Anuncio

En una ciudad marcada por la ansiedad y el coronavirus, un sacerdote revive a su congregación

The Rev. Kristopher Cowles blesses Doug Van Loh, 62, at his home as his dog Sadie stands by.
El reverendo Kristopher Cowles bendice a Doug Van Loh, de 62 años, mientras su perra Sadie está al lado.
(Robert Gauthier / Los Angeles Times)

Cuando el coronavirus cerró la fábrica de carne de cerdo de Smithfield en Sioux Falls, también diezmó la única congregación católica de habla hispana de la ciudad.

Share

En todos sus años entrando a las casas con una botellita blanca de agua bendita, el reverendo Kristopher Cowles nunca había recibido una solicitud como la reciente cuando un feligrés lo llevó a un sótano y señaló una cama cerca de un poster de la Virgen María y una caja de toallitas Clorox.

“¿Puedes bendecir nuestro cuarto de cuarentena?”, dijo Ciriaco Barrera, un trabajador de carne porcina de 64 años que se aisló en su casa a principios de este año al ver que la enfermedad se apoderaba de su esposa e hija. “No podemos dejar que nos atrape de nuevo”.

Cowles susurró una oración e hizo la señal de la cruz. Subió las escaleras de regreso a la luz. Se despidió de Barrera y condujo por una ciudad, como muchas otras en esta tierra, que soportó lo que incluso los fieles encontraron casi imposible de soportar.

La planta de procesamiento de cerdos de Smithfield donde Barrera labora clasificando cerdos para el matadero sigue siendo el hogar de uno de los peores brotes de COVID-19 en el lugar de trabajo en la nación. Dos muertes y más de 900 infecciones en la primavera llevaron a un cierre de semanas, un retraso en las granjas de cerdos y un miedo paralizante entre los miles de inmigrantes y refugiados de guerra de docenas de países que dominan la fuerza de trabajo.

Anuncio

A pesar de todo, la iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe y su pastor, que es seguidor del Evangelio de Juan y compone homilías sobre la marcha, se han mantenido firmes en una pequeña iglesia de ladrillos con poca luz y un techo de color turquesa brillante al noreste del centro de la ciudad. La única congregación católica latina en esta parte de Dakota del Sur, donde un tercio de sus feligreses son trabajadores de plantas empacadoras; los demás tienen empleos limpiando hospitales y hoteles o en construcción y restaurantes.

The Rev. Kristopher Cowles prays with the Centeno family, Abby, Abe and Astrid, inside their newly purchased home.
El reverendo Kristopher Cowles ora con la familia Centeno, Abby, Abe y Astrid, dentro de su casa recién comprada.
(Robert Gauthier / Los Angeles Times)

La mayoría se ha enfermado o conoce a alguien que lo ha hecho.

Cowles se ha arrodillado en sus salas de estar y se ha parado en sus porches. Ha escuchado sus pecados y aliviado sus cargas. Él también tiene sus propias luchas, ya que necesita tomar medicamentos para combatir la depresión y la ansiedad que de otra manera estallarían durante los días más oscuros de los últimos meses. Pero los feligreses y los predicadores están unidos por la devoción y el dolor, y por lo que el virus les ha enseñado sobre ellos mismos y su ciudad, que, como gran parte del país, está desesperada por recuperar lo que era antes de que la enfermedad aterrizara aquí el invierno pasado.

Cowles dirigió el funeral de un miembro de la comunidad que murió y ungió a otro el mes pasado que se recuperó del virus solo para fallecer de cáncer de estómago. Encendió velas de oración cuando su secretaria se aisló al enfermarse sus padres. Para gran parte del rebaño, las visitas domiciliarias, los videos de Facebook Live y las llamadas telefónicas reemplazan la misa en la iglesia ahora medio vacía, donde un listón impide sentarse en los bancos.

“Solíamos quedarnos sin espacio para todos los que querían venir antes de que el coronavirus llegara”, dijo Cowles, un hombre de 36 años con cabello largo y una espesa barba roja que apenas está cubierta por su mascarilla negra. “Ahora, no sé cuándo volverán todos”.

“Así que voy a ellos”.

The Rev. Kristopher Cowles visits with Ciriaco Barrera and seminarian Mitchell McLaughlin to bless the Barrera family home.
El Rev. Kristopher Cowles visita a Ciriaco Barrera y al seminarista Mitchell McLaughlin durante la bendición de la casa de la familia Barrera. Tanto Barrera, de 64 años, como su esposa, María, de 50, se recuperaron del COVID-19.
(Robert Gauthier / Los Angeles Times)
Anuncio

Sioux Falls, la ciudad más grande del estado, donde Smithfield se encuentra entre los mayores empleadores, parece en muchos aspectos haber superado el virus.

Las despedidas de soltero sin mascarilla atascan los bares del centro de Phillips Avenue los fines de semana. Los rodeos bajo techo, el béisbol de ligas menores y los torneos de lucha de la escuela preparatoria llenan la temporada de verano. Los nuevos casos crecen cada día junto con los brotes en todo el estado, como un grupo reciente que cerró un campamento de verano cristiano en Mt. Rushmore que tenía vínculos con una iglesia de Sioux Falls. Aún así, la ciudad se jacta de días consecutivos con cero muertes, incluso cuando el virus aumenta en la mayoría de los rincones del país.

Menos trabajadores se reportan enfermos ahora en Smithfield, donde los controles de temperatura, las mascarillas y los protectores faciales se convirtieron en la norma después de que docenas de fábricas de carne se unieron para cerrar. Se cerró un sitio de prueba para trabajadores en el estacionamiento de una escuela preparatoria y la corporación, bajo investigación del gobierno federal, solo ha publicado datos limitados sobre el virus en sus propiedades. Recientemente, la compañía publicó anuncios de página completa en periódicos de todo el país, incluido el Times, criticando los “informes inexactos de los medios” sobre su manejo de los brotes y alabando a los “héroes olvidados” que emplea.

Sin embargo, para aquellos que se reportan en la planta de procesamiento y matanza en North Weber Avenue, la amenaza es real.

Es un invitado no deseado y acechante al que esta comunidad de nuevos estadounidenses, muchos de ellos inmigrantes latinos y otros refugiados asiáticos y africanos, reza para que nunca regrese.

Anuncio

“Nuestra Señora nos protegerá”, dijo Barrera, quien pasó seis días a la semana en la fábrica y tuvo una temperatura de 102 grados en marzo antes de permanecer postrado en cama durante un mes.

Había trabajado en el Departamento 1 de la planta durante 18 años a partir de que se mudó con su familia desde Fresno, donde él y su esposa recogieron melones y tomates después de emigrar de San Salvador. Un sobrino que vivía en la ciudad les habló de la fábrica, donde abundaban los trabajos que pagaban el doble del salario mínimo en un lugar con casas asequibles y gasolina barata.

María Barrera, quien trabajaba en el Departamento 26 cortando la grasa de la carne, se contagió después de su esposo. Su tos duró hasta mayo. Su hija de 18 años, Daisy, dio positivo, pero se recuperó rápidamente.

Ciriaco y María han vuelto al trabajo, aunque algunos compañeros no. Ciriaco, que perdió la mayor parte de sus horas extras los sábados, dijo que “ ahora dos personas hacen el trabajo de tres” en su departamento.

“Preferiría que todo esto acabara”, comentó mientras se quitaba la mascarilla después de arrodillarse hacia el tabernáculo, pasar a Cowles y salir de la iglesia un domingo reciente.

Desde que fue construida en 1926, solo 17 años después de la fábrica que ahora se extiende sobre 45 acres al noreste del centro de la ciudad, Nuestra Señora de Guadalupe ha sido una parroquia de trabajadores.

Anuncio

En ese entonces, el matadero se llamaba John Morrell y los empleados eran hombres blancos. Hoy en día, es Smithfield, una empresa china con sede en Virginia que producía el 5% de la carne de cerdo del país antes de que el virus hiciera caer en picada su producción. Sus empleados hablan 80 idiomas y constituyen una gran parte de la población minoritaria en Sioux Falls, una ciudad de 188.000 habitantes donde el 82% de las personas son blancas.

Los feligreses se reúnen después de la misa en la iglesia católica Our Lady of Guadalupe.
Los feligreses se reúnen después de la misa en la iglesia católica Our Lady of Guadalupe.
(Robert Gauthier / Los Angeles Times)

La iglesia comenzó como St. Therese, un nombre que mantuvo hasta 1996, después de que inmigrantes guatemaltecos, salvadoreños y mexicanos comenzaron a llegar por miles a Sioux Falls. Muchos vinieron de California en busca de alquileres más baratos y salarios sindicales en Smithfield.

La mayoría de los feligreses son latinos y la misa ahora es mayoritariamente en español.

Cowles ha dirigido la iglesia durante seis años después del seminario en St. Paul, Minnesota, una asignación breve en la capital del estado y dos meses de capacitación con sacerdotes en Guadalajara. Cowles es nativo de Dakota del Sur y creció en Yankton junto al río Missouri en la frontera de Nebraska, se destaca no solo por sus vestimentas, sino por su piel blanca pálida.

Viaja por la ciudad en una vieja Toyota Highlander. Cuando tiene días libres, Cowles, un ex Eagle Scout, acampa en el Bosque Nacional Black Hills. Colecciona cómics de Batman y usa un cáliz de oro y latón remachado que le regalaron los Caballeros de Colón, una fraternidad de hombres católicos. Se llama a sí mismo un ‘nerd’ y señala que ha memorizado partes de “El señor de los anillos”.

The Rev. Kristopher Cowles slings holy water while blessing the children and the backyard of the Barrera family home.
El reverendo Kristopher Cowles lanza agua bendita mientras bendice a los niños y al jardín trasero de la casa de la familia Barrera. Como parte de la iglesia durante 18 años, la familia invita a Cowles a cenar un mes después de que todos se recuperaron del COVID-19.
(Robert Gauthier / Los Angeles Times)
Anuncio

Cowles habla español con fluidez, pero todavía está aprendiendo nuevas palabras y tiene un marcado acento estadounidense. Los feligreses se burlan de él cuando hace años confundía las palabras “servicio” y “cerveza” mientras predicaba. En una parte del país con pocos sacerdotes latinos que sean hablantes nativos, se le perdonan sus defectos. Hace mucho tiempo que Cowles dejó de escribir los primeros borradores de las homilías en Google Translate; ahora los hace espontáneamente.

En estos días habla del virus, aunque a menudo no por su nombre.

“Además de la presencia de Dios”, dijo Cowles recientemente, “eso es lo único estable que tenemos”.

De las nueve iglesias católicas en Sioux Falls, el coronavirus ha reorganizado la vida en Nuestra Señora de Guadalupe de formas desconocidas en otras. Como en algunas partes de la nación, el virus ha afectado de manera desproporcionada a los latinos en esta comunidad, aunque constituyen el 5% de la población de la ciudad.

Algunas parroquias ahora están llenas los fines de semana, sin cordeles que limiten los bancos. Pero la misa de los domingos por la noche en Our Lady, donde Cowles les recuerda a las familias, las cuales se sientan separadas de las otras, que deben rociar y limpiar sus asientos antes de irse, atrae a unas pocas docenas de personas como máximo. Al igual que hizo en los primeros días de la pandemia, Cowles todavía instala su iPhone en un trípode en la misa para transmitir en Facebook a quienes se quedan en casa.

El sacerdote ha dejado de usar una mascarilla en la mayoría de los servicios; algunos feligreses todavía lo hacen. Mantiene una botella de desinfectante de manos junto al altar, en caso de que accidentalmente toque la boca de alguien mientras se arrodilla para recibir la Comunión en su lengua.

Una niña recibe la comunión del reverendo Kristopher Cowles.
Una niña recibe la comunión del reverendo Kristopher Cowles.
(Robert Gauthier / Los Angeles Times)
Anuncio

El verano solía estar lleno con misas para quinceañeras; solo ha tenido una pequeña en lo que va del año. Algunos se burlaron cuando dijo recientemente que solo los familiares cercanos podían asistir a las primeras comuniones. Ofrece consejería prematrimonial pero no tiene ceremonias programadas hasta 2021.

Les dice a los feligreses que tengan “paciencia”, ofreciendo su propio ejemplo de conocer el dolor de no poder orar con su madre. Durante meses, Cowles solo pudo verla a través de una ventana cerrada en su hogar de ancianos. Ahora la visita en un patio, con mascarilla y sentados detrás de redes que los mantienen separados por 10 pies. Gritan para escucharse y terminan sus reuniones con abrazos al aire.

“La iglesia está abierta aunque no estamos abiertos”, dijo Cowles, y señaló que su obispo no ha restablecido la obligación religiosa de asistir en persona. “Tenemos que respetar a los que quieren entrar, y a los que no”.

Los Barrera regresaron juntos en junio.

Cuando el edificio no estaba abierto para la misa, Ciriaco pasaba solo para la adoración, donde la Eucaristía se exponía cada noche para la oración en silencio. Encendía velas para la familia en un nicho frente a una estampa de Nuestra Señora con su tilma turquesa. María, cuya tos persistente e hipertensión pulmonar la mantuvieron alejada por más tiempo, ahora no entrará al edificio sin su mascarilla desechable.

“Creo que fueron las oraciones en la iglesia las que me sanaron”, dijo María, de 50 años, un domingo reciente. “Estoy feliz de no estar enferma. Pero estoy más feliz de estar de vuelta en la iglesia”.

Ana Paulina Magaña, la secretaria parroquial, está nuevamente ahí, aunque su ausencia fue más breve. El virus infectó a sus padres, al primo y al esposo de su prima, un trabajador de Smithfield, a principios de este año, y Magaña se encerró en casa con sus sobrinas y su hermano durante semanas.

Anuncio

“Nunca me enfermé, pero sé por mi familia que podría”, dijo Magaña, de 36 años. La iglesia es uno de los pocos lugares en los que tolera estar en grandes grupos sin mascarilla. “Evito Walmart porque tiene demasiada gente”.

Esmeralda Rivas, daughter Monica Sarabia and her father join in prayer.
Esmeralda Rivas, su hija Mónica Sarabia y su padre rezan en la parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe.
(Robert Gauthier / Los Angeles Times)

Esmeralda Rivas, cuya familia ha ido a la parroquia durante 12 años después de mudarse del estado de Washington, también está de regreso en misa con sus cinco hijos y su esposo, que trabaja en el Departamento 8 cortando costillas de cerdo. Esquivó la enfermedad, aunque casi todas las personas con las que almorzó en la sala de descanso no tuvieron tanta suerte y un trabajador del departamento contiguo murió.

“Dios, cuídanos a todos”, dijo Rivas, de 39 años, quien cree que fue una fuerza más grande que ella la que salvó a su familia.

A medida que la vida vuelve a una nueva versión de la normalidad, Cowles ha enviado solicitudes al fondo de ayuda de la diócesis, pues ha recibido llamadas semanales para pedir apoyo por parte de gente que estaba enferma o que habían perdido su trabajo. La iglesia ha emitido decenas de cheques de $500 para cubrir el alquiler y las facturas médicas, lo que constituye una pequeña parte del pago por desempleo que los solicitantes, muchos de ellos inmigrantes indocumentados, no pueden obtener. La mayoría eran no católicos o feligreses de fuera de su parroquia.

Pero en ocasiones, ha visto nombres conocidos entre los que necesitan ayuda que mencionan el mismo lugar de trabajo: Smithfield.

Anuncio
Saul Estrada, a butcher, sanitizes a pew following Sunday Mass at Our Lady of Guadalupe.
Saúl Estrada, quien trabaja como carnicero, higieniza su banco después del servicio dominical en la parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe.
(Robert Gauthier / Los Angeles Times)

Para leer esta nota en inglés haga clic aquí

Anuncio