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Receta para aliviar el dolor: 30 minutos de cuentos

A storyteller reads to a young ICU patient.
Una miembro del grupo brasileño sin fines de lucro, Viva e Deixa Viver, lee a una paciente pediátrica. Un nuevo estudio descubrió que escuchar una historia durante media hora proporciona un alivio medible del dolor a los niños hospitalizados.
(Viva e Deixe Viver)
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Si conoce o tiene niños que vienen sufriendo los efectos de la pandemia, es posible que exista una forma de aliviar su dolor y estrés sin medicamentos: léales un cuento.

Científicos de Brasil que estudiaron el efecto de la narración y los juegos basados en acertijos con chicos hospitalizados en una unidad de cuidados intensivos (UCI) descubrieron que las historias reducían los niveles de la hormona del estrés en los pacientes pediátricos, disminuían sus puntuaciones de dolor y provocaban que hablaran de manera más positiva sobre los hospitales, médicos y enfermeros.

“Nuestros hallazgos proporcionan una base psicofisiológica de los beneficios a corto plazo de la narración”, escribieron los autores del estudio en Proceedings of the National Academy of Sciences.

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Los resultados ofrecen una intervención simple y económica que podría aliviar el dolor físico y psicológico de los niños hospitalizados, consideran los autores. También insinúan que contar historias podría tener un efecto poderoso en el bienestar de los chicos más allá del entorno hospitalario, incluso para aquellos cuyas vidas en el hogar y la escuela se vieron sacudidas por el coronavirus.

La pandemia tiene “algún tipo de similitud con el contexto de una UCI, en el sentido de que nos encontramos encerrados, estamos extremadamente ansiosos, tenemos miedo de estar enfermos y no sabemos cuándo [las cosas] van a mejorar”, ejemplificó el autor principal, Guilherme Brockington, físico de la Universidad Federal de ABC en São Paulo, Brasil.

A los humanos les encantan las historias, ya sea que las cuenten o las escuchen. Esto es cierto desde la infancia hasta la vejez, en todos los idiomas y culturas. Los estudios sugieren que el amor por la narrativa puede haber jugado un papel adaptativo crítico en la sociedad humana y nos permitió influir en nuestras emociones y forjar conexiones entre nosotros. Psicológicamente, las historias nos permiten extraer significado de un mundo a veces caótico y aprender las complejidades y trampas de las interacciones sociales con seguridad mediante la experiencia indirecta.

Los investigadores tienen una hipótesis de por qué los cuentos tienen tal efecto, una idea llamada “transporte narrativo”. Al tejer un tapiz de lenguaje, texto e imaginación, las historias se sumergen en el corazón y la mente. Y a medida que el mundo de esa narración se vuelve más inmediato, no tan ficticio, el mundo real se torna un poco más remoto o más difícil de acceder, al menos por un rato. “Si estás escuchando una historia, tu mente se transporta a otro lugar, lejos del hospital, a una especie de reino imaginario”, subrayó Raymond Mar, psicólogo de la Universidad de York en Toronto, que no participó en el estudio.

“Estos transportes narrativos y simulaciones mentales pueden ayudar a replantear las experiencias personales, ampliar las perspectivas, profundizar las habilidades de procesamiento emocional, aumentar la empatía y regular los modelos personales y las experiencias emocionales”, escribieron los autores del estudio.

La narración, en otras palabras, parece una herramienta poderosa, que se puede aprovechar siempre. Por eso es común que los hospitales de todo el mundo tengan programas de narración de cuentos para pacientes pediátricos.

Aún así, sus beneficios permanecían en gran parte como anecdóticos. Para este estudio, Brockington y sus colegas querían construir un caso basado en evidencia científica.

Así, los investigadores se centraron en los niños en cuidados intensivos, que ya están lidiando con las dificultades y el dolor asociados con sus enfermedades. Además de eso, ser sacados de la casa y la escuela los priva de rutinas que les brindan comodidad y seguridad, pueden interrumpir su desarrollo y afectarlos de otras maneras, incluso mucho después de que hayan dejado el hospital.

Los científicos reclutaron a 81 niños que habían sido ingresados en la UCI del Hospital Rede D’Or São Luiz Jabaquara, en São Paulo. Tenían entre dos y siete años de edad y padecían afecciones similares, como problemas respiratorios provocados por asma, bronquitis o neumonía.

Los niños se dividieron al azar en dos grupos. En el grupo experimental, 41 participaron en un programa en el que un voluntario capacitado les leía un cuento infantil durante 25 a 30 minutos. Los pacientes podían elegir entre una de las ocho historias que se encuentran típicamente en la literatura infantil brasileña (también podían pedir en cualquier momento pasar a otro cuento o que les volvieran a leer uno).

En el grupo de control, el voluntario asumía un papel diferente, dedicando la misma cantidad de tiempo a pedir a los 40 niños restantes que resolvieran acertijos divertidos. La idea era controlar la cantidad de tiempo, atención e interacción social que recibiría cada pequeño, sin importar si se le distraía con adivinanzas o historias.

El equipo de estudio examinó las respuestas de los pequeños en varios niveles. Los investigadores recolectaron muestras de saliva de cada participante antes y después de las sesiones, para rastrear los cambios en los niveles de cortisol (una hormona asociada con el estrés) y oxitocina (relacionada con la empatía y el procesamiento emocional).

Los niños también realizaron una prueba subjetiva para informar el nivel de dolor que sentían, en una escala del 1 al 6, antes y después de cada actividad. Finalmente, participaron en una tarea de libre asociación verbal describiendo sus impresiones de siete tarjetas que representan temas relevantes: enfermera, médico, hospital, medicina, paciente, dolor y libro.

En general, los acertijos y las historias tuvieron un impacto positivo. Los niveles de cortisol disminuyeron, los niveles de oxitocina aumentaron y los informes subjetivos de dolor decrecieron.

Hubo solo una diferencia clave: las historias parecían ser aproximadamente el doble de efectivas que los acertijos. Los niveles de oxitocina se multiplicaron por nueve después de la intervención de narración, frente a un aumento de cinco veces después de los acertijos. Los niveles de cortisol se redujeron en aproximadamente un 60% para los niños que escucharon historias, en comparación con una caída del 35% para los que trabajaron en acertijos.

En cuanto al dolor, los pacientes que escucharon historias mostraron un descenso en sus puntuaciones promedio de 3.85 a 1.15 (una caída de 2.7 puntos), mientras que para aquellos con acertijos decrecieron de 3.72 a 2.18 (1.54 puntos).

En el juego de asociación de palabras, las respuestas del grupo de cuentos tendían a ser más positivas para “hospital”, “enfermera” y “médico” que las del grupo de adivinanzas. Por ejemplo, al mirar una foto de un hospital, un niño del grupo de cuentos lo consideró un lugar donde “la gente va para sentirse mejor”, mientras que un pequeño en el grupo de adivinanzas dijo que es donde “las personas van cuando están enfermas”.

La evidencia respalda con fuerza el poder terapéutico de las historias, enfatizaron los científicos. “Incluso hacer una sola medición psicofisiológica hubiera sido impresionante; conseguir dos es genial, y combinar eso con una diversidad de otros tipos de informes es realmente una empresa enorme”, resaltó Mar. “Y, de nuevo, lo más impresionante es que se observan resultados bastante consistentes en todas esas cuatro mediciones”.

Los resultados hablan del poder de la narrativa, remarcaron los autores del estudio.

“Uno viaja a otro mundo a través de la fantasía”, agregó Brockington. Durante al menos un tiempo, las personas pueden encontrarse “en un lugar mejor, un sitio menos estresante”.

Si bien los cuentos empleados para este estudio fueron alegres o divertidos, Mar se preguntó si aquellos con temáticas relacionadas con la difícil situación del oyente podrían brindar ayuda específica. También consideró que sería posible ampliar la definición de ‘cuentos’ para incluir otras formas de juego narrativo. “Creo que puede ser útil cualquier tipo de juego de roles imaginativo que permita a los niños trabajar en lo que actualmente los está estresando potencialmente”, señaló.

Y no solo los chicos necesitan historias, aclaró el autor principal, Jorge Moll, neurocientífico del Instituto D’Or de Investigación y Educación en Río de Janeiro. Los adultos también pueden beneficiarse de dejar que una historia los transporte.

Dado que las familias pasan más tiempo juntas en casa durante la pandemia, podría ser una oportunidad para volver a tradiciones perdidas hace mucho tiempo, como intercambiar historias alrededor de una fogata. “Sospecho sería muy beneficiosos para todos”, enfatizó Moll.

Para leer esta nota en inglés haga clic aquí

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