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Tras el robo de su camioneta jardinero recibe ayuda inesperada de la policía

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Hasta hace poco, Adrián Salgado vivía tranquilamente cortando césped y podando árboles en Santa Ana.

El jardinero de 65 años de edad, de pronto se vio involucrado en todo un drama, parecido a los que ve en las antiguas películas mexicanas que le gusta disfrutar. Ha sido tanta la atención que su caso fue trasmitido hasta por televisión.

Y es que después de que el jardinero sufrió el robo, los agentes de la policía decidieron comprarle herramientas nuevas y una cortadora de césped.

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Fue una historia apasionante con un final sorprendentemente feliz. Pero la parte más notable de esta historia no llegó sino hasta después, lejos de las cámaras, y al día siguiente del robo de Salgado.

... Después de que el jardinero fue robado, unos agentes de la policía le compraron herramientas nuevas y la cortadora de césped... Los oficiales de la policía de Santa Ana contribuyen y compran equipo para el jardinero cuyas herramientas y camión fueron robados.

La mañana del robo, Adrián Salgado estaba seguro de que “los malos se habían salido con la suya”.

Estaba en Santa Ana, a punto de salir de su cuarta casa, donde acababa de podar todas las rosas, cuando la maestra le llamó y le dijo: “Tengo tu cheque”.

Salgado regresó segundos después y se dio cuenta de que su camioneta -y todo lo que había en ella- había desaparecido. Su cortadora de césped, soplador de hojas, recortador y rastrillo. Su teléfono celular, su billetera y 1.000 dólares en efectivo, el equivalente a un mes de trabajo.

El jardinero salió corriendo hacia la calle con sus empolvadas botas de trabajo. Se fue por ahí! gritaron otros jardineros que presenciaron el hecho y señalaron: ¡iba muy rápido!.

Cuando Salgado llegó a la entrada del vecindario privado, ya era demasiado tarde. Su pequeña camioneta roja, a la que llamaba ‘Mi Roja’, ya había desaparecido.

La llamada llegó al Departamento de Policía de Santa Ana alrededor de las 10:30 a.m. Unos 10 oficiales fueron enviados para encontrar la Toyota Tacoma 1997. Rastreando el celular de Salgado, policías en motocicletas y vehículos siguieron a los sospechosos a través de Santa Ana, Newport Beach y Westminster. Se acercaron a la pareja en Garden Grove.

La policía dijo que Alan Babauta, de 22 años, y Caroline Nguyen, de 31, tenían $500 en sus bolsillos cuando fueron detenidos, pero ambos afirmaron que el dinero era suyo, por lo que los agentes no pudieron devolverle el dinero al jardinero. Los dos fueron acusados de robo de auto y posesión de propiedad robada.

Salgado llegó a la escena y encontró a ‘Mi Roja’, la camioneta usada que sus hijos le regalaron hace casi una década, semi desmantelada.

Sus herramientas no estaban. La imagen de la Virgen de Guadalupe que su esposa María había colgado del espejo retrovisor para que lo protegiera, había sido lanzada al suelo. Su billetera estaba rota y vacía en el asiento del pasajero.

Pero lo que más le dolió perder fue la foto de sus papás, Agripina y Antonio; el billete de $500 pesos, tan descolorido y arrugado que apenas se podía distinguir la cantidad; que se había ganado en su primer trabajo a los 13 años laborando en una mina mexicana.

Salgado pasó años excavando minas de piedras y metales preciosos. A su esposa María le contaba sus aventuras, sabiendo que esto era lo más cerca que había estado de tesoros tan codiciados por tanta gente.

El matrimonio tuvo cinco hijos: dos niños y tres niñas. Asegúrate de que tus hijos no sean flojos, le aconsejaba su padre. Asegúrate de criarlos para que trabajen duro.

Salgado prometió que lo haría. Pero no de la forma en que su padre le enseñó, no con amenazas, agresiones y palizas. “Quería que aprendieran sobre el valor del trabajo duro de forma independiente, con respeto”, dijo.

Uno por uno, los cinco niños crecieron y dejaron el estado mexicano de Guerrero para ir al Condado de Orange. Hace quince años, los niños enviaron a buscar a sus padres para que “nuestros viejos no se sintieran solos en el rancho”, dijo su hijo César Salgado.

Cuando Adrián Salgado llegó a Santa Ana no sabía qué hacer con su vida. “Me sentí inútil”, dijo.

Ya has trabajado bastante, Apá. Tómatelo con calma.

Pero sentarse no es algo que Salgado sepa hacer.

Así que agarró un rastrillo y se unió a sus hijos para trabajar como jardinero. Salgado se sintió orgulloso y libre en el césped recién cortado, entre petunias y otras flores. “Mis casas son las mejores de la cuadra”, dijo orgulloso.

A todo el mundo se le hace curioso que en los días de lluvia se convierte en un verdadero “gruñón”. Siempre está vigilando el cielo, esperando para saltar a ‘Mi Roja’.

La familia vive en una calle humilde y llena de camionetas con grandes escaleras, cajas de herramientas, latas de pintura y cortadoras de césped.

La familia comparte una casa de estuco con cinco dormitorios - Salgado y María, sus cinco hijos adultos, sus esposas y seis nietos.

Es una casa llena de acción donde todos contribuyen con el alquiler mensual, las cuentas y los comestibles.

“Si te portas mal en esta casa, te regañaremos entre todos”, dijo María. “Si necesitas ayuda, serás ayudado por todos”.

El día del robo, casi todos los hijos volvieron corriendo del trabajo para estar con su padre. Lloraron cuando se enteraron de la compasión con la que la policía de Santa Ana lo había tratado.

En el sitio donde ‘Mi Roja’ fue recuperada, los oficiales no pudieron evitar sentir un poco de pena al verlo parado junto a su camioneta roja.

Uno por uno decidieron ayudar a comprar el nuevo equipo de Salgado. El sindicato de la policía también ayudó. Siete oficiales acompañaron a Salgado hasta Home Depot y la tienda les dio $100. Una clienta metió la mano en su bolso y donó otros $40 dólares.

Con un poco más de $1.000, los oficiales le compraron a Salgado una nueva cortadora de césped, un soplador de hojas, una recortadora y un rastrillo.

Salgado les dio las gracias a todos y luego se fue manejando en ‘Mi Roja’. Todos pensamos que se iría a casa a descansar, dijo el sargento González.

Pero el hombre se dirigió a sus jardines, tenía tres más que atender antes del atardecer.

Esa noche, cuando Salgado llegó a casa, pensó que todo el drama había terminado. Pensó que poco a poco ahorraría para reemplazar todo su equipo original, que tenía un valor de más de 3.000 dólares.

Pero a la mañana siguiente, sonó el teléfono del jardinero. “Ven a la comisaría”, dijo el que llamó, “creo que tenemos algo para ti”.

Resulta que un hombre había llamado e informó que había encontrado un montón de herramientas de jardinería en su patio trasero. Su nieto, Alan Babauta, las había tirado allí la mañana anterior.

Esa noche Joaquín Babauta se preocupó al ver la foto de su nieto en las noticias y al enterarse de la desgracia del jardinero.

“No podía creerlo”, dijo Babauta. “Les he dicho siempre a mis hijos y a mis nietos que nunca roben. Si necesitan algo, pídanlo. Si no lo consiguen, deben trabajar por ello”.

Joaquín cargó su camioneta Dodge Ram con las herramientas de Salgado y se dirigió a la estación de policía. Encontró al jardinero en la acera, esperándolo en silencio pero ansiosamente.

Los dos hombres se colocaron frente a frente mientras un oficial de policía traducía para ellos. Eran tan diferentes -uno de Guam, otro de México- pero tan similares. Dos abuelos que viven a sólo 10 millas uno del otro.

Joaquín había pasado 43 años trabajando en más de una docena de empleos en la Marina, en almacenes, en el mantenimiento de barcos, sirviendo comida y conduciendo camiones y montacargas. Consiguió su primer trabajo a los 16 años en Guam, como estibador descargando barcos toda la noche hasta las 7 a.m. Apareció en la estación con su viejo mono azul marino y guantes de trabajo.

“Lo siento mucho”, le dijo a Salgado, mientras intentaba encontrar las palabras adecuadas. “Sé que es difícil para ti empezar de nuevo y comprar equipo nuevo”.

“Gracias”, le dijo Salgado.

Ambos hombres se abrazaron y sonrieron para tomar una foto y luego, con la ayuda de la policía, los dos descargaron la cortadora de césped, el soplador de hojas, las podadoras y los rastrillos para que Salgado pudiera poner todo de vuelta a donde pertenecían:

En ‘Mi Roja’.

esmeralda.bermudez@latimes.com

@LATBermudez

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí

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