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El bazar de las artes

Brad Pitt es uno de los atractivos en los grandes eventos de exhibición de arte.
(Reforma)
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Tras la ausencia, producto de la pandemia, regresa a Estados Unidos, a Miami, la feria Art Basel. Da comienzo una intensa semana de actividades sociales y culturales, su fin: la venta de objetos que adornan espacios, se ostentan, se publican en revistas, se utilizan como inversión, llegan a subastas, museos y, algunos, son signos de interrogación. Dado el ambiente que se fomenta, las “egoadquisiciones” son vehículos al status social. El “Miami Art Week” es el foro idóneo para los “instacollectors”, aquellos que con artefactos productos de la contemporaneidad logran el sueño de llamarse coleccionistas. El capitalismo vende quimeras.

Con el paso del tiempo, todo aquello que se acerque al mundo de las artes visuales adquiere un barniz intelectual, el cuño de refinamiento. Sin lugar a dudas, por el Centro de Convenciones de Miami Beach, sede de Art Basel y por las elegantes estructuras transitorias de Art Miami han desfilado obras de grandes protagonistas: Giacometti, Miró, Matisse, Calder, Picasso, Tamayo, Lam, Arp, Carrington.

La prioridad para los que me asedian: “¿Qué tipo de VIP eres?”. Mi persona se define en términos VIP. “¿Qué tarjeta tienes?”, “¿Tienes invitación para el ‘evento’ Chanel?”. Miami es una máquina clasificatoria: diseñador -que advierten en el atuendo-, auto, área geográfica de residencia, viajes, pedigrí familiar y hasta gimnasio de preferencia.

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Recuerdo el año que Mary-Anne Martin Fine Arts mostraba una obra de Wolfgang Paalen, surrealista vienés exiliado en México cuya vida es novelesca. Lo exótico de Paalen poco podía interesar a los que me exigían un boleto de entrada al salón donde se había visto llegar a Brad Pitt. Recuerdo un año cuando la Gmurzynska trajo un mural staccato de Picasso y un muy conocido cantante rap rodeado de guardias de seguridad parecía pedir descuento. Esa misma galería trajo un retrato del novio español de Francis Bacon. Marlborough Gallery era centro de atención para los conocedores por su siempre sorprendente oferta del chileno Claudio Bravo. Un Giacometti, quizá como el escultor lo concibió, quedaba solitario en una esquina. Poco interesaba a los que remitía a la obra: ¿tienes una invitación para la gala en el Vizcaya? Lo más importante: “Justo: ¿no has visto a Ricky Martin? Dicen que está Leo di Caprio”.

En Art Miami, la galería Durban Segnini, que desde Caracas en los años sesenta apostó por las carreras de Matta, Soto y Cruz Diez, brinda también obras como la de los colombianos Negret y Rodríguez Villamizar. Cernuda Arte, durante décadas, ha sido referencia para los interesados en la Vanguardia cubana. Parece siempre dejar para diciembre tesoros de Amelia Peláez y obras poco conocidas de Lam. La catalana Galería Mayoral (ahora en Art Basel), reúne al coleccionismo inteligente del modernismo europeo. El neoyorquino León Tovar hacía gala de los “museables” en el arte latinoamericano. El espacio que dedicó a Matta es aún memorable.

Los suizos, astutos, manejan la vanidad y crean la estratificación: escalonadamente organizan una “pre-opening”, una noche VIP, y la apertura oficial. Emiten tres tipos de tarjetas y dos tipos de VIP. En realidad los grandes compradores llegan una noche antes, al salón NetJet, dan un vistazo a la oferta, manejan cifras o hacen sus compras, luego ponen pies en polvorosa. Los clientes e invitados UBS tienen un salón totalmente separado que hace justicia a la palabra “exclusivo” por lo excluyente. No todos los clientes del banco tienen acceso. Todo está matemáticamente calculado para cultivar el ansia de validación social, por escalafón o segmento de mercado.

El bazar Miami Art Week es, como la ciudad, un gran teatro, refugio de mitómanos. Mi consejo, fruto de la experiencia, el Google siempre a mano, listo a investigar. La lupa sobre nombres, para indagar credenciales y pasado. En Miami, la duda cartesiana es esencial. Desde Madrid, Caracas, Nueva Jersey, Queens y El Bronx –hasta de La Habana- llegan cuanto comisario (“curador” es la palabra ya aceptada por la Academia) y coleccionista puedan “colarse” y hacerse “selfies” en las reuniones sociales y las mansiones, muchas a la venta buscando dueños. Con el tiempo se hacen “habitués” y nadie cuestiona ya su status. Recuerdo al exasistente de un legendario pintor cubano, residente en la isla, que merodeaba los predios de Cernuda Arte. Al reconocerme se identificó como perito consultor en la casa Christie’s. Sin dilatar hice la llamada de rigor que dio al traste con el alegato.

Recuerdo las fiestas de gala que organizaba una prestigiosa revista colombiana. El demi-monde de faux coleccionistas, faux historiadores, marchantes y comisarios se las arreglaba para hacerse de invitaciones. El resultado era digno del también colombiano Gabo.

En una época, el madrileño diario El País describía Art Basel como “arte, negocio y juerga”, feria de Nikitas. El componente fiestero es tan importante que muchas rubias rusas, dada su aceptación, se convertían en parte del decorado a la entrada de los lujosos salones hoteleros. De ornamento pasaban a ser objetos de festejos.

La prensa es aliada de la superficialidad. Con la frivolidad llegan el turismo y los compradores. Espero aún poder leer un reportaje dedicado a las grandes obras de los maestros del modernismo, las que pasan inadvertidas por Art Basel o Art Miami. Dibujan todos, predeciblemente, una imagen de una ciudad joven, visualmente atractiva, arquitectónicamente estilizada, donde todos visten haute couture. Esta es la prensa que considera a Miami una extensión “resort” de Nueva York, La Habana chic con lujo y estilo.

Recientemente entrevistaba el New York Times a un joven fotógrafo estilo “mannequin photo-modéle” cuya obra (no es el Cartier Bresson, ni el Álvarez Bravo de nuestros días) figura en el Metropolitan. Julio Larraz, pintor reconocido en Venecia, figura estelar en Marlborough, Nohra Haime y de quien ha escrito el catedrático Edward Sullivan, permanece relegado a museos de segunda. ¿Por qué? No cultiva el mundo de la prensa “fluff” ni los circos que se trasladan de feria en feria. Larraz, hombre culto y elegante, de obra cara, ni da entrevistas ni ofrece fiestas ni se suma a las comparsas. Ahí que no aparezca ni en el New York Times ni se encuentre en el MoMA ni en el Metropolitan.

Manipular a la prensa se ha convertido en un arte. Un ginecólogo neoyorquino, con cierto olfato para comprar obras a bajos precios y cultivar pintores desconocidos, comenzó a ofrecer desayunos (bagels y zumo de naranja) a la prensa reunida en Miami durante los primeros años de Art Basel. Se había hecho de un almacén en una de las áreas más peligrosas de Miami, un caso “radical chic” e inversión a largo plazo. La prensa, sin gran presupuesto y con medios limitados, se apuntaba a un tiroteo con merienda. El resultado: el ginecólogo y su esposa en unos años se hicieron puntales del coleccionismo americano.

Las revistas de arte, prontas a buscar material con gancho y rendir culto a los clientes de las galerías anunciantes, comenzaron a publicar “perfiles” y listas de grandes coleccionistas. Para sobrevivir en el mundo editorial, los redactores se veían obligados a escribir sobre los coleccionistas, tipo Hola (con el debido respeto), sus casas y sus viajes a las ferias. Se establece, entonces, un círculo que se retroalimenta. Los redactores fungen a la vez como curadores y montan exhibiciones con las obras de los coleccionistas, clientes de las galerías anunciantes. Esas obras aparecen en museos donde los ensayos de los curadores elevan el valor de las obras. Los coleccionistas ingresan como directivos en los museos, con ellos sus obras y séquito. Tras la peregrinación por museos y revistas, aparecen en las casas de subastas. Los coleccionistas, galerías, revistas, curadores, casas de subastas y artistas del momento son parte de un gran ecosistema llamado por George Dickie y el Danto temprano como “kunstwelt”.

El mundo institucional se maneja con hilos tenues. Recuerdo cuando los comentarios de pasillo reflejaban la preocupación que un marchante miamense con representación en la propia feria Art Basel integrara –sin temor a conflictos de interés- el equipo de selección de las galerías (su competencia) del área. Era tal su influencia, quizá su magnetismo, tentáculos o coincidencia, que dentro de una competencia internacional fue una de sus representadas la que obtuviera un contrato millonario de la ciudad de Coral Gables para las esculturas que los vecinos bautizaron “Las Flores del Mal”.

Las ferias no se hacen con los compradores de obras de seis y siete dígitos (término del gremio para cifras en los cientos de miles a millón). El volumen es fundamental para galerías que tienen que pagar el flete de cuadros, esculturas, boletos de avión, estadías en hoteles caros y el costo de restaurantes para invitar a posibles clientes. Las ganancias se realizan con el tráfico de los “instacollectors”, la clase media, los espectadores y los que pagan por obras de cinco dígitos. Para lograr atraer ese mercado se necesitan tres factores: fiestas, espectáculo y prensa rosa. Este es el público que va a ver a los artistas de Hollywood, a los socialités, a sentirse parte de un mundo glamoroso, mínimo por ese fin de semana. Compran cualquier artefacto, por estrafalario, por vivir la fantasía que brindan –por ello su función- los pseudocuradores, los pseudocoleccionistas, los pseudoVIPs.

La esfera de las artes en Miami depende de las fiestas. Es inolvidable cuando una falsa princesa vietnamita (se hacía llamar Su Alteza Imperial) reinaba sobre el Museo Bass de Miami Beach. Todos se empujaban para retratarse a su lado. Desconocida para el legítimo nieto del último emperador, en Miami nadie se molestó en consultar libros de historia. El Ayuntamiento de Miami Beach le organizó un desfile, un elefante abría la caravana al que seguía la princesa junto al alcalde en un Jaguar (el auto) descapotable. El Miami New Times la llamaba “la princesa de Miami”. El Nuevo Herald dedicaba páginas de cobertura a las galas principescas. Hubo un silencio cuando llegaron quejas al American Museum Association de que las donaciones de la princesa se hacían con American Express, que la muestra de las esculturas de jade de la princesa no había sido rigurosamente investigada ni con la debida consulta a los expertos. El dinero de un banquete dedicado a la UNESCO nunca llegó a su destino. De pronto, la directora Diane Camber renunció. Fue sustituida por Silvia Karman, quien redujo una colección de Maestros Europeos (que incluye un Botticelli) a un salón del tamaño de un dormitorio.

La princesa fue, sin embargo, atracción y motivo de fiestas, imprescindible en Miami. Siempre me pregunté cómo lograban los impostores pasar el filtro de los suizos. Cumplen una función: constituyen el público que otorga validez a los objetos en venta. Con sus “selfies” añaden autenticidad –no cuestionan- la mercancía ni la institución. Se suman a las fiestas y crean el entusiasmo que se traduce en ventas. El plátano del italiano Maurizio Cattelan alcanzó fama mundial. Recuerdo una soga de embarcación, ahora implemento en los gimnasios, en este caso, con toques en acero inoxidable. Colocada en el piso, ostentaba un precio de setenta mil dólares, era una instalación. Se vendió. Todo está a la venta porque lo que se vende es un carnaval en adviento.

Basilea es un pueblo de encanto. Su casco histórico ocupa la parte superior de la ciudad. Siempre recuerdo la tumba de Erasmo de Rotterdam en su catedral. Su obra más conocida retrata el bazar suizo en Miami: Elogio de la locura. Nunca se ha retratado mejor la condición como deidad relacionada con Pluto y Hebe, la juventud. Fueron sus tutores la ebriedad y la ignorancia, sus amigos Philautia, el narcisismo; Kolakia, la adulación; Leteo, el olvido; Misoponia, la pereza; Hedone, el placer; Anoia, la demencia; Tryphé, la irreflexión; Komos, la intemperancia y Eegretos, el sueño. Desde aquel rincón en lo alto de Basilea, Erasmo mira el bazar, el espectáculo de Art Basel Miami Beach y sonríe.

Justo J. Sánchez, SPJ, AICA-USA, analista cultural, ha sido periodista en Nueva York y se ha desempeñado como profesor en universidades estadounidenses y en Italia.

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