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De nuevo en el abandono: santuarios de animales son también víctimas de la pandemia

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Entre las más de 18,000 vidas que ha cobrado la pandemia en España se ocultan historias como la del dueño adoptivo de Canelo, Margarita y Luna, tres burros que años atrás fueron encontrados apenas con vida, hambrientos, amarrados junto a otros animales en estado de descomposición, y rodeados de desechos y otros animales casi moribundos.

La prensa tituló el caso como “el mayor rescate de su historia”, 100 burros de todas las edades cuyo dueño había muerto dejando al criadero en el abandono.

Cuando el personal del Refugio del Burrito llegó a la finca, supieron de inmediato que necesitarían ayuda si querían salvar la vida de esos animales.

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“Lanzamos un llamamiento de urgencia para encontrar adoptantes. Aquellas personas que tienen unas instalaciones adecuadas y desean adoptar un burro, pueden ponerse en contacto con nosotros”, decía el anuncio que emitió entonces el Refugio del Burrito.

Debido a las pésimas condiciones en las que fueron encontrados, algunos de los burros no sobrevivieron. Los que lograron salir adelante, entre ellos Canelo, Margarita y Luna, terminaron pastando libres en hogares adoptivos. Casas que ahora la pandemia les está arrebatando.

“Nos llaman porque los dueños se han infectado o han muerto y nadie puede cuidar de ellos. Hay días en que temo hasta contestar el teléfono. No podemos con más, pero tampoco podemos dejarlos abandonados”, dijo Rosa Chaparro, portavoz del Refugio del Burrito.

El hombre de origen inglés que adoptó y por dos años cuidó de Canelo, Margarita y Luna, enfermó de Coronavirus y a los pocos días murió. Tras la muerte, la viuda decidió dejar España, pero no sin antes llamar al personal del refugio. Nadie podría ya cuidar de ellos y los tres burros tuvieron que ser nuevamente rescatados.

El Refugio del Burrito, que actualmente cuida de 255 animales, reporta numerosos rescates de animales que ya habían sido dados en adopción. Los teléfonos no paran de sonar. La organización está saturada, al límite de sus capacidades y no pueden recibir más.

El impacto de la pandemia, que en España supera los 170.000 contagiados, se siente en los 29 refugios de animales a lo largo del país.

Tan solo el año pasado, el Refugio del Burrito dio en adopción 130 animales de granja, una cifra que apenas ha variado en los 16 años de vida que tiene la organización. El riesgo de retornos aumenta por el tiempo de vida, ya que, a diferencia de un perro o un gato, los animales de granja como el burro, tienen una expectativa de vida de hasta 40 años.

“Lo que más nos preocupa es dar apoyo a las personas que adoptan y que no vuelvan animales. Nuestra prioridad es evitar que regresen o que vuelva el menor número de ellos” dijo Chaparro preocupada. En menos de tres semanas han acudido a una docena de rescates de animales que ya habían sido adoptados.

Sin embargo, la factura que la pandemia está cobrando en los santuarios va más allá. Al abandono de animales porque sus dueños han muerto o enfermado, se suma la falta de personal y voluntarios, la escasez de fondos para comprar comida y el estado de confinamiento que complica la movilidad de veterinarios y servicios de ayuda para los animales.

Ubicado a escasos 40km de Madrid, ciudad que se ha convertido en el epicentro de la epidemia, el Santuario Vegan cuida de 300 animales, que en su mayoría fueron abandonados, ya sea porque estaban enfermos, heridos, amputados o eran tan viejos que su manutención ya no era costeable.

El santuario dependía totalmente de los casi 30 voluntarios que trabajaban en el refugio. Actualmente solo hay dos empleados permanentes para todas las operaciones. El estado de alarma prohíbe los desplazamientos de voluntarios.

“No podemos correr el riesgo de infectarnos. Sin nosotros, sin voluntarios, ni veterinarios fijos ¿quién cuidaría de estos animales?”, dijo Laura Luengo, cofundadora del Santuario Vegan.

Alma es residente del Santuario Vegan, por años fue explotada en el campo y a los 26 años (casi 80 para un humano) era ya una mula de desecho. Sus dueños la amarraron a un viejo tractor y dejaron de alimentarla. Alma estaba enflaquecida, llena de pulgas y con los cascos deformados por sobrecrecimiento.

“Es muy difícil ser parte de la sociedad cuando ya no eres productivo. Parece que la pandemia se ensaña con los más viejos”, afirmó Laura.

Según la Fundación Affinity, los santuarios y refugios para animales en España operan con una media de 39 voluntarios por entidad y se encargan de mas del 70% de las actividades.

Hasta antes del 15 de marzo, fecha en que inició el estado de alarma en España, grupos de voluntarios de todo el mundo eran acogidos en El Paraíso del Burro, donde cuidaban de 30 asnos y mulas.

Las cosas han cambiado radicalmente desde entonces. “Se ha cancelado todo, nadie ha podido viajar y casi la mitad de los que teníamos han tenido que regresar a sus países”, dijo Marleen Verhoef, fundadora de esa organización ubicada en Parres, una comunidad al norte de España.

Actualmente, de los 20 voluntarios que suele tener el santuario, solo cinco personas ayudan a Marleen y no sabe cuándo regresará la ayuda internacional.

Con las medidas del confinamiento en vigor, los veterinarios solo están autorizados a asistir los casos de emergencia extrema y los propios trabajadores deben contar con un certificado de la organización para que se les permitan transitar y llegar hasta estos refugios, muchos de ellos ubicados en zonas remotas.

Los santuarios de animales no reciben ninguna subvención del Estado y su financiación depende exclusivamente de las donaciones y ayudas de particulares. Muchos estaban abiertos al público y recibían miles de visitas cada año, que dejaban pequeños donativos. Ahora nadie sabe cuándo podrán reabrir.

Cuando el gobierno impuso el estado de alarma, Laura emprendió una campaña de ayuda de emergencia para comprar alimentos como el heno y el pienso. Muchos acudieron a la llamada, pero jamás pensó que la situación de confinamiento se extendería por casi un mes y ahora la comida va mermando.

“¡No estábamos preparados para algo así!”, dijo Laura y confiesa que le preocupa las reservas de alimentos.

A pocos metros de ella come tranquila Alma, su mirada es tierna, casi coqueta, lleva una flor en su oreja izquierda. Apenas se parece a la mula demacrada que fue fotografiada cuando llegó al santuario. “Entiendo que todos estamos pasando por cosas difíciles, pero no podemos dejar que algo como una pandemia nos haga retroceder… No podemos retroceder. No podemos”, recalcó preocupada Laura.

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