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Columna: Exigir equidad racial para la vacunación contra el COVID-19 es imperativo; se lo debemos a los trabajadores esenciales

A healthcare worker gets a COVID-19 vaccine at St. John's Well Child & Family Center.
Ángel Martínez, de 26 años y empleado en el área de la salud, recibe una vacuna Pfizer-BioNTech contra el COVID-19 en el St. John’s Well Child & Family Center, en Los Ángeles, el mes pasado.
(Irfan Khan / Los Angeles Times)
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Andrew Diego no tenía idea de lo que estaba pasando al otro lado de la calle de Harun Coffee, en el sur de Los Ángeles, el martes. El joven barista estaba haciendo su trabajo, preparando pedidos de café con leche y bebidas frías.

Sin embargo, era el ejemplo perfecto de por qué un grupo de activistas y líderes sindicales negros y latinos exigían equidad en las vacunas, en una conferencia de prensa convocada a toda velocidad en el cercano Leimert Park.

En lo que ahora se convirtió un estribillo familiar, los activistas pidieron a Los Ángeles que ignorara las pautas del gobernador Gavin Newsom de priorizar a las personas para las vacunas COVID-19 basándose exclusivamente en la edad, y volver a inmunizar a los trabajadores esenciales -la mayoría de los cuales son latinos y negros- y a otros con alto riesgo. En otras palabras, gente como Diego.

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“Pedimos al gobierno local que se haga cargo del plan original que el estado de California había implementado”, afirmó Simboa Wright, miembro de la junta del Sindicato Internacional de Empleados de Servicio Local 721. “Algunos trabajan para servir al público todos los días, todas las noches, 24 horas y siete días a la semana, para asegurarse de que se presten los servicios necesarios a todos”.

Diego es muy consciente de los riesgos de atender a extraños como yo, que podrían ser portadores del coronavirus. Pero “trato de no pensar en eso”, afirmó, encogiéndose de hombros.

Sospecho que es un sentimiento común, y no solo entre los trabajadores esenciales. A aquellos de nosotros que nos beneficiamos de la voluntad de otros de arriesgar sus vidas para servirnos tampoco nos gusta pensar en que somos cómplices de la propagación del COVID-19. Que somos partícipes involuntarios solo porque tenemos que ir al supermercado e interactuar con los cajeros o hacer algo mucho menos esencial, como pedir un café frío a un barista.

De una forma u otra, nos guste o no, todos estamos atrapados en un sistema que ha convertido las desigualdades económicas y raciales existentes en California en desigualdades de vida o muerte durante una pandemia. Y como todos jugamos un papel en esta transformación, todos debemos contribuir para la equidad de la vacunación.

Piense en las cosas que ha hecho recientemente, que ponen en riesgo a otras personas. Podría ser pedirle a un trabajador de Instacart que compre por usted, o ir a comer al patio de su restaurante favorito. O, tal como yo, usted podría ser uno de los millones de estadounidenses que se han mudado desde el comienzo de la pandemia, según el Pew Research Center.

Para mí, eso significó trasladarme a un nuevo apartamento con balcón en el oeste de L.A., algo que siempre había deseado. Pero averiguar cómo hacerlo de forma segura era otro asunto. Después de todo, estamos en una pandemia, y yo vivo sola.

Entonces, hice lo que haría cualquier profesional de 40 y tantos años, temerosa del coronavirus y con algo de dinero extra en el banco: compré un tráiler y transporté tantas cosas como pude por mí misma. Luego contraté a trabajadores esenciales para que hicieran el resto.

Unos días después, dos hombres llegaron en una vieja Toyota Highlander. Ambos latinos, ambos de nombre Mario. No era posible que supieran si yo tenía coronavirus o no, pero su trabajo les exigió arriesgarse a pasar tiempo respirando el aire en mi apartamento.

Mario nro. 1 tenía puesta una mascarilla de tela.

Mario nro. 2 tenía una máscara KN95, más gruesa.

Mario nro. 1 tenía una tos profunda, que fingí no escuchar.

Mario nro. 2 claramente hacía lo mismo.

Mario nro. 1 dijo que trabajan seis días a la semana, trasladando gente de casa en casa y de apartamento en apartamento, por todo Los Ángeles.

Ambos Marios son trabajadores esenciales, entre los millones que existen en el condado de Los Ángeles. Los dos arriesgan sus vidas por un sueldo necesario y para hacer la vida más cómoda para personas como yo, que tenemos el privilegio de trabajar desde casa y pagar para mudarnos a un apartamento mejor, mientras que muchos otros han estado viviendo con el temor de ser desalojados.

Ambos hombres tienen familias, y los dos están a años de cumplir 65 años. Eso significa que, según las pautas actuales de California, los dos Marios no son elegibles para recibir la primera dosis de la vacuna contra el coronavirus (aunque, con el gobernador Gavin Newsom, sabemos que las normas están sujetas a cambios).

Mucho de esto parece incorrecto; tan terriblemente injusto.

Según los últimos datos, la cantidad de residentes latinos que mueren a causa del COVID-19 sigue aumentando rápidamente. En noviembre, en promedio durante un período de dos semanas, fallecían cerca de 3.5 residentes latinos por día. En enero, esa tasa era de 40 por cada 100.000. La tasa de mortalidad de los habitantes latinos del condado de L.A. es ahora casi el triple que la de los residentes blancos.

Los negros, que también trabajan de manera desproporcionada en tareas esenciales, actualmente mueren a una tasa un 50% más alta que la de los blancos.

Pero, como la directora de Salud Pública del condado de Los Ángeles, Bárbara Ferrer, les dijo a mis colegas Rong-Gong Lin II y Luke Money, la “brecha entre las experiencias de los miembros de nuestra comunidad latina y todas las demás es francamente aterradora”.

La presidenta del Concejo Municipal de Los Ángeles, Nury Martínez, tiene razón al seguir presionando para que el gobierno ayude a vacunarse a las personas con mayor riesgo de contraer el coronavirus.

Hasta ahora, alrededor del 7.4% de todos los californianos han recibido al menos una dosis, lo cual coloca al estado en el tercio inferior de la escala, en comparación con otros estados y territorios de EE.UU, según el rastreador de vacunas de The Times.

Las disparidades raciales abundan aquí y en otros lugares. Pero han sido particularmente mortales en este lugar, porque Los Ángeles tiene una cantidad desproporcionada de viviendas superpobladas -generalmente definidas como aquellas donde hay más de una persona por habitación- y millones de trabajadores esenciales viven en condiciones de hacinamiento. En el sur de Los Ángeles, donde la mayoría de los residentes son latinos o negros, casi uno de cada cinco hogares está superpoblado.

“Si no nos enfocamos en la equidad ahora, les diré quién va a recibir la vacuna: serán aquellos que tengan el lujo de quedarse en casa y de enviar a sus hijos a escuelas privadas y módulos de aprendizaje locales”, afirmó Martínez el mes pasado. “Y no recibirán la vacuna las niñeras, las empleadas domésticas, las amas de llaves y los jardineros, las personas que llevan nuestros víveres, que preparan nuestra comida todos los días, que entregan nuestro correo y limpian nuestras calles”.

El riesgo de más enfermedad y muerte vuelve a aumentar ahora que, una vez más, se permite comer al aire libre en Los Ángeles.

La Dra. Sheila Young, profesora asistente en la Universidad Charles R. Drew que lideró la iniciativa de divulgación para las pruebas de coronavirus en el sur de Los Ángeles, se siente preocupada por esto mismo, después de que Newsom sorprendiera a los funcionarios de salud pública al levantar la orden de aislamiento en el hogar en toda California. “Una de las cosas que me preocupa mucho es la reapertura de todo. Vamos a ver un aumento en los casos”, expuso. “Hay que considerar: ¿Quiénes son las personas que cocinarán los alimentos y servirán en estos restaurantes? ¿Qué lugar ocupan en la fila para vacunarse? Ninguno”.

Los dos Marios y Andrew Diego tampoco están en la fila.

El martes, el secretario de Salud y Servicios Humanos de California, Dr. Mark Ghaly, insistió en que el estado no abandonó la equidad racial en su intento por distribuir las dosis de las vacunas más rápido. Los detalles de cómo procederán los funcionarios de salud pública se darán a conocer próximamente, al parecer. “Esta noción de que tenemos que elegir entre la rapidez en las vacunas y la equidad, no se trata de una elección”, remarcó durante una conferencia de prensa, casi al mismo tiempo en que los activistas hablaban con reporteros en Los Ángeles. “Eso es un postulado falso; podemos hacer ambas cosas”.

Realmente, así lo espero. Hacer lo contrario y seguir dejando que mueran los más vulnerables es el epítome del privilegio y los derechos en este condado de muy ricos y muy pobres, donde alrededor del 75% de los residentes no son blancos.

Si vamos a seguir dependiendo de los latinos y negros que corren un alto riesgo de contraer COVID-19 y contagiarlo a sus familias, porque viven en apartamentos superpoblados, entonces la equidad en la distribución de vacunas debe ser el imperativo principal.

Mario nro. 1 tosió mientras volvía a subir a la Highlander.

Mario nro. 2 tomó mi pago y se despidió. Tenían otro trabajo que hacer.

Lo que sea que les pagué, no fue suficiente.

Para leer esta nota en inglés haga clic aquí

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