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Para una rockera chicana, la música es activismo y una forma de vida

Martha Gonzalez of music group Quetzal at her home.
Martha González, la cantante de Quetzal y autora del libro, “Chican@ Artivistas”, en su casa de Los Ángeles, sosteniendo una jarana de Veracruz.
(Gary Coronado / Los Angeles Times)
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Se podría pensar que ganar un Grammy podría ser el sueño de cualquier artista.

Para Martha González, la cantante de Quetzal de 48 años, la realidad que vive es mucho más gratificante: “Aunque agradecimos el reconocimiento, fue como tener a Santa Claus en tu casa cuando ya no crees en él”, escribe en su nuevo libro, “Chican@ Artivistas: Música, Comunidad y Tácticas Transfronterizas en el Este de Los Ángeles”.

“La idea de Santa Claus es muy agradable de pensar, pero el sentimiento ha sido desmitificado”.

Martha González, de rosa, y los miembros de Quetzal
Martha González, de rosa, y los miembros de Quetzal aceptan un Grammy en la categoría de rock latino, urbano o álbum alternativo en 2013.
(Robert Gauthier / Los Angeles Times)
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Durante más de 20 años, esta banda de rock chicano ha hecho las cosas a su manera: rechazando el dinero de los patrocinadores de las compañías de tabaco o alcohol (una opción a la que González se refiere en el libro como “suicidio profesional”) y utilizando lo que ella llama “prácticas artísticas comunitarias y participativas”.

No es raro que la banda invite a los vecinos a talleres para escribir canciones juntos. Desde que Quetzal se formó a raíz de los disturbios civiles de Los Ángeles en 1992 (González se unió en 1995), ha operado con la convicción de que el arte y el activismo no pueden separarse.

El libro de González detalla algunas de esas lecciones, ya sea que se hayan aprendido aquí en casa, “en las trincheras”, o en lugares como Veracruz, México, donde la banda se unió a los fandangos - fiestas caracterizadas por el canto, la poesía, la danza y la música, aderezado todo con un toque académico (González es profesora asociada en el Scripps College).

El libro entreteje a la perfección la teoría feminista chicana, la etnomusicología y las experiencias íntimas de González. En el proceso, ofrece un vistazo a la vibrante escena artística del Este de L.A. de los 90 y el desarrollo de una ‘artivista’ chicana.

Quetzal nunca apareció en la gala pre-Grammy. En su lugar, hicieron la cosa más quetzal de la historia: Abrieron las puertas de la Breed Street Shul en Boyle Heights, invitaron a todas las bandas del Este de Los Ángeles que habían sido nominadas a un Grammy y dieron un concierto. ¿Quién necesita un Grammy cuando tienes una comunidad?, dijo González durante una entrevista con el Times acerca de su historia y su libro.

¿Qué esperas que los lectores obtengan del libro?

Espero que la gente piense en la música de nuevas maneras. Que la música no es sólo una mercancía. Si, la compramos o la vendemos como profesionales, pero también nos reconectamos con nuestro ser creativo de una manera que está libre de ataduras al capital. Necesitamos encontrar formas de estar en la comunidad con la música y hacer música como comunidad.

No somos sólo productores de trabajo. ¿Podemos aprender hoy en día algo del activismo chicano del Este de Los Ángeles de los 90? Sí. Sabemos que las marchas, el arte y la música fueron instrumentos fundamentales para humanizar nuestra lucha. También había mucho agotamiento. Como si nos hubiéramos dado por vencidos, cansados de los cambios que podían ocurrir. Y creo que eso es totalmente comprensible. Es difícil estar en la resistencia toda la vida adulta. Tenemos que ir más allá de la resistencia, como Quetzal Flores ha dicho a menudo [fundador de la banda y socio de González]: Tenemos que construir una infraestructura social y cultural en la que las cosas que hacemos también nos den vida, no sólo que nos quiten energía. Vamos a estar en esto a largo plazo.

Martha Gonzalez, band member of music group Quetzal, at her home in Los Angeles.
González se unió a Quetzal en 1995, no mucho después de que se fundara el grupo tras los disturbios de 1992.
(Gary Coronado / Los Angeles Times)

Escribes que “El fandango es la herramienta perfecta para formar y mantener a la comunidad”. ¿Cómo lo hace?

Alguien puede tener un fandango en su casa. Pueden tenerlo incluso en un parque. Pueden decir, “va a haber un fandango aquí, que corra la voz. Díselo a todo el mundo”. Así que todos comparten el área y luego todos nos presentamos. Es efímero. Y puedes recrear esto en cualquier espacio. Y eso es muy bonito, especialmente cuando pensamos que el espacio aquí y en nuestras comunidades se está extinguiendo con el aburguesamiento de la zona. Practicas el fandango en un espacio y se cierra... y ni modo, pero los momentos en que estuvimos juntos logramos crear un sentido de comunidad.

Escribes sobre la importancia de los espacios físicos en tu desarrollo como artivista: Gráficos de autoayuda en el Este de Los Ángeles, Centro de Regeneración en Highland Park, Troy Cafe en Little Tokyo.

Creo que siempre necesitamos espacios para reunirnos, pero también es el trabajo cultural el que hay que hacer, creando cultura para que aunque el espacio desaparezca, podamos migrar a otro sitio y retomar donde lo dejamos porque trabajamos en los mecanismos de la cultura. Creo que lo más importante es que podemos aprender mucho al tener estos espacios, pero también podemos aprender al perderlos. El trabajo y la cultura que creamos sigue prosperando.

La vida de tu padre era la música. Él quería ser un músico profesional y eso no ocurrió. Hay una relación complicada entre la familia y la música. La música te unió y parece haberte separado. Escribes que tu padre se volvió abusivo, y eventualmente dejó a la familia y se quedó sin hogar. ¿Cómo te influyó eso?

Aprendí mucho. A veces aprendí cosas que probablemente un niño no debería aprender tan pronto, ¿sabes? Vi la profunda y rica historia de la música ranchera, y los increíbles cantantes que encontramos de niños. Pero también vi mucho alcoholismo y misoginia, muchas de esas cosas que no son nuestro mejor lado. Pero incluso dentro de eso, vi un montón de cantantes femeninas muy fuertes y de gran talento.

Martha Gonzalezr of music group Quetzal and her son Sandino Gonzalez-Flores, 15, at their home.
González y su hijo Sandino González-Flores, de 15 años.
(Gary Coronado / Los Angeles Times)

Cuando era más joven, odiaba la música ranchera porque me recordaba a mi padre. Creo que, si hubiera experimentado el fandango, habría sido un hombre feliz. Si hubiéramos sido capaces de deconstruir para él lo que la música realmente debería significar, en lugar de lo que la industria nos ha alimentado o lo que el capitalismo nos ha llevado a creer, creo que tal vez eso podría haberlo transformado. Lo que cierra el círculo para mí es cómo mi hijo entiende la música ahora. Es totalmente diferente. Él es un músico prolífico. Puede tocar el piano, la flauta, el requinto jarocho. Pero también participa en el fandango de una manera natural, ya que nació en él, como si entendiera el valor y la ética del fandango. Y los honra a ambos por igual. Le encanta “fandanguiar”.

Para leer esta nota en inglés haga clic aquí

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