Anuncio

La ofrenda pierde atención ante los carros alegóricos de James Bond

Numerosos hombres con disfraces aguardan el inicio del primer desfile del Día de los Muertos por la avenida Reforma, una de las principales en la Ciudad de México, el sábado 29 de octubre de 2016. Las actividades tradicionales en torno al Día de Muertos en México, a decir reuniones tranquilas de familias en las tumbas de sus difuntos, están cambiando rápidamente ante la influencia de las películas de Hollywood, programas de zombis, el Halloween (Día de las Brujas) e incluso la politica. La Ciudad de México efectuó su primer desfile del Día de los Muertos, una idea salida de la imaginación del guionista de la cinta “Spectre” de James Bond que se estrenó el año pasado. En la película, cuyas primeras escenas fueron filmadas en la Ciudad de México, Bond persigue a un villano entre muchedumbres que parecen participar en un desfile en el que se desplazan carrozas alegóricas y personas usan disfraces de esqueletos. (AP Foto/Marco Ugarte)
Numerosos hombres con disfraces aguardan el inicio del primer desfile del Día de los Muertos por la avenida Reforma, una de las principales en la Ciudad de México, el sábado 29 de octubre de 2016. Las actividades tradicionales en torno al Día de Muertos en México, a decir reuniones tranquilas de familias en las tumbas de sus difuntos, están cambiando rápidamente ante la influencia de las películas de Hollywood, programas de zombis, el Halloween (Día de las Brujas) e incluso la politica. La Ciudad de México efectuó su primer desfile del Día de los Muertos, una idea salida de la imaginación del guionista de la cinta “Spectre” de James Bond que se estrenó el año pasado. En la película, cuyas primeras escenas fueron filmadas en la Ciudad de México, Bond persigue a un villano entre muchedumbres que parecen participar en un desfile en el que se desplazan carrozas alegóricas y personas usan disfraces de esqueletos. (AP Foto/Marco Ugarte)
(Marco Ugarte / AP)
Share

“¿Tú que estás allá arriba, qué ves?” “No se ve nada” “Estírate más, ¿qué ves?” “Veo una catrina”. “¿Y qué más? “Unas calaveras en patines” “¿Y qué más?” “Unos camarógrafos”.

Y la señora sigue preguntando, pero su hijo ya no le responde. Sentado sobre sus hombros, mira pasar el desfile del Día de muertos, o una versión del Día de Muertos sacada de Hollywood. Deformada, simplificada, vuelta carnaval de cempasúchil, globos, música de ska y trajes plateados.

Las hordas de gente abandonan la plancha del Zócalo, donde se montó la ofrenda tradicional mexicana, y corren a formarse por los cuatro costados para ver el desfile por el que el Gobierno de la Ciudad pagó 6 millones de dólares -266 millones de pesos de ahora- para que apareciera en una película de James Bond y después copió para quienes no han podido ir al cine.

Anuncio

“Yo no creo que esté bien copiar un desfile de Hollywood, a final de cuentas son nuestras tradiciones lo que nos hace mexicanos, esto no es un ‘parade’, o un carnaval, es algo más profundo”, dijo la artista plástica Betsabé Romero, autora de la ofrenda del Zócalo, al pie del asta de la bandera.

Eran las cuatro de la tarde y ella se perdía entre 113 trajineras y un río de gente. Catrinas gordas, flacas, elegantes máscaras sin dientes, un hombre calvo con una calavera bajo la oreja izquierda, catrines con bombín, mariachis calaveras, perros con suéteres de esqueletos y la Bibian que llegó de Neza con su vestido de quinceañera rosa y sus dos chambelanes y apenas pudo cruzar la plancha hacia la Catedral entre tanto muerto.

Romero, que el año pasado llevó la muestra “Days of the Dead” a The British Museum y este año fue elegida artista oficial del Grammy Latino, llamó a su ofrenda “Canto al agua”, en alusión al antiguo lago de Tenochtitlán, pero es lo obvio. Lo más discreto es lo más fuerte: Cada trajinera está dedicada a un personaje o al deseo de una muerte: por la muerte de la corrupción, el tráfico de armas, el racismo, la misoginia. 113 trajineras -el número que cupo.

En cada trajinera se repartían pedazos de fommi con forma de pan de muerto para que los visitantes dejen un mensaje. En el de la muerte de la desaparición forzada alguien escribió sobre los 43 normalistas de Ayotzinapa. En el de la muerte de la falta de ética gubernamental, alguien escribió “Que Peña Nieto Razone”.

Al pueblo pan y circo. Pan de muerto. El de los mensajes dolorosos y discretos de las trajineras. El circo llega de Hollywood, como si el Día de los Muertos no hubiera sido declarado ya Patrimonio Cultural de la Humanidad.

A las seis de la tarde la ofrenda pierde atención ante los carros alegóricos de James Bond. Se vacía el Zócalo. La Policía deja entrar gente a las vallas del desfile y tapan a quienes han estado esperando. La señora Julia, de la Guerrero, mienta madres, pide a los policías que los saquen porque ella llegó desde las tres, pero luego se tuvo que echar a su hijo en hombros. “Tú ve, hijo, al fin que luego lo van a pasar en la tele”.

Pasó un caballero jaguar cargando un globo, un grupo de guerreros aztecas con penachos. Llegó un azteca con barba de candado. Pasaron jóvenes embadurnados de pintura y metidos en cartón de la lotería. Repartiendo besos. Unas mujeres parecidas a geishas con calaveras en la frente, un ajolote que hizo pensar a los adultos que era una viborota y a los niños, que era un perro con manos. Cuando el desfile terminó y la mitad de gente se fue y la otra mitad volvió a mirar la ofrenda del Zócalo.

Cerca de las ocho de la noche el señor Guillermo Seijo, que iba a dejar unas rosas blancas en la trajinera dedicada a la muerte de las armas de fuego decía que era terrible que el desfile fuera más un Disneylandia. Y ya encaminados, que copiarle a Hollywood para celebrar el Día de Muertos, se parecía a meter a Donald Trump a Los Pinos.

Anuncio