Anuncio

OPINIÓN: Salud mental, la crisis invisible

El 26% de la población estadounidense muestra problemas diagnosticables
El 26% de la población estadounidense muestra problemas diagnosticables de salud mental, no siempre tratados. Muchos casos vienen acompañados de adicción al alcohol o drogas.
(Dreamstime/TNS)
Share

Tres frascos de pastillas. De un bolso extrajo tres frascos. Las etiquetas me sugirieron una crisis. Estados Unidos da la espalda a las alarmantes deficiencias en su sistema de salud mental. Doña B viene a mi caserón lleno de ausencias y recuerdos, me conecta con tiempos felices. Doña B, hondureña, pasa por los traumas de un divorcio y el fallecimiento de un hijo. Es víctima de una estructura desigual e inhumana. Tras una consulta de apenas veinte minutos traía dos antidepresivos en dosis digna de elefante y un antipsicótico para pacientes esquizofrénicos. No soy médico y no doy consejos. Le apreté la mano: “Por ahora, nada. Ni toques las pastillas. Consulta sin falta a tu médico de cabecera. Busca otra opinión”. Los frascos terminaron en el basurero con los residuos biológicos.

El caso Doña B es importante. Muestra como la mujer hispana ha roto el estigma en acudir a terapia psicológica en casos de ansiedad, tristeza prolongada, luto, estrés, agotamiento, confusión mental, sentimientos de persecución, abuso sexual o violencia doméstica. El hombre hispano todavía no habla del tema si acude a buscar este tipo de ayuda. En sociedades machistas se ve como poco decoroso tener que consultar sus problemas psicológicos con un médico. En todo caso “para eso están los amigos”.

Los países católicos, cuando el sacramento de la confesión o reconciliación era frecuente, articular conflictos, evocar traumas, exponer luchas internas con los dictámenes morales y religiosos podía hacer las veces de psicoterapia. Muchos que tenían un guía espiritual contaban con un psicólogo disfrazado de cura.

Anuncio

El caso Doña B nos muestra también como hay dos niveles de cuidado. El príncipe Harry ha hecho una campaña a partir de la salud mental. Teniendo acceso a los psiquiatras del joven Windsor, Doña B no se vería en peligro de ser hospitalizada por mezcla de psicofármacos contraindicados. Los ricos tienen la posibilidad de dos tipos de tratamiento: talk therapy (terapia conversacional) en la que se elucidan los problemas y el psiquiatra para prescripciones facultativas. El pobre tiene quizá acceso a veinte minutos una vez al mes y que lo “empastillen”, remedio rápido. Así también se sostiene la estructura fármacoindustrial. ¿Quién le va a escuchar sus problemas? Tengámoslo claro, los psiquiatras reconocidos ni se molestan con la burocracia requerida para los seguros médicos ni rebajan sus honorarios que se elevan por sobre los doscientos dólares por cincuenta minutos.

El 26% de la población estadounidense muestra problemas diagnosticables de salud mental, no siempre tratados. Muchos casos vienen acompañados de adicción al alcohol o drogas. Según los propios estudios de John Hopkins, el 18% de los adultos entre 18 a 54 años sufren de algún tipo de ansiedad. Una estadística inquietante que nos llega del Center for Desease Control es que al menos 3 de cada 10 mujeres y 1 por cada 10 hombres en Estados Unidos han experimentado violencia física, violación o acecho por su pareja íntima u otras formas de comportamiento violento dentro de su relación.

Las ideas que determinan el bienestar mental se basan en modelos socioculturales. Fuera de los ejes clasificatorios culturales se encuentran los trastornos biológicos, químicos, neurológicos y las perturbaciones mayores donde existe un rompimiento de la comunicación y funcionamiento con el mundo exterior. Entre los criterios que se utilizan para evaluar la hospitalización, las autoridades competentes hacen un juicio (según la jurisdicción) si el adulto no puede subsistir por sí mismo, se han agotado las posibilidades de terapia, si existe una capacidad disminuida para el autocontrol, juicio y conducir asuntos personales o sociales sin constituir una amenaza para sí y para otros.

Las salas de emergencias en California reportan un fuerte aumento
Las salas de emergencias en California reportan un fuerte aumento en el número de adolescentes y adultos jóvenes que buscan atención por una crisis de salud mental.
(Dreamstime/TNS)

Las normas fundamentales del equilibrio mental tienen que ver con la habilidad para mantener autonomía, manejar los retos diarios, el estrés, las relaciones familiares y sociales, la vida sexual, la integración a la vida laboral o productiva y la comunidad. El hispano en Norteamérica se enfrenta a serios desafíos como la adaptación sociolingüística, el cambio cultural, el desplazamiento geográfico, la fragmentación familiar y en muchos casos el status legal migratorio. Al encarar esta serie de dificultades y la discriminación hallamos los orígenes de muchos trastornos psicológicos o sociopsicológicos.

Los hispanos por lo general llegan a los Community Mental Health Centers (Centros Comunitarios de Salud Mental) referidos por sus médicos o por trabajadores sociales. Dentro de estas organizaciones tras unas horas de espera, se tiene acceso a un psicoterapeuta, usualmente un psicólogo clínico al que se puede consultar una vez cada dos semanas. Si hay recursos, pueden participar en terapias de grupo. Para las citas con psiquiatras, en caso de necesidad clínica, la espera puede llegar a las tres semanas. En el caso Doña B, la consulta tuvo lugar en otro de los centros donde recurren muchos hispanos para atender dificultades psicológicas, las clínicas.

Se sabe que antes del Obamacare, el acceso a la atención médica era limitado. El que se encuentra en un limbo migratorio o empleo sin documentos tiene serias dificultades para llegar a un internista. Los trabajadores sociales son una vía a la psicoterapia. En una época en que los presupuestos para centros de salud mental se ven limitados, los trabajadores sociales con un título de maestría “MSW” (por su sigla en inglés) hacen las veces de terapeutas, aunque muchos no pasan un riguroso adiestramiento clínico. Manejan todo tipo de crisis como casos de divorcio, acoso, desplazamiento domiciliar o laboral. Atienden con frecuencia a las víctimas de violencia doméstica, maltrato, violaciones, abuso sexual y homofobia que no denuncian a las autoridades. Llegan también a sus despachos casos de intentos de suicidio y todavía se declaran muchos episodios de odio entre los hispanos contra la comunidad LGBT.

Existe en inglés la palabra “insight”, no traducible. Un equivalente puede ser conocimiento o percepción. “Insight” es poder ver dentro de sí, conciencia o entendimiento de sí. El mayor beneficio terapéutico viene acompañado por “insight” que no es producto del intelecto ni el bolsillo. Esta facultad se desarrolla a través del silencio y la reflexión, lujos que no tiene la persona que trabaja y se afana con los quehaceres del hogar. Viene el “insight” con la quietud, la meditación, yoga, oración, hipnosis –aquellos que responden a ella- el psicoanálisis, la literatura o las emociones que salen a la superficie con la música seria. El bullicio y la prisa son enemigos del “insight”.

El diseño urbano brinda el privilegio del silencio a las barriadas ricas. Con los bajos ingresos, los espacios se reducen, el nivel de ruido ambiental aumenta y se vive en la geografía de la ansiedad. Con un bajo status socioeconómico y hábitos dietéticos arraigados en Hispanoamérica, la nutrición lleva en muchos casos a la obesidad, la diabetes, enfermedades cardiovasculares, el letargo y posibilidades de depresión. El ejercicio, modo de terapia para todo un grupo de desordenes de personalidad, es un lujo en la sociedad que depende del automóvil para todo y donde cualquier obrero trabaja más de 40 horas a la semana.

Mucho se ha experimentado en nombre de la psiquiatría. Las vidas trituradas por los recetarios y por prácticas inhumanas van desde las lobotomías hasta los electrochoques. El asilo ha sido el lugar para confinar o excluir a todo tipo de inconformes, disidentes, desobedientes y también, cómo no, personas con trastornos químicos, biológicos, neurológicos o traumáticos que les llevan a la psicosis. El asilo es el espacio que antes ocupaban los leprosorios y luego los hospitales para pacientes de enfermedades venéreas, de allí que se colocaran fuera de las ciudades. Al mantener estas vidas confinadas sin derechos civiles y poca supervisión, el asilo reunió la patología de enfermeros, custodios y hasta psiquiatras abusivos, sádicos y oportunistas. Las instituciones psiquiátricas se ven ahora bajo la supervisión gubernamental, sus protocolos más humanos y menos arbitrarios. Muchos, sin embargo, que por su condición médica tendrían que recibir tratamiento en este tipo de institución terminan en el sistema judicial y la cárcel. La prisión hace las veces de centro psiquiátrico en la sociedad capitalista. Una frase atroz justifica la crueldad: “se van del sistema”.

Doña B tuvo discernimiento y fortaleza, tuvo “insight”. Con la adultez de su fallecido hijo, caminaba aún los domingos a tomar el fresco. Mantiene sus creencias religiosas. En momentos difíciles no tuvo sin embargo la opción de cambiar de psiquiatra, posibilidad que tienen los ricos cuando no hay relación terapéutica. Lejos de la clínica busca ahora un centro comunitario de salud mental. Doña B sola en su luto me dio una lección, la del empoderamiento de la mujer hispana que se alza indomable por sobre los escollos.

Esta nota no propone dar consejos médicos o psicológicos para lo que se debe acudir a profesionales con las debidas licencias y estudios requeridos. En su preparación, el autor, que no es psicoterapeuta, ha consultado el DSM5, sitio Johns Hopkins Research, sitio Mayo Clinic Psychiatry and Psychology, notas de clases de Psychoanalysis and Psychotherapy con el Profesor Holtzman en la Universidad de Harvard, Intimate partner violence (IPV), Center for Disease Control, Involuntary Commitment Laws, State Laws, Social Work Licensing Guide, Community Mental Health Act, National Council for Mental Wellbeing y entrevistas con psicólogos y un terapeuta con larga experiencia en centros comunitarios de salud mental.

Justo J. Sánchez, analista cultural, ha sido periodista en Nueva York. Sánchez ha sido profesor en universidades estadounidenses y en Italia.

Anuncio