino; las primeras semanas encontró abrigo con otros adictos amigos suyos, pero todo era temporal, y en poco tiempo se encontró viviendo en las calles, pidiendo dinero y luchando con el dilema de comer o comprar más droga.

Una cosa llevó a otra y después de un año en la cárcel, y otro año en un centro de rehabilitación por orden de un juez, Luis empezó a ver la luz al final del túnel. Durante esos dos años nuestro amigo tuvo mucho tiempo para pensar, pasó las peores malillas en la cárcel, sus pensamientos obsesivos no lo abandonaban, y durante meses se prometía que saliendo de la cárcel consumiría toda la droga del mundo, pero Dios tenía otros planes para él.

Actualmente, Luis está estudiando para ser consejero en adicciones, aunque antes de ayudar a otros, tuvo que entender su propia adicción.

En sus propias palabras, Luis nos describió los síntomas de su enfermedad:

“Yo vivía en negación, evadía la realidad porque me causaba dolor, angustia y miedo, utilizaba la mentira para evitar hacerme cargo de mis acciones, la mentira era mi principal recurso para no asumir las consecuencias de mis actos, siempre otro tenía la culpa”.

“Hasta donde pude manipulé a todo mundo, sobre todo a mi madre, me hacía el enfermo o le decía que me iban a golpear si no pagaba cierta cantidad de dinero y ella me lo daba, yo salía triunfante a buscar más mierda en la calle”.

“Era como un niño caprichoso, dependiente y demandante; en mi mente me sentía superior a mis hermanos, era tanta mi soberbia que estaba seguro que podía enfrentar cualquier situación sin ayuda”.

Está de más decir, que en sus cambios de humor, le afloraba una personalidad violenta, a veces hasta llegar a los golpes y la mayor parte del tiempo, autoagrediéndose.

“Cuando perdí el apoyo de mi familia me hice la víctima; justificaba mi adicción diciendo que mi familia me había abandonado, cuando en realidad solo se alejaron de mí por todo el daño que les estaba haciendo”.

Luis conoce de primera mano el camino hacia la recuperación, igual que todos, reconoce que no es fácil. “Dejar de consumir no es tan difícil, lo difícil es reconocer nuestros defectos de carácter y tener el valor para cambiar. En mi experiencia, la mejor herramienta para lograr un cambio es la honestidad, mientras te mientes a ti mismo y te crees tus propias mentiras estás perdido, no importa si dejas de consumir, en tanto no se practique la honestidad, no hay recuperación”.

Estimado lector, querida lectora, me despido de ustedes con un dulce sabor de boca, al comprobar, una vez más, que sí hay esperanza.

Escríbame, su testimonio puede ayudar a otros. Todos los nombres han sido cambiados.

cadepbc@gmail.com

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