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Detrás de la historia: Toda una vida de escuchar a Pepe Aguilar y su familia se volvió, de pronto, algo personal

Pepe Aguilar
Pepe Aguilar se ajusta su traje de charro mientras la superestrella de la ranchera se prepara para actuar durante el “Jaripeo sin fronteras” en el Staples Center.
(Francine Orr / Los Angeles Times)
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Después de los Beatles, y quizá de Tupac, probablemente no exista alguien cuyas canciones haya escuchado más que la producción colectiva de la familia Aguilar, de Zacatecas: el padre, Antonio; la esposa, Flor Silvestre, y los hijos, Antonio Jr. y Pepe; así como los hijos de Pepe, Leonardo y Ángela.

Incluso cuando no siempre me importó su material.

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Sus rancheras, norteñas, cumbias, corridos y bandas han sido ineludibles en mi vida, y están incrustadas en mi ADN. Mi madre y mi padre, una buena década antes de conocerse, escuchaban a Antonio y Flor en el Million Dollar Theatre, en el centro de Los Ángeles, cuando eran adultos jóvenes que acababan de llegar a Estados Unidos desde el estado mexicano de Zacatecas, en el centro-norte del país, y necesitaban un respiro para sus duras vidas.

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Uno de mis primeros recuerdos es que mami y papi nos llevaron a mi hermana pequeña y a mí a un espectáculo de Aguilar a principios de la década de 1980, en el Centro de Convenciones de Anaheim. Eran padres jóvenes que querían enseñar a sus niños sobre su herencia, en un espectáculo de tres horas de duración que combinaba rodeo y música. Todo lo que puedo rememorar ahora es caballos y tierra, y haber pasado un buen rato. Mi papá recuerda que Antonio le dijo a un preadolescente Pepe - por entonces ‘Pepito’- “Saluda, mijo”, ante las risas y los amables aplausos de la audiencia.

Las canciones de Aguilar eran la banda sonora de las reuniones familiares, y se escuchaban en los viajes en automóvil desde Anaheim a Montebello, donde vive la mayor parte de mi familia paterna. Mi primera novia reproducía constantemente el éxito de 1992 de Pepe “Recuérdame bonito” en su Walkman, mientras tomábamos el autobús de regreso a casa desde Sycamore Junior High, en Anaheim; tres años después, el álbum de Antonio “15 éxitos con tambora” fue el primer CD que compró mi padre. Eran tan omnipresentes, que eventualmente comencé a ignorarlos.

Como la mayoría de los hijos de inmigrantes mexicanos en Estados Unidos, finalmente cuestioné por qué mis padres tenían tanta afinidad con una música que no sólo sonaba anticuada, sino que yo sentía que no estaba a la altura de la obra de artistas mexicanos más grandes, como Pedro Infante, Vicente Fernández y Los Tigres del Norte.

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No importaba: no podía escapar de cualquier cosa que hicieran los Aguilar. Mis padres incluso miraban las películas de Antonio, óperas ecuestres al estilo mexicano, en el Canal 22, cuando era todavía Galavisión.

Por suerte, como cualquier buen hijo de inmigrantes mexicanos en Estados Unidos, eventualmente me espabilé.

La lista de canciones de los Aguilar

Me di cuenta de que mis padres veían a nuestra familia reflejada en la dinastía Aguilar. Se identificaban con Antonio y Flor, personas como ellos, que habían dejado México para trabajar y mejorar la vida de sus hijos. Veían en Pepe a mis hermanos y a mí: niños nacidos en Estados Unidos, que crecían a ambos lados de la frontera y que podrían haber rechazado su mexicanidad por un buen tiempo, pero finalmente llegaron a abrazarla como una forma de hacerse camino en el norte. Y en Leonardo y Ángela, veían a los hijos de mis primos, milenios totalmente asimilados, que saben que hay valor en los modos de sus mayores. ¿Lo más importante? La música era buena.

Reseña de 1966 publicada en Los Angeles Times, de un concierto de Antonio Aguilar en el Million Dollar Theater.
(Los Angeles Times)

Cuando todo hizo clic, me volví un fan. Y a medida que aprendí más sobre la historia de Aguilar, pensé en la idea de mi Column One de esta semana: no eran sólo la realeza del entretenimiento mexicoamericano, sino quizás la dinastía musical más importante del sur de California. Su saga habla de la región que fuimos, somos y en la cual nos estamos convirtiendo; y fue reproducida en múltiples estadios del sur del estado en los últimos 60 años.

(¿Qué tan ‘L.A.’ son los Aguilar? Eche un vistazo a este clip de Pepe interpretando, en 2014, el estándar “Un puño de tierra” acompañado por la banda Spirit of Troy, de la USC).

Escribir mi artículo sobre Pepe y su familia fue una alegría personal y profesional. Pero también se volvió una cuestión conmovedora, debido a mi madre.

El 8 de septiembre, cuando “Jaripeo sin fronteras” -la actualización de Pepe del espectáculo de su familia- llegó al Honda Center, asistieron también mi hermana, mi hermano, mi cuñado y mi padre. Era nuestra primera noche familiar en la ciudad desde que mami falleció, en abril.

El “Jaripeo sin fronteras” en el Honda Center de 2018 fue el último concierto al que ella había ido, y una de sus últimas salidas. No le importaba estar recibiendo quimioterapia: a mi mamá le encantaba escuchar la música de Pepe y no iba a dejar que un cáncer en su etapa final se interpusiera en un buen momento.

Mientras disfrutábamos de Pepe y su clan este año, recordamos cuando pedí algunos favores para que mami pudiera encontrarse con él, detrás de la escena, después de un show de 2016 en el Tony Renee y Henry Segerstrom Concert Hall, en Costa Mesa. Vestida con tacones, joyas, un chal rojo y un bolso negro, mi madre le dijo a Pepe que lo recordaba actuando cuando era niño, y que estaba orgullosa de lo que su familia había logrado en nombre de todos los zacatecanos. Además, le dijo a Ángela que era tan hermosa y talentosa como su abuelita, Flor Silvestre.

Mis hermanas dicen que hasta el día de hoy nunca vieron a mami más feliz que cuando nos presentó a nosotros, sus chicos, a Pepe y su familia: un sueño americano se encontraba con otro.

Para leer esta nota en inglés haga clic aquí

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