Anuncio

Investigadores no hallaron diferencias entre niños criados por dos madres o por una mamá y un papá

Share

Los niños ya no son niños. Pero siguen estando bien.

Los chicos de una primera generación de mujeres lesbianas que tomaron la construcción de una familia en sus propias manos y concibieron mediante la donación de esperma, son ahora adultos jóvenes.

El pasado 18 de julio, el New England Journal of Medicine publicó nuevos hallazgos del primer estudio que rastreó exhaustivamente las trayectorias de salud mental de esos hijos y las comparó con las de los niños de otros hogares estadounidenses.

A los 25 años, estos pioneros en el panorama de las minorías sexuales están tal como se reportó cuando se los evaluó anteriormente, a las edades de 10 y 17 años: muy bien. En la nueva investigación, 77 de estos “descendientes índice” fueron comparados con una muestra de adultos estadounidenses de 25 años de edad que coincidían con su sexo, raza u origen étnico, además de su nivel educativo.

Anuncio

Conclusión: los hijos de mujeres lesbianas no tuvieron más problemas emocionales ni de comportamiento que una muestra representativa de chicos de su edad. Sus relaciones con familiares, amigos, cónyuges o parejas funcionaron igual de bien. Y no resultaron más propensos a tener trastornos psiquiátricos diagnosticables o subclínicos que los adultos jóvenes que eran como ellos en todos los aspectos, menos en la orientación sexual de sus padres.

Cuando comenzó a reclutar posibles padres para el estudio en la década de 1980, la psiquiatra Nanette Gartrell, autora principal de la nueva investigación, comentó que sus hallazgos eran tan inciertos como la propia existencia de la investigación: en los años 1970 y 1980, los jueces que llevaban adelante casos de adopción exigían con urgencia una investigación sólida sobre el bienestar de los niños criados en esos hogares. Pero nadie se ofrecía a pagar por un estudio que, sabían, tomaría décadas, agregó.

Con el avance de la década de 1980, cuando los bancos de esperma comenzaron a alivianar sus reglas sobre posibles receptores, las mujeres lesbianas con mentalidad familiar comenzaron a crear familias sin una pareja heterosexual. Y, trabajando con un cuerpo de investigadores totalmente voluntario y sin fondos institucionales, Gartrell puso manos a la obra para estudiar el fenómeno.

“Sabíamos que la única forma de capturar datos longitudinales era hacerlo”, contó Gartrell, quien es una distinguida erudita visitante en el Instituto Williams de la Facultad de Derecho de la UCLA. En San Francisco, Boston y Washington, D.C., su equipo se propuso reclutar familias lesbianas con niños concebidos mediante inseminación de donantes. Eventualmente reclutaron a 154 madres potenciales, de 84 familias lesbianas planificadas. Y el otoño pasado, el más joven de los 77 “descendientes índice” que aún participaba en el estudio cumplió 25 años.

Los padres alistados para el informe “crearon familias en un momento en que les preocupaba que se llevaran a sus hijos”, destacó Gartrell. Muchas de las personas a las que abordó tenían temor de participar, dijo. Ahora, “hemos llegado al punto en el que podemos responder algunas de las preguntas que basamos en suposiciones durante décadas, acerca de la descendencia”, afirmó.

Alrededor del 92% de las familias originales siguieron teniendo disponibilidad para los investigadores, lo cual les permitió conocer la salud mental de los niños en una coyuntura crucial: el período de la adultez emergente, que es cuando la incidencia de muchos trastornos psiquiátricos, incluida la esquizofrenia, el trastorno bipolar y la depresión, alcanzan un pico.

Si hubiera diferencias en la salud mental de estos chicos, dijo Gartrell, seguramente hubieran aparecido en esa instancia. Pero ello no ocurrió.

Las conclusiones del estudio “corresponden con [un] abrumador consenso científico”, indicó el sociólogo Ryan Light de la Universidad de Oregon, “de que los hijos de familias LGBTQ no experimentan diferencias con respecto a aquellos criados en familias heterosexuales, en temas relacionados con el bienestar mental y emocional, y la educación, entre otros”.

Andrew Cherlin, sociólogo de la Universidad Johns Hopkins, que estudió resultados infantiles en familias con divorcios, agregó que el informe “es consistente con la mayoría de otros estudios al mostrar poca diferencia entre los menores criados por madres lesbianas y los criados por parejas heterosexuales”.

Dado que el 91% de los sujetos del estudio son blancos y la mayoría tienen un nivel elevado de educación, “necesitamos saber más” sobre los hijos de parejas del mismo sexo menos educadas y pertenecientes a minorías, agregó Cherlin. Pero los hallazgos del estudio, sugirió, no son una sorpresa.

Si el tema fuera algo más típico del venerable New England Journal of Medicine (NEJM) -es decir, una comparación de dos fármacos, o una exploración de los efectos de una posible toxina ambiental en los niños- estos nuevos hallazgos probablemente hubieran terminado en la pila del rechazo. ¿No hay diferencia estadística en ningún resultado medido? No importa.

Entonces, ¿por qué NEJM dedica uno de los espacios de publicación más codiciados en el mundo de la investigación a un estudio que confirma una conclusión que no es polémica entre los investigadores? Tal vez porque sigue siendo controvertida en otros ámbitos.

Hace solo cinco años, durante las deliberaciones de la Corte Suprema en el caso de Hollingsworth v. Perry, acerca del matrimonio entre personas del mismo sexo, el juez Antonin Scalia sugirió que “hay considerable desacuerdo entre los sociólogos” sobre si “criar un hijo en una familia de un solo sexo... es dañino para el menor o no”.

Han pasado solo tres años desde que la Corte Suprema, en una decisión de cinco contra cuatro, dictaminó que la Constitución de Estados Unidos otorga a las parejas del mismo sexo el derecho fundamental a contraer matrimonio. Una pregunta importante que informó la decisión fue si la investigación científica había logrado un consenso sobre el bienestar de los hijos de las parejas homosexuales.

De hecho, el recientemente retirado juez Anthony Kennedy, en la opinión mayoritaria del emblemático caso del matrimonio entre personas del mismo sexo Obergefell v. Hodges, argumentó que si los hijos de parejas homosexuales experimentan alguna desventaja psicológica, ello es porque “sin el reconocimiento, estabilidad y previsibilidad que ofrece el matrimonio, [estos] niños sufren el estigma de saber que sus familias son, de alguna manera, inferiores”. Y las prohibiciones estatales de matrimonio entre personas del mismo sexo imponen a los menores “los importantes costos materiales de ser criados por padres solteros, relegados sin culpa alguna a una vida familiar más difícil e incierta”, agregó el magistrado.

En resumen, Kennedy escribió: “Las leyes matrimoniales en cuestión aquí perjudican y humillan a los hijos de las parejas del mismo sexo”.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.

Anuncio