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Un joven pastor que predicaba sobre la depresión se suicidó; su esposa ahora quiere ayudar a otros, hablando al respecto con honestidad

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El predicador usaba jeans negros ajustados y un micrófono inalámbrico en su oreja. Parecía que estaba dando una charla TED, gesticulando con sus manos y de pie junto a un proyector grande.

El pastor Andrew Stoecklein relató la historia del profeta Elías, del Antiguo Testamento, cuya desesperación lo llevó a implorar por la muerte. El profeta, Stoecklein le dijo a la gran congregación de Inland Hills Church, en Chico, California, que estaba lleno de ansiedad, depresión y pensamientos suicidas.

“Son enfermedades mentales”, afirmó Stoecklein. “Eso es algo de lo que no nos gusta hablar mucho, ¿verdad? Especialmente no en la iglesia”.

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Stoecklein, un joven musculoso de 30 años, con acento de surfista y tatuajes que cubrían su brazo derecho, acababa de regresar al púlpito después de una ausencia de cuatro meses, en la cual había sufrido ataques de pánico y una depresión severa. Ese fue el primero de una serie de sermones sobre enfermedades mentales, que había titulado “Un gran lío”.

Stoecklein hizo clic en las estadísticas de suicidios. Mostró recursos en pantalla. Le imploró a su congregación que supiera que, si estaban luchando contra una enfermedad mental, no estaban solos. “Hay esperanza y hay ayuda disponible”, les dijo el pastor.

Doce días después, se suicidó.

De acuerdo con los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC), el suicidio, una de las 10 principales causas de muerte en Estados Unidos, se incrementó en 49 estados entre 1999 y 2016. Solo en 2016, casi 45,000 personas murieron de esa manera.

Pero el tema a menudo se evita en la iglesia, consideró Ed Stetzer, director ejecutivo del Centro Billy Graham en el Wheaton College, en Illinois. Las personas a menudo ven la ansiedad y la depresión como problemas que se pueden arreglar con la oración sola.

“Pusimos la enfermedad mental en la categoría de luchas espirituales”, indicó Stetzer. “No nos avergonzaríamos de alguien que se fracturó la pierna o tuvo asma, o leucemia”.

Melinda Moore, copresidenta de la Fuerza de Tareas de Comunidades de Fe de la Alianza de Acción Nacional para la Prevención del Suicidio, remarcó que hay una idea errónea de que los pastores están más cerca de Dios y, por ello, no luchan contra la depresión o los pensamientos suicidas. “Se espera que estén al cien por ciento para todos, en todo momento”, expresó.

En 1996, el esposo de Moore se suicidó. Ella era nueva en la fe católica, “pero prácticamente no había nadie en mi iglesia que quisiera hablarme al respecto”, contó.

Cuando Stoecklein conoció a Kayla Saylors, en la Universidad de Vanguard en Costa Mesa, él era un surfista extrovertido que vivía en una casa en la playa, con sus amigos. Ella era tímida y le encantaron sus tatuajes.

Su primera cita fue en Alta Coffee, en Newport Beach, la noche en que Barack Obama fue elegido presidente. Vieron un concierto de Coldplay. Se besaron bajo la lluvia. Salieron por un año. Estuvieron comprometidos por un año. Luego vinieron tres hijos cuyos nombres eligió Andrew: Smith, Jethro, Brave.

En 2015, el padre de Andrew, David Stoecklein, quien fundó Inland Hills, una gran iglesia evangélica, murió de leucemia. Andrew, entonces de 27 años, se convirtió en el pastor principal.

Andrew era un perfeccionista que dedicaba horas de investigación a cada sermón. Hablaba los domingos, sin notas, mientras Kayla y su madre, Carol, observaban desde la primera fila.

“Andrew era muy particular”, relató su amigo Alex Wright, un oficial de policía en Chico, California. “Incluso cortaba los bolsillos de sus jeans ajustados para que no se vieran los contornos. Tenía camisas que solo llevaba los domingos”.

Andrew se daba cuenta cuando la gente se iba de un sermón antes de tiempo, y le preguntaba a Alex sobre eso, dolido.

“Andrew era muy frágil”, relató Alex. “Era un tipo grande, hacía ejercicio, parecía duro. Pero él tomaba la iglesia en serio”.

Sus sermones eran transmitidos en línea y la familia vivía públicamente, compartiendo a menudo en las redes sociales sus vidas personales. Las publicaciones atraían atención no deseada. El otoño pasado, un acosador se presentó a la casa de Carol, donde creció Andrew, y molestó a la familia. Carol tuvo que vender la propiedad.

La espiral descendente de Andrew comenzó. No dormía. Estaba irritable, ansioso, perdía peso. Pensó que era hipertiroidismo, un problema por el que había tratado en la preparatoria, con síntomas similares. Solo necesitaba un diagnóstico y podía solucionarlo, pensó.

Justo antes de que Andrew liderara varios servicios de Pascua, esta primavera, un amigo lo encontró en el piso del baño de la iglesia, hiperventilando, con las manos y los pies entumecidos. Él todavía predicaba. Pocos sabían que sufría de ataques de pánico varias veces a la semana.

Poco después, los miembros de la familia se mudaron a una propiedad cerrada en Corona, California. Planeaban construir una casa de campo en la parte de atrás, para Carol.

“En la parte posterior de la propiedad, Andrew decía que sentía la presencia de Dios”, narró Carol. “Aquí era donde íbamos a hacer nuestros recuerdos familiares. Se sentía muy esperanzado y emocionado por el futuro”.

Una tarde, Andrew estaba en su habitación, trabajando en un difícil sermón. Alguien llamó y dijo que el piso de su nueva casa se retrasaría. Luego llamó un médico y dijo que estaban listos los resultados de su análisis de sangre: no tenía hipertiroidismo.

Él experimentó un potente ataque de pánico. Kayla lo llevó al hospital y él se puso gafas de sol, paranoico por que alguien de Inland Hills lo vería. El doctor que lo examinó iba, casualmente, a su iglesia.

Los resultados de su prueba fueron frustrantemente normales. Los presbíteros de la iglesia decidieron esa noche dejar que Andrew tomara una licencia. Cuando un psiquiatra le diagnosticó depresión, fue un alivio. Al menos era una respuesta.

Kayla, de 29 años, le confió a una amiga este verano que su casa parecía como un “ambiente hostil”. Todavía estaban desempacando. Los muchachos actuaban de forma ruda; Andrew era impredecible.

“Muchos días se levantaba, hacía ejercicio, se esforzaba y terminaba en el dormitorio llorando y escuchando música religiosa”, relató Kayla. “Los niños lo amaban y lo seguían, y yo quería protegerlos de eso porque sucedía con demasiada frecuencia”.

Andrew pasó el verano hablando con un psiquiatra, esforzándose para mejorar. Estableció agosto como fecha límite para volver al púlpito. La iglesia estaba llena cuando habló sobre su depresión.

El 23 de agosto, surgió un problema con el personal. Fue un disparador; Andrew recayó. Carol fue a buscarlo; él estaba llorando, gritaba. La mujer lo llevó a una habitación de hotel para que tuviera algo de tranquilidad. Kayla y sus hermanos se sumaron. No podía calmarse. Andrew volvió a la iglesia, donde los amigos pasaron con él toda la noche.

A la mañana siguiente, con Andrew en su oficina, Carol, Kayla y los dos hijos más pequeños de la pareja estaban sentados en un patio de recreación en el campus de la iglesia, hablando sobre su siguiente plan. Kayla le envió un mensaje de texto donde decía que lo amaban.

Pasaron cuarenta minutos, y no tenían noticias de él. Kayla vio pasar el auto de un miembro del personal. Cinco minutos más tarde, siguió un coche de policía. Un oficial salió, sosteniendo un desfibrilador.

Kayla entró corriendo. La cara de Andrew estaba gris. Ella gritó. Carol entró corriendo, y cayó de rodillas.

Kayla le rogó a Dios que él despertara. Carol, que había cuidado de su marido moribundo, le pidió a Dios que no lo dejara sufrir, que lo llevara al cielo si su mente no volvería. Kayla prefirió no decir cómo se suicidó Andrew, con la esperanza de evitar que sus hijos lo sepan, en la medida de lo posible. Andrew murió en el hospital del valle de Pomona, donde también había nacido.

Hacía tres días que era viuda cuando Kayla le escribió una carta pública a Andrew. Deseaba poder sostener su mano una vez más. Lamentaba que se hubiera sentido tan solo. La firmó: “tu chica”.

Andrew planeaba ser franco sobre su depresión. Kayla es ahora abierta sobre su suicidio. Desde su muerte, el 24 de agosto, ha escrito en tiempo real sobre su dolor, publicando en Instagram y en un blog que Andrew había iniciado cuando su padre estaba muriendo, llamado “God’s Got This”.

“Aunque hay momentos en que me enojo con él, no puedo permitirme quedarme allí”, escribió Kayla. “El hombre al que amé y con quien construí una familia, el hombre al que admiré de muchas maneras, el líder de nuestra iglesia y nuestra familia, era un hombre honorable y su muerte es trágica”.

En una publicación sobre “mitos del suicidio”, escribió sobre el temor de que una persona que se quita la vida sea condenada al infierno. Mientras Andrew yacía moribundo, ella, llorando, le preguntó a Carol si se iría al cielo.

“Me tranquilizó rápidamente, y ahora confío: si eres aceptado en el cielo o no, no tiene nada que ver con cómo mueres”, escribió Kayla. “La única forma en que somos aceptados en el cielo es a través de una relación personal con Jesús”.

Llegaron mensajes. “Tu pena pública me ha salvado la vida”, escribió una persona. “Estaba pensando en suicidarme mientras luchaba en una batalla silenciosa con ansiedad y depresión... y luego tropecé con el primer posteo que escribiste”.

Kayla esperó una semana para contarle a sus hijos. Ella no podía escatimar palabras porque necesitaban saber que su padre no volvería. “El cerebro de papá estaba realmente enfermo”, les dijo, “y él estaba realmente confundido, y papá hizo algo que le causó la muerte”.

Brave, de dos años, no entendió y salió a jugar afuera. Jethro, de cuatro años, escuchó un poco más y luego siguió. Smith, de cinco años, entendió. “¿Tú y papá todavía están casados?”, preguntó. “¿Por qué no se despidió?”

El 2 de diciembre, Kayla y Carol se pararon en el mismo escenario donde Andrew predicaba. Usando sus notas, brindaron su sermón final, “Un gran lío”, acerca de amar a las personas en medio de sus luchas.

Carol contó que, recientemente, un amigo escuchó a la gente hablar sobre el suicidio de Andrew; decían que él debería haber actuado mejor porque era pastor. La familia también fue criticada; les cuestionan si consiguieron la ayuda debida para Andrew y dicen que esto no habría sucedido si hubieran orado más.

La gente a menudo no tiene idea de lo que está pasando en la vida de alguien antes de criticar, expuso Carol.

Kayla planea seguir escribiendo con honestidad.

“Hay un gran signo de pregunta sobre mi futuro”, comentó. “Tenía un marido soñado, la casa soñada, una vida con propósito. Sentía mucho propósito en ser su esposa... Así que, ¿grandes planes para el futuro? No tengo idea”.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.

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