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El amor verdadero estaba justo frente a mis narices, pero yo no lo había visto

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Llevaba soltera unos 100 años. De acuerdo, en realidad no, pero se sentía así.

Parecía que cada dos fines de semana participaba en una despedida de soltera, boda, baby shower o fiesta de compromiso. Y todo el tiempo pensaba: “¿podría siquiera recibir una respuesta a un mensaje de texto?”.

Yo era la clásica persona que “busca amor en todos los lugares equivocados”. ¿Él tiene 35 años y aún vive con su madre? ¡No hay problema! ¿Un músico fracasado de 42 años que no puede comprometerse? ¡Sí, por favor! ¿Un cantinero neonazi? ¡Vamos a darle una oportunidad! Juro que veía potencial en todos los grandes perdedores imaginables.

Una vez le pregunté a un chico cuáles eran sus planes para el siguiente fin de semana y me miró como si le hubiera pedido su mano en matrimonio y tener 17 bebés conmigo.

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Tuve una serie de malas citas gracias a Zoosk y Tinder, e incluso llegué a la conclusión de reclutar a un buen amigo para que escribiera por mí, ya que claramente mi juicio sobre los hombres y la elección de las palabras no eran buenas. Literalmente le entregué mis contraseñas y le dije: “¡Hazlo!”. Tenía una rutina de citas después del trabajo. El baño de mi oficina se convirtió en mi camerino personal, y noche tras noche había un nuevo pretendiente.

Un amigo me preguntó si recientemente me habían diagnosticado una enfermedad terminal, porque estaba “saliendo como si estuviera a punto de morir”. No estoy segura de qué había encendido ese fuego en mí, pero estaba lista para sentar cabeza. Sentía que solo tenía que seguir probando vestidos hasta encontrar uno que me quedara bien. Tampoco ayudaba cuando parecía que cada chico que conocía en línea era un idiota que parecía capaz solo de intercambiar mensajes de texto como “Hola” y “¿En qué andas?” por semanas. Mi paciencia y ánimos controladores estaban a otro nivel.

Un día, mientras estaba en un rincón de ese infierno, almorzaba con una compañera de trabajo que lamentablemente estaba en mi misma situación, y ella me habló de JSwipe (pensé: Tinder para judíos). No tenía nada que perder.

A los pocos minutos de deslizar mi dedo (la mayoría de las veces hacia la izquierda) me encontré con alguien que tenía la mejor cara. Eso es todo lo que puedo recordar, solo una sonrisa y una sensación de familiaridad. Cuando deslicé mi dedo hacia la derecha, apareció un gigante “Mazel Tov”, con dos vasos tintineando en mi pantalla. Era como si esta aplicación supiera lo mucho que había estado buscando. Podía escuchar el tema musical del “Mary Tyler Moore Show” sonando débilmente en mi cabeza: “You’re gonna make it after all” (Después de todo, vas a lograrlo).

Me sorprendió gratamente con su primera línea (en este punto, todo fue un paso adelante en comparación con “¡Ey!”). Intercambiamos bromas ingeniosas y, en uno o dos días, Jeff me invitó a cenar (¡con una fecha, hora y ubicación reales!).

Cuando nos encontramos en el restaurante, sentí una atracción inmediata hacia él. Creo que lo primero que dije, torpemente, fue: “¡Oh, bien, eres alto!” (yo mido 5’9”.) Estaba tan emocionada de que era incluso mejor que sus imágenes, y de experimentar esa sensación de familiaridad nuevamente. Simplemente nos sentimos cómodos el uno con el otro y estábamos dispuestos a ser totalmente honestos. No fingí que me gustaran los Flaming Lips o las caminatas, por ejemplo. Cuando Jeff me preguntó si me gustaba caminar, le dije: “En realidad no”, pero agregué que disfrutaría de un paseo rápido en un lugar bonito durante pocas horas.

Y esa fue la verdad. No hubo respuestas falsas, solo estaba siendo yo misma (eso no quiere decir que fuera totalmente yo misma; cualquier chica sabe que debe ocultar algo de locura en las primeras citas). Pero estaba mostrando el 95% de mí.

Cuando me dijo que no tenía televisor, con mucha calma y educación le respondí: “Esto no va a funcionar”. Era una broma a medias, porque la TV es mi religión, así que me tranquilicé cuando dijo que realmente sí tenía una, simplemente que no estaba conectada (y la configuró antes de nuestra segunda cita).

El hecho de que podía hacer o decir algo y nada lo asustaba era un consuelo, y una sensación que no había experimentado en mucho tiempo. Ojalá pudiera haberle dicho a mi antigua yo que todo iba a estar bien y que encontraría un hombre que no me miraría como si fuera Glenn Close en “Fatal Attraction”, cocinando conejos cuando le preguntas si quiere tener niños.

Aquí hay algunos detalles más nauseabundos de nuestras primeras citas, y luego me callaré: jugamos minigolf y él perdió, lo cual significaba que mis pantalones seguirían en su sitio; asistí a un trágico espectáculo de improvisación donde puse mi cabeza en su hombro y me sentí como en casa, y bailé salsa enfundada en un vestido en el cual prácticamente tuve que verterme a mí misma.

Pero esperen, aquí está la mejor parte.

Salimos algunos meses, pero en ese punto y a mi edad (33), ya sabía que él era el indicado. Esto lo selló: mi compañera de trabajo me llamó a su oficina con una urgencia que no había escuchado antes; acababa de notar algo sobre la imagen que había estado en su tablero de anuncios durante años. Era una fotografía que nos habíamos tomado tres años antes, cuando estábamos juntas en un bote durante una salida temática.

Su dedo señaló un detalle que nunca había notado, aunque debí haber visto esa foto incontables veces en su oficina. Era una cara en el fondo, en la fiesta del barco. En realidad, era la única cara en el fondo, y estaba perfectamente posicionada justo detrás de la mía.

Era el propio Sr. Mazel Tov. A Jeff le gusta decir que el amor había estado justo frente a mí todo el tiempo, y que yo solo estaba mirando en la dirección incorrecta.

A mí me gusta decir que fue bashert, un término en yiddish que significa “destinado a ser”.

La autora vive en Dana Point con su perro, Wendell. Recientemente se comprometió y su boda será en invierno de 2019. Aquí está la imagen que colgaba en el tablero de anuncios:

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí

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