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Para la diáspora ecuatoriana de Nueva York, el ecuavoley es un pedazo de su hogar

Para más de 180.000 ecuatorianos en la ciudad de Nueva York, el ecuavoley, un deporte de su tierra natal, reúne identidad, comunidad y una oportunidad de ayuda mutua.

An ecuavoley player aims the ball over the net
Una jugadora de ecuavoley lanza la pelota por encima de la red durante el campeonato de la liga de voleibol Morocho, en el parque María Hernández de Brooklyn.
(Mariana Martinez Barba / For De Los)
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Mientras Robert Banderas toma el micrófono, cuatro imponentes haces de luz caen sobre él. Se ajusta su camiseta deportiva roja, amarilla y azul, preparándose para concentrarse en su alter ego.

De día, este hombre de 52 años es soldador. Por la noche, Banderas se transforma en “El Cuy”, uno de los mayores promotores del ecuavoley en Nueva York.

El ecuavoley se originó en Ecuador a finales del siglo XIX, y su singular paralelismo con el voleibol le valió el nombre de ecuavoley en la década de 1930, según el académico Alex Galeano-Terán.

El hecho de que se jugara con una pelota y una red fácil de instalar, lo hizo popular entre los campesinos y los habitantes de pueblos pequeños. Hoy, este pasatiempo se considera parte de la vida cotidiana en Ecuador, donde cada pueblo o ciudad tiene su propia cancha para reunir a los miembros de la comunidad.

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Ecuavoley players and organizers pose for a picture in front of greenery.
Jugadores y organizadores de Ecuavoley se reúnen para un partido vespertino en Cancha Loma Flow. Delante (de izquierda a derecha): Christopher Peralta, Eugenio Apunte, Telmo Heras, Mayra Ortiz, Sandro Avila. Atrás (de izquierda a derecha): Francis Fernandez, Wilson Heras, Brian Avila, Hitalo Calle, Enrique Masias, Junior Heras, Edwin Guzman.Guzman.
(Mariana Martínez Barba / For De Los)

En Nueva York, el ecuavoley se encuentra en casi todos los distritos. Hay cientos de canchas repartidas por el Bronx, Brooklyn, Queens y Manhattan.

Esta noche, El Cuy tiene su corte de seguidores en la Cancha Don Erick, situada detrás de una casa en Junction Boulevard, en Corona, Queens. El maestro de ceremonias habla por el micrófono, anunciando la causa solidaria de la noche. En esta ocasión se recauda dinero para un miembro de la comunidad con problemas de salud.

“El número de la suerte es el 7, el 40... ¡el 31!”.

Una familia sentada en una de las bancas prorrumpe en vítores cuando les entregan su premio: unos auriculares, una botella de licor y una camiseta idéntica a la suya. Un niño sonríe mientras se pone la camiseta y se acomoda frente a la cancha.

“Se acabó el tiempo. Por favor. Tenemos que empezar ya”, dice una vez más por los altavoces.

Cuando El Cuy toma el mando, el perímetro empieza a llenarse de gente. Estiran el cuello para ver la acción que se desarrolla en la losa de concreto de 3 por 4 metros.

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Los espectadores gritan. Sus ojos están fijos en un balón de fútbol que tiene el número 5. Un jugador saca y lo golpea con fuerza.

“Bola, bola”, proclaman otros. A cada lado de la red un equipo de tres hombres se disputan el balón. Embisten, saltan y se lanzan a través del área, luchando por marcar un punto.

De repente, la pelota golpea el piso, marcando el final de la jugada.

Los jugadores intercambian apretones de manos antes de volver a sus posiciones. El Cuy se cruza de brazos y sonríe satisfecho. Tras una rápida pausa para asimilar el juego, no duda en seguir adelante.

A lo largo de la noche, el organizador saluda con entusiasmo a sus amigos habla con el árbitro y grita de vez en cuando “¡bola!”, todo ello mientras carga en un trípode su teléfono atado a la parte superior.

Cuando no está controlando el ritmo de los partidos, se asegura de que su retransmisión en directo en Facebook esté lista para todos sus seguidores. Sólo son las 8 de la noche, pero ya hay ecuatorianos de todo el mundo ingresando a su canal para ver las actividades que se desarrollan en la Cancha Don Erick.

En la transmisión en vivo, El Cuy capta el humo de la carne asada envolviendo el ambiente, a innumerables familias llenando sus platos con comida ecuatoriana y las melodías al ritmo de bachata que llena el ambiente en el espacio entre los juegos.

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A man wearing blue plays ecuavoley while another wearing red and a cowboy hat films him.
Eugenio Apunte, también conocido como Ecuaman, prepara una transmisión en vivo del campeonato de barrio en la Cancha Don Miguel para sus seguidores de Facebook.
(Mariana Martínez Barba / For De Los)

El Cuy señala que ecuavoley se ha convertido en un sinónimo de Ecuador a tal punto que cada una de las 24 provincias se ve reflejada en la creciente comunidad deportiva de la ciudad.

“Eso es lo bonito de este deporte”, comparte El Cuy, “uno ya lo lleva en la sangre”.

El auge del ecuavoley puede atribuirse a la creciente población ecuatoriana en EE.UU. Hoy, más de 184.000 personas de ascendencia ecuatoriana llaman hogar a la ciudad de Nueva York.

Aunque los ecuatorianos llevan emigrando a EE.UU. desde la década de 1970, las crisis financieras de los años 90 provocaron grandes oleadas de inmigración. A principios de 2000 se produjo un golpe de estado en ese país sudamericano. Hoy, Ecuador se encuentra en otro punto de inflexión política: su actual presidente, Guillermo Lasso, disolvió el Congreso del país para evitar ser destituido.

Mientras los ecuatorianos integran este pasatiempo a sus vidas en Nueva York, trasmiten una identidad cultural única, creando una comunidad en una ciudad que a menudo los considera invisibles.

Cuando una mesera del restaurante 12 Corazones de Queens fue atropellada por un conductor ebrio en 2020, El Cuy se puso inmediatamente al teléfono.

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“Hablé con la gente [y les dije] que íbamos a celebrar un evento para ayudar a la chica que se encontraba en el hospital”, dijo.

Para muchos que han emigrado recientemente a Estados Unidos, la comunidad de ecuavoley se ha convertido en un espacio de apoyo y ayuda mutua. Los torneos de ecuavoley suelen servir también para recaudar fondos para ayudar a alguien que se encuentre en una situación difícil.

“Aquí todos colaboramos para ayudar a alguien que haya tenido un accidente”, dijo Eva Iza, de 30 años, aficionada al ecuavoley, durante un partido en el parque María Hernández de Brooklyn. “¿Por qué? Porque somos una familia”.

Ya sea que un amigo se haya quedado sin trabajo o haya sufrido un accidente automovilístico, muchos de estos torneos pueden reunir miles de dólares en una noche para prestar ayuda a un compatriota ecuatoriano.

“Muchos de los que estamos aquí somos inmigrantes, no tenemos documentos y es un camino muy difícil llegar hasta aquí. Estamos aquí por una mejor oportunidad para darle lo mejor a nuestra familia”, reflexionó Iza.

Organizadores como El Cuy se han dado cuenta de la poderosa correlación del ecuavoley con otras características culturales únicas de Ecuador, y empezaron a utilizar los partidos como una oportunidad para destacar los grupos de baile ecuatorianos de la localidad.

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En un partido reciente en Corona, los bailarines de Folklor Andino New York dieron vida a una representación de la región montañosa andina de Chimborazo. Su presentación, “La cacería del venado”, cuenta la historia de hombres que salen a cazar venados y mujeres que se quedan en casa para atender a los niños.

A man and women count money
Magali Guzmán y Robert Banderas, conocido como El Cuy, cuentan el dinero recaudado para una causa solidaria en Cancha Don Erick.
(Mariana Martinez Barba / For De Los)

La presentación tuvo sus inicios en 2020 y ya se ha convertido en un elemento básico en las canchas ecuavoleyanas. La presencia de grupos como Folklor Andino espera educar a las nuevas generaciones sobre su origen.

Para El Cuy, poder transmitir los pasatiempos culturales propios de su tierra y el folclor ecuatoriano son cruciales para conservar la identidad nacional.

“Si se puede dar vida a un grupo o música ecuatoriana, hay que hacerlo y aprovecharlo”.

Alex Galeano-Terán ha dedicado su vida a estudiar y documentar el impacto sociocultural de este deporte.

“Un jugador que no tiene un apodo no es un jugador. Eso forma parte de la cultura: las apuestas, los apodos, los dichos”, explica Galeano por teléfono.

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Los apodos cómicos de los jugadores incluyen Vinceño La Bestia, Súper Danny, Wero Tiwi “El Rey”, incluso Peso Pluma. En cuanto a las apuestas, la mayoría de los partidos tienen algún tipo de apuesta a favor de jugadores y equipos. Desde 20 dólares hasta más de 1.000, las apuestas añaden otro nivel de interés para los asistentes.

Dancers of Folklor Andino New York perform a folk dance known as la caceria del venado, or the hunt of the deer
Junior Elian Peñaloza, a la izquierda y Miriam Melissa Tenezaca Mayancela, al centro, de Folklor Andino New York interpretan una danza folclórica conocida como la cacería del venado, en la Cancha Don Erick de Queens.
(Mariana Martinez Barba / For De Los)

“Te sientas y disfrutas de estar con tu gente, encuentras una nueva amistad, vienes aquí a platicar de trabajo o del deporte en sí”, dijo El Cuy. “Es una forma de liberar el estrés”.

Otros organizadores, como Carlos Morocho, también son figuras clave para entender los orígenes del ecuavoley en la ciudad. Él cofundó la Liga de Voleibol de Morocho a principios de la década del 2000, y desde entonces ha acogido a la comunidad ecuatoriana. Dice que el deporte ha evolucionado y que las generaciones más jóvenes han empezado a mostrar interés.

“No se han olvidado de sus raíces, eso es muy bueno. Hay que entender que aunque nuestros hijos, nuestros nietos, nazcan en este país, siguen teniendo raíces en nuestros países”.

El ecuavoley también ha empezado a involucrar a otros latinos además de los ecuatorianos. Dominicanos, mexicanos y colombianos también empiezan a formar parte del tejido de la presencia de ecuavoley en la ciudad.

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Con la participación de otras culturas, la metrópoli también se ha convertido en un centro innovador para las mujeres de ecuavoley. Arlett Ponce, de 20 años, es una de las muchas mujeres que están abriendo camino a una nueva generación de jugadoras.

Ponce empezó a jugar a los 13 años. Hasta la pandemia, había jugado solo con su papá y sus amigos, y empezó a rogarle para jugar con otras personas de su edad.

Recuerda el día en que, en el sur de Guayaquil (Ecuador), una cancha llena de gente se reunió para verla jugar.

“Yo ni siquiera lo sabía, pero toda esa gente que se agolpaba alrededor... toda esa gente acabó yendo sólo para verme a mí por cómo jugaba”.

Su poderosa presencia en la cancha la llevó a volverse viral en TikTok, y le valió el apodo de “Arlett Ponce La Revelación”. Ponce se convirtió en tal sensación que ha sido contratada para jugar en Estados Unidos. En Nueva York, siente que por fin ha encontrado una comunidad.

“Agradezco mucho a toda la gente que me recibe con tanto cariño en cada cancha. Porque sentirse en casa, sin estarlo, es muy bonito”.

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