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En tiempos de migración, el amor lo puede todo; haitianos pagan miles de dólares por casarse con mexicanas

El migrante haitiano Zareal German (izquierda), cuya esposa está embarazada de cinco meses
El migrante haitiano Zareal Germán (izquierda), cuya esposa está embarazada de cinco meses, muestra la comida que se proporciona diariamente a las familias en un campamento.
(Molly Hennessy-Fiske/Los Angeles Times)
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Hasta hace unos días, la intención de Philipe era viajar a la frontera norte de México. Quería llegar a Tijuana o Piedras Negras, en los límites del territorio mexicano, y allí solicitar asilo político en alguna representación diplomática de Estados Unidos. Pero sus planes han cambiado. Hoy tiene otra idea: ha decidido casarse con una mexicana, la que sea, con la intención de quedarse a vivir en México.

Philipe, igual que cientos de haitianos que han ingresado de manera ilegal a México, a través de la frontera con Guatemala, pretende casarse con una mexicana por dos razones; quiere lograr la nacionalidad mexicana y así evitar el acoso del que es objeto por parte de policías y funcionarios del Instituto Nacional de Migración (INM) que no dejan de intentar extorsionarlo por su estancia ilegal en México.

Además, a Philipe le ha comenzado a gustar México. Ahora tiene como prioridad quedarse a vivir en cualquier parte de Chiapas. Le gusta la cotidianidad de San Cristóbal de las Casas. Se identifica con los habitantes indígenas de San Juan Chamula y no descarta irse a vivir a Comitán, en donde dice hay una gran actividad cultural que embona con sus intereses.

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Philipe habla francés, español e inglés, herramientas suficientes como para montar un taller en donde pueda dar cursos de idiomas. Además toca la guitarra y el violín, sabe de partituras. También tiene instrucción en pintura, sobre todo en técnicas de acuarela, y considera que bien podría dar clases de literatura.

En Los Cayos, una pequeña localidad a 200 kilómetros al poniente de Puerto Príncipe, Philipe era maestro de secundaria. La falta de pago por parte del gobierno, la pobreza y la precarización a la que se vio obligado por la mala economía del país, lo llevaron a emigrar. En mayo de este año tomó una lancha –junto con otros 25 haitianos- y llegó al puerto de Trujillo, en el norte de Honduras.

Philipe dejó todo, que es nada, en su natal Los Cayos. Solo se despidió de su madre y sus cuatro hermanos menores, con la promesa de mandar por ellos apenas pudiera llegar a suelo norteamericano ya con el estatus de refugiado político. Pagó 3 mil dólares por viajar en una lancha de pescadores que hizo el trayecto, en tres días, desde Los Cayos hasta Trujillo.

En Honduras, Philipe se empleó en el comercio ambulante hasta que el 4 de septiembre se sumó a la caravana de migrantes que se organizó para viajar a México, con la intención de llegar a la frontera norte. Ingresó a suelo mexicano, en masa con otros miles de migrantes, el día 12 de septiembre. Estuvo viviendo en Tapachula hasta principios de octubre, cuando a causa del acoso y extorsión de la policía local y de funcionarios del INM decidió adentrarse solo a suelo chiapaneco.

Desde el 5 de octubre pasado Philipe es un residente más de San Cristóbal de las Casas. Rentó un pequeño cuarto en una casa a las orillas del pueblo, en donde paga por alquiler la cantidad de 200 pesos mensuales, algo así como 10 dólares. Él subsiste gracias al comercio informal. Todos los días recorre el centro de San Cristóbal vendiendo dulces y mazapanes. Desde hace una semana se improvisó como guía de turistas.

En un buen fin de semana, cuando la afluencia turística es más notoria en San Cristóbal de las Casas, Philipe logra echarse a la bolsa entre 50 y 100 dólares. Su plus es hablar perfectamente el inglés, con lo que brinda un buen servicio a los turistas norteamericanos que han reactivado su presencia en la zona, sobre todo ahora que se está superando la crisis epidemiológica del Covid-19.

Matrimonio, aunque sea sin amor

Con esa perspectiva, ahora Philipe ha dejado de pensar en su objetivo inicial; ya no le es tan atractiva la idea de cruzar el territorio mexicano para llegar a la frontera sur de Estados Unidos en busca del asilo político. Ahora acaricia el sueño mexicano: se quiere quedar a vivir en nuestro país. Desea formar una familia. Quiere incursionar en el mundo de la cultura y sacar de Haití a sus hermanos y su madre.

Pero primero, es lo primero -dice sonriente-: me quiero casar. Necesito casarme para tener derechos como cualquier mexicano. No quiero que mañana venga por mí la policía y me saque del país.

Sacude la cabeza negativamente cuando le pregunto si está enamorado o si tiene novia o una pareja con la que quiera hacer vida en común. Se queda callado como si reflexionara la respuesta. Comienza a explicarme y no se da cuenta que está hablando en francés. Le pido que me hable en español. Se disculpa. Luego me dice que el amor no es necesario para contraer matrimonio.

El matrimonio es un contrato –dice muy convencido-, no es necesario el amor. El amor puede surgir después –explica-. Lo que yo necesito es un contrato de matrimonio para quedarme a vivir legalmente en México.

Philipe asegura -hablando de sí en tercera persona- que puede pagar a quien se interese en casarse con él. La cifra del pago no la tiene clara, pero dice que puede pagar hasta 10 mil dólares, unos 200 mil pesos mexicanos, a cualquier mujer mexicana que se quiera casar y que le ayude a obtener la residencia legal en México.

El físico es lo de menos. Lo que a Philipe de 32 años le importa es tener un acta de matrimonio. Dice que está dispuesto a casarse con cualquier mexicana “sin importar que sea gordita, flaca, rubia o morena, alta o chaparrita”. El estatus social tampoco le interesa en nada. Él está dispuesto a casarse con una mujer soltera, viuda o divorciada, con hijos o sin ellos. Pobre o rica. “Aunque si es rica, sería mejor”. Suelta la carcajada, cargada de mucha realidad.

Matrimonios por interés al alza

Esa es la nueva estrategia que los migrantes haitianos están realizando en México, para evitar la deportación; han comenzado a gestionar matrimonios por interés. De acuerdo a la periodista Roxana González, del Sol de México, “los caribeños pagan más de 20 mil pesos para obtener un documento que regularice su estancia en nuestro país y así llegar a la frontera norte con la esperanza de cruzar hacia Estados Unidos”.

Según la periodista Roxana González, “En las oficinas del Registro Civil de Chiapas, Baja California, Chihuahua, Tamaulipas, Puebla y Guanajuato, del 1 de septiembre a lo que va de octubre (al día 10) se han oficiado 42 matrimonios entre mexicanas y haitianos, la cifra más alta desde el año 2000”.

Pero no solo en las oficinas del Registro Civil de Chiapas, Baja California, Chihuahua, Tamaulipas, Puebla y Guanajuato, se han registrado matrimonios de haitianos con mexicanas. También en los juzgados civiles de Veracruz, Tlaxcala, Querétaro, Ciudad de México, Michoacán, Jalisco, Sinaloa y Sonora, por donde cruza La Bestia –el tren de carga que utilizan los migrantes para viajar desde Chiapas hasta la frontera norte- se han oficiado matrimonios entre haitianos y mexicanas.

En las oficinas del registro civil de Veracruz, Tlaxcala, Querétaro, Ciudad de México, Michoacán, Jalisco, Sinaloa y Sonora, ya suman por lo menos 19 matrimonios más entre haitianos y mexicanas, en donde el amor está en duda. Solo en la ciudad de México, en lo que va de este año, se han registrado 7 casamientos binacionales.

En Veracruz ya se contabilizan 3 matrimonios entre mexicanas y haitianos, en Querétaro, ya son 2; en Michoacán, 3; en tanto que en Tlaxcala, Jalisco, Sinaloa y Sonora, se ha registrado un matrimonio por cada una de esas entidades. A estos matrimonios, presuntamente por conveniencia entre haitianos y mexicanas, se deben agregar los casamientos de mexicanos y mexicanas con parejas de otras nacionalidades.

De acuerdo a datos del Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI), en el 2020, cuando arreció el ingreso de migrantes indocumentados por la frontera sur del país, se registraron 15 mil 100 matrimonios entre mexicanos o mexicanas con parejas originarias de otros países. La mayoría de esos casamientos de mexicanos o mexicanas fue con personas originarias de países generadores de migrantes ilegales en México, como Cuba, Guatemala, El Salvador, Brasil, Nicaragua, Honduras y Panamá.

En lo que va del 2021, se han registrado en todo el territorio mexicano un total de 294 mil matrimonios, de los que –según los datos oficiales del INEGI y del Registro Civil- por lo menos el 3.4 por ciento, unos 9 mil 996, corresponden a uniones maritales entre mexicanos o mexicanas con personas de origen extranjero, principalmente de Guatemala, Honduras, El Salvador, Nicaragua, Colombia, y Haití.

El amor (o el dinero) lo puede todo

Verónica tiene 35 años. Es soltera y originaria de Xalapa, Veracruz. Desde que inició la pandemia se quedó sin empleo formal, cuando cerraron la cafetería en la que servía como mesera. Tiene la necesidad de trabajar, porque de ella dependen sus padres y un hijo. Actualmente se emplea en un centro nocturno donde ficha y hace algunos desnudos. En una buena noche se lleva a la bolsa 500 pesos.

Ella hace tres meses que conoció a Ettiene, un migrante haitiano que está varado en Xalapa desde hace medio año. Lo conoció en el centro nocturno en donde trabaja. Ettiene de 28 años se gana unos pesos cada noche autoempleándose en el estacionamiento del mismo centro nocturno. Allí Ettiene lava algunos automóviles mientras sus dueños se divierten con el espectáculo de mujeres que bailan al calor de la cumbia. En una jornada, de las ocho de la noche a las 3 de la mañana, Ettiene logra ganar entre 20 y 300 pesos.

Ettiene le planteó a Verónica un acuerdo: le propuso matrimonio. Le ofreció 13 mil dólares (unos 260 mil pesos) solo por presentarse juntos al registro civil y contraer nupcias. El acuerdo no incluye vivir juntos. No tienen que tener sexo ni formar una familia. Lo único que le interesa a Ettiene es el acta de matrimonio para lograr la nacionalidad mexicana.

A Verónica le parece un buen acuerdo. Los 13 mil dólares ofrecidos por Ettiene le serán de mucha ayuda. Además a ella la sola figura de Ettiene le resulta apasionante. Dice que le gustan sus ojos verdes, su sonrisa, su cuerpo musculoso y negro. No descarta la posibilidad de arrancarle un hijo y de que con el tiempo a los dos los toque el amor. Ella está emocionada con esa posibilidad.

Verónica piensa que si se logra el acuerdo del matrimonio con Ettiene, hasta podría dejar el centro nocturno en donde trabaja. Con los 13 mil dólares espera poner un negocio. Tal vez una lavandería o un pequeño restaurante, con lo que podría dejar de lado las desveladas y el tener que estar lidiando con borrachos.

Sus manos blancas tiemblan. Se dice emocionada solo de pensar que por fin se le podría hacer realidad el sueño de casarse. Luego la autoconmiseración; considera que al casarse no solo se beneficiará económicamente, sino que podrá ayudar a su amigo Ettiene para que logre su residencia formal en México. “Qué importa que después no estemos juntos”, dice mientras su rostro redondo y pecoso se ilumina mágicamente.

Verónica no es fea. Porta muy bien sus 35 años de edad. Sus piernas torneadas y su piel sedosa hacen que Ettiene se muerda los labios solo al observarla. Dicen que no hay amor entre ellos, pero los dos se buscan la mano para sujetarse uno al otro mientras transcurre la entrevista en el café La Parroquia, en pleno centro de la capital veracruzana.

La fecha de matrimonio está planeada para la primera semana de diciembre próximo. Es cuando Ettiene considera que podrá tener el dinero ofrecido a Verónica. Un amigo de él -que está radicando en Estados Unidos- le hará el préstamo para la encomienda. Cuando se casen, los dos irán a vivir a la casa de los padres de Verónica, “pero, sin sexo”, advierte él. Ella se aguanta la risa mientras le pasa la mano por el rostro, como si quisiera comprobar que no está viviendo en un sueño.

Ettiene, igual que Philipe, también acaricia la posibilidad de no buscar más el Sueño Americano. Ahora es el Sueño Mexicano al que aspira. Quiere quedarse a vivir en Xalapa. Dice que con el tiempo –si las cosas van bien- podría hacer el esfuerzo, junto con su prometida, y buscar la posibilidad de rentar algunas tierras de cultivo.

Él quiere sembrar café. Su origen campesino lo llama a cultivar la tierra ¿Verónica? Ella solo sonríe. Dice que cuenta los días para el casamiento. Puede que sea por el dinero, así lo delatan sus zapatos desgastados y su bolso raído. O puede que sea por amor, según lo deja ver su mirada.

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