Anuncio

En un autobús convertido en escuela, surge en Tijuana un refugio para solicitantes de asilo

Tijuana bus school
Estefanía Rebellón saluda a los estudiantes en el aula creada en un autobús.
(Dania Maxwell / Los Angeles Times)
Share

Es viernes por la mañana. Y como en otras escuelas, los niños recortan, dibujan, leen en voz alta, gritan, se empujan, juegan con sus amigos nuevos. Mientras tanto, la maestra acomoda las mesas y da instrucciones en el interior de un camión de pasajeros convertido en un salón de clases.

Alicia, una niña de cabello negro y tez muy blanca, sigue las instrucciones de la maestra. Toma una tijera y recorta con mucho cuidado la corona de papel que va a usar en su clase. ¿De qué color se verá más bonita? le pregunta su compañera de mesa.

Esta no es una escuela tradicional con estudiantes tradicionales. La escuela móvil forma parte del proyecto Yes We Can Mobile Schools de la organización Yes We Can World Foundation, una fundación no lucrativa que se formó para apoyar a los niños migrantes que se encuentran atrapados en la frontera norte de México en espera de que las autoridades norteamericanas acepten o nieguen sus solicitudes de asilo.

Los niños de esta escuela han emigrado desde Honduras, El Salvador, Guatemala y también de los estados mexicanos de Guerrero, Guanajuato y Michoacán, donde la violencia ha obligado a miles de familias a huir y buscar asilo en Estados Unidos.

Anuncio

La maestra Clarisa Carrasco coloca una música suave, como para meditar y le pide a los niños que respiren. “Inhalen, exhalen, inhalen, exhalen”, dice mientras sube y baja los brazos lentamente.

El efecto es inmediato. El alboroto se va transformando en un silencio que solo rompe la delicada música. “Ahora desechen todos los pensamientos, sólo concéntrense en su respiración…”

“En medio de todo el estrés que viven, la escuela les ofrece un poco de estabilidad”, dice Carrasco, quien tiene una amplia experiencia trabajando con niños migrantes de Latinoamérica.

Y es que aquí todos, niños y adultos, tienen una historia que contar.

Como Estefanía Rebellón, la joven actriz colombiana que a fines de diciembre del año pasado viajó a Tijuana para conocer la situación de los niños de la caravana migrante y que al regresar sintió que su vida había dado un giro de 180 grados y en menos de un mes formó la organización Yes We can World Foundation y le dio forma a esta escuela móvil.

O como la niña guatemalteca de 5 años que se abraza de un enorme oso de peluche para contar, con lujo de detalles su experiencia de estar en el centro de detención para migrantes, conocido como la ‘hielera’; del frío que se siente cuando te mandan a dormir con una cobija de aluminio y el dolorcito que sintió en el pecho cuando la separaron de su mamá.

Es la historia de los niños migrantes que de un día para otro lo han perdido todo. De la necesidad de cuidar las pocas pertenencias que tienen, de disfrutar al máximo de los amigos, de la familia, de la escuela, porque nunca se sabe cuándo será el día de volver a emprender el camino.

Anuncio

Al final todas estas historias se unen en los ojitos de color café de Isabel, la niña guatemalteca de cabello bien peinado y una sonrisa grande que en cuanto ve llegar a Rebellón se le ilumina la cara.

Rebellón entiende por lo que están pasando estos niños. Ella misma a la edad de 10 años tuvo que salir huyendo de su natal Colombia, luego de que las Fuerzas Armadas Revolucionarias de amenazaron de muerte a su familia.

“Un día mis papás me estaban esperando fuera del colegio y me llevaron a la casa. En el camino me dijeron que teníamos que irnos”.

Rebellón describe sus recuerdos de ese momento. “Sin entender exactamente qué estaba pasando metí un poco de ropa en una maleta, una muñeca, y nada más. Mi vida y mis recuerdos se quedaron allá”.

Tijuana
Valeria y Ashlee hacen trabajos manuales en su escuela sobre ruedas dirigida por la Fundación Yes We Can World.
(Dania Maxwell / Los Angeles Times)

Como trasplantada de la noche a la mañana, en cuestión de días su familia estaba en Miami y pronto solicitaron asilo ante las autoridades de Estados Unidos. Atrás quedó su casa en un próspero barrio de Cali, Colombi. También quedó atrás la profesión de sus padres que eran reconocidos abogados.

Anuncio

La familia Rebellón poco a poco se fue adaptando a su nueva vida. Atrás quedaron los juzgados en los que su padre Carlos Rebellón acostumbraba litigar. Desde su llegada a Florida, ha trabajado en un Wal-Mart. “Si, tuvimos que volver a empezar e hicimos un gran sacrificio, pero por la familia se hace lo que sea necesario, dice Rebellón, de 64 años de edad.

Estefanía empezó a crecer como una niña más de este país. Aprendió el idioma, las costumbres e hizo grandes amistades. Desde pequeña soñó con ser actriz, viajar a Hollywood y ser famosa.

“No había nada que se propusiera que no lo lograra,” cuenta su mamá, Sara Manzano.

Cuando cumplió 21 años, empacó sus maletas y se dirigió a Hollywood para hacer realidad sus sueños.

Aunque el camino ha sido largo, ha empezado a rendir frutos. Ha participado en series Como Jane The Virgin - CW y películas como On The Other Side. Poco a poco se ha acostumbrado a las alfombras rojas, a las fiestas, al lujo y al glamour que envuelve el ambiente artístico de Hollywood.

Hasta antes de su visita a Tijuana a principios de diciembre del 2018 había participado como activista en algunos movimientos políticos principalmente contra las medidas migratorias adoptadas por el presidente Trump y en favor de los derechos de las mujeres, nunca había tenido una causa en la que hubiera sentido la necesidad de comprometerse a fondo.

Pero eso cambió cuando conoció El Barretal

“Lo que vi ahí me tocó en lo más profundo”, dice Rebellón.

Cuando regresó de su visita a Tijuana, sintió que su vida tenía que dar un giro. Con el apoyo de Kyle Schmidt, su novio, crearon la organización no lucrativa Yes We Can World Foundation, para construir un salón de clases rodante, que llevara educación y otorgara un lugar seguro a los niños que esperan que sus solicitudes de asilo sean aceptadas o rechazadas por las autoridades de Estados Unidos.

Anuncio

Una vez que adquirieron el primer autobús para iniciar el proyecto de la escuela móvil, se dieron a la tarea de transformarlo en una verdadera aula. Con mucho trabajo quitaron asientos, lo forraron con madera y colocaron pupitres.

“La gente respondió con una rapidez increíble”, recuerda Rebellón. “Me paré en un Home Depot y escribí en las redes que necesitaba varias hojas de playwood, y en unas horas obtuve todas las que necesitaba”.

La clave, dice Schmidt, “es que todo se hace con transparencia. La gente sabe exactamente en qué se está usando su dinero”.

Pero tener el camión era apenas la primera parte.

La segunda parte era cómo hacer que el proyecto fuera viable y tuviera un impacto en la vida de los niños. Entonces recordó que en su visita había conocido a Mario Medina, quien estuvo a cargo de coordinar el campamento de El Barretal, que llegó a albergar casi 3,800 migrantes antes de que fuera desmantelado por el gobierno mexicano a fines de enero de este año.

“Lo busqué, le expliqué el proyecto y lo invite a trabajar con nosotros y aceptó”, dice Rebellón.

La parte más difícil era encontrar un sitio donde colocar el autobús. “Revisamos todos los albergues para inmigrantes de Tijuana y nos decidimos por uno llamado Pro Amore Dei que significa Por el amor a Dios en latín, que alberga a unas 120 familias y que tiene una gran tradición de ayuda”, dijo Medina, quien es el encargado de que el proyecto funcione con la precisión de un reloj.

Anuncio

Pero una vez localizado el sitio donde se colocaría el camión, había que resolver el problema de la seguridad. Algo difícil, especialmente en Tijuana, que con una tasa de 138.26 homicidios por cada 100,000 habitantes, es considerada una de las ciudades más peligrosas del mundo.

Gracias a la participación de voluntarios de diversas organizaciones, con una rapidez sorprendente el sitio comenzó a tomar forma de una verdadera escuela. Vince Young de Warrior Termite donó los recursos para construir la cerca que rodea a la escuela. Gero Sosa de PYME donó un sistema de luz para mejorar la seguridad, y el grupo This Is About Humanity, donó diversos juegos que complementan el patio de recreo.

Los estudiantes juegan después de clase. La fundación Yes We Can limpió la propiedad cerca del autobús para que sirviera como patio de recreo.
(Dania Maxwell / Los Angeles Times)

Los días en la escuela de Yes We Can son una lección para todos. La escuela empezó a funcionar en toda su capacidad el pasado mes de julio y cuenta con un promedio de 45 niños de entre cinco y 15 años de edad. Pero la necesidad es tanta que de inmediato instalaron carpas móviles en el patio y abrieron espacios para adolescentes de entre 13 y 18 años.

Cada uno de los estudiantes recibe, gracias a los donativos de grupos como This Is About Humanity, una mochila nueva con lápices, plumas, colores y cuadernos. También reciben uniformes y zapatos. Los almuerzos escolares los provee la organización World Central Kitchen a través de un convenio con Yes We Can World Foundation.

Este viernes llegó Gustavo. Tiene siete años. Su familia ha estado viajando desde hace varias semanas. Juega solitario haciendo dibujos en la tierra, pinta un círculo. Pero no permanece sólo mucho tiempo. Dos niños que vuelan aviones de papel se acercan y lo invitan a jugar con ellos. A Gustavo se le iluminan los ojos y construye el mismo su avión.

Anuncio

Una hora más tarde, Blanca está muy contenta porque su amiguita que se acaba de ir con su mamá para la cita en San Diego, le regaló sus dos muñecas. Blanca las peina, les acomoda la ropa y platica con ellas.

La escuela, por supuesto, es mucho más que un sitio en el que los niños pueden aprender, es también un sitio donde pueden sentirse seguros, dice la maestra Sandra Rodríguez. “Llegan deprimidos, con la angustia de no saber qué va a pasar, con la incertidumbre de saber si van a poder cruzar a Estados Unidos o tendrán que regresar a sus lugares de origen”.

“Sólo ellos saben lo que han vivido y lo que han padecido”, dice la profesora Carrasco.

Y es que a pesar de sus pocos años, estos niños lo han sufrido todo. Algunos han caminado meses para llegar hasta aquí. Otros han visto la muerte y la violencia de cerca. Algunos han perdido a familiares a manos de las pandillas y la delincuencia organizada. Todos se han tenido que adaptar una y otra y otra vez a las condiciones cambiantes de su vida.

The bus is part of the Yes We Can Mobile Schools project of the Yes We Can World Foundation, a nonprofit formed to support migrant children trapped on Mexico’s northern border while they wait for U.S. authorities to accept or deny their asylum applications.

Isabel se mece en una silla que cuelga del techo del camión y habla sin parar, como si fuera una adulta chiquita. “Nos llevaron a la hielera”, dice con toda su inocencia de cinco años. Mientras se abraza de un enorme oso de peluche describe que la “hielera” es el centro de detención de migrantes en San Diego. “Hace mucho mucho frío y lo único que te dan es una cobija de aluminio”.

Al parecer el argumento de su mama, de que vivía un infierno de violencia doméstica en su país no convenció a los oficiales de inmigración, por lo que rechazaron su solicitud de asilo. “Ya nos vamos a regresar a Guatemala”, dice resignada Isabel. “Voy a extrañar mi escuela, mis maestras y mis amigas”, dice.

Anuncio

Extrañar, ese es el sentimiento de todos en este sitio. Y es que a diferencia de las escuelas tradicionales, donde existe un ciclo escolar de varios meses, aquí todo es transitorio. “Si la familia llega hoy a Tijuana”, dice Rebellón, “hoy mismo se le acepta y entra a clases”.

Tijuana
La maestra Clarissa Ortega dirige una clase de preescolares y estudiantes de primaria en el autobús.
(Dania Maxwell / Los Angeles Times)

Pero de la misma forma en que llegan, se van. Algunos son admitidos por Estados Unidos y después de la entrevista ya no regresan. Otros se van luego de que sus padres, desesperados, deciden cruzar la frontera sin esperar su turno. Otros son rechazados y deciden regresar a su país de origen.

“Ya estamos experimentando una gran rotación de estudiantes”, dice Medina, quien afirma que el tiempo promedio de cada niño en la escuela es de alrededor de 45 días.

Estefanía Rebellón saluda a los nuevos estudiantes Fernando y Adriana y les entrega sus nuevos uniformes.
Estefanía Rebellón saluda a los nuevos estudiantes Fernando y Adriana y les entrega sus nuevos uniformes.
(Dania Maxwell / Los Angeles Times)

La migración como fenómeno

Anuncio

Visto desde una perspectiva más amplia, la escuela de Yes We Can World Foundation es un laboratorio que permite conocer las características del flujo migratorio actual. “Vemos mucha gente de Honduras, El Salvador y Guatemala, huyendo por problemas de violencia doméstica y la inseguridad en los barrios en los que viven”, dice Medina. “Pero también estamos viendo mucha gente de pueblos pequeños de Guerrero, Guanajuato y Michoacán, donde la presencia del crimen organizado está haciendo la vida imposible”.

Tijuana
El alumno Isael estudia en el aula.
(Dania Maxwell / Los Angeles Times)

La escuela móvil es apenas un paliativo en un contexto que día a día se agrava debido a las políticas migratorias implementadas por el presidente Trump, como las separaciones de las familias el año pasado y la aplicación del programa Permanecer en México.

Desde su aplicación en enero, más de 30 mil solicitantes de asilo han sido enviados de regreso a las ciudades fronterizas de Tijuana, Mexicali y Ciudad Juárez, para esperar las audiencias de la corte de inmigración.

La expansión del programa Permanecer en México fue parte de un acuerdo para reducir los flujos migratorios a Estados Unidos alcanzado el mes junio entre los gobiernos de México y Estados Unidos, luego de la amenaza del gobierno de Estados Unidos de aplicar aranceles a las exportaciones mexicanas.

Tijuana
Isael, izquierda, Ashly y Valeria estudian inglés.
(Dania Maxwell / Los Angeles Times)
Anuncio

Como parte del acuerdo, México desplegó más de 20,000 guardias nacionales para ayudar a detener la migración indocumentada. El resultado ha sido que muchos solicitantes de asilo se encuentren prácticamente atrapados en la frontera.

El autobús de pasajeros que hoy se ha convertido en una escuela, requirió del trabajo de decenas de personas que trabajaron día y noche durante 30 días, y más de 500 donantes que a través de las redes sociales aportaron el dinero.

Arianna juega después de clase.
(Dania Maxwell / Los Angeles Times)

“La gente nos apoya y confía en nosotros porque les mostramos inmediatamente el gran impacto que estamos logrando en las vidas de estos niños migrantes y porque les mostramos en qué se gasta exactamente el dinero que donan”, dice Rebellón.

Pero como la necesidad es grande, Yes We Can World Foundation ya está trabajando para ampliar su proyecto de escuelas móviles a Ciudad Juárez. “Estamos listos para dar el siguiente paso”, dice Rebellón mientras dirige a un grupo de voluntarios de Los Ángeles que han llegado para armar un campo de juegos, para construir una cerca, y abrir nuevos espacios para estudiantes.

“Toda la ayuda es bienvenida”, dice mientras auxilia a un grupo de voluntarios a terminar de armar los columpios y la resbaladilla que los chicos esperan con ansia para subirse.

Anuncio