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Debí trabajar mucho antes de preguntar: ‘¿Quieres ser mi novia?’

Nunca olvidaré esa reunión de organización, cuando una hermosa joven chicana se nos unió por primera vez.

Nunca olvidaré esa reunión de organización, cuando una hermosa joven chicana se nos unió por primera vez.

(Sarah Wilkins / For The Times)
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Cuando se trataba de chicas, yo era tímido. No es que temiera que me golpearan, como los matones a los que evadía en el patio de juegos en el este de Los Ángeles, donde crecí. Simplemente le temía al rechazo.

Por alguna razón misteriosa que aún no entiendo sentía que, si me rechazaban, todos mis amigos y hasta completos extraños se enterarían y se burlarían de mí por toda la eternidad. No quería ser ese chico; la vida era bastante difícil ya intentando sobrevivir en un vecindario difícil. Sumado a ello, no ayudaba el hecho de haber sido delgado toda mi vida. Cuando era adolescente, por ejemplo, la mayoría de mis amigos se habían unido a una pandilla local, pero mi ‘solicitud’ fue rechazada porque yo no podía defender el barrio.

Cuando llegué a mi primer año de UCLA, mi mundo entero cambió. Como uno de los pocos chicanos en el campus, me convertí en activista. Comencé a dejar atrás mi timidez. Desde abogar por los derechos de los inmigrantes hasta exigir más minorías raciales en la educación superior, me volví apasionado y audaz al respecto. En mi segundo año, fui copresidente del Proyecto de Educación Chicana, a través del cual los estudiantes de UCLA podían dar charlas en escuelas secundarias a estudiantes desfavorecidos con información acerca de la universidad.

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Nunca olvidaré esa reunión de organización, cuando una hermosa joven chicana, Antonia, se nos unió por primera vez. Era estudiante de primer año del lado oeste, y lo tenía todo: era bonita, tenía inteligencia y compromiso con el cambio social. Más tarde, descubrí que nuestros padres tenían antecedentes increíblemente similares. Ambas madres, por ejemplo, habían sido empleadas domésticas y nuestros padres habían llegado a los EE.UU. desde México, para trabajar como trabajadores agrícolas en el marco del Programa Bracero.

Al principio, pensé que Antonia estaba fuera de mi liga. Pero con la nueva sensación de confianza ganada con mi activismo estudiantil ya no era ese nerd de la preparatoria, quien se encontraba siempre en la temible ‘zona de amistad’ con las chicas. Así, decidí que sólo necesitaba ser estratégico en mi enfoque, especialmente porque sabía que tenía competencia en el campus.

Haciendo uso de mis nuevas habilidades políticas, desarrollé un plan maestro. Antes de pedirle a Antonia una cita, me acerqué a mis competidores -o depredadores, como los recuerdo cariñosamente- y les conté mis intenciones. A aquellos que no respetaron mi decisión -en realidad, era más bien una exigencia-, no tuve más remedio que socavarlos ante ella. Una vez que acabé con la competencia, trabajé intensamente para invitarla a salir. “No es que quiero ser tu novio o algo así, pero ¿te gustaría hacer algo fuera del campus, ya que acaba de llegar mi ayuda financiera?”, le pregunté. “Claro”, respondió.

Parecía que mis nuevas habilidades políticas estaban funcionando. Bueno, era más bien un acecho, ya que ‘casualmente’ me registraba para las mismas clases que ella, y ‘accidentalmente’ visité su dormitorio en más de una ocasión. Una vez me preguntó: “¿Qué estás haciendo en los dormitorios?”. “Estoy reclutando miembros para el programa, para visitar San Fernando High School”, le dije, sin titubear (ayuda cuando te pasas toda la noche despierto, pensando distintas respuestas a potenciales preguntas, tal como prepararías un debate escolar).

Después de pasar más tiempo juntos, decidí dar el siguiente paso. “No es que quiera casarme contigo o algo así, pero ¿quisieras ser mi novia?”, le pregunté. Nos besamos en mi VW Beetle color azul y le dije: “Siento que estoy en Disneyland”. Me alegra que nadie de mi vecindario haya oído.

Después de dejar UCLA, continuamos viéndonos. Eventualmente, le hice la gran pregunta. “¿Te casarías conmigo?”, le pregunté, con confianza. “¡Sí!”, exclamó.

Muchas lunas después, cuando nuestro hijo, Joaquín, está a punto de inscribirse en la universidad, me pregunto si él tendrá la misma suerte que yo.

Si desea leer la nota en inglés, haga clic aquí

Traducción: Valeria Agis

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