Anuncio

En un pueblo rural de California, las escuelas intentan algo arriesgado: Aulas con niños

Darsi Green speaks to students in her second-grade class at Weaverville Elementary School.
Darsi Green habla a sus alumnos de segundo grado en el primer día de clases presenciales en la escuela primaria de Weaverville.
(Kent Nishimura / Los Angeles Times)

En un vasto condado rural del norte de California con pocos casos de COVID-19, un distrito escolar público reabrió sus puertas a la enseñanza en las aulas, incluso cuando la mayoría del estado está haciendo educación virtual a distancia.

Share

El primer día de clases en la Primaria Weaverville, la maestra de tercer grado Saundra Murphy preguntó a los 14 niños y niñas de su clase si alguien podía definir la frase “distanciamiento social”. Una mano se levantó en la parte de atrás del salón.

“El distanciamiento social significa mantenerse a 6 pies o más de distancia”, dijo un chico con una camiseta del videojuego “Minecraft”, con la voz amortiguada por una mascarilla de camuflaje.

“¿Significa eso que no nos gusta la persona?” les preguntó Murphy la semana pasada, los estudiantes negaron con sus cabezas.

“¿Significa eso que solo estamos tratando de estar seguros y que somos respetuosos de nuestra situación?” Asintieron con la cabeza.

Anuncio

Mientras la gran mayoría de los estudiantes de California comenzaron el año académico en línea, algo extraordinario sucedió en este distrito escolar público en la zona rural del norte de California: Los estudiantes se sentaron en las aulas.

Con el bajo número de casos de la región, los administradores de las escuelas y los maestros dijeron que confiaban en que pueden volver a abrir las escuelas con seguridad y ajustarse rápidamente si surgen infecciones. Si el distrito tiene éxito, podría ser un avance para otras escuelas de California, incluso en el condado de Los Ángeles, a medida que las infecciones comiencen a disminuir.

Students in Darsi Green's second-grade class line up for recess at Weaverville Elementary School.
Estudiantes de segundo grado de Darsi Green hacen fila para el recreo en la escuela primaria de Weaverville.
(Kent Nishimura / Los Angeles Times)

El comienzo de la instrucción en persona en el Distrito Escolar Unificado de Trinity Alps se sintió entre el surrealismo y la tranquilidad por la recuperación de la normalidad perdida, un acto de desesperada y frágil esperanza cinco meses después de que la pandemia COVID-19 cerrara los campus en todo el Estado Dorado.

En el aula de segundo grado de Darsi Green, los niños de 7 y 8 años vieron un dibujo animado de un “bebé tiburón” con criaturas marinas de colores brillantes cantando: “¡Social di-stancing! ¡Todos los días!... Incluso si te encuentras con tu mejor amigo, no hay apretón de manos, ¡solo un hola amistoso!”

Un niño de 7 años, dijo que se la pasó muy bien jugando el videojuego “Plantas vs. Zombis” durante el verano, pero que estaba súper emocionado de poder jugar con sus amigos en el recreo.

Anuncio
Teacher Lisa Saulsbery gives air hugs to a student during recess at Weaverville Elementary School.
La profesora Lisa Saulsbery da abrazos al aire a un estudiante durante el recreo en la escuela primaria de Weaverville.
(Kent Nishimura / Los Angeles Times)

En el patio, Lisa Saulsbery, una maestra de primer y segundo grado cuyo rubio flequillo colgaba sobre un protector facial de plástico, gritaba vertiginosamente los nombres de los niños que no había visto desde marzo. Mientras corrían hacia ella, ella les impidió abrazarla estirando los brazos y dando palmaditas al aire, gritando: “¡Abrazo de aire! ¡Abrazo de aire!”

Sus estudiantes estaban más inquietos de lo normal después de cinco meses fuera del aula, pero parecían entender que tienen que seguir nuevas reglas.

Se permitió al distrito abrir las aulas porque está en el condado de Trinity, que nunca ha estado en la lista de vigilancia de coronavirus del estado. Bajo las reglas estatales, una escuela puede reanudar la instrucción en persona si su condado se mantiene fuera de la lista de vigilancia durante 14 días consecutivos.

Desde el comienzo de la pandemia, se han confirmado 10 casos de COVID-19 en el montañoso condado de Trinity, que se presta al distanciamiento social natural con 12.300 residentes diseminados en un área mayor que los estados de Rhode Island y Delaware.

Las estudiantes Josalyn Spagel y Emma Case, ambas de 15 años, trabajan juntas fuera de su clase en el Trinity High School.
(Kent Nishimura / Los Angeles Times)

En el condado de Trinity - donde no hay ciudades incorporadas, no existen centros comerciales llenos de gente, y la instalación planeada del primer semáforo permanente del condado molestó a sus residentes que dijeron que era un signo no deseado de la vida en las grandes ciudades - el regreso de cientos de personas a los campus de las escuelas presenta el mayor riesgo hasta ahora para la propagación del coronavirus.

En todo el estado, el cierre de escuelas y la educación a distancia han exacerbado las profundas disparidades educativas que enfrentan los estudiantes de color y los de bajos ingresos. En el condado de Trinity, que es 82% blanco, cerca del 22% de la gente vivía en la pobreza antes de la pandemia - casi el doble del promedio nacional.

Alrededor del 64% de los estudiantes del distrito califican oficialmente para comidas gratis o a precio reducido, pero los administradores piensan que el porcentaje es en realidad más alto.

Se trata de un lugar con una vena de independencia, una vieja comunidad maderera en la que la gente se eriza ante las regulaciones del gobierno y ondea la bandera verde de la “doble cruz” del Estado de Jefferson, un nuevo estado propuesto, tallado entre los condados rurales y conservadores del norte de California.

Weaverville Elementary School on the first day on returning to in-person instruction.
Los alumnos de segundo grado asisten al primer día de clases presenciales en la Escuela Primaria de Weaverville.
(Kent Nishimura / Los Angeles Times)

Después de que las escuelas cerraron en marzo, muchos estudiantes aislados que lucharon contra la apatía y la ansiedad, fueron testigos del aumento del abuso de drogas y alcohol por parte de sus padres y lidiaron contra el estrés en sus familia, señaló el condado en su plan de reapertura de las escuelas. Al igual que en otras zonas rurales, el distrito se esforzó por enseñar a los alumnos que viven en zonas más alejadas y que tienen menor acceso a Internet, un mal servicio de telefonía celular y que, además, dependen de las escuelas para alimentarse.

Anuncio

“Hay mucha desesperación”, dijo Sheree Beans, la enfermera escolar de la Oficina de Educación del Condado de Trinity que ayudó a redactar el plan de reapertura de las escuelas. “Siento que COVID se llevó la esperanza, y esa falta de esperanza, se extiende por generaciones”.
Incluso antes de la pandemia, había sido un año difícil. En junio de 2019, el condado cerró los campus de la Escuela Primaria Weaverville y la Escuela Secundaria Trinity después del descubrimiento de moho negro tóxico. El distrito desmanteló ambas escuelas, que también estaban llenas de baldosas de amianto. Los estudiantes se acostumbraron a ver a la gente entrando en sus viejas aulas con trajes de materiales peligrosos mientras aprendían en edificios provisionales.

Luego vino el COVID-19, que se ensaña con los pulmones, exacerbando las mismas condiciones respiratorias que el moho.

Third-graders read silently at the start of class.
Kendrick Bowman y otros alumnos de tercer grado leen en silencio en la clase de Saundra Murphy.
(Kent Nishimura / Los Angeles Times)

“La conclusión es que lo que no puedes ver te matará. A todos nos gusta lo que es tangible. Queremos ver venir al gran tiburón blanco, pues así sabemos que eso nos puede comer. Pero lo que es mucho más peligroso es toda esta basura microscópica flotando en el aire”, dijo Jaime Green, superintendente del Distrito Escolar Unificado de Trinity Alps.

Green es un optimista implacable, pero eso no le disminuyó el estrés en la primera semana de clases. No había dormido mucho. Un Red Bull de 16 onzas estaba en su escritorio.

De los 700 estudiantes del distrito que se encuentran en apuros económicos, un poco más de 100 están comenzando a estudiar remotamente, dijo Green.

“Estamos preparados para que, si nos cierran y nos ponen en cuarentena, aprenderemos a distancia durante 14 días”, manifestó. “Luego volveremos a la escuela, y lo haremos una y otra vez, y otra vez, y otra vez”.
El primer día de clases comenzó a las 5:06 a.m. del lunes para el chofer de autobús Carl Treece, quien conduce una ruta de 104 millas de ida y vuelta por la carretera estatal 299 - una de las más largas del estado.

Treece salió del garage del autobús en Weaverville antes del amanecer en su propio coche, dando vueltas en círculos y esquivando por poco a dos ciervos. En el pasado, su ruta ha sido obstruida por rocas y osos negros.

Treece recogió el autobús nº 6 en la escuela primaria Burnt Ranch, que también fue reconstruida recientemente después de que se descubriera que tenía moho tóxico. Treece roció los asientos del autobús con una botella de desinfectante de color rosa antes de terminar el viaje hasta su parada más lejana.

Anuncio

Después de que las escuelas cerraron, Treece siguió conduciendo esta ruta para entregar comidas y paquetes de tareas. Le preocupa que los estudiantes se pongan las mascarillas - requeridas para todos los alumnos de tercer grado y mayores, y recomendadas para los más pequeños - cuando hace calor, pues no hay aire acondicionado a bordo.

A las 6:47 a.m., hizo su primera parada de autobús en un restaurante cerrado llamado The Whole Enchilada en el minúsculo pueblo de Salyer, y recogió a tres chicos de secundaria.

Billy Atkission, estudiante de 17 años, mira su teléfono mientras va en el autobús a la escuela.
(Kent Nishimura / Los Angeles Times)

Billy Atkission, un joven de 17 años de Willow Creek, se levantó a las 5:30 a.m. para que su madre lo llevara a la parada de autobús. Tendrá que acostumbrarse a levantarse temprano otra vez, dijo desde detrás de una mascarilla de tela negra.

“Finalmente puedo ver a mis amigos después de cinco meses”, expresó, mientras saludaba a varios chicos. “No he visto a nadie en absoluto, porque todos mis amigos viven muy lejos. Los extraño mucho”.

Añadió: “No estoy realmente preocupado por el coronavirus”.

Cuando el autobús llegó al instituto Trinity a las 8:06 a.m., Treece dijo: “Hagan su parte para evitar la propagación. ¿Ya saben verdad? Usen sus mascarillas en todo momento en el autobús. Mantengan el distanciamiento social. ...¿Alguien quiere hacer alguna apuesta sobre cuánto tiempo podremos permanecer abiertos?”

Anuncio

“¡Un mes!”, gritó un chico.

“Mejor que sea para siempre”, gritó otro.

Principal Katie Poburko watch students line up to enter their classroom at Weaverville Elementary School
La directora Katie Poburko observa a los estudiantes hacer fila para entrar en las clases de la escuela primaria de Weaverville.
(Kent Nishimura / Los Angeles Times)

En el pasillo antes de que comenzaran las clases en la escuela primaria de Weaverville, la directora Katie Poburko saludó alegremente a un niño de tercer grado con una mascarilla quirúrgica azul, quien se pellizcó la nariz y dijo que no le gustaba.

“Tienes algo más que puedas usar”, dijo. “Se llama escudo”.

“¿Un escudo?”, intervino su amigo. “¡¿Un escudo del Capitán América?!”

Unas horas más tarde, Poburko vio a un niño solo fuera de su clase de quinto grado, respirando con dificultad. Se había acalorado y se veía abrumado con su mascarilla roja. Sonrió tímidamente mientras ella le traía un protector facial.

A las 10:58 a.m., los niños del jardín de infancia entraron en la cafetería, donde un trabajador enmascarado y enguantado se puso de pie detrás de una barrera de plástico transparente y entregó a cada niño un almuerzo - sándwiches de crema de maní y jalea, fresas, zanahorias y Cheez-Its - para que lo comieran fuera.

En el patio, un niño con una pañoleta verde en el cuello bailó alrededor de un poste de tetherball sin la pelota. Una chica con un vestido de encaje, botas vaqueras y una mascarilla de tela rosa se reía mientras perseguía a sus amigos.

Mientras los estudiantes jugaban afuera, el trabajador de mantenimiento Aarón González desinfectó su aula, limpiando escritorios y pomos de las puertas.

Anuncio

Después de la clase, los profesores se reunieron en el gimnasio para discutir lo que funcionaba y lo que no. Necesitaban más mesas para el almuerzo al aire libre. Y los juegos de baloncesto y de pelota de pared tendrían que ser eliminados por la preocupación de que tanto contacto mano a mano con la pelota podría provocar la propagación de la infección.

Al día siguiente, en el instituto Trinity, los estudiantes llevaban mascarillas en las aulas, pero muchos las bajaron mientras pasaban el rato en el patio del colegio durante el almuerzo. Todavía están aprendiendo en edificios provisionales mientras su campus está siendo reconstruido.

Muchos estudiantes creen que es sólo cuestión de tiempo antes de que los cierren de nuevo. Después de lo que pasó con el moho, se han acostumbrado a que el año escolar se trastoque y a que se pierdan los hábitos del instituto. Los deportes de otoño ya han sido pospuestos al menos hasta enero.

“El moho se sintió como el fin del mundo, luego sucedió todo esto y es mucho peor”, dijo Tyler Sprague, un estudiante de 16 años que pasó los últimos cinco meses aislado por la preocupación de que su abuela se pudiera enfermar.

El trabajador de mantenimiento Larry Horrocks desinfecta escritorios en la escuela primaria de Weaverville.
(Kent Nishimura / Los Angeles Times)

“El año pasado, cuando entramos en esos salones provisionales, recuerdo que pensé: ‘Esto es asqueroso’”, añadió su amigo Kylee Scribner, un estudiante de 16 años. “Pero ahora... Estoy agradecido de que estemos aquí. Hoy en día digo: ¿salones provisionales? ¿Un salón de clases? Eso es mejor que lo virtual”.

Anuncio

Scribner bromeó que, algún día, “si el mundo no se acaba”, podrá presumir ante sus hijos de haber sobrevivido a una pandemia y a un instituto lleno de moho tóxico.

Esta semana, aferrándose a la tradición mientras pueden, la clase de último año se reunió en la cima de una montaña para ver el amanecer. Al bajar, Tesla Ehlerding, de 17 años, se sintió en paz este año, sin importar lo que pase.

“Puede que no sea lo ideal, pero esto es lo que tenemos”, manifestó. “Creo que contamos con suerte, a pesar de todo lo malo”.

Para leer esta nota en ingléshaga clic aquí

Anuncio