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Oda a una maestra derrotada por el COVID-19 y al niño que dejó atrás

Lisa Agredano, a la izquierda, y su hijo, Manny, eran amigos de la reportera de L.A. Times, Hailey Branson-Potts.
(Agredano family)
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Dos semanas antes de Navidad, Lisa Agredano le pidió a su hijo de 15 años, Manny, que abriera algunos de los regalos que le compró.

“No, mamá, espera hasta Navidad”, le dijo con suavidad. “Quiero que sea una sorpresa”.

Lisa, una madre soltera de 50 años, insistió. Le había comprado ropa nueva a su único hijo de su equipo de fútbol favorito, los Raiders de Las Vegas, y quería ver cómo los abría. Manny cedió a los deseos de su madre.

Ese mismo día, Lisa, mi amiga, me envió un mensaje de texto: Tengo miedo de que no me baje la fiebre.

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Ella había dado positivo por COVID-19 unos días antes, pero no quería ir al hospital. No quiero dejar a mi Manny, escribió.

A las 9:56 a.m. del domingo 13 de diciembre, sonó mi teléfono. “Lisa Agredano”, decía. El alivio se apoderó de mí, pues no había respondido a los mensajes. Entonces escuché la voz de Manny.

“Mi mamá murió anoche”.

Manny vivía en Lawndale con su madre y su abuelo, Manuel, el hombre que le dio nombre. Cinco días después de perder a su madre por el coronavirus, el estudiante de segundo año de Lawndale High School, de voz suave, también perdió a su abuelo de 83 años.

Como reportera que cubre el coronavirus en California estos últimos 10 meses, yo, como tantos estadounidenses, me había vuelto casi insensible a los horrores diarios: la cantidad de nuevos casos, la cantidad de nuevas muertes. ¿Cómo se procesa tanta tragedia? ¿Cómo puedes pensar en eso?

Para mayo, cien mil estadounidenses muertos. Para noviembre, un cuarto de millón. Para este mes, 300.000.

Durante la mayor parte del año, le agradecí a Dios que nadie cercano a mí se hubiera enfermado. En noviembre todo cambió. Mi abuelo, un mecánico diésel y agricultor de trigo de la zona rural de Oklahoma que me enseñó que “un vaquero nunca se sienta de espaldas a la puerta”, murió de complicaciones del COVID-19 el 15 de noviembre, el mismo día en que el abuelo de un colega también falleció.

Los números diarios, los nuevos casos, de repente se convirtieron en nombres que conocía. Miembros de la familia inmediata. Amigos.

Y luego perdimos a Lisa.

La conocí hace dos años en la guardería de South Bay, donde trabajaba en la sala de bebés. Yo era una nueva madre que traía a mi hijo Charlie de 6 meses, quien iba a ser cuidado por alguien fuera de nuestra familia por primera vez. Agonizaba por dejar a mi hijo.

Pero con una sonrisa tímida, Lisa, que no me llamó por mi nombre de pila, sino como “mamá” incluso mucho después de que nos hicimos amigas, me aseguró que todo estaría bien.

Todos los días, Lisa me quitaba a mi chico de ojos azules tan pronto como entraba, envolviéndolo en un abrazo. “¡Ahiiií está mi Charlie Charlie!” exclamaba mientras él iba hacia ella.

Lisa llamaba a todos los bebés en esa habitación “mis bebés”. Cantaba “Twinkle, Twinkle, Little Star”, desafinada pero con entusiasmo, y les enseñó el lenguaje de señas: Por favor, más, todo listo y leche.

Era casi como si crecer y salir de la habitación del bebé fuera la máxima ofensa. Cuando mi hijo empezó a caminar, ella trató de ocultárselo a otros profesores para que él pudiera quedarse un poco más. El día que se mudó a la habitación de niños pequeños, ella lloró.

Lisa Agredano con el hijo de la reportera, Charlie, en noviembre de 2019.
(Hailey Branson-Potts / Los Angeles Times)

Como originarios de la zona rural de Oklahoma, mi esposo y yo no tenemos familia en California, así que cuando ella se ofreció a cuidar niños, la aceptamos. Así fue como conocimos a Manny, un niño alto con gafas que comparte los amables ojos marrones de su madre.

Durante años, Lisa cuidaba niños por las noches, incluso después de un día de trabajo que comenzaba alrededor de las 6:30 a.m., y a menudo llevaba a Manny para que pudieran pasar más tiempo juntos. Mi hijo se acercó a Manny de inmediato, trepó por encima de él y le mostró sus juguetes Buzz Lightyear y Sheriff Woody.

Eventualmente, Lisa y Manny vendrían solo para cenar y jugar con nosotros en el parque. Una tarde, ella y yo vimos cómo Manny ayudaba a Charlie a hacer burbujas.

“Es hermoso, mamá”, dijo de mi hijo.

Del suyo, dijo, casi para sí misma: Tiene tan buen corazón.

Lisa nació en el Torrance Memorial Medical Center el 29 de diciembre de 1969 y era la menor de siete hermanos. Le encantaban las muñecas y su padre, Manuel, un conductor de montacargas que llegó a Estados Unidos cuando era joven desde Guadalajara, México, siempre le traía nuevas, dijo Joyce Alonso, su sobrina de 35 años de Torrance.

Lisa podía ser tímida e insegura de sí misma, una parte de su personalidad; me comentó una vez, que provenía de ser una niña regordeta. Un alma sensible, constantemente decía: “Lo siento”.

Su película favorita era “Dumbo” de Disney, en la que la mamá elefante, la Sra. Jumbo, está encerrada en un vagón de circo después de atacar a un grupo de humanos que se burlaban de su hijo por sus orejas enormes. La canción más conocida de esa película dice así: Bebé mío, seca tus ojos / Descansa tu cabeza, cerca de mi corazón. Nunca aparte.

Manny Agredano, center, is pictured with his grandfather, Manuel, and his mother, Lisa
Manny Agredano, centro, con su abuelo, Manuel, y su madre, Lisa, quienes murieron de COVID-19 en Diciembre de 2020.
(Agredano family)

Para Lisa, su hijo siempre fue “mi Manny”.

“Cuando se enteró de que estaba embarazada de Manny, se sintió muy emocionada”, dijo Joyce. “Ella siempre quiso un bebé, y cuando llegó Manny, él era su orgullo y alegría”.

Manny me dijo una semana después de su muerte que él había acompañado a Lisa a trabajos de niñera desde que era pequeño. Si bien puede ser agotador ir después de la escuela, compartieron muchos momentos dulces.

“Me enseñó mucho cómo cuidar a los niños”, dijo. “Soy bueno en eso ahora. Era buena para calmar a los bebés y hacerlos reír”.

Sabía que “ella quería que yo tuviera cosas bonitas, por eso trabajaba muy duro”.

Le encantaba hacer reír a Manny. En el auto, ponía música en español a todo volumen, bajaba las ventanillas y cantaba hasta que escuchaba: “¡Mamá! ¡Sube las ventanas!”.

Lisa quería trabajar con niños con necesidades especiales y estudió lenguaje de señas en El Camino College, donde le faltaba una clase para obtener un título.

“Terminó trabajando con bebés, pero resultó ser algo que amaba”, dijo Manny.

El mes pasado, Lisa y Manny fueron a un mercado Vons, donde un hombre que trabajaba detrás del mostrador en la panadería tenía problemas de audición. Comenzaron una larga conversación en lenguaje de señas, y ella dijo las palabras en voz alta para Manny.

Le preocupaba estar un poco ‘fuera de forma’. Pero el hombre “le dijo que era buena en eso. La hizo feliz”, relató Manny.

Manny sabía que su madre podía asustarse fácilmente. Si se perdía mientras conducía, se le llenaban los ojos de lágrimas hasta que él la calmaba y miraba hacia arriba. Durante los vuelos anuales a la Ciudad de México para visitar a la familia, ella se sentaba entre su padre y su hijo, apretando sus manos.

“Se sentía bien”, dijo Manny. “Tenía que mantenerla tranquila. A veces debía ser el valiente en la situación”.

Cuando el mundo se detuvo a mediados de marzo al tiempo que la pandemia se convirtió en realidad, me encontré llorando de nuevo camino a la guardería de Charlie, que permaneció abierta incluso cuando las escuelas comenzaron a cerrar rápidamente. ¿Estábamos haciendo lo correcto? Le pregunté a mi marido. ¿Estábamos manteniendo a nuestro hijo a salvo? ¿Estábamos poniendo en riesgo a sus maestras, a las mujeres que amamos?

Pero luego vimos el sedán Toyota azul de Lisa estacionado en su lugar habitual junto a la puerta principal. La vimos sonriendo, desde detrás de un protector facial al principio, luego toda una serie de mascarillas faciales de Disney a medida que las semanas se convertían en meses.

Ella estaba feliz de seguir trabajando, me dijo. Y tenía la suerte de seguir con empleo también, agregó.

Me dolió no poder hablar con ella tanto durante la pandemia, cuando se les pidió a los padres que no se quedaran en las aulas. Gritábamos holas a través de nuestras mascarillas y saludábamos. Me dijo que le preocupaba Manny y la educación en línea.

Luego, temprano en la mañana del 12 de abril, domingo de Pascua, me envió un mensaje de texto: Buenos días, mamá, anoche perdí a mi hermano.

Su hermano, Jessie Garibaldo, tenía 55 años. Falleció por COVID-19.

Incluso en su dolor, todo para ella se trataba de esos bebés. Antes de enfermarse ella misma a principios de diciembre, Lisa ya había terminado de hacer regalos de Navidad para todos los padres: portavasos con las fotos de los niños.

En el trabajo, la gran risa de Lisa se podía escuchar en todas las habitaciones, y sus colegas siempre estaban tratando de contagiarse de ella.

Margie Molina, su compañera de trabajo y amiga, se acercaba sigilosamente por detrás de ella, se escondía junto a la puerta si salía del baño, salía hacia ella cuando estaba tomando agua.

“¡Pinche señorita Margie! ¡Me asustaste!”, gritaba Lisa cada vez, antes de que Margie la abrazara rápidamente.

“Era súper divertida, muy emocional, pero divertida”, dijo Margie, de 30 años. “Eso es lo que era Lisa... Su risa es una de las cosas que no olvidaremos”.

Margie consiguió que Lisa le enseñara un poco de lenguaje de señas, incluidas algunas malas palabras. Y le dijo a Lisa que, como alguien criada por una madre soltera fuerte, realmente admiraba que ella llevara a Manny con ella para cuidar a los niños y así tuvieran ese tiempo juntos.

No puedo contar cuántas veces desde la muerte de Lisa comencé a llorar al pensar que ella no estaría allí para ver crecer a mi Charlie. Ahora tiene 2 años. No recordará a esta amiga que lo amaba tanto.

Y su Manny: está rodeado de una familia que lo ama y se ha mudado con Joyce.

Pero después de lo que COVID-19 le quitó al adolescente, todo lo que quiero hacer es decirle lo que Lisa siempre decía: lo siento.

Menos de 48 horas después de la muerte de Lisa, se administraron las primeras vacunas contra el coronavirus en Estados Unidos. Cuando hablé con él la semana pasada, Manny dijo que estaba tan feliz de que hubiera una vacuna aquí.

“Si tan solo”, agregó, “hubiera sido mucho antes”.

Dijo que siempre recordaría la alegría de su madre y la forma en que ella la compartía.

“Me siento bien”, aseguró el niño con la sonrisa tímida de su madre.

“Sé que mi mamá querría que yo fuera feliz”.

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