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Los desamparados enfrentan cada vez mayores dificultades por el cierre de los espacios públicos por la pandemia

A man sits on a folding chair next to a tent
P.J. Butters, de 44 años, vive en una tienda de campaña en Homewood Avenue en Hollywood.
(Al Seib / Los Angeles Times)
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Tengo un techo sobre mi cabeza. Tengo un lugar caliente. Tengo luz. Tengo más de un baño para elegir. Tengo una cocina llena de comida.

La semana pasada, me propuse investigar a las personas que vivían en las calles de mi vecindario de Hollywood porque no podía dejar de pensar en los alcances de mis privilegios.

No podía dejar de pensar en lo agradecida que debería estar por mi cálido hogar, incluso si la pandemia de COVID-19 a veces me hace sentir como una loca dentro de mi casa.

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A muchos de nosotros nos irritan en este momento las restricciones pandémicas para comer dentro de un restaurante o ir a un café o navegar por los estantes de una biblioteca pública.

Pero no podía dejar de pensar en lo difícil que es el que estén cerrados estos espacios interiores comunes para aquellos de nosotros que no tenemos ningún espacio al interior que podamos llamar nuestro.

Las personas que vivían en nuestras calles solían poder entrar en bibliotecas públicas y cafeterías para usar los baños, cargar teléfonos celulares y conectarse al WiFi, para encontrar un respiro de la dureza de vivir al aire libre. Algunos obtuvieron membresías baratas en gimnasios para tener acceso rápido a las duchas, lo que es especialmente útil cuando tienes un trabajo, pero no un hogar.

Ahora las temperaturas están bajando y se avecinan días de lluvia, y la mayoría de esas opciones no están disponibles, mientras que el refugio, así como los baños públicos y las estaciones de lavado de manos siguen siendo demasiado escasos.

P.J. Butters, de 44 años, cuya carpa está agrupada con otras en una comunidad cerrada en una cuadra perpendicular a Vine Street, dijo que ahora se cuela en los estacionamientos que tienen fuentes de electricidad para cargar su teléfono y usa un balde para limpiarse lo mejor que puede en un grifo que encontró en un callejón cercano.

Tom Ponzo, de 51 años, acampando en una calle lateral al norte de Hollywood Boulevard, dijo que los restaurantes cercanos que todavía están abiertos no permiten que las personas sin hogar entren para usar sus instalaciones. Puede reservar citas para las duchas en una iglesia local a unas cuadras de distancia. Pero debido a que no hay baños públicos a mano, él y sus vecinos sin vivienda a menudo tienen que recurrir a bolsas y cubetas cuando necesitan ir al baño.

“Esperamos que no haya nadie cerca cuando lo hacemos. Es vergonzoso”, me dijo.

Estas son personas que también tienen que preocuparse, como todos nosotros, por mantenerse bien en una pandemia mortal. Pero a diferencia de muchos de nosotros, a menudo ni siquiera pueden lavarse las manos fácilmente y, en el mejor de los casos, cuentan con una fina membrana como carpa para protegerlos de los demás.

Mi vecindario siempre tiene más personas sin hogar que la mayoría porque cuenta con más servicios disponibles para ellos. Naturalmente, es útil acampar cerca de donde se puede obtener ayuda.

Pero el número ya considerable de personas que vivían en las calles de mi vecindario antes de la pandemia me parece que ha ido creciendo constantemente.

Es un desafío tanto para el resto del vecindario como para los otros residentes y los dueños de negocios que, a menudo, expresan su frustración cuando la basura se acumula en los campamentos y las aceras están bloqueadas por carpas.

Y ciertamente hay más carpas. En algunas áreas, se extienden una tras otra, por las aceras de cuadras enteras y luego alrededor de las esquinas hacia otras cuadras.

Sin embargo, lo que he llegado a entender es que ver más tiendas de campaña en este momento puede ser una buena señal, porque muchas de ellas han sido entregadas por equipos de extensión comunitaria que trabajan tan duro como pueden para tratar de mantener bien a los que carecen de vivienda. Estos equipos controlan diariamente a las personas, las examinan, distribuyen desinfectantes y mascarillas, y entregan tiendas de campaña para permitir algo parecido a la ordenanza de ‘Safer at Home’ incluso cuando el hogar es la calle.

Si no hay una cama o una habitación disponible para alguien que da positivo por el virus, “al menos pueden aislarse en una tienda”, dijo Nathan Sheets, director del Centro Blessed Sacrament, una organización sin fines de lucro de Hollywood que ha estado dirigiendo uno de los equipos de extensión con personal médico de la Clínica Comunitaria Saban.

Obviamente, aislarse en una tienda de campaña no es ideal, dijo, pero vale la pena señalar que Los Ángeles, afortunadamente, no ha tenido el alto número de casos de COVID en la población sin hogar que muchas personas temían al comienzo de la pandemia.

Algunos de los que viven en las calles de mi barrio ni siquiera tienen carpas. Se tiran en la acera dura bajo sábanas o mantas delgadas. Construyen cobertizos con cajas de cartón y bolsas de basura negras y lonas. Justo debajo de la autopista 101, a pocas cuadras de mi casa, en una pendiente de tierra que se desmorona y se convierte en barro cuando llueve, alguien ha obtenido un poco de privacidad al levantar muros con hojas de palma y trozos de madera.

Por cierto, a veces me resulta incómodo acercarme a una vivienda así, gritar “hola” a una tienda de campaña con cierres o un refugio de lonas colgadas. A menudo tengo que armarme de valor para invadir tan abruptamente el espacio de alguien que tiene pocos medios para defenderse de esa invasión.

Siento profundamente esa vulnerabilidad cuando veo una tienda con candado porque un candado en el cierre de la puerta ofrece claramente muy poca protección real.

Homeless living in tents along Homewood Avenue in Hollywood
Rubén A. Colón, que vive en una tienda de campaña en Carlos Avenue en Hollywood, se llama a sí mismo un “peregrino urbano”.
(Al Seib/Los Angeles Times)

“Tienes que encontrar una buena comunidad donde instalarte”, señaló Rubén A. Colón, de 37 años, cuyo campamento inmaculado tiene excelentes vistas del letrero de Hollywood y el edificio de Capitol Records, que encontré a media docena de cuadras de mi casa. Colón prefiere referirse a sí mismo no como un vagabundo sino como un “peregrino urbano”, me dijo. Y le encanta leer y aprender, y solía pasar días enteros, especialmente los lluviosos, en varias bibliotecas.

“Por lo general, me conectaba, leía un libro, salía con algunos amigos, lo mantenía bajo control”, comentó. Ahora camina por el vecindario, se abriga en los días más fríos y recoge libros para leer en las Little Free Libraries que encuentra en las calles residenciales.

Cuando salí a la calle a preguntarle a la gente cómo se siente estar sin casa durante este tiempo, esperaba escuchar que se sentían más aislados que nunca. Porque este año, no se trata solo de que no puedan sentarse en un Starbucks o McDonald’s o pasar un día en una biblioteca. Incluso las cenas habituales de pavo fueron para llevar esta semana porque las organizaciones que se dedican a ayudarlos no pueden darles la bienvenida con seguridad al interior de sus recintos.

El Centro, por ejemplo, normalmente invitaría a todos los asistentes a su patio la mayoría de los días de la semana para la “Coffe Hour” (hora del café). Está destinado a ser un momento para que quienes viven en la calle puedan conectarse con los demás, relajarse y crear un sentido de comunidad, y comenzar a buscar ayuda si eso es lo que quieren. En estos días, me dijo Sheets, cada vez más personas “se presentan a nuestras puertas con necesidades. Algunos han perdido sus ingresos y viven en sus autos o tal vez todavía tienen una vivienda precaria pero no cuentan con suficiente dinero para la comida”.

Ruben A. Colon, who lives in a tent on Carlos Avenue in Hollywood, calls himself a "Urban Pilgrim"
Rubén A. Colón, que vive en una tienda de campaña en la Avenida Carlos de Hollywood, se llama a sí mismo “Peregrino Urbano” mientras que él y sus vecinos sin hogar disfrutan de la tranquilidad del lugar.
(Al Seib/Los Angeles Times)

Sin embargo, no hay una manera fácil de configurar el patio de manera segura durante la pandemia, cuando el personal está tratando de atender a una gran cantidad de personas. Así que la gente hace fila fuera de la puerta, bloqueada por una mesa, donde el personal enguantado y enmascarado usa una caja para pasarles tazas de café, comida y su correo si están usando el Centro como dirección postal, y toman sus dispositivos para una hora de carga.

Conocí a Adam Montas, de 31 años, afuera del Centro una mañana y me dijo que esto le ayudó porque, de lo contrario, hubiera tenido que tomar el autobús a Beverly Hills, donde hay algunas tomas de energía en los parques. También conocí a un hombre que no quiso dar su nombre, pero me comentó que era plomero y que durante meses no ha tenido trabajo y que estaba luchando para llegar a fin de mes y conservar su vivienda.

Parecían lo suficientemente agradecidos por Coffee Hour en su forma actual, incluso si no es la experiencia comunitaria que solía ser.

Y mientras deambulaba por las calles del vecindario deteniéndome en pequeños grupos de tiendas de campaña para hablar con la gente, escuché algo más que no esperaba del todo. En Vine Street, Butters me dijo que ahora hay un nivel menor de acoso con menos de nosotros compitiendo por el uso de las aceras y que más personas que viven en apartamentos y casas cercanas se detienen para ofrecer comida y agua y ver cómo están él y sus amigos.

Una de esas amigas, Cece McNeil, de 28 años, se subió a una bicicleta mientras hablábamos de eso y dijo que pensaba que la experiencia de la pandemia podría haber ablandado a la gente. Ha estado dentro y fuera de las calles, reveló, desde que dejó una mala situación familiar en Compton cuando tenía 14 años.

“Antes, no estaban preocupados por nosotros. Nos ven aquí todos los días y piensan, ‘lo están logrando, saben qué hacer’. Mucha gente, antes no tenía el corazón así”, dijo. “Ahora muchos nos traen cosas, y lo hacen por la bondad de su corazón, sin siquiera buscar casi nada a cambio. Porque pronto podrían ser ellos, nunca se sabe”.

Escuché comentarios como ese una y otra vez mientras hablaba con la gente. Y también asimilé otras cosas que me hicieron sentir un poco más agradecida.

Sheets me dijo que las personas que viven cerca del Centro han estado “saliendo de las sombras”, ofreciéndose como voluntarias. Algunos tienen más tiempo disponible porque no viajan diariamente. Otros pueden ver su entorno con mayor claridad a medida que pasan más tiempo confinados en un área pequeña.

“Creo que el apetito por ayudar está ahí, y pienso que la gente está buscando algo para llenar el vacío o el aislamiento que sienten, para hacer algo más”, dijo. “Se les han abierto los ojos de que hay una inmensa necesidad en las calles de su vecindario”.

También siento eso en las salas de chat de mi vecindario, donde los enojados por la gran presencia de personas sin hogar a menudo han gritado a quienes se atrevieron a hablar sobre ayudarlos. Ahora parece que más gente se pregunta qué pueden hacer para unirse.

Porque todos estamos luchando a nuestra manera en este momento. Y todos sabemos que hay más gente en las calles que lugares para acomodarlos. Y es difícil encontrar trabajos y viviendas asequibles, incluso cuando tu tienes todo en regla, lo que por un montón de razones, muchas personas en las calles no lo tienen.

Y está la pandemia, que aún continúa.

Me gustaría pensar que todos entendemos un poco mejor viviendo a través de esto, pues la membrana que hay entre cualquiera de nosotros y el peligro es delgada, pero es aún más delgada si vives en la calle en una tienda de campaña.

Para leer esta nota en inglés haga clic aquí

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