No han muerto, ni por mucho. Año tras año regresa Juan de Austria a Zacatecas. Regresa Carlomagno y miles de moros derrotados. Cada año durante cuatro días, el último fin de semana de agosto, catorce mil participantes y miles de turistas se congregan en la histórica ciudad, “Capital Americana de la Cultura 2021”. La tradición que data del siglo XIX conmemora la muerte de San Juan Bautista el 28 de agosto.
Los miles de actores pertenecen a una cofradía. Durante cuatro días se llevan a cabo tres representaciones. Comienzan con el martirio de San Juan Bautista. En las otras jornadas, a distintas horas y por capítulos, presenciamos escenas de las Cruzadas, el coloquio de Carlomagno y los doce Pares de Francia. Por último, el domingo, miles de actores se reúnen en el casco histórico de la ciudad para regresar a Bracho y allí recrear la batalla de Lepanto, el triunfo de Juan de Austria sobre Alí Bajá.
Zacatecas
El centro histórico de Zacatecas fue nombrado Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO. Una de las ciudades más antiguas de México, se funda en el 1546, oficialmente en el 1585. El nexo con la Batalla de Lepanto se explica al recordar que fue Felipe II quien desde El Escorial la bautiza “Muy Noble y Leal Ciudad de Nuestra Señora de los Zacatecas” el día 20 de junio de 1588. En el propio año se le otorga el escudo de armas.
El soldado Juan de Tolosa encuentra importantes yacimientos de plata en el área. Gracias a las riquezas que aportan las minas, se integró Nueva Galicia al virreinato de Nueva España. Desde Zacatecas partieron expediciones hacia el norte, llegarían a Nuevo México. Los franciscanos y jesuitas tuvieron en la ciudad una destacada presencia.
Carlos Lezcano señala a los franciscanos como fundadores del Colegio Propaganda Fide en Zacatecas. El afán catequético rindió frutos por la fe católica que se manifiesta en las congregaciones y fervor de las manifestaciones de religiosidad popular.
Corridas de moros
Todo sistema religioso se afianza en ritos, imágenes y liturgia (del griego en o por el pueblo). Sostiene de esa forma su doctrina y la narrativa que le da legitimidad. Paralelamente a estos ritos se desarrollan festivales y carnavales fuera de los cánones establecidos. Ese es el caso de las “corridas de moros”. Ya en el 1719, el corregidor Tomás Terán se quejaba de “los graves daños y perjuicios e inquietudes que se siguen de la causa pública de las fiestas de toros, moros y cristianos que la ociosidad ha introducido en las ciudades, villas y lugares de este reino”. En el 1832 las autoridades de Zacatecas decretan que “a partir de esta fecha quedan prohibidas las ‘corridas de moros’ y toda especie de danzas y los ridículos trajes con que en las procesiones se presentan los que las forman”.
Allí no murió la tradición de la batalla de moros y cristianos, luego que la corrida de moros se volviera “morisma”.
Las morismas
En 1824 se estableció la hermandad de San Juan Bautista que encabezara Félix Villa con otros trece feligreses. Informes que recogen Felipe Escobar y otros historiadores, entre 1836 y 1837 se creó la Constitución de la cofradía, aprobada por el Arzobispado de Guadalajara. El límite de la fiesta, la Isabelica, llegaba al terreno situado en la falda de la colina La Bufa. Ya en el 1870, según información recopilada en Líder, la Cofradía de San Juan Bautista había trasladado la morisma a las Lomas de Bracho. Leonides Tenorio, sacristán de la Catedral escribe sobre el origen de la morisma: “era una cofradía compuesta de hombres y mujeres. Por primera vez se le hacía la función al santo [San Juan] en su misma capilla, durante tres días; en las tardes, corrían los moros a caballo y los soldados a pie haciendo evoluciones de guerra con tiros de fusil disparando al viento con solo cartuchos y los moros a caballo tiraban bombas y era el modo de peleas, después que pasaba el reto del moro y el cristiano y luego seguía día de guerra como he dicho, los dos primeros días ganaban la acción los moros y el último día, los cristianos, y le cortaban la cabeza al moro. Todas sus ceremonias de marcha y guerra la hacían con música instrumental y esta función era muy concurridísima”. Poco después se añadiría otro día de fiesta.
La institución de la Morisma de Bracho se hermanó a la Fiesta de Moros y Cristianos Santas Justa y Rufina de Orihuela, España.
Teatro, catecismo y rito
La Morisma de Bracho es festividad de la oralidad, del teatro de calle, del folclor, que resalta una tradición que conjuga la fe y la cultura, según Francisco Xavier Navia. El teatro era la forma de llevar el mensaje evangélico a la población nativa.
En este teatro hay una inversión directa de los actores: en la coordinación de los parlamentos, en la compra de la pólvora y el vestuario, en el cuadro de relaciones ya que no hay director, en el respeto y en la solidaridad necesarias para la producción, año tras año y generación tras generación, sin jerarquía.
La batalla de Lepanto que cierra el evento es un auto-da-fé sin víctimas. “Se extirpa la herejía para edificación de todos y para bien público”, explican los comentarios de Peña al Manual del Inquisidor escrito por Eimerich. El cristiano Juan de Austria, la Liga Santa, salen vencedores sobre el Islam. Un subtexto del auto-da-fé y la persecución de moros es el desagravio por los siglos de opresión bajo el status de “dhimi” que sufrieron judíos y cristianos en la España musulmana. La “Gente del Libro” se veía en aquel tiempo obligada a pagar un impuesto especial, la “jizya”, como “protección”. Cada corrida de moros es un rito de venganza.
Zacatecas, en número de participantes activos en las Morismas de Bracho, ha superado a Hollywood, que para la producción de Ben Hur contrató aproximadamente a 14.000 extras. Mientras que en un filme, la actuación es singular, cientos de actores principales y secundarios repiten año tras año su papel, hasta la ancianidad. Cientos de fieles llegan de rodillas hasta la iglesia. Cientos se afanan en la confección de los vestuarios y repiten su rol con la frescura del día del estreno, un drama foráneo en el que con cada puesta en escena los moros pierden y los cristianos ganan en forma espectacular.
De la Morisma de Bracho se sale como del teatro, identificados con los personajes que encarnan la justicia o virtud, al tanto de los momentos decisivos, impresionados por el espectáculo, admirados ante el esfuerzo y el heroísmo. En una función de tan gran magnitud se crean alianzas con los actores, se convive el conflicto en un espacio fluido y sin jerarquía. Una producción que abarca una ciudad y una colina, esfuerzo compartido, reafirma un idioma, una trayectoria histórica y una cultura.
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