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Nada como terminar un día de vuelo metiéndome a la cama con un extraño, por accidente

Dormir en habitaciones de hotel es una parte importante de la vida de los auxiliares de vuelo.

Dormir en habitaciones de hotel es una parte importante de la vida de los auxiliares de vuelo.

(Bob Ingelhart / Getty Images)
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He pasado gran parte de mi vida adulta en habitaciones de hotel. Ya sea un hotel chirriante en las llanuras de Midland-Odessa, Texas, o un rascacielos de lujo en el corazón de París, una habitación de hotel privada es uno de los beneficios de la vida de los asistentes de vuelo durante las escalas.

A lo largo de mis 33 años de carrera como auxiliar de vuelo, he registrado más de 3,500 noches en unas 3,000 habitaciones de hotel. Son casi 10 años de llamadas de despertador y mini bares.

He tenido algunas experiencias interesantes.

Hubo una vez en que llegué a un hotel de escala, abrí la puerta y entré con cuidado en el interior de la habitación oscura. Después de estacionar mi maleta y de abrir las cortinas, escuché un ruido. Me volví hacia el sonido y vi, enterrada debajo de la cobija, a una mujer dormida en la cama.

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Presa del pánico, me tapé la boca con una mano y me quedé inmóvil. Podía escuchar a la mujer respirar mientras se agitaba mientras dormía.

Me retiré de la habitación, como un ninja, antes de que ella se despertara.

En otra ocasión, abrí la puerta de lo que se suponía que era mi habitación y vi a un hombre y una mujer desnudos, expresando su afecto el uno por el otro. La pareja amorosa se detuvo abruptamente y me miró fijamente. Los miré fijamente. Nadie habló. Me fui.

Más de una vez, en una habitación de hotel de paredes delgadas, he escuchado el apasionado “¡Sí, sí, sí!” o “Oui, oui, oui!” de una mujer, que era tan fuerte que tuve que cambiar de habitación en medio de la noche.

Pero tales fenómenos se esperan cuando has pasado el equivalente a una década en una habitación de hotel. Lo que no es tan común son los relatos de algunos de mis colegas.

Desnudo y medio dormido, un capitán salió de la cama y abrió lo que él creía que era la puerta del baño. Cuando la puerta se cerró detrás de él, se dio cuenta de que estaba en el pasillo en el piso 21 del hotel. Incapaz de abrir la puerta cerrada, corrió - desnudo - por el pasillo hasta la escalera y luego 21 pisos hacia abajo.

Cuando llegó al vestíbulo, tuvo que esforzarse para convencer a la seguridad del hotel de que no llamara a la policía.

Hace algunos años, en Caracas, Venezuela, un auxiliar de vuelo masculino regresó a su habitación después de una noche de tragos. Ese hotel de escala consistía en dos torres idénticas, y el asistente de vuelo ingresó en la incorrecta. Tomó el ascensor hasta el piso apropiado, luego de alguna manera entró en lo que él creía que era su habitación y se tiró en la cama.

Desafortunadamente, la cama estaba ocupada por una adolescente cuyos gritos alertaron a su padre en la habitación contigua, quien irrumpió en la habitación para salvar a su hija. Al auxiliar de vuelo no le fue bien.

Una azafata recién contratada estaba tan emocionada con su primer viaje a Río de Janeiro que llegó al hotel, abrió la puerta de su habitación y salió corriendo al balcón como en un sueño de Audrey Hepburn.

Encantada por la vista aérea de las playas de Leblon e Ipanema, alcanzó su teléfono inteligente para grabar un video panorámico.

Pero al salir y cerrar las puertas corredizas de vidrio detrás de ella, había movido inadvertidamente el pestillo, cerrando las dos puertas corredizas. Agitó la manija, pero las puertas no se movieron. Se había quedado encerrada en el balcón.

Durante la siguiente media hora ella gritó pidiendo ayuda. Cuando sus gritos quedaron sin respuesta, se hundió en el piso de concreto, maldiciendo una vista que de repente se había vuelto oscura y siniestra.

Preocupada por quedarse atrapada en el balcón hasta que llegara la mucama dos días después, cuando la tripulación tenía programado partir o, peor aún, que podría ser despedida por perder el vuelo de regreso, se sentó en el piso del balcón y lloró.

Entonces recordó su teléfono inteligente.

Quería llamar a la recepción, pero no sabía el número de teléfono del hotel, así que hizo la siguiente mejor cosa. Llamó a su mamá, que estaba a 5,000 millas de distancia.

La mamá entró en acción. Navegó por Internet, encontró el número de teléfono del hotel y llamó a la recepción para informar la situación de su hija.

A los pocos minutos el personal de seguridad del hotel estaba dentro de su habitación. Los dos hombres giraron el pestillo de las puertas corredizas del balcón y liberaron a la mujer del cautiverio.

Más tarde, esa noche, ella se reunió con dos miembros de la tripulación y conmigo para tomar una copa y compartió su terrible experiencia en el balcón. Respondimos de la manera en que lo hacen los asistentes de vuelo después de escuchar otra historia de tradición de escala. Nos reímos y reímos y reímos. Y cuando las lágrimas de risa amenazaron con secarse, nos reímos un poco más.

Si quiere leer este artículo en inglés, haga clic aquí.

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