OPINIÓN: La necesidad de decir las cosas
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En una entrevista hace unos años, la reconocida escritora iraní Azar Nafisi, quien tuvo que exiliarse en Estados Unidos luego de perder su trabajo como profesora de literatura en la Universidad de Teherán por rehusarse a usar el velo, dijo: “Uno de los signos de que uno se siente en casa es no sentirse en casa, no ser complaciente. Una vez que comienzas a criticar las cosas y hacer preguntas, ahí te das cuenta de que te sientes en tu casa”.
Como inmigrantes, los latinos a veces somos reacios a criticar la sociedad de Estados Unidos. Este es el país que, para muchos, representa una segunda oportunidad en la vida. Deseamos incorporarnos y ser parte de esta sociedad, y el silencio es una herramienta consecuente a ese fin. Como dice el refrán, “No muerdas la mano que te da de comer”.
Pero las palabras de Nafisi nos deberían llevar a la reflexión sobre lo que significa ser parte de una sociedad. No es posible, por siempre, vivir una vida de invisibilidad. Los seres humanos tenemos sentimientos, pensamos, y llegamos a conclusiones sobre muchas cosas. Y esas conclusiones forma parte de quienes somos, de nuestra esencia particular. El ser humano es un animal social: no sirve engullirse nuestros pensamientos y esconderlos en nuestro interior. Llega un momento en que, justamente porque amamos algo, lo criticamos.
Como un latino inmigrante en Estados Unidos, y miembro de esta sociedad desde hace más de cuatro décadas, aprendí que está bien ser cauto al principio de nuestra permanencia en este país. Nadie piensa que alguien recién llegado esté calificado para opinar: hay que ganarse ese derecho con años de trabajo.
Pero también llega el momento en que no es posible callar ante cambios tan fundamentales a las reglas del juego como los propuestos por el Partido Republicano, con proyectos de ley en 47 estados (al momento de escribir estas líneas a principios del mes de abril) que restringen el libre acceso al voto.
Hay que tener el coraje de decir que algo esta mal, aún cuando las amenazas, los insultos, y las posibles represalias sean las (tristemente) inevitables consecuencias de escribir verdades inconvenientes para muchos. Yo ciertamente lo he experimentado con otros editoriales que he escrito en el pasado. Una vez recibí un mail anónimo que me informaba que “Este país fue construido por y para hombres blancos protestantes. Y es mejor que tu lo aceptes”.
No podemos analizar en este breve espacio todas las implicaciones de los cambios propuestos en las leyes electorales, y acepto que seguramente no soy yo el más experto en juzgarlas. Quisiera, sin embargo, detenerme brevemente en una de las provisiones de la nueva ley electoral de Georgia, recientemente promulgada con la firma del gobernador republicano Brian Kemp.
Las 98 páginas de esta ley de Georgia revelan su verdadero cometido: restringir el acceso al voto para aquellos individuos que vivan en zonas urbanas, o que tengan menos oportunidades para votar en persona durante la jornada electoral. Es decir, mayormente comunidades de gente de color, o de aquellos que necesitan ir personalmente a trabajar ese mismo día de los comicios y no pueden permanecer en una fila por horas para poder ejercer su derecho al voto.
Pero lo que es realmente indignante son las palabras del articulo 73 de esta ley, que dice textualmente: “Ninguna persona dará, ofrecerá dar, o participará en dar … comida y bebida, a un votante…”
O sea… Si eres parte de una comunidad, donde la maquinaria política del estado te condena a esperar por horas hasta que te llegue el turno de votar, y tienes la determinación de aguantarte el calor, el frío, o la lluvia para ejercer tu derecho al voto; bueno no pretendas que un pariente, un amigo, o un desconocido animado por el más básico sentimiento humano de proveer confort a otro ser humano se te acerque con un vaso de agua. Porque eso según la ley en Georgia es un crimen… “Y es mejor que tu lo aceptes”.
Ciertamente, Estados Unidos tiene elecciones mucho más libres y transparentes que las de otros países. Pero que las cosas estén mejor aquí, no quiere decir que debamos callar ante estos intentos de subvertir la democracia.
Callar es ser cómplice y, como dice la escritora Nafisi, para sentirnos verdaderamente como parte de esta casa estadounidense, debemos hacer preguntas y criticar las cosas cuando esto sea lo humanamente correcto.
Ricardo Preve es un director de cine argentino que vive en Charlottesville, Virginia desde 1976. @rickpreve en Twitter e Instagram.
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