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Opinión: Los médicos como yo están muy enojados con esta nueva oleada de COVID-19

A worker with a dose of the Pfizer COVID-19 vaccine
La vacuna sigue siendo nuestra mejor arma en la lucha contra el COVID-19.
(Irfan Khan / Los Angeles Times)
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Estaba el bombero musculoso que comentó que tenía miedo a las agujas, la paciente recién embarazada a la que le preocupaba que la vacuna la hiciera infértil y el joven que había salido de fiesta en un viaje de despedida de solteros de fin de semana, luego mintió sobre su estado de inoculación a la enfermera de control cuando apareció en el hospital.

Bienvenidos a la nueva pandemia de los no vacunados: los pacientes que amamos odiar.

La ira entre los trabajadores de la salud de primera línea permanece oculta profesionalmente detrás de los cubrebocas y los juramentos que hacemos a nuestros pacientes, así como a la profesión. Continuaremos haciendo el mejor esfuerzo por todos los que vengan al hospital. Pero eso no detiene las quejas susurradas fuera de las salas de examinación y en los pasillos mientras nos preparamos para cuidar a nuestros vecinos.

De nuevo.

Estamos hartos de esto. Usted también debería estarlo.

Volvemos al uso de cubrebocas en interiores y al distanciamiento de seis pies. Los padres frustrados tienen que hacer frente a las cambiantes reglas del regreso a la escuela. Restauradores y ejecutivos de aerolíneas, así como cruceros, hiperventilan mientras los gobernadores conservadores actúan y provocan.

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Y a medida que nuestras guerras culturales del COVID se prolongan, el virus prospera, sin importarle si usa una gorra de camionero o una gorra bordada de gatita.

Hay tanto para desanimarse: teorías de conspiración, desinformación, Florida, Texas. Pero de vez en cuando también hay esperanzas de lugares inesperados.

La gobernadora de Alabama, Kay Ivey, una republicana, de repente se convierte en una heroína para quienes cuidamos de pacientes de COVID no vacunados, y grita llamándoles la atención a los niños desobedientes como la abuela ya sin filtro después de tomar unas copas: “¿Qué se necesita para que la gente se inmunice? No lo sé, dígame usted. Se supone que tienen sentido común. Pero es hora de empezar a culpar a los individuos no vacunados, no a las personas normales. Es la población no inoculada la que nos está defraudando”.

La amo. Está diciendo la verdad. Y tal vez porque ella no es Fauci, algunos que dudan de vacunarse están escuchando. La tasa diaria de inoculación se triplicó recientemente en su estado.

Los que dudan de las vacunas señalan con alegría que incluso los que recibieron el antígeno se han contagiado con la variante Delta, y eso es cierto, aunque en cantidades mucho menores que los no inmunizados. Pero en su mayor parte, no son los que llegan al hospital, y el 99% de los que han fallecido recientemente no estaban inoculados. La vacunación sigue siendo nuestra mejor arma en esta guerra.

No existe cura para el COVID, al igual que no la hay para la viruela y la poliomielitis. Pero ahora nos hemos deshecho de esas enfermedades: ya que fueron erradicadas por campañas de vacunación. Entonces, si la gobernadora Ivey quiere continuar testificando, las bebidas corren por mi cuenta.

Incluso Lindsey Graham sabe que su COVID “sería mucho peor” sin el antígeno. De igual manera ha estado usando un cubrebocas, así que aquí también brindamos por usted, senador.

Estados Unidos de derecha, ¿finalmente estás escuchando?

Es difícil no sentir simpatía por los muy enfermos. Las personas con las que trabajo comienzan con el deseo de ayudar y nuestra capacitación fomenta la empatía sobre el juicio. Culpar a los pacientes por su enfermedad es una medicina terrible: una vez que suena, esa campana destruye el acceso a la historia esencial y la confianza en el médico, la enfermera, el medicamento o el procedimiento necesario para curar o aliviar el sufrimiento. Es por eso que las enfermeras descartan la desaprobación con sus guantes sucios y por qué los médicos a veces lloran en las salas de guardia cerradas.

Sabemos que los pacientes COVID que son antivacunas padecen esta enfermedad, y no solo físicamente: en nuestros enfermos, vemos una verdadera angustia y pesar por no haber sido inoculados.

Observamos pacientes que se sienten realmente mal explicando por qué se negaron a tomar la protección. Algunos lloran y el arrepentimiento no es simplemente una tristeza nostálgica en alguien que no puede respirar.

Los muy enfermos, los que se dirigen a la unidad de cuidados intensivos (UCI), parecen aterrorizados. Las historias de “noticias falsas” ya no parecen serlo. Y aquellos quienes tratamos a los enfermos incrédulos no nos complacen sus nuevos conocimientos. Ver cómo las personas que negaban la existencia del COVID se dan cuenta de que se trata de un asunto muy serio resulta no ser muy divertido.

Eso y la gran dificultad del trabajo que tenemos por delante explica nuestro enojo.

En la parte de la sala de emergencias con los pacientes más enfermos, cada uno de ellos sin vacunar, ponemos nuestras mejores caras, pero los pacientes saben por la forma en que nos movemos alrededor de ellos, por las discusiones directas y francas que suceden cuando los ventiladores o los tubos de oxígeno no funcionan y se enrollan sobre una cama. Por la manera en que una enfermera sostiene su mano.

Están asustados; nosotros estamos enojados. Y todo pudo haberse evitado con una vacuna gratis y segura.

Todavía puede serlo.

Esto es importante: cada caso de COVID es una tirada de dados, una posibilidad de que se cree una nueva variante que mate a los niños o desafíe todos nuestros antígenos y nos regrese a lo impensable: encierros, aislamiento y desastre económico.

Debemos de detener estas oleadas.

En lugares como Los Ángeles, donde trabajo, se vacuna a suficientes personas ahora, lo que hace que sea poco probable que nos quedemos sin camas de hospital durante esta oleada. Pero con 11 millones de californianos aún desprotegidos, incluso aquí sufriremos. Por favor, tenga miedo, enfóquese y, si no está inoculado, obtenga el antígeno. Hágalo en secreto si es necesario. Pero protéjase.

En lugares como Alabama, Arkansas, Georgia, Idaho, Louisiana, Mississippi, West Virginia y Wyoming, donde menos del 40% de las personas están vacunadas, además de que cuentan con pocos hospitales y están más pequeños y distantes, se avecinan verdaderos problemas. Podrían enfrentar el mismo tipo de colapso de la atención médica que vimos en Italia y la ciudad de Nueva York el año pasado.

Pero hay más esperanza.

La gente allí está escuchando, finalmente, los sonidos de esta guerra cada vez más cercanos. Están viendo a amigos enfermarse, oyendo a los hospitales locales y líderes, como la gobernadora Ivey, mencionar que las ilusiones proporcionadas por el aislamiento y la desinformación deben descartarse, como nuestras frustraciones por las excusas antivacunas, no ayudan a solucionar el problema.

Las tasas de inoculación están comenzando a aumentar incluso en lugares donde tal cosa parecía imposible hace un mes.

Así que hay una apertura, algo que hacer más que rasgar vestiduras. Si conoce, como yo, amigos o parientes del este o del sur, o incluso al otro lado de la ciudad o el estado, ahora es el momento de comunicarse.

Este es el momento de perdonar, olvidar, alentar y entrenar a nuestros conciudadanos, es una oportunidad para abrir las mentes de nuestros amigos y familiares para, finalmente, librarnos de este virus.

Extienda una mano, ofrezca un aventón, tranquilice un miedo, programe una cita. Evitar la siguiente variante también podría impedir la muerte de alguien a quien ama.

Mark Morocco es médico en Los Ángeles y profesor de medicina de emergencia.

Si quiere leer este artículo en inglés, haga clic aquí.

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