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Gracias a sus exigencias, la selección nacional de fútbol femenino de EE.UU llegó a ser un gran equipo

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Ha sido fascinante ver al equipo nacional de mujeres de EE.UU luchar en el Mundial Femenino, desde su sorprendente triunfo de 13-0 contra Tailandia hasta su rechazo a los críticos que las reprendieron por divertirse demasiado.

Pero en el esfuerzo del equipo por defender su título en la Copa Mundial hay una batalla mucho más grande: la denuncia contra su jefe, la Federación de Fútbol de Estados Unidos, alegando una discriminación de género institucionalizada.

Las mujeres afirman que merecen la misma paga que la selección nacional masculina, mientras que la respuesta oficial de la federación, desde hace mucho tiempo, es que los varones generan más ingresos que ellas. Pero el tema no es tan simple, aunque es una suposición popular entre los detractores, la dicha de ignorar a las atletas y considerarlas intrínsecamente destinadas a permanecer en un peldaño por debajo de sus homólogos masculinos.

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Desde que las mujeres ganaron la Copa Mundial de 2015, sus partidos en casa han generado más ingresos para la entidad que los de los varones, según los propios informes financieros del fútbol de Estados Unidos. Desde 2016 hasta 2018, las mujeres aportaron alrededor de $51 millones, mientras que los hombres sumaron $50 millones.

Nuevamente, estos números provienen directamente de la federación, una organización sin fines de lucro que existe para fomentar el deporte del fútbol, no para ganar dinero.

La institución no comentó oficialmente el contenido de sus informes financieros, pero rechaza la comparación entre los ingresos por los juegos de hombres y mujeres porque, según el argumento, el conjunto masculino exige tarifas más altas para jugar contra equipos de todo el mundo. Y, simplemente por su existencia, este grupo permite a la federación organizar eventos como la Copa América Centenario 2016, un torneo que contó con la presencia de potencias sudamericanas compitiendo contra hombres estadounidenses y que generó alrededor de $50 millones en ingresos para la entidad.

Estas fuentes de ingresos no están relacionadas con nada específico que haya hecho la selección nacional masculina de EE.UU, sino con la infraestructura muy diferente que rodea al fútbol varonil a nivel mundial en comparación con la versión femenina del deporte. El equipo de varones no tiene que ser un conjunto codiciado para aprovechar estas fuentes de ingresos adicionales; tienen la oportunidad simplemente porque son un grupo de hombres.

Si existiera el mismo tipo de infraestructura alrededor del fútbol femenino, el conjunto de mujeres de EE.UU -tres veces campeonas de la Copa del Mundo y cuatro veces medallistas de oro olímpico- seguramente obtendría las tarifas de presentación más altas del mundo. Si países de América del Sur, como Brasil, no hubieran declarado ilegal el fútbol femenino hasta 1979 y lo incentivaran hoy en día, tal vez la selección nacional de Estados Unidos también podría organizar una edición especial de la Copa América por millones de dólares.

Cuando se trata de la actividad de los equipos nacionales de EE.UU -cómo juegan, cuántas horas dedican, cómo se conectan con los fanáticos, cuántas entradas venden- las mujeres han superado a los varones en los últimos años, y por eso sus cotejos generan más ingresos.

¿Y qué ocurre con los derechos de emisión y los ratings de televisión? ¿Qué pasa con los acuerdos de patrocinio del equipo? Es irrelevante. La Federación de Fútbol de EE.UU los agrupa antes de venderlos, lo cual no deja ninguna forma de determinar si son los hombres o las mujeres los principales impulsores de dichos acuerdos.

Nada de esto significa necesariamente que las mujeres ganarán un salario equitativo tal como lo conocemos. Es posible que ni siquiera “paga igualitaria” deba ser el resultado de la demanda. Esto se debe a que no está claro qué aspecto tendrá la “paridad de remuneración” en esta disputa.

Cada equipo ha negociado colectivamente por diferentes estructuras de compensación -las mujeres reciben sus pagos a través de una combinación de salarios y bonificaciones, mientras que a los hombres sólo se les paga mediante bonos-, y ellas no han indicado que desean una estructura diferente. Por lo tanto, comparar la compensación de unos con otros no es como comparar manzanas con naranjas, sino más bien naranjas con quinotos. Aunque es un poco complicado, ellas afirman que la injusticia no tiene que ver con la estructura, sino que hay más dinero a disposición de los hombres, independientemente de cómo se pague.

Pero la demanda saca a la luz otra serie de disparidades en la forma en que se trata a los equipos de varones y mujeres, que son menos complicadas y mucho más difíciles de defender para la federación.

Las mujeres han jugado casi una cuarta parte de sus cotejos en casa en el césped artificial, alega la demanda, mientras que a los varones casi nunca se les ha pedido que jueguen en ese entorno falso, que según los jugadores es más severo para sus cuerpos. A los hombres se les ha pedido que jueguen en césped artificial sólo una vez desde 1994, poco después de que las féminas boicotearon un encuentro sobre césped artificial. No hay una razón lógica para que ellas se vean obligadas a jugar en campos inferiores, pero parece como si la federación hiciera todo lo posible para garantizar que los varones siempre jueguen en césped natural -incluida la grama temporal que se coloca sobre campos artificiales- mientras que a las mujeres, incluso cuando juegan en el mismo lugar, no se les ofrece lo mismo.

La demanda también alega que los varones fueron trasladados en vuelos chárter 17 veces en 2017, mientras que las mujeres no fueron trasladadas en chárter en todo ese año. Los hombres jugaron en las eliminatorias de la Copa Mundial en 2017, lo cual explica muchos de esos vuelos chárter, pero ellas argumentan que eso no debería importar.

La Federación de Fútbol de EE.UU merece algo de crédito, porque ya comenzó a abordar las disparidades no monetarias que se mencionan en la demanda. Las mujeres no juegan en césped artificial desde 2017 y ahora son transportadas en vuelos chárter. Pero hay una advertencia notable: el cambio a un calendario total con partidos en césped natural se produjo sólo después de que las jugadoras se quejaran públicamente del tema. En tanto, el cambio a los vuelos chárter coincidió con la denuncia que las jugadoras presentaron este año.

Eso ha ocurrido en la federación con demasiada frecuencia en los últimos años; la entidad a menudo hace lo correcto, pero sólo después de que las féminas protestan y la institución es criticada. Eso sucedió en 2016, cuando cinco mujeres futbolistas presentaron una denuncia por discriminación contra la federación. Carli Lloyd se quejó de que la organización le daba a los hombres un estipendio diario de $75, mientras que ellas obtenían $60. Sarcásticamente bromeó: “Tal vez piensan que las mujeres somos más pequeñas y, por lo tanto, comemos menos”. La entidad, avergonzada, aseguró de inmediato que los estipendios nunca volverían a ser desiguales.

Los críticos de la demanda presentada por el equipo nacional femenino de EE.UU pueden argumentar que el movimiento es demasiado drástico, o que las jugadoras deberían concentrarse en la Copa Mundial que se desarrolla actualmente en Francia. Pero en verdad, nada de esto es nuevo para las mujeres de Estados Unidos, que desde la década de 1990 han tenido disputas amargas -legales y de otros tipos- con el fútbol estadounidense.

Sin esos desacuerdos a lo largo de los años -sin que las mujeres presionen a la federación para que se comporte como es debido- el programa de la selección nacional femenina de Estados Unidos no sería lo que es hoy. Estos beneficios incluyen la provisión de alimentos en los campos de entrenamiento, la protección de las jugadoras que quedan embarazadas y garantizar partidos durante todo el año para mantener a las jugadoras en estado atlético.

Las futbolistas tuvieron que amenazar con renunciar para percibir salarios de la federación y poder ganarse la vida, razón por la cual la selección de Estados Unidos se ha vuelto tan eficaz en el fútbol femenino.

Ahora, las jugadoras vuelven a presionar, y depende de la Federación de Fútbol de EE.UU escuchar y actuar como se debe.

Caitlin Murray es autora de “The National Team: The Inside Story of the Women Who Changed Soccer” (La selección nacional: historia interna de las mujeres que cambiaron el fútbol).

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí

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