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La esencia de Andrés Escobar regresa para recordarnos que el futbol es solo un juego

Andres Escobar with wings, holding a soccer ball with Colombian flag colors
(Joshua Sandoval / For The Times)

En vísperas de Qatar 2022 se recuerda al jugador colombiano Andres Escobar en un momento alegre antes del Mundial de 1994.

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Corría con el balón en mis manos en dirección al mar en donde me esperaban mis hermanos y amigos, me detuve un instante ante una figura espigada de cabello un poco largo, como con “colita”, y una nariz respingada. Me vio de reojo y seguí.

No lo identifiqué en el momento.

Un par de minutos después, ese mismo personaje se acercaba a nosotros mientras veía sobre su hombro, como tratando de huir de algo o alguien. A la distancia, se armaba una conglomeración que incluían cámaras de televisión y muchos curiosos.

“Hola, ¿puedo jugar con ustedes?”, nos preguntó.

Nuestra reacción inmediata fue de sorpresa, reconocimos al personaje. Alguien le lanzó el balón y él lo regresó golpeándolo al estilo voleibol.

“¿Usted es Andrés Escobar?”, uno le preguntó en medio de las tranquilas olas.

Él solo movió la cabeza admitiéndolo mientras volteaba disimuladamente la mirada hacia una mujer que le llamaba junto a un hombre que cargaba una cámara de televisión. Ella vestía un sombrero ridículamente gigante.

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Le dije que lo solicitaban. “Pueden esperar”, me dijo. Entonces, solo seguimos jugando y lanzando la pelota con él.

A solo días de Qatar 2022, Andrés Escobar vuelve a mi mente. La memoria no me falla y cada cuatro años revivo ese momento tan especial y a la vez tan amargo.

Mi familia y yo nos encontrábamos de vacaciones en la playa de El Rodadero, que está a unas cuatro millas de Santa Marta, ambas ciudades son parte del litoral Atlántico colombiano. Coincidimos no solo con Escobar, pero también con parte de la Selección Colombia que se encontraba ahí en la playa descansando previo a su viaje a Estados Unidos, en donde disputarían la Copa del Mundo y a la que llegaban como grandes favoritos para ganarlo todo.

Era increíble que a solo unos pies estaban mis héroes y los de millones. No podía creer que estaba compartiendo un momento con el ‘Caballero del Futbol’ y quien después del Mundial tenía una promesa de ser llevado al futbol europeo.

Escobar cumplió amablemente con los medios de comunicación que lo esperaban al salir de la playa, nos pidió que lo acompañáramos y nos paramos junto a él durante la entrevista. Se despidió de manera cordial y amigable y desde entonces, con mucho orgullo recuento ese pequeño encuentro que significó algo grande no solo en mi vida, pero para los que también estuvieron involucrados.

Semanas después, esperábamos con ansias la participación de nuestra selección en el Mundial. El torneo no se había empezado bien tras la derrota ante Rumania en el primer partido, aunque la esperanza de recomponer el camino estaba ante la “inexperta” selección estadounidense.

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Ese 22 de junio, en el Rose Bowl de Pasadena, la alegría no llegó y resultó ser el final del camino para el combinado colombiano, pero una jugada en particular fue la que quedó marcada para todos.

¿Odio? ¿Dolor?… son palabras fuertes, pero son muchos los sentimientos que llenan mi alma cada vez que visito ese estadio para hacer mi trabajo.

El mediocampista estadounidense Mike Sorber lanzó un centro al área colombiana y Escobar, para evitar que le ganen la posición, se barrió para bloquear el disparo, lamentablemente el balón le hizo una mala pasada y terminó burlándose de él al meterse en su propia portería. Colombia no se repuso y Earnie Stewart anotó el segundo 18 minutos después. Adolfo Valencia hizo el descuento hacia el cierre del juego.

El dolor de la eliminación fue grande, pero el dolor de ver que “mi amigo” había tenido que ver en esa infortunada jugada lo hizo más triste.

Sin embargo, el 2 de julio, el dolor dejó de serlo y se convirtió en algo muy extraño. Desperté con la horrorosa noticia que Escobar fue asesinado en la madrugada con seis disparos a la cabeza.

El futbol dejó de ser futbol. Se convirtió en algo real, dejó de ser un sueño. El cruel asesinato a Andrés rompió los 90 por 120 metros de cancha. Odié incluso a la pelota de trapo con la que jugábamos en las calles mal pavimentadas. El futbol para mí dejó de ser una fantasía.

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La muerte de Andrés cambió el sentimiento de no solo un alma aún inocente, sino de millones, que lloraron su abrupta partida.

Describir lo que sentí en ese momento es difícil de interpretar incluso 28 años después. Solo quería estar cerca de los míos, entender qué sucedía. Los siguientes días, estuvimos pegados a la televisión para saber más y tener la esperanza de que todo era una mala broma, una pesadilla que se había extendido por días… y que ha durado años.

Casi tres décadas después, la herida permanece abierta y cada cuatro años antes de un Mundial, la muerte de Andrés persiste.

El espíritu del “2” estará en Qatar y volverá para recordarnos que el futbol se debe jugar solo en la cancha, que no hay que tomarlo en serio, que es solo un entretenimiento y el momento en que la sangre se derrama en su nombre, el futbol deja de ser futbol.

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