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Si la audiencia de mediados de los ‘70 empezó a dudar de lo seguro que era meterse al mar luego de ver “Jaws” (1975), la de inicios de los ‘2000 pasó por un proceso similar, relacionado esta vez a los viajes en avión, después de exponerse a “Final Destination” (2000), una cinta de terror perteneciente sin duda a otra liga (nada como el clásico de Spielberg), pero con la habilidad suficiente para causar toda clase de temores.
Claro que el trabajo originalmente escrito por Jeffrey Reddick iba mucho más allá, porque en adición al aparatoso y extremadamente gráfico desastre aéreo que mostraba en su primera escena, desplegaba luego una serie interminables de ‘freak accidents’, sosteniéndose en la premisa de que la Muerte (convertida en un villano invisible) orquesta grandes incidentes para liquidar a varias personas de un tirón y de que, si algunas de estas personas logran burlar sus designios, serán perseguidas poco después por la misma entidad para cumplir con lo planeado.
El asunto no quedó ahí, ya que, al tener el éxito comercial que tuvo, “FD” se convirtió en una rentable saga en la que la calidad fue disminuyendo, pero en la que las muertes por diferentes razones siguieron acumulándose. Y justo cuando parecía que el asunto no daba para más, llegó “Final Destination 5” (2011), un regreso en forma lleno de aportes llamativos que cerró de manera digna el recorrido al revelarse como una inesperada secuela durante su desenlace.

En ese sentido, era razonable que, luego de ello, la serie se cerrara de manera definitiva. Pero Hollywood no puede dejar dormir por demasiado tiempo a sus franquicias multimillonarias, por lo que, desde este fin de semana, tenemos en los cines a “Final Destination Bloodlines”, un nuevo capítulo que, por todo lo señalado, presagiaba lo peor en términos de calidad.
Afortunadamente, no es así; y no solo eso, porque, al ser una de las mejores entregas de la serie, “Bloodlines” es a la vez una de las producciones de terror más sorprendentes del año, así como una de las divertidas, debido a que, más allá del morbo que puedan provocar sus espectaculares escenas de muerte, se encuentra marcada por momentos realmente graciosos.
Esta clase de ligereza en medio de situaciones devastadoras no es ajena a la saga, y ha hecho justamente que algunos espectadores la descalifiquen por su falta de seriedad y sus intenciones comerciales; pero lo bueno de “Bloodlines” (que es ciertamente ‘mainstream’ y cuenta con toda clase de recursos técnicos y de producción) es que su humor resulta creativo y proviene frecuentemente de detalles autorreferenciales que no son por ello clamorosamente evidentes.

Estamos también ante una entrega que trata de resolver de manera ingeniosa esos agujeros en la trama que no han faltado en la serie y que, de paso, agrega elementos interesantes a su mitología, lo que significa que, lejos de crear un relato hecho simplemente para cumplir (como sucedió en la tercera y la cuarta película), los escritores Guy Busick, Lori Evans Taylor y Jon Watts (sí, el director de las tres películas de Spider-Man con Tom Holland) se esmeraron para generar una historia apasionante y compleja en la que se incrementan las cuotas de suspenso.
“Bloodines” es, además, la primera entrega que tiene a un personaje no anglosajón como protagonista, ya que el papel recae en manos de Stefani Reyes, una universitaria de ascendencia filipina que es interpretada por la simpática -y prácticamente desconocida- Kaitlyn Santa Juana. Pese a que el filme desperdicia la oportunidad de ahondar en sus raíces o de hacer cualquier clase de comentario cultural, hasta el punto de que el personaje no parece haber sido originalmente escrito para alguien de su etnicidad, el intento de diversidad es bienvenido, como lo es también la presencia de los actores asiático-americanos Teo Briones y Tinpo Lee, quienes interpretan al hermano menor y al padre de Stefani, respectivamente.
Por ese lado, estamos ante una cinta familiar, lo que no quiere decir que esta pueda ser vista con los niños y la abuela (¡no lo hagas!), sino porque, a diferencia de las anteriores, hace que el ‘grupo de riesgo’ habitual (es decir, el que empezará a ser aniquilado de manera paulatina e individual por la Muerte) no esté conformado por amigos, miembros de un mismo equipo comunitario o desconocidos que se encuentran unidos por un accidente, sino por integrantes de una misma familia en la que, por supuesto, hay también muchos anglosajones (porque, evidentemente, los Reyes decidieron en algún momento no relacionarse únicamente con su propia comunidad).
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Esto le ofrece un trasfondo especial a una historia que, como lo dijimos arriba, no deja de tener momentos banales, pero que toca fibras emocionales distintas por el contexto en el que se desarrolla y que, sin temor a equivocarnos, es la mejor desarrollada de toda la franquicia en lo que respecta a la construcción de personajes.
Por su lado, los directores Zach Lipovsky y Adam Stein, conocidos por su labor igualmente conjunta en la sobresaliente “Freaks” (2018), manejan la puesta en escena con pasión y solvencia, dándole a los fans todo lo que estos pueden esperar en términos de ‘gore’ y de violencia, poniendo los efectos prácticos por encima de los digitales, estableciendo desde el inicio un ritmo que nunca decae y logrando incluso mantener el interés en las escenas más íntimas.
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