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Escapar de la crisis: miles de venezolanos llegan a Brasil en busca de empleo

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Luis Baena comparte una habitación con otros 127 hombres.

Durante el día, busca trabajo o canta en las calles del centro de San Pablo, por unos pocos reales. Cuando se sienta a comer le invade el remordimiento, y se pregunta si su esposa y sus hijos en Venezuela, tendrán alimento en la mesa. La última vez que habló con ellos se las arreglaban con cachapas, un panqueque de maíz con frijoles, y comían una o dos veces al día.

Su búsqueda de trabajo lo llevó primero a Praça das Águas, una plaza pública en la ciudad de Boa Vista, en el norte de Brasil, donde dormía al aire libre. Cuando se enteró de que había trabajos en San Pablo, aceptó la oferta del gobierno de ser trasladado a la megaciudad y, a principios de abril, aterrizó en el refugio municipal de São Mateus, un barrio al este de la urbe.

El entonces alcalde de San Pablo, João Doria, había prometido empleos. Una compañía de telemercadeo que necesitaba hispanohablantes ya estaba a bordo en el proyecto, y otras empresas seguirían el ejemplo. Habría mucho trabajo para los venezolanos.

Pero Baena aún sigue buscando los ingredientes que lo ayudarán a rescatar a su familia de la violencia y la inflación aplastante que dejó pasmada su tierra natal. El hombre está entre los 52,000 venezolanos que se volcaron a Brasil en el último año, todos en busca de lo mismo: trabajo y la oportunidad de una nueva vida.

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El éxodo ha tensado las redes de seguridad social con los vecinos de Venezuela, particularmente en Boa Vista, donde los 40,000 que se han asentado en refugios y espacios públicos ahora representan el 10% de la población de la ciudad. El estado de Roraima se vio tan abrumado que, a mediados de abril, la gobernadora Suely Campos presentó una demanda en la Corte Suprema Federal de Brasil para exigir al gobierno el cierre temporal de la frontera. Un promedio de 800 venezolanos cruzan a Brasil todos los días. Otros inundan Colombia. La migración no parece menguar.

Para aliviar un poco el estrés, el gobierno nacional se asoció con las Naciones Unidas para desplazar a algunos de los venezolanos que viven en Boa Vista a otras ciudades del país. Baena, de 42 años, y su sobrino Teoscar Mata, de 29, se encontraban entre los que aceptaron ser trasladados a San Pablo por el ejército brasileño.

Baena salió de su casa en El Tigre, un pequeño pueblo en el cinturón de Orinoco, rico en petróleo de Venezuela, hace poco más de seis meses. Los 56,000 bolívares ($0.56 centavos) que ganaba todos los meses como técnico supervisor de perforación para una compañía china ya no eran suficientes para alimentar a su familia. Incluso con las ganancias de su esposa como maestra de escuela primaria, la hiperinflación ponía las compras básicas fuera de su alcance. De repente, un corte de carne de segunda calidad costaba 1,800,000 bolívares ($18) por kilogramo (2.2 libras), más de lo que ganaba en un año.

En el refugio de San Pablo, Baena ahora come tres veces al día. “Es difícil sentarse con un plato de alimentos enfrente y preguntarse: ‘¿Mi esposa y mis hijos estarán comiendo hoy?’”, cometa aena.

Él y Mata, quien también espera llevar a su esposa y sus tres hijos a Brasil, se han hecho amigos de otros dos hombres en el refugio, Willian José Sotillo Henríquez y Hugo Enrique Ford Rivas. Ambos tienen más de 60 años, lo cual les dificulta aún más encontrar trabajo. Al igual que los demás, abandonaron Venezuela porque la hiperinflación les hacía casi imposible sobrevivir.

La esposa de Sotillo, Amarilys, necesita una cirugía para tratar un cáncer uterino; una de las hijas gemelas de Ford, de 17 años, está embarazada y la otra acaba de dar a luz, cuentan. Una de ellas, Eudymar, hizo autostop a Boa Vista con Ford, pero aún es demasiado pronto para que ella y el niño recién nacido vuelen a San Pablo para reunirse con su padre. “Sé que estar aquí es difícil para ella también, pero al menos en Brasil hay hospitales con medicamentos y el bebé nacerá en algún lugar seguro”, explica Ford.

Su otra hija, Eudybell, no sabía que estaba embarazada cuando su padre y su hermana la dejaron en Venezuela para marcharse a Brasil. La joven espera unirse a su familia en ese país una vez que dé a luz y tengan suficiente dinero para comprarle un boleto de autobús. La madre de las chicas murió de cáncer de ovario hace ocho años.

Los cuatro hombres han buscado trabajo desde que llegaron a San Pablo. Ellos tienen sus documentos en orden y están tomando clases de portugués que ofrece la ciudad, pero todavía les resulta difícil manejarse en la enorme metrópolis. Una organización de ayuda no gubernamental (ONG) concedió pases de autobús a Baena y Mata, pero como no poseen dinero en efectivo deben regresar al refugio a horas específicas si quieren comer.

El viaje en autobús desde el corazón de la urbe hasta el refugio toma más de una hora. Baena y Mata intentaron ganar algunos reales cantando en las calles del centro, pero la mayor parte de su tiempo lo dedican a buscar empleo o al viaje de una hora hasta el refugio, para no pasar hambre.

Filipe Sabará, secretario municipal de asistencia social y desarrollo, insiste en que la distancia entre el refugio y el centro metropolitano, donde la mayoría de los inmigrantes y refugiados encuentran empleo y ayuda de las ONG, no debería marcar una diferencia.

Al menos 20 compañías se interesaron en que los venezolanos participen en un proceso de selección de empleos disponibles, que debería comenzar en mayo, señaló. Sin embargo, no nombró a ninguna de ellas y no estaba seguro de cuándo podría comenzar el trabajo. “Todo depende de las compañías”, dijo. “No hay manera de que garanticemos que se los empleará de inmediato”.

Para Sotillo, el tiempo es importante. Un amigo de su esposa logró obtener el dinero suficiente para comprar los medicamentos que ella necesita para la cirugía del cáncer, pero estos expiran a fines de mayo. Si Sotillo no puede ganar lo suficiente este mes para la operación, los remedios se desperdiciarán. Amarilys fue diagnosticada en junio de 2017, y él se preocupa porque no ha visto a un médico desde febrero de 2018.

Carlos Bezerra Jr., un representante del estado de San Pablo y presidente de la comisión estatal de derechos humanos, argumenta que el gobierno municipal está fallando a los venezolanos que llegan a esa ciudad, y culpa de ello a la falta de una planificación adecuada. Al brindarles refugio lejos del centro de la ciudad, explica, les niega la oportunidad de estar cerca de los recursos que necesitan. “Es una forma de hacerlos invisibles. Invisibilizar y olvidar”, expuso.

Si en efecto hay compañías que ofrecen contratación, como sugirió Sabará, los cuatro hombres no las han encontrado. Por ello continúan buscando empleos y entregando currículos, y aprecian el consejo de cualquier persona que conozcan.

Sotillo completó un curso ofrecido por la ciudad para trabajar en Brasil, pero todavía no está seguro de las leyes laborales y los derechos de los trabajadores en el país. Ford ya fue víctima de empleos forzados en Boa Vista y quiere estar seguro de no volver a quedar atrapado en la misma situación. Originalmente contratado para desempeñarse en una granja fuera de la ciudad durante dos semanas, él y otros tres hombres fueron obligados a trabajar durante un mes a punta de pistola antes de escapar. Nunca les pagaron, relató.

Pero, esencialmente, Sotillo y Ford están dispuestos a aceptar cualquier empleo que encuentren. Los hombres planean inscribirse en el Centro de Apoyo Laboral de la ciudad, en el barrio céntrico de Luz, un hogar de inmigrantes y refugiados, y albergan la esperanza de que el celular que comparten suene pronto con una oportunidad para al menos uno de ellos.

Hay un rayo de esperanza. Fraternity Without Borders, la ONG que le dio al par sus pases de autobús, recientemente les ofreció a Baena y Mata un lugar para alojarse en una casa en Indaiatuba, a dos horas de San Pablo, que compartirán con otros dos hombres venezolanos y donde les proporcionarán todas las necesidades. Además, ya han arreglado entrevistas laborales para ellos, cuando lleguen. “A mi edad, sé que probablemente nunca vuelva a casa”, afirmó Sotillo. “Pero al menos aquí tengo esperanza. Si estoy aquí, podría salvar la vida de mi esposa”.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.

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