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Con días enteros de testimonios sobre drogas y asesinatos, el juicio de ‘El Chapo’ parece aburrir a los jurados

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Los miembros del jurado en el juicio contra el narcotraficante mexicano Joaquín “El Chapo” Guzmán se aferraron al borde de sus asientos, el lunes 19 de noviembre, moviendo las cabezas de un lado a otro como espectadores de un partido de tenis, cuando la defensa atacó a uno de los testigos estrella de la fiscalía después de casi tres días de interrogatorios.

“¿Sabe lo que es una telenovela?”, preguntó el abogado defensor William Purpura, desatando la risa de los presentes y haciendo encoger de hombros a Jesús “El Rey” Zambada García, exayudante de Guzmán. “¿Alguna vez ha escrito guiones para una?”

La situación marcó un claro distanciamiento de la mañana, cuando los jurados parecían dormirse mientras Zambada García describía cómo él y Guzmán se habían agazapado sobre la maleza de una pista de aterrizaje clandestina, en lo profundo de las montañas, con armas AK-47 y preparados para abrir fuego contra el ejército mexicano.

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Guzmán “dijo, si bajan, tendremos que matarlos”, recordó Zambada García mientras los oficiales de seguridad de la corte bostezaban abiertamente en la parte trasera de la galería, y el juez Brian Cogan se movía, inquieto, en su asiento. “Estaba tranquilo. Alerta, pero tranquilo. Sentía la adrenalina que se tiene en una situación de vida o muerte”.

Los párpados se agitaron cuando el testigo —el hermano más joven del veterano socio de Guzmán y supuesto sucesor, Ismael “El Mayo” Zambada—, detalló cómo el líder del cártel ordenó el asesinato de su rival, Rodolfo Carrillo, junto con su esposa, a la salida de un cine, por negarse a estrechar su mano.

Una pistola calibre 38 con monograma de diamantes no logró atraer más que una simple mirada del banco del jurado, donde las cabezas se mecían cuando el testigo recordó lo que su hermano le había contado sobre el brutal asesinato de Julio Beltrán, un narcotraficante que “no estaba jugando conforme las reglas”. “Me dijo que hubo una explosión de balas y que le cortaron la cabeza”, testificó Zambada García. “La cabeza colgaba hacia un lado”.

Zambada García es el primer testigo colaborador de alto perfil en declarar en un juicio que, se espera, incluirá a decenas de exnarcotraficantes. Guzmán se declaró inocente de 17 cargos de narcotráfico, conspiración para asesinar y violaciones por armas de fuego.

Desde el miércoles, los fiscales guiaron a Zambada García a través de eventos que abarcan más de 20 años de servicio a su hermano y al cártel de Sinaloa. El hombre, formado como contador, se erigió entre las filas de la agrupación delictiva después de ser despedido de su empleo corporativo en la Ciudad de México, por la vinculación con su hermano. Conoció a Guzmán por primera vez después de ayudarlo a escapar de prisión, en 2001, y continuó coordinando los envíos de drogas, reuniones y asesinatos para él hasta su arresto, en 2008.

Ni siquiera el complejo asesinato de un comandante de la policía judicial corrupto, en 2008 —el temible sicario de su antiguo compañero convertido en rival, Arturo Beltrán Leyva—, pareció romper el hechizo de tantos días de testimonios monótonos.

“Hicieron una simulación, diciendo que uno de sus hijos había tenido un accidente mientras se dirigía a la escuela”, explicó Zambada García. “Mandaron un sicario al área para pisar los frenos y que se escuche un ruido, y enviaron a otro corriendo a su casa para decirle que su hijo había sido atropellado. [El comandante] salió corriendo a buscar al niño, y ahí fue cuando lo mataron”.

Fue una batalla temprana en una guerra excepcionalmente sangrienta entre el cártel de Sinaloa y sus aliados de mucho tiempo, los Beltrán Leyva, afirmó Zambada García ante el tribunal, antes de que los fiscales volvieran a dirigir su atención a los detalles de un cargamento particular de cocaína, sus diversos costos y la logística y los mecanismos específicos mediante los cuales supo que había sido interceptado por la Guardia Costera de Estados Unidos.

Mientras otros movían sus pies y miraban furtivamente al reloj, el acusado escuchaba absorto cada palabra de su exayudante.

Guzmán observó atentamente a Zambada García mientras éste hablaba, apartando la vista sólo para tratar de llamar la atención de su esposa, Emma Coronel, quien mayormente jugaba con su cabello y ponía atención a su manicura, para ocasionalmente doblarse sobre sí misma y poner su cabeza entre las manos mientras la fiscal Gina Parlovecchio pasaba por encima los dramas más fascinantes para centrarse en el tonelaje exacto de un envío de drogas en particular, o el precio por kilo que Guzmán le pagaba a Zambada García por la cocaína que movía a través de sus “bodegas” de la Ciudad de México, entre 2004 y 2008.

“Quien suministra debe estar por encima de él”, atacó Purpura, quien tomó la foto judicial de Zambada García como evidencia hacia el frente de la corte y la agitó sobre la fotografía de Guzmán para sugerir que Zambada García era realmente el hombre a cargo. “¿Qué le parece?”

“Bien”, respondió el testigo con un encogimiento de hombros teatral y con las manos abiertas, que desató carcajadas en la multitud.

Los jurados escribieron furiosamente en sus libretas cuando Purpura presionó a Zambada García sobre un conjunto de documentos falsos, incluidos certificados de nacimiento, pasaportes, licencias de conducir e incluso una visa de Estados Unidos para dos alias, Víctor Rosas y Abraham Flores.

“¿Y todas estas son mentiras?”, increpó Purpura.

“Víctor y Abraham son todas mentiras”, respondió Zambada García. “Mi nombre es Jesús”.

Pero el abogado apuntó con fuerza a las discrepancias entre los días de testimonios de Zambada García en el juicio y las declaraciones detalladas que le había otorgado al gobierno como parte de su acuerdo de cooperación, en particular por qué no había nombrado a Guzmán ni una sola vez en varios eventos en los que luego testificó que el capo había estado profundamente involucrado.

Aunque insistió en que sus recuerdos eran claros, el testigo admitió que ciertos detalles podrían haberse escapado de su memoria en la década transcurrida desde su captura. “No puedo garantizar eso”, respondió cuando Purpura le preguntó si tenía un “recuerdo absoluto y literal” de los eventos en los que había pasado tres días testificando. “Ahora soy un hombre viejo”.

Sharp es corresponsal especial.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.

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