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AltaMed Food and Wine sació la sed, el hambre y las ganas de diversión con platillos y bebidas de auténtico lujo

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A las 8 de la noche, la celebración se encontraba en su apogeo; y lo cierto es que era probablemente la mejor fiesta que se realizaba en esos momentos en toda la ciudad de Los Ángeles. ¿En qué otro lugar se podría haber estado donde tuvieras a tu disposición tantos puestos de comida y de bebida mientras el escenario al aire libre se encontraba ocupado por la alegre banda local de fusión Ozomatli?

Nos referimos específicamente a “East LA Meets NAPA”, un evento que se llevó a cabo la noche de ayer a lo largo de varias cuadras del complejo LA Live y que formó parte de la segunda de tres jornadas de AltaMed Food and Wine, un festival organizado por esta reconocida institución de salud que se dedica a brindar ayuda médica accesible a los más necesitados. Ese era ya un motivo de peso para brindar por su espíritu y colaborar con esta importante causa al adquirir el boleto que daba acceso a todo lo que pudieras meterte en el buche.

En lo que se refiere a este reportero, fue la primera vez que asistí al evento, y debo decir con sinceridad que quedé absolutamente impresionado, más allá del respeto que le debía (HOY Los Ángeles y Los Angeles Times en Español son auspiciadores del mismo). Nunca imaginé su extensión, porque pensé que se limitaba a la primera zona de acceso, que era ya muy amplia, cuando en realidad, al caminar un poco más, descubrí un área inmensa en la que las ofertas culinarias y etílicas se extendían hasta lo que parecía ser el infinito.

Estoy lejos de ser un gran conocedor de vinos, por lo que decidí ceñirme al rojo y sugerir a quienes lo brindaban que me dieran lo que consideraran más apropiado. La decisión provino del primer platillo que probé, una exquisita paella valenciana preparada por El Coraloense, restaurante de Bell Gardens que se encuentra dirigido por las hermanas mexicoamericanas Maria y Natalie Curie.

También incentivó mi consumo del tinto la presencia del chef Paul Rodríguez, quien suele ofrecer sus productos en el Mercado Buenos Aires de Van Nuys, y que ofrecía empanadas, choripanes y bocadillos de asado con chimichurri. Discúlpenme, pero probé los tres.

Pese a su nombre, la fiesta no contaba solo con la presencia de compañías del Este de Los Ángeles y del Valle de Napa, ni mucho menos, como nos lo probó desde el inicio un puesto en el que había vinos españoles, mexicanos y argentinos. Estos últimos provenían de Otero Ramos, una bodega familiar procedente de Mendoza.

Ya en la segunda zona del evento, las cosas se complicaron debido a la abundancia de puestos y a mi incapacidad de comérmelo y tomármelo todo, por lo que empecé a ser más selectivo. Me gustó mucho el rojo de Casa de Piedra, del Valle de Guadalupe, ubicado en Baja California; y el de la firma del inmigrante jalisciense Gustavo Brambila, que tiene su sede principal en Napa.

En cuanto a la comida, lo que me llamó más la atención en término de originalidad fueron los ‘aspics’ del chef Erick Romero, quien labora en el casino The Commerce, y que eran unos ‘hors d’oeuvres’ en los que se combinaban de manera espectacular la langosta, el salmón, las alcaparras y otros ingredientes.

También acepté la invitación de un colega para probar las increíbles tostadas marinas de Pez Cantina, cuyo local se encuentra en L.A.; pero finalmente, como buen peruano que soy, sucumbí por completo a los encantos de los dos locales de este origen que se encontraban por ahí: Ceviche Stop, una empresa de ‘food trucks’ que se mueven por todos lados, cuyas ubicaciones temporales pueden encontrarse en su página de Facebook y que puso en nuestras manos una fresquísima variación del plato bandera hecha con mango, y El Incomparable, que se especializa en la comida tradicional con mucho sabor (tenían ceviche, lomo saltado, causa rellena y ají de gallina) y que cuenta actualmente con locales en Granada Hills y Reseda.

Como ya lo dije, la generosa degustación tuvo como fondo principal a los sonidos de Ozomatli, que incluyó en el repertorio de la noche su conocido ‘cover’ de “Como la flor”, así como éxitos propios del calibre de “Saturday Night” y “Cumbia de los muertos”. Pero no se trató de los únicos músicos sobre las tablas, porque antes de ellos, el Latin Jazz llegó de la mano de Mongorama (un tributo a la etapa inicial del gran Mongo Santamaría) y, más temprano, hubo también espacio para los ímpetus sudamericanos de The Art of Tango, un espectáculo tradicional que es dirigido por Mónica Orozco.

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