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Los estudiantes piden menos préstamos; ¿entonces por qué deben más?

Prospective students tour Georgetown University
Futuros estudiantes visitan la Universidad de Georgetown, en Washington.
(Jacquelyn Martin / Associated Press)

Los nuevos préstamos estudiantiles han disminuido. Pero la deuda está aumentando porque los prestatarios no tienen prisa por pagar los préstamos.

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Pocas cosas se mueven en forma perfectamente lineal en las finanzas, o en el mundo en general. Los mercados y las economías avanzan y retroceden; las tendencias demográficas cambian con el tiempo; la vida misma está llena de giros y vueltas.

Sin embargo, el crecimiento de la deuda por préstamos estudiantiles en EE.UU ha sido completamente predecible durante los últimos 17 años, llegando a $1.5 billones de dólares.

Esta tendencia, por supuesto, ha alimentado un debate nacional sobre los préstamos estudiantiles y es la razón por la cual los candidatos demócratas a la presidencia, como la senadora de Massachusetts Elizabeth Warren y el senador de Vermont, Bernie Sanders, han convertido la condonación de la deuda universitaria en un pilar de sus plataformas económicas.

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El pesar de los jóvenes estadounidenses cargados con onerosas deudas están bien documentados: una baja en las tasas de propiedad de la vivienda, la disminución de la creación de pequeñas empresas, el retraso del matrimonio y la demora en tener hijos.

Sin embargo, esta no es la imagen completa. Aunque el crecimiento se ve perfectamente lineal, la cuestión comenzó a cambiar hace casi una década.

La cantidad de pedidos de nuevos préstamos estudiantiles bajó un 8% desde que alcanzó un máximo de $115 mil millones en 2012, incluida una fuerte reducción del 24% entre los universitarios de grado, indicó el Servicio de Inversores de Moody en un informe reciente.

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De 2010 a 2018, la población de estudiantes universitarios se redujo en más de un millón, según el evaluador de crédito, por buenas razones. La matriculación en colegios comunitarios descendió porque la economía de EE.UU es sólida, mientras que las instituciones con fines de lucro han sido objeto de un escrutinio más detallado. Los que aún piden prestado, señala Moody’s, tienen “un mayor potencial para aumentar las ganancias”.

Entonces, ¿qué explica la carga de deuda cada vez mayor? Simple: los prestatarios no pagan lo que deben. O, al menos, no lo hacen con la urgencia esperada.

De cualquier forma que se examinen los datos, la tendencia es asombrosa.

Consideremos a los prestatarios que estaban en la escuela durante la crisis financiera (cuyas obligaciones de pago comenzaron en 2010-2012). Según Moody’s, aproximadamente la mitad de ellos no había avanzado en reducir su saldo después de un lustro.

Eso se alinea con un informe del Banco de la Reserva Federal de Nueva York dado a conocer en octubre pasado, que encontró que sólo el 36% de los prestatarios que estaban al día con sus créditos en el segundo trimestre habían reducido su saldo durante el año anterior. En general, durante la última década, el saldo existente eliminado cada año ha promediado nada más el 3%.

Obviamente se trata de un pequeño porcentaje, más bajo que las tasas de interés fijas actuales en préstamos federales de 4.53% para universitarios y de 6.08% para aquellos que cursan un posgrado. Por lo tanto, los prestatarios en general ni siquiera se mantienen a flote.

Sin embargo, ese no es el final de la historia. Porque parte de la razón por la cual la tasa de reembolso es tan baja es intencional.

Muchos graduados universitarios están utilizando opciones de pago basadas en los ingresos (IDR, por sus siglas en inglés), cuya popularidad aumentó después de la crisis financiera como una forma de ayudar a las personas a administrar su deuda de préstamos estudiantiles. En general, limitan los pagos mensuales requeridos en función de un porcentaje del ingreso discrecional, una bendición para aquellos que no tienen trabajos bien remunerados.

Cuatro de los cinco programas citados por Moody’s incluyen la condonación total de la deuda después de 20 a 25 años de pagos calificados.

La tendencia “está suprimiendo materialmente las tasas de reembolso, en parte porque los pagos IDR de muchos prestatarios caen por debajo de las acumulaciones de intereses mensuales, lo cual resulta en crecientes saldos de préstamos incluso cuando los deudores abonan lo requerido”. Más de la mitad del remanente de los prestatarios que deben más de $200.000 son en programas de pago basados en los ingresos, mientras que sólo el 5% de los que deben menos de $5.000 están cubiertos por el pago basado en los ingresos, explicó Moody’s.

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El hecho de que los prestatarios -y especialmente aquellos que deben seis cifras- puedan pagar menos que la tasa de interés de sus préstamos, a su vez, impacta directamente a los tenedores de valores respaldados por activos de préstamos estudiantiles, una circunscripción de Moody’s. El Wall Street Journal publicó un artículo a principios de este mes sobre el tema, con el titular: “Una prestataria tendrá 114 años cuando venzan los bonos respaldados por sus préstamos estudiantiles”.

Todo el asunto es un poco caótico.

Para resumir, el artículo comienza con Julie Chinnock, una mujer de 50 años que debía alrededor de $250.000 en préstamos estudiantiles. Ingresó en un programa de pago basado en los ingresos, al igual que otros en su misma situación, y los bonos respaldados en parte por sus pagos estaban al borde de una rebaja de Moody’s, que en 2015 modificó su metodología para tener en cuenta las cancelaciones más lentas.

El emisor de los valores respaldados por activos y los inversores que los poseían acordaron extender las fechas de vencimiento por décadas para mantener sus calificaciones más altas.

El Buró de Protección Financiera del Consumidor se involucró en los últimos años, preocupado de que los emisores de “SLABS” (préstamos con garantía de activos) pudieran engañar a los prestatarios estudiantes debido a su incentivo para apuntalar las calificaciones crediticias.

Todo esto es para decir que la crisis de los préstamos estudiantiles es mucho más compleja que una línea recta, de pendiente ascendente y, aparentemente, imparable. La cifra agregada es asombrosa, sin duda, especialmente considerando lo que era hace sólo una década. Y es preocupante que una gran parte de la población estadounidense no pueda liberarse de la carga de su deuda.

Pero consideremos lo siguiente:

El costo ajustado por inflación de obtener un título universitario ahora se mantiene mayormente estable en relación con los ingresos del hogar. Entonces, si bien es cierto que los gastos de la educación superior se dispararon en las últimas décadas, no puede decirse lo mismo al enfocarse en los últimos años.

Como se mencionó antes, menos jóvenes estadounidenses se inscriben en instituciones con fines de lucro y para carreras de dos años, donde podría ser más difícil conseguir un trabajo que pague lo suficiente como para eliminar los préstamos estudiantiles.

Para colmo, muchos prestatarios están disminuyendo intencionalmente su rapidez de abono, a menudo hasta el punto de que su saldo pendiente crece incluso después de realizar los pagos calificados.

En suma, es difícil argumentar que la proliferación de préstamos estudiantiles está empeorando considerablemente.

Más bien, la deuda parece ser predominantemente una carga para quienes asistieron a la escuela durante el período en que los precios de las universidades aumentaron considerablemente en relación con la inflación, y cuando las consecuencias económicas persistentes de los préstamos estudiantiles eran menos conocidas. Ahora que esos prestatarios se acercan a sus años de mejores ingresos, no es de extrañar por qué los planes de condonación de deudas están atrayendo propuestas de políticas públicas.

Chappatta escribe para Bloomberg.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.

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