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Entrevista con Daniel Salinas Basave, el ‘pepenador de la palabra’

Daniel Salinas Basave (Monterrey 1974).
Daniel Salinas Basave (Monterrey 1974). Es un lector, narrador y periodista de la frontera mexicana. Es autor de catorce libros entre los que hay cuento, ensayo, novela y crónica periodística.
(Archivo.)
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“Tengo un libro vacío y lo voy a empezar”, verso que escribió el compositor tamaulipeco Raúl Ramírez para ‘Los Cadetes de Linares’ en el tema “Una página más”, que según el poeta y narrador Luis Jorge Boone (Monclova, Coahuila, 1977), representa el himno secreto y nunca oficial del escritor: “‘Una página más’ es una especie de koan cantado […], escribes y te vives. Cada libro es una necesidad de dar y recuperar algo. El libro es uno y uno se escribe”, como lo dijo en entrevista para este diario.

Cuando escucho este acertijo de maestros Zen con tejana y botas para ayudar a desarrollar el pensamiento lateral, formulado por el acordeón de Lupe Tijerina, así como la voz y bajo sexto de Homero Guerrero, no puedo dejar de pensar en los libros de Daniel Salinas Basave (Monterrey, 1974), especialmente en ‘Réquiem por Gutenberg’ (CONACULTA, 2012), que ensaya precisamente sobre la página y su aparente obsolescencia por el ensanchamiento de la biblioteca digital; o ‘Vientos de Santana’ (Literatura Random House, 2016), que narra las adversidades del periodismo y sus reporteros en México, donde sus asesinatos son el ritual de lo cotidiano y en donde demostrar la verdad no solamente es imposible sino inútil.

Está también ‘Dispárenme como a Blancornelas’ (Nitro/Press, 2016), acreedor del Premio Nacional de Cuento Ciudad de la Paz 2014, que aborda el dilema del periodista que aspira a ser escritor, una carrera para llegar a la fama entre la tragicomedia y el protagonismo; ‘Días de Whisky malo’ (UANL, 2016), Premio Nacional de Literatura “Gilberto Owen”, relatos escritos desde la trinchera de lo absurdo; ‘Bajo la luz de una estrella muerta: hacia la extinción del lector hedonista’ (Fondo Editorial Estado de México, 2016), Premio único de Ensayo en el Certamen Internacional de Literatura “Sor Juana Inés de la Cruz” 2015, un ensayo sobre todos nosotros, los lectores: “los últimos combatientes en la trinchera incendiada de la palabra escrita. Es una historia de difuntos que nos negamos a asumirnos como tales y nos bañamos cada noche en la luz de una estrella muerta”.

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Y más recientemente ‘El samurai de la Graflex’ (Fondo de Cultura Económica, 2019), novela entre la biografía y la ficción que narra la vida de Kingo Nonaka, inmigrante japonés que llegado a México, adquiere un papel importante en la Revolución Mexicana, primero como Jefe de Enfermería del Batallón de Francisco Villa y posteriormente como fotógrafo, al documentar la Insurgencia, hasta su relato “Hora del ángelus”, en la antología ‘Monterrey 24’ (UANL, 2018), sobre la violencia en esta ciudad cuyo idílico diseño editorial corrió a cargo de Futuro Moncada: “el ángelus marca el cruce de un umbral, la frontera hacia las horas finales”. El libro es uno y uno se escribe; hace tiempo que la vida de Daniel Salinas Basave comenzó una página más, un lance que es espejo y reflejo.

La narrativa de este autor es un laboratorio de lectura, para a partir de ella, entender no solo el funcionamiento de la creación literaria, sino también lo oculto en el lenguaje, la estructura, la sombra. Un retrato que se revela frente a la página.

Daniel Salinas Basave piensa que las historias suelen ser caprichosas: “a veces se insinúan y nos rondan de cerca por años; nos guiñan un ojo, nos tocan la pierna por debajo de la mesa y nos arrojan destellos de lo extraordinario que sería narrarlas, pero todo se reduce a un juego de seducción, un idílico castillo mental del que nunca brota una primera piedra”, así que va rematando historias y autores como si de un romance obsesivo se tratara, “de pronto agarro un clavo como autor y lo agoto”.

El autor de ‘Cartografías absurdas de Daxdalia’ (Conaculta/Centro Cultural Tijuana, 2013) asegura que desde niño se interesó en demasía por Herman Hesse. A los 18 descubrió a Milan Kundera y leyó todo lo que tenía al alcance de la mano (trabajaba de empleado en la ‘Librería Castillo’ de Monterrey, donde podía pepenar muchas lecturas. De la misma manera, hacía servicio social de becario en la biblioteca de la Universidad Regiomontana). A esa edad conoció a Borges (a la fecha sigue siendo cadete de este autor) a Carlos Fuentes, José Agustín, Gabriel García Márquez. Posteriormente se mudó a Tijuana donde descubrió a José Saramago y “agarró parejo”, poco después se le fue revelado Paul Auster y Ricardo Piglia, así como Sergio Pitol, César Aira, Sergio González Rodríguez, Enrique Serna, Juan Villoro y se sumergió en toda su obra. Poco después llegarían Houellebecq, Carrére, Beigbeder. “Todo el tiempo estoy leyendo. Puede que no escriba, pero nunca dejo de leer y casi todos los libros que leo los reseño”.

En su búsqueda lectora, Salinas Basave había descubierto, al percibir un estado bruto de la palabra, inmediato aquí, en esencia allá en los bares, donde la existencia del lenguaje se estira, y donde ve las relaciones fortuitas de las cosas. Un lenguaje perteneciente al mundo de los objetos sensibles, la calle, su noche y lo que emana de ahí: el ámbito real de la prosa poética, el orbe de su exaltación estética. Transfundirse en este lenguaje es esencial para Basave, para entrar al mundo de la trascendencia: “y yo espero mañana comenzar otra vez”. En procura de este ideal, se impulsó a la tarea de enmendar el lenguaje, o, mejor dicho, crear una nueva historia sobre la ya escrita en México.

Entre las últimas lecturas que figuran en la mesa de noche del autor, se encuentran ‘Revancha’ (Anagrama, 2021) de Kiko Amat, ‘Los que no’ (Alfaguara, 2021) de Álvaro Uribe, ‘Declaración de las canciones oscuras’ (Sexto Piso, 2019) de Luis Felipe Fabre, ‘Casas vacías’ (Sexto Piso, 2019) de Brenda Navarro, ‘Un amor’ (Anagrama, 2020) de Sara Mesa, ‘Yo recibiría las peores noticias de tus lindos labios’ (Océano, 2005) de Marçal Aquino, ‘Padres sin hijos’ (UANL, 2020) de Hiram Ruvalcaba (a quien considera el mejor cuentista joven), ‘Un verdor terrible’ (Anagrama, 2020) de Benjamín Labatut, ‘Poeta chileno’ (Anagrama, 2020) de Alejandro Zambra, ‘Nuestra parte de noche’ (Anagrama, 2019) de Mariana Enríquez y ‘El infinito en un junco’ (Siruela, 2019) de Irene Vallejo, tomando en cuenta que la lectura es creación dirigida, una lectura que no está ligada a una “cualidad superior del ser” ni por ende, desligada de la vida urbana, sino firmemente relacionada con ella en grados de emergencia, y fundamentalmente por ese principio de unidad del recolector o pepenador de palabras, que espulga todo lo ya oteado para su beneplácito rescate.

A la pregunta de: ¿cómo le gustaría que se hablara de su trabajo?, el autor responde:

“Yo creo que el lector es el amo y señor del libro que está leyendo y tiene plena potestad para opinar e interpretar lo que quiera y como quiera. Yo creo que en un mundo donde te sobran miles de alternativas de evasión y entretenimiento, donde tienes a la mano infinitos libros, series, películas, artículos, el que una persona elija tu libro y le de su tiempo y su atención es un verdadero milagro, una lotería y por eso yo le tengo una enorme gratitud a cualquier lector. Si le quieren romper la madre al libro y acuchillarlo yo no los voy a contradecir. Ya el solo hecho de que lo hayan leído, merece mi gratitud”.

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