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El presidente de la USC, Max Nikias, debería renunciar

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A raíz de dos atroces escándalos que han dañado gravemente la reputación de la Universidad del Sur de California (USC), es hora de que su presidente, C. L. Max Nikias, se haga a un lado o sea destituido.

Casi un año después del impactante descubrimiento de que el decano de la facultad de medicina usaba drogas y festejaba con delincuentes jóvenes y adictos -y una semana después de la noticia de que un ginecólogo de la clínica de salud estudiantil había sido acusado reiteradamente durante varias décadas de hacer comentarios sexuales y tocar a las pacientes jóvenes de manera inapropiada- queda cada vez más claro que Nikias no es la persona adecuada para sacar a la universidad de este fango. El funcionario no ha respondido de forma convincente ni adecuada a estas crisis durante su mandato.

En los casos de Carmen Puliafito, el decano de la facultad de medicina, y de George Tyndall, el ginecólogo, Nikias y los principales administradores tuvieron la oportunidad de enfrentar la falta de conducta de manera pública y transparente. Podrían haber usado estos casos para demostrar su compromiso de proteger a los estudiantes y los pacientes. Podrían haber enviado un mensaje de que la falta de ética no sería tolerada.

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Pero en lugar de ello, los líderes de la USC decidieron negociar acuerdos secretos para que los empleados problemáticos se retiraran. Primero, fallaron en reportar a los galenos a la Junta Médica de California, la agencia responsable de proteger al público de los doctores deficientes. Tampoco notificaron a los expacientes ni a la comunidad de la USC hasta que fueron confrontados por Los Angeles Times. No ofrecieron consejería psicológica para las víctimas del ginecólogo acusado hasta que las noticias estuvieron a punto de ser publicadas. No alertaron a la policía hasta que estuvieron bajo presión. En una medida que olía a tragicomedia, la universidad reemplazó a Puliafito con un nuevo decano que había sido formalmente disciplinado unos años antes, después de una acusación de acoso sexual a una investigadora. Eso fue indicio de una falla extraordinaria en el proceso de selección, o de una sordera increíble.

En los tres casos, Nikias y los líderes universitarios reconocieron la mala conducta públicamente solo después de que los reporteros de Los Angeles Times descubrieran los acuerdos secretos, lo cual llevó a la conclusión inevitable de que el control de daños es la principal prioridad de la USC, no la protección de los estudiantes y pacientes.

Por supuesto, cualquier organización educativa del tamaño de la USC tendrá empleados problemáticos, a veces incluso peligrosos. Pero la prueba de un líder es cómo responde a la crisis. Era el trabajo de Nikias restablecer las pautas de la universidad, transformar su cultura y construir estructuras institucionales para que los estudiantes y el profesorado pudieran sentirse seguros, sabiendo que sus quejas serían escuchadas y atendidas. Vemos poca evidencia de que ese cambio cultural esté en marcha.

La USC es una institución enorme y extraordinariamente poderosa, el mayor empleador privado en la ciudad de Los Ángeles; con los años, ha escalado en el ranking nacional de colegios y universidades. Mucho de eso ocurrió durante el mandato de Nikias. La escuela ha recaudado enormes cantidades de dinero, ha construido grandes edificios nuevos y ampliado sus ofertas para sus 45,000 estudiantes. Pero muchos de los críticos de Nikias argumentan que el crecimiento tuvo un alto precio: que la universidad sacrificó algo fundamental en el camino. Esa es la crítica implícita en una carta firmada por 200 miembros de la facultad, esta semana, donde se pide la destitución del presidente y se insiste en que la entidad debe volver a su “misión central”.

Nikias tuvo oportunidades de un mejor desempeño. Cuando Puliafito, un recaudador de fondos prolífico, dimitió abruptamente como decano, en marzo de 2016, no hubo reconocimiento público de que solo tres semanas antes, una mujer de 21 años había sufrido una sobredosis en su habitación de un hotel de Pasadena, a pesar de que un testigo anónimo había llamado a la oficina de Nikias y relatado a dos empleados sobre la presencia del decano en el hotel. De alguna manera, ese mensaje no se transmitió.

Posteriormente, The Times intentó presentarle a Nikias evidencia del uso de metanfetamina y otras drogas por parte del decano. Pero el presidente y su equipo ignoraron o rechazaron las preguntas. Luego, después de que se publicara el artículo, Nikias y los principales líderes universitarios tuvieron el descaro de decir que estaban conmocionados e indignados, y que despedirían a Puliafito.

La USC sostiene que Nikias no supo de las acusaciones de Tyndall hasta después de que el ginecólogo ya había dejado su trabajo (con un acuerdo financiero de la universidad). Pero cuando se enteró, calló los resultados de la investigación durante meses, sin acudir a la junta médica ni ponerse en contacto con las antiguas pacientes. Eso es particularmente impactante, porque la USC acababa de pasar por el escándalo de Puliafito.

Nikias ha emitido múltiples disculpas por la forma en que la universidad manejó el caso de Tyndall. El martes publicó un “plan de acción” de 20 páginas que exige, entre otras cosas, la creación de varias oficinas, comisiones y líneas directas para atender las quejas de acoso y violaciones éticas.

Pero todas las líneas directas y comisiones del mundo no ayudarán a la USC a corregir su imagen, siempre y cuando sea dirigida por líderes que se niegan a enfrentar su propia culpabilidad.

Al igual que los líderes de la Iglesia católica y muchas otras instituciones que se han enfrentado a escándalos de reputación, Nikias respondió a la crisis tratando primero de proteger su marca, en lugar de a los miembros en riesgo de su comunidad. Hilary Schor, profesora de inglés que coescribió el documento del profesorado, dijo el martes: “El tono de la oficina del asesor jurídico de la universidad, del Departamento de Equidad y Diversidad, de los directores de departamento y rectores lo establece el presidente. El tono aquí ha sido encubrir, ocultar, negar y pagar acuerdos”.

Ese no es el tipo de liderazgo que la USC necesita para avanzar.

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