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A Trump le encanta ganar, pero tanto en su presidencia como en los negocios, California se interpuso en su camino

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Los bien documentados enfrentamientos del presidente Trump con California le deben mucho a la política, la cultura y la personalidad. Pero en el fondo, lo que impulsa la relación tóxica del primer mandatario con el estado más poblado de la nación es esto: su deseo casi obsesivo de ser visto como un ganador.

Para Trump, ningún estado representa más una pérdida que California, ya sea en los negocios o en la política. No es de extrañar, entonces, que no se haya apresurado a visitarlo. Finalmente llegará el martes, más avanzado en su mandato que cualquier otro presidente desde Franklin D. Roosevelt -quien cruzó el continente por tren- cuando los líderes de la nación no volaban de forma rutinaria.

Se espera que el viaje de Trump para inspeccionar los prototipos del muro fronterizo con México -que muchos californianos detestan- generará grandes protestas. Además de esa inspección en San Diego, el presidente planea reunirse con miembros del ejército y asistir a una recaudación de fondos de alto perfil en Beverly Hills.

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Cuando era candidato, Trump solía jactarse de que podía convertirse en el primer republicano en ganar el estado, y sus 55 votos electorales, en casi tres décadas. En lugar de ello, Hillary Clinton venció en California por 4.3 millones de votos, una cifra superior a su ventaja de casi 3 millones de votos populares a nivel nacional. El resultado de California se convirtió en la base de su falsa afirmación de que millones de inmigrantes ilegales habían votado aquí por Clinton.

Fue una pérdida que siguió doliendo incluso mucho después de la toma de mando. “Si Abe Lincoln volviera a la vida, perdería Nueva York y perdería California”, le dijo Trump a The Associated Press el año pasado.

Sin embargo, su resentimiento hacia California se extiende más allá de las elecciones. El Estado Dorado es la sede de una industria del entretenimiento que lo desestimó al considerarlo una creación de los reality shows; es el hogar de una cultura empresarial donde sus sueños inmobiliarios se vieron obstaculizados y, ahora, es también el centro de un movimiento de resistencia que intenta arrojar una nube sobre su legitimidad como presidente.

Una de sus controversias más vergonzosas, un embrollo acerca del pago efectuado durante la campaña a una actriz porno para que guarde silencio sobre un presunto romance, se desarrolla actualmente un tribunal de Los Ángeles.

Trump ha intentado a veces consolarse con la idea de que los manifestantes del estado y sus cortes judiciales, que fallaron en su contra en asuntos inmigratorios de importancia, son distintos a otros estadounidenses y otros jueces.

Barry Bennett, uno de sus exasesores político, expresó: “Nunca en la historia las creencias políticas de California versus las del resto de la nación han sido tan diferentes”.

Sin embargo, gran parte del país, cuando se trata de Trump, está del lado de los californianos. La popularidad del mandatario está por encima del 50% en solo 12 estados, según la organización encuestadora Gallup. En California, apenas el 22% de los votantes aprobó su labor como presidente en una encuesta de USC Dornsife/Los Angeles Times en noviembre pasado; el 66% la desaprobó. Ello sugiere una pérdida significativa de apoyo, incluso a partir de su sombría muestra electoral, aunque dos tercios de los republicanos siguen entre sus filas.

Décadas antes que Trump, los republicanos usaban el estado liberal como un florete, y los ambiciosos demócratas de California han visto durante mucho tiempo una gran ventaja política en las disputas con los presidentes republicanos. Varios demócratas postulados para cargos estatales este año se jactaron en recaudaciones de fondos, la semana pasada, de estar defendiendo a California contra una demanda del procurador general Jeff Sessions la ley de inmigración -Sessions vino a California la semana pasada para tirarse flores al respecto, en una especie de acto de calentamiento para Trump-.

El gobernador Jerry Brown, quien también está luchando contra las iniciativas del gobierno federal para hacer retroceder las regulaciones ambientales, acusó la semana pasada a la administración federal de “ir a la guerra” con el estado.

La Casa Blanca insiste en que Trump viene en son de paz, aunque con un costado que refleja una relación no demasiado pacífica. “Si alguien se sale de los límites aquí, sería alguien que se niega a cumplir una ley federal, que ciertamente no es el presidente”, expresó el viernes la secretaria de prensa de la Casa Blanca, Sarah Huckabee Sanders. “Esperamos tener un viaje increíblemente positivo”.

Muchos políticos republicanos en el estado tampoco darán la bienvenida a Trump. De más de una docena de candidatos republicanos contactados por The Times, la mayoría confirmó que no tenían planes de asistir a sus eventos. “Les estoy diciendo que se mantengan alejados”, adelantó un consultor republicano del sur de California, quien habló con la condición de anonimato para no alienar al presidente. “No le faltaremos el respeto, pero tampoco haremos una sesión fotográfica con él”.

Otro consultor destacó que un cliente en busca de un escaño legislativo por el condado de Orange no participará en las actividades para evitar que el mandatario sea un problema mayor en la campaña local del que ya es.

Muchos de los republicanos del estado no comparten la hostilidad de Trump hacia los inmigrantes. A Kevin Faulconer, alcalde republicano de San Diego, le gusta destacar los lazos comerciales de su ciudad con Tijuana y le dijo a The Times en una entrevista concedida el año pasado que la comunidad latina del área “ayuda a definirnos”.

Para Trump, sin embargo, el estado -por su diversidad, liberalismo y fuerte regulación ambiental- proporciona una versión especialmente vívida de un posible futuro de los EE.UU. al cual vilipendia.

El líder se mostró furioso con lo que considera una peligrosa protección de los inmigrantes indocumentados en el país por parte de las ciudades santuario;

el foco de la demanda de Sessions. Trump catalogó a la alcaldesa de Oakland, Libby Schaaf, como una “deshonra”, luego de que la funcionaria emitiera una advertencia sobre inminentes redadas de inmigración, y la atacó nuevamente el sábado por la noche en un estridente mitin político cerca de Pittsburgh.

La Casa Blanca usó su cuenta de Twitter la semana pasada para acusar al estado de poner “los intereses de los extranjeros delincuentes por encima del bienestar de los ciudadanos estadounidenses”. El tono, proveniente de la cuenta oficial de la Casa Blanca, sorprendió a algunos observadores. “Este tuit está escrito como si estuviéramos hablando de una potencia extranjera hostil”, respondió Walter Shaub, exdirector de la Oficina de Ética Gubernamental, también por esa red social. “Nos damos cuenta de que estamos hablando de un estado estadounidense, ¿verdad?”.

La animosidad de Trump es familiar y de larga data. “California, de muchas maneras, está fuera de control, como usted sabe”, aseveró el mandatario durante una entrevista el año pasado con Fox News. “Y desde un punto de vista económico, la gente se está yendo de allí y mudándose a Texas y otros lugares que se manejan de manera diferente”.

Su lista de acalorados enfrentamientos en California es larga: los ha tenido con Brown; con Arnold Schwarzenegger, el último gobernador republicano del estado, quien se manifestó en contra de Trump y lo reemplazó como anfitrión en el programa “Celebrity Apprentice”; con la representante Nancy Pelosi, la demócrata de San Francisco que lidera a su partido en la Cámara; con el representante Adam B. Schiff de Burbank, el demócrata más visible en la investigación del Congreso sobre la interferencia electoral rusa, y con la senadora Kamala Harris, quien considera actualmente una carrera presidencial.

“El presidente ha demostrado ser muchas cosas, incluso vengativo”, señaló Schiff, a quien Trump ridiculizó llamándolo “el pequeño Adan” y “Leakin’ Adam” (filtración Adam). El representante predijo que Trump enfrentará una bienvenida hostil en California.

A pesar de su insistencia durante su campaña en las primarias de California, en 2016, de que “vamos por lugares que ningún otro republicano persigue”, una propuesta para colocar personal y otros recursos en los 50 estados se descartó rápidamente, según un exmiembro de la campaña, quien solicitó hablar de forma anónima para no perturbar a sus colegas.

Clinton derrotó a Trump en California por un margen de casi 2-1, 62% a 32%.

Los tratos comerciales en California tampoco han sido fáciles para el presidente. Su mayor tenencia de tierras es el Trump National Golf Club, en Rancho Palos Verdes.

En la década de 1980, se retiró de comprar acciones en los Padres de San Diego y el gigante de Hollywood MCA. En Los Ángeles, intentó construir el edificio más alto del mundo sobre Wilshire Boulevard, pero falló; también puso una oferta muy por debajo del precio para comprar el Beverly Hills Hotel, uno de sus lugares más frecuentados, pero perdió la licitación en manos del magnate petrolero Marvin Davis.

En 1988, Trump restó importancia a su interés en el estado, con su toque característico. “Estoy realmente preocupado por la situación con los terremotos en L.A.”, dijo. “Creo fervientemente que, algún día, Las Vegas será la costa oeste”.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí

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