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L.A. los hundió en deudas; ¿podrá encontrar esta familia una vida mejor en la California rural?

Luz Puebla takes up a moving box in a kitchen
Luz Puebla empaca la cocina para la mudanza de su familia de Los Ángeles a la zona rural de Huron.
(Jason Armond/Los Angeles Times)
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Luz Puebla emprendió el largo viaje hacia el norte, con sus tres hijos menores amontonados en su vieja minivan.

Adelante, su esposo y su hijo mayor abrían el camino en un U-Haul, con 10 años de sus vidas empacados adentro.

En la Autopista Golden State, Puebla miró el horizonte del centro de Los Ángeles. “Miren”, dijo ella. “Podría ser la última vez que veas la ciudad en mucho tiempo”. No hubo respuesta de sus hijos, que se habían quedado dormidos.

Ellos condujeron por Tejon Pass, a través de millas de valles, luego huertos salpicados de árboles frutales y letreros que aún pedían “Destituyamos a Newsom”.

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Como tantos inmigrantes antes que ella, Puebla había llegado a Los Ángeles con poco más que una muda de ropa y la visión de un lugar grandioso y próspero, donde sus sueños podrían hacerse realidad.

Teenagers load a U-Haul truck
Ethan, a la derecha, y su hermano Ebani, a la izquierda, reciben ayuda de un pariente para cargar su U-Haul mientras se trasladan a la zona rural de Huron.
(Jason Armond/Los Angeles Times)

Pero en los últimos años, parecía que ella y su esposo, Eliazar Cabrera, no podían salir adelante.

El alquiler de su apartamento en South Gate iba a aumentar. En la pandemia de COVID-19, se redujeron las horas de Cabrera como encargado de mantenimiento.

No solo no podían ahorrar dinero, sino que también se estaban endeudando más.

Su puerta estaba a unos metros de una calle concurrida. El crimen y la falta de vivienda parecían empeorar. Con los niños en casa todo el día aprendiendo en línea, su apartamento era demasiado pequeño.

Entonces, en un día de otoño del año pasado, se dirigieron a Huron, una ciudad de 6000 habitantes sin semáforos, rodeada de campos de uva y pistachos.

Luz Puebla stands in the doorway of her apartment
Luz Puebla, parada en la puerta de su departamento, esperando llenar el U-Haul para la mudanza.
(Jason Armond/Los Angeles Times)

Mientras que algunos habitantes urbanos huyeron a regiones menos pobladas durante la pandemia, los inmigrantes de clase trabajadora se han quedado en su mayoría, atados a trabajos que requerían que se presentaran en persona, así como a las extensas redes de la gran ciudad.

Puebla, de 44 años, se encuentra entre los relativamente pocos que se han ido de Los Ángeles, durante mucho tiempo un faro para los inmigrantes de América Latina y Asia.

La gente cuestionaba su decisión. ¿Qué harían los niños para divertirse? Es posible que no tengan la misma oportunidad de triunfar allí. Pero Puebla y su esposo decidieron que Huron era una oportunidad.

Luz Puebla and her children hang out in their small courtyard
Luz Puebla y sus hijos, de izquierda a derecha, Eros, Evolet y Ebani pasan el rato en el pequeño patio frente a su apartamento, en South Gate.
(Jason Armond/Los Angeles Times)

Puebla llegó a Los Ángeles en 2004, embarazada de ocho meses y huyendo de las amenazas de su novio. En un bolso, llevaba un par de calcetines y una muda de ropa.

Profesora de inglés en su Guadalajara natal, esperaba enseñar en EE.UU. Su madrina en Los Ángeles la había presionado para que viajara. Su padre también vivía en la ciudad, aunque no tenía hogar y estaba rodeado de malas compañías.

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Finalmente, ambos terminaron sin ser de mucha ayuda. Puebla comenzó su vida estadounidense sin un lugar donde vivir.

Después de dormir en un sofá, encontró un trabajo limpiando casas con la ayuda de una organización sin fines de lucro llamada Elizabeth House. Eventualmente, alquiló un pequeño apartamento en Pasadena con el bebé, Ethan.

Ella conoció a Cabrera cuando vino a arreglar su baño. A medida que su familia creció, se establecieron en South Gate.

Eliazar Cabrera hugs a relative
Eliazar Cabrera abraza a un pariente que acudió en ayuda mientras la familia se prepara para mudarse a Huron.
(Jason Armond/Los Angeles Times)

Durante 10 años, Puebla construyó la vida de sus sueños en su apartamento de dos habitaciones. Temprano cada mañana, bajaba las escaleras para empezar a cocinar. Alimentaba su alma meditando, practicando qigong o haciendo manualidades.

Como exmaestra, convirtió el apartamento en un salón de clases, que durante la pandemia incluía clases de español y pintura.

Alguna vez una comunidad industrial de mayoría blanca, South Gate ahora es 96% latina después de que muchos residentes se mudaran a los suburbios, en las décadas de 1970 y 1980.

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“Es asequible y cercano a muchas tareas que los latinos hacen en L.A., como servicios de limpieza, paisajismo y construcción”, remarcó Luis Nuño, profesor de sociología en Cal State Los Ángeles. “La gente se muda a donde hay trabajo y donde pueden vivir”.

Era el tipo de lugar donde Puebla y Cabrera podían afianzarse, con otros inmigrantes que les ofrecían apoyo social.

Cabrera, quien emigró a California desde México en la década de 1980, aprendió por sí mismo trabajos de mantenimiento y carpintería, y finalmente pasó a la administración de edificios. En 2016 se convirtió en residente permanente legal, mientras que Puebla seguía sin papeles.

Durante una década, la familia se las arregló principalmente con el salario del hombre. Puebla administraba su edificio de apartamentos a cambio de un alquiler más barato: $1000 en lugar de $1700 por una unidad similar de dos dormitorios.

La renta subió poco a poco, junto con el gas.

Ethan organizes boxes
Ethan organiza cajas mientras se prepara para mudarse de South Gate a la zona rural de Huron.
(Jason Armond/Los Angeles Times)

La pandemia los empujó más cerca del límite. Con las reparaciones en apartamentos pospuestas para evitar la transmisión del virus, las horas de trabajo de Cabrera se redujeron. Su deuda se disparó a más de $25.000.

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Los chicos -tres niños y una niña, de 9 a 17 años- se inquietaban y aburrían con la escuela por Zoom y las pocas oportunidades de salir de casa. Puebla hacía lo que podía para entretenerlos.

Sumado a ello, más personas sin hogar caminaban por el vecindario. Hubo un aumento en los tiroteos y dos autos fueron incendiados. “Donde vivimos, empezamos a ver más violencia. Más agresión. Solíamos sentirnos seguros como para enviar a nuestros hijos al 7-Eleven local o a la tienda de la esquina”, reconoció Puebla.

Un día de septiembre, sonó el teléfono de Cabrera. Era un administrador de apartamentos de Huron. En un viaje de cacería de codornices a la zona, les habían contado a sus amigos sobre sus problemas y pidieron referencias laborales.

Eso fue hace muchos meses. Ahora, la persona que llamaba le preguntó si Cabrera quería ser gerente de mantenimiento de tiempo completo y comenzar de inmediato.

La familia no lo dudó. Puebla creyó que la oferta de trabajo era una señal de Dios. El complejo de apartamentos tenía solo unos pocos años y obtendrían una unidad de tres habitaciones sin costo alguno.

Luz Puebla holds up a Halloween costume
Mientras empaca para la mudanza de su familia a Huron, Luz Puebla encuentra un viejo disfraz de Halloween que hizo para uno de sus hijos.
(Jason Armond/Los Angeles Times)

Mientras Puebla barría y trapeaba por última vez, recordó las Navidades y los Días de Acción de Gracias que habían compartido alrededor de la mesa del comedor.

Las marcas de lápiz en la pared rastreaban las alturas de sus hijos a lo largo de los años. Sus dos gatos, Tato y Tata, deambulaban entre cajas de cartón.

Puebla sacó su teléfono y grabó una imagen fuera de foco de sí misma. “Aquí estamos, en esta casa”, dijo, con los ojos húmedos. “Donde se criaron mis hijos. Mi hogar.”

La decisión de irse y la despedida habían sido un torbellino: alrededor de dos semanas de principio a fin. Después de cinco horas de viaje, llegaron a su nuevo hogar en la madrugada del 3 de octubre.

Al otro lado de la calle, una gran parcela de tierra se extendía por millas. Podían oír el viento; el humo de los incendios forestales en las montañas distantes obstruía el aire.

Fue un viaje que muchos inmigrantes e hijos de inmigrantes habían hecho al revés: del campo a la ciudad en la primera oportunidad que tuvieron.

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Para Puebla, después de una década de aglomeraciones y tráfico, el espacio abierto era liberador. “Fue como si me quitara una faja de la cintura”, reconoció. “Como si pudiera respirar de nuevo. Hasta donde ven los ojos, es una sensación de abundancia y libertad”.

Ella soñaba con su propio jardín y espacios abiertos para que sus hijos jugaran. Se enorgullecía de ser consciente del medio ambiente y fantaseaba con una vida autosuficiente.

The family gathers for a photo by their U-Haul
La familia se reúne para una foto después de llegar a su nuevo hogar.
(Jason Armond/Los Angeles Times)

La población de Huron fluctúa con las estaciones. Es un pueblo de trabajadores agrícolas inmigrantes, en su mayoría latinos. La avenida principal tiene un par de estaciones de servicio, supermercados y pequeños negocios: carnicerías, panaderías, taquerías.

Hay una escuela primaria y una escuela media, pero no hay preparatoria. Ethan, de 17 años, y Ebani, de 15, tendrían que tomar un autobús a Coalinga, a 19 millas de distancia.

Descargaron todas sus pertenencias en su apartamento del segundo piso, extendieron mantas en el piso y se fueron a dormir, exhaustos. Al día siguiente, comenzaron a armar su nuevo hogar.

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Ebani y Ethan tomaron una habitación, discutiendo sobre qué lado quería cada uno y cómo configurar las camas gemelas y las cómodas. Eros, de 10, y Evolet, de nueve, tomaron el otro cuarto.

Cabrera tomó el rostro de Puebla y la acercó a él para besarla. Levantaron el colchón de Eros sobre su estructura.

Eros, quien en South Gate no quería dejar a sus amigos, exclamó: “¡Estoy feliz!”. Evolet corrió alegremente por todo el complejo y se presentó a los otros niños; Eros la siguió.

Two kids set up their new room
Encontrar un lugar para sus juguetes fue una prioridad para Evolet y Eros poco después de mudarse a su nuevo hogar, en Huron.
(Jason Armond/Los Angeles Times)

“Ya tengo dos amigos”, le dijo a su mamá.

Ebani dijo que no le importaba su nuevo hogar. “Está bien”, reconoció en voz baja. “Me gusta más la naturaleza que la ciudad. Todo lo que no pude hacer allá, lo puedo hacer aquí. Puedo salir, puedo ir al parque con mis amigos”.

Ethan, quien en South Gate era un jugador estrella de fútbol americano con buenas calificaciones, aseguró que no le molestó la decisión de sus padres de mudarse. ¿Cómo debe haber sido para ellos dejar su país de origen por uno nuevo, sin saber el idioma?, se preguntó. Seguramente, si ellos pudieron hacer eso, él puede soportar uno o dos años en Huron. Y luego regresará a Los Ángeles. “Todo lo que he conocido es la ciudad”, afirmó. “Una vez que me independice, tenga 18 años, licencia, auto y me gradúe, iré a la universidad allá”.

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El pueblito estaba creciendo. Puebla esperaba conseguir un trabajo administrando una nueva propiedad cercana. Soñaba con comprar un edificio propio y rentarlo.

The family watches as a girl plays in a field
Después de llegar a su nuevo hogar en Huron, Evolet juega en la tierra en uno de los muchos campos agrícolas del Valle Central.
(Jason Armond/Los Angeles Times)

Entonces, la realidad se impuso. Los niños estaban aburridos. No había actividades extraescolares. Incluso las clases avanzadas no eran desafiantes.

La familia se cansó rápidamente de las opciones de comida: siete taquerías y una pizzería, según su recuento.

Se sentían diferentes a los lugareños, que escuchaban ranchera y usaban botas vaqueras y sombreros, o pantalones caídos con cadenas.

Su apartamento de tres habitaciones no era tan grande como esperaban. No había espacio para todas sus cosas.

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A pesar del alquiler gratuito, no podían ahorrar dinero. El costo de la mudanza los había hecho retroceder. La comida y otras necesidades eran caras en Huron, y conducir hasta Hanford significaba más dinero en gasolina.

Para Navidad, Puebla guardó algunas tarjetas de regalo de Elizabeth House. Con un par de cientos de dólares, pensó, podría darles a sus hijos un gran regalo. Pero cuando le pidieron una PlayStation 4, se sintió desanimada: estaba fuera de su presupuesto.

En cambio, Eros y Evolet recibieron cada uno un cepillo para el cabello, Ebani un juego para cortar uñas, Ethan una billetera y su esposo unos calcetines.

Unos meses después, las plantas de interior murieron. Era una señal, pensó Puebla. Ella no cultivaría un jardín aquí; estaban pensando en mudarse a Fresno.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.

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