Anuncio

El oscuro pasado de Perú emerge en funeral de manifestante

Familiares llorando durante el cortejo fúnebre de Clemer Rojas, de 23 años
Familiares llorando durante el cortejo fúnebre de Clemer Rojas, de 23 años, fallecido durante protestas contra la nueva presidenta, Dina Boluarte, en Ayacucho, Perú, el sábado 17 de diciembre de 2022. Nueve personas han muerto en Ayacucho de un total de 22 en varias partes del país en menos de una semana desde que empezaron las protestas. (AP Foto/Franklin Briceño)
(Franklin Briceno) / Associated Press)
Share

QUINUA, Perú (AP) — Las llanuras de este pueblo rural incrustado en los Andes de Perú fueron el escenario de una decisiva batalla que aseguró la independencia de Sudamérica de España en el siglo XIX.

Pero el sábado, las calles de Quinua hubo lágrimas de los dolientes durante el funeral de Clemer Rojas, un estudiante de 23 años que el jueves salió de casa para sumarse a otros manifestantes que pidieron el cierre del impopular Parlamento, así como la renuncia de la presidenta Dina Boluarte. No regresó.

Un cortejo fúnebre de más de 2.000 campesinos, acompañados por tambores, arpa y saxofones, trasladaron el ataúd de Rojas, cubierto con la bandera peruana, hasta una iglesia colonial donde hubo una misa en quechua. Más tarde fue enterrado. Entre la multitud había carteles que pedían el cierre del Congreso y calificaban a la presidenta Boluarte de “asesina”.

Anuncio

“Mi hijo se va”, se lamentaba en quechua Nilda García, madre de Rojas y vendedora ambulante, mientras amigos y familiares luchaban por evitar que se desmayara y le daban agua para beber. García se agarraba el vientre como si le hubieran arrancado las entrañas.

Rojas murió en choques con el ejército en la cercana capital regional de Ayacucho, que se ha convertido en el epicentro de las manifestaciones que hierven en Perú y que también exigen la liberación del destituido mandatario Pedro Castillo. La crisis en Perú empezó cuando Castillo intentó cerrar el Congreso, un acto condenado por Estados Unidos y otros países como un autogolpe, pero que es visto desde esta aldea remota como una muestra de desafío contra una élite capitalina que nunca dejó gobernar al exmaestro de escuela rural desde su sorprendente victoria hace 17 meses.

Boluarte ha intentado sofocar las protestas, enfatizando su origen andino y su apoyo a las demandas de los manifestantes de que las elecciones, previstas para 2026, se adelanten al próximo año. El sábado, durante una conferencia de prensa, la primera mujer presidenta de Perú se expresó en quechua, un idioma que jamás habló ningún presidente peruano. Comparó los bloqueos de vías, los incendios intencionales y las protestas violentas con los daños emocionales invisibles que sufren los niños que crecen en un hogar roto con padres que se pelean constantemente.

Los militares culpan del derramamiento de sangre en Ayacucho a un grupo de jóvenes manifestantes que el jueves, afirman, atacaron con “objetos contundentes, explosivos y armas de fuego artesanales” a una patrulla del ejército que se dirigía al aeropuerto para disolver a una multitud descontrolada.

Nueve personas han fallecido en Ayacucho de un total de 24 en varias partes del país en menos de una semana desde que empezaron las protestas. Las muertes en Ayacucho ocurrieron cuando los soldados salieron de los cuarteles en el marco de un estado de emergencia de 30 días y dispararon sus fusiles. La policía, por su parte, arrojó gases lacrimógenos y disparó balas de goma contra la multitud.

En un amargo e irónico destino, Rojas, quien fue soldado, murió aparentemente por la bala de otro recluta. Al igual que su padre, sirvió en el ejército como parte del servicio militar, donde casi todos los soldados son jóvenes procedentes de hogares pobres, que hablan quechua, aymará o lengua asháninca.

Reider Rojas, el padre de Clemer, aseguró que su hijo “no iba armado”.

“Dispararon a quemarropa. La autopsia dijo que una bala disparada por un fusil Galil usado por el ejército le atravesó el hígado y los pulmones”, añadió el hombre vestido de negro durante el cortejo fúnebre.

En Quinua, Rojas es recordado como un chico alegre, integrante de un grupo de danzas folclóricas de carnaval. También conducía un mototaxi para pagarse los estudios de mecánica automotriz. Representa el perfil de incontables adolescentes y jóvenes de Perú que no tienen el privilegio de estudiar a tiempo exclusivo, sino que trabajan y estudian para escapar de la pobreza.

Pese a su pequeña economía agrícola, Ayacucho jugó un papel clave en la historia peruana.

Formó parte del imperio inca que en el siglo XVI fue conquistado por los españoles. Más tarde fue rebautizada como Ayacucho, tal vez en referencia a la batalla en la que el ejército rebelde se impuso en 1824 definitivamente a las fuerzas españolas. Su nombre en quechua se traduce como “rincón de los muertos”, probablemente en honor a las numerosas víctimas de la batalla.

La pobreza de la región —45% de los niños menores de 3 años padecen de anemia, según el gobierno— la convirtió en el caldo de cultivo del grupo Sendero Luminoso que aterrorizó a gran parte de Perú. Pero la reacción militar de asesinatos, torturas y agresiones sexuales, todos documentados, ha dejado heridas profundas y rencor en muchos residentes hacia la élite gobernante de Lima, a la que consideran insensible, racista y que no toma en cuenta sus reclamos acumulados desde hace décadas.

En un eco de declaraciones pasadas que estigmatizaban a los ayacuchanos como simpatizantes terroristas, José Williams —quien como presidente del Congreso es el siguiente en la línea de sucesión en caso de que Boluarte dimita— culpó de la violencia a “manos negras” que operan entre bastidores.

“Aparecen en un lugar, en otro lugar y tienen las mismas características”, declaró Williams en Lima. “Hay algo detrás que está tratando de llevarnos a un caos”, añadió el conservador general retirado del ejército y quien trabajó en Ayacucho en las peores épocas del conflicto armado interno.

El horror de la violencia previa se evidenció hace pocos años, cuando los forenses extrajeron más de 100 osamentas de un terreno junto a la base del ejército de Ayacucho. Varias habían sido incinerados en un horno que el ejército usó durante el conflicto armado para quemar parte de los cadáveres de los que eran asesinados y torturados en la base, casi todos de origen campesino y lengua quechua. Según una comisión de la verdad el conflicto provocó unas 70.000 víctimas.

Ese pasado fue recordado entre quienes acudieron a las calles de Ayacucho el viernes —un día después de los disturbios letales— exigiendo la dimisión de Boluarte. Algunos cantaron “La flor de retama”, cuya letra recuerda una tragedia de 1969 cuando más de 20 escolares que protestaban en otra ciudad de Ayacucho contra una dictadura militar fueron asesinados a quemarropa.

Las calles por donde hace décadas marchaban las madres de jóvenes desaparecidos por el ejército en Ayacucho, fueron las mismas por donde el sábado caminó el cortejo del exsoldado fallecido. Su padre dijo a la AP: “parece que estuviera viviendo una pesadilla”, mientras observaba a su mujer y a su único hijo sobreviviente llevar un retrato de su primogénito.

“En el Perú te matan fácilmente. Pido justicia para mi hijo, pido justicia, pido justicia”, repitió varias veces mientras se limpiaba los ojos enrojecidos.

___

Franklin Briceño está en Twitter como @franklinbriceno. El periodista de la AP Joshua Goodman colaboró con este despacho desde Miami.

Anuncio