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Honduras: La visita de los dos imperios y el espejo de la hispanidad

Xiomara Castro, entonces candidata a la presidencia por el Libertad y Refundación (Libre),
Xiomara Castro, entonces candidata a la presidencia por el Libertad y Refundación (Libre), hace un gesto a sus seguidores tras las elecciones generales, en Tegucigalpa, Honduras, el 28 de noviembre de 2021.
(Associated Press)
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Sus ojos apenas pestañaban. La miraban con inquebrantable atención. Ambos conocían por facetas y caminos distintos la realidad a la que se refería Xiomara Castro en su discurso. A sus respectivos países llegan por cubetadas en el siglo XXI los migrantes procedentes de Honduras.

Estaban sentados a la par en el Estadio Nacional de Tegucigalpa la vicepresidenta de EE. UU, Kamala Harris, y el Rey Felipe VI de España, de la Casa de Borbón. Contemplaban en esta capital centroamericana la tragedia desatada por la descomposición del pacto social; el imperio de la corrupción y la impunidad; y el estado permanente de desgobierno.

Ese día inició el desplome de la autocracia de 12 años de Juan Orlando Hernández —JOH—. Fue un acelerado proceso que tuvo a Harris, quien fue fiscal general de California y entiende el español, como garante del cambio en la ceremonia de traspaso de poder.

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Su presencia sobre el césped fue anunciada entre aplausos a mitad del evento. La gradería, compuesta principalmente por el núcleo duro de seguidores de izquierda del partido Libertad y Refundación —LIBRE—, le exclamó con total desparpajo y falta de pudor por guardar las apariencias de autonomía nacional: “¡Llévense a JOH!”

La mañana del 27 de enero del 2022 quedó grabada una postal histórica. La facción del pueblo hondureño menos afín a EE. UU se comunicó de forma presencial con la garante del orden y el poder que es la voz última en la región. Le hizo llegar una petición generalizada del país.

El grito se escuchó con total claridad. Ausente del estrado por decisión propia, JOH perdía su condición de mandatario con la nueva investidura, lo que activó los tiempos de la justicia en Nueva York. El 21 de abril, un día antes de que la lluvia pusiera fin a la sequía en Tegucigalpa, EE. UU se lo llevó extraditado en un pequeño avión bimotor.

Se extendió hasta Honduras el imperio de la ley en forma de la ley de un imperio. Todo sucedió a menos de 100 días de la visita en la que Harris llegó en el Air Force 2, volando consigo de regalo una Chevrolet Suburban, negra y blindada, para Xiomara Castro, la nueva mandataria.

Esa mañana, Honduras acabó con hastío una era política. Empezó a reconocerse, con incertidumbre, bajo la luz de la siguiente.

Testigo estrella al desgobierno de habla hispana

La vicepresidente Kamala Harris fue la representante del gobierno de Joe Biden en la ceremonia
La vicepresidente Kamala Harris fue la representante del gobierno de Joe Biden en la ceremonia de toma de posesión de Xiomara Castro, en Honduras.
(Irfan Khan/Los Angeles Times)

El otro invitado que apenas pestañaba era Felipe VI, ahora con la barba blanca y la mirada versada en realidades difíciles de contemplar en las antiguas tierras de la hispanidad. Felipe VI es con seguridad la persona en la historia que más ha asistido a transiciones de gobierno en Hispanoamérica.

Lo ha hecho como cabeza del reino del sur de Europa que es cepa lingüística, cultural y antes política de este primer y enorme bloque mestizo del Nuevo Mundo. Su representación de la corona española en tiempos de la aviación moderna coincide con la era democrática más larga y extendida en la región. Curiosamente, la misma longevidad tiene la democracia en España.

Al igual que Honduras, su sociedad nodriza apenas inauguró constitución democrática en 1982. Felipe VI, pues, sería un testigo estrella para declarar acerca de los problemas de desgobierno y falta de claridad en los proyectos políticos de los pueblos de habla hispana, en ambos lados del Atlántico.

En el caso de la América española, Honduras es apenas uno de los más pequeños pedazos de cristal roto que son estos 20 estados hispanoamericanos, surgidos desde inicios del siglo XIX hasta la pérdida de Cuba ante EE. UU en 1898, que consumó el colapso y la desarticulación del imperio.

A estas nuevas naciones se les ha dificultado actuar como unidades políticas propias, incluso en el siglo XXI. De acuerdo con el doctor en Historia por la Universidad de Manchester, el salvadoreño Adolfo Bonilla, este déficit de civismo y gobernabilidad común a los países de habla hispana se debe a que todos tienen el mismo reto de evolución política pendiente, aún sin superar.

Según Bonilla, autor del libro académico Procesos de Independencia en Centroamérica, ninguna de las regiones ibéricas o reinos de ultramar de España había dado el salto histórico del despotismo a los valores ilustrados antes de fraccionarse el imperio. Es decir, constituir y consolidar marcos legales basados en la libertad individual, separación de iglesia y estado, y la división de poderes del estado moderno.

Quizá más determinante aún, no existía una base conceptual, cultural y de comportamiento sobre la cual montar una reforma que fuese asimilada, y no sólo declarada o impuesta de forma intermitente por las armas. En la América española, la independencia no fue un reclamo histórico de sus pueblos.

De acuerdo con Bonilla, y también con el británico Anthony Pagden, historiador hispanista de la Universidad de California, fue una coartada para que los criollos de los virreinatos encabezaran sus propios nuevos órdenes despóticos. Esto, en detrimento de la unidad de la globalidad política y cultural, mermada en su fortaleza por la naturaleza casi siempre despótica del monarca en la península ibérica.

“Un reino de taifas,” que se dice hoy en España, en alusión al después del fraccionamiento del Al-Ándalus, en el que distintos señores locales, irreconciliables entre sí, ejercían una forma de poder similar al cacicazgo. La historia repetida en las costas contrarias al mar Océano, más allá del Estrecho de Gibraltar.

‘Arar en el mar’

En el siglo XVIII, pues, se fraguó la base conceptual de la ilustración en los países que participaron en la reforma protestante. Se bifurcó la corriente de la historia occidental.

La hispanidad, de una rigidez a ultranza en su interpretación del catolicismo, no adoptó por los siglos venideros las nuevas estructuras organizativas políticas y capitalistas del norte de Europa, de acuerdo con Anthony Pagden.

Naciones como Holanda o Inglaterra establecieron imperios comerciales marítimos, impulsadas por la hiperactividad financiera de los nuevos formatos político-económicos. Esto propició las revoluciones tecnológicas y del conocimiento, fruto de la libre competencia y choque de ideas. Y el ars nova en el arte.

Por el contrario, la hispanidad se mantuvo al margen, fiel a su trayectoria ya trazada hacia la disolución por inflexión. Más bien el auge del capitalismo y de la democracia liberal sucedió en detrimento del modelo de extracción mineral español y la forma de organización social, autárquica, que le acompañó.

Al hinchar las cuentas en Europa con la nueva moneda del oro de América, España causaba su propia desgracia a través de la inflación, sin que jamás lo entendieran o rectificaran en las cortes de Castilla.

En todo caso, el fracaso de la constitución liberal de Cádiz de 1812 —el único intento por mover a la Hispanidad entera hacia la modernidad—, fue la herida que con el tiempo resultó letal al imperio de ambos lados del Atlántico, según Bonilla. Fue el triunfo del despotismo y la oscuridad.

Una vez librada de España, la misma idiosincrasia prevaleció entre los criollos de Hispanoamérica que forzaron la independencia. Éstos habían perdido privilegios ilegítimos bajo el tímido intento de reforma del rey Carlos III, el absolutista ilustrado.

Romper con el imperio debilitado fue sólo instrumental para que éstos obtuviesen su propio coto de caza, y con el tiempo, soberanía incuestionable y legitimidad internacional.

Los criollos, en vez de llevar a sus nuevas naciones por el camino de Holanda e Inglaterra, reprodujeron el orden español, quizá superándolo en sus vicios y descuidando sus virtudes. Perpetuaron a este bloque de nuevo mundo en el retraso, sin capacidad moral u operativa de construir naciones.

“La independencia no es un fin en sí misma. Sólo es un instrumento para conseguir fines como el estado moderno, el progreso, la justica la libertad, el bienestar, o la felicidad,” recuerda Adolfo Bonilla.

En sus últimos años Simón Bolívar, político y militar venezolano conocido como el Libertador, escribía en 1830 a un afín general ecuatoriano de apellido Flores, que “la América es ingobernable para nosotros,” sólo para decir en punto y seguido “el que sirve en una revolución ara en el mar”.

El quebradizo sueño de una profunda crisis de identidad cultural

Con mayor realismo y detalle había escrito antes Bolívar, en su carta de Jamaica de 1815, como recuerda Bonilla: “Los americanos han subido de repente, sin los conocimientos previos y, lo que es más sensible, sin la práctica en los negocios públicos, a representar en la escena del mundo las eminentes dignidades de legisladores, magistrados, administradores del erario, diplomáticos, generales y demás autoridades supremas…”

Así, la hora alta de los pueblos de habla hispana dio paso a la de otros, ante su incapacidad de evolución. Los herederos de aquel naufragio ignoramos el pasado. El olvido acaece al colapso de un imperio que no se reformó.

Por un par de siglos ya, los pueblos dispersos sobre las tierras que compusieron el imperio español cayeron en el quebradizo sueño de una profunda crisis de identidad cultural.

En el caso hondureño, la confusión se manifestó curiosamente en el saludo que extendió Xiomara Castro a Felipe VI en Tegucigalpa. Le llamó Felipe IV, el último gran monarca de la Casa de Habsburgo.

El rey que heredó la primera unidad política en circunnavegar el planeta, pero cuyo auge languideció por la endogamia intelectual y de los matrimonios reales; el desgaste por subyugar a los protestantes en Holanda; y por la absurda política económica, que no sumaba valor, de extracción mineral en América para hacer moneda.

Felipe IV, un regente consumido por la mezquindad y avaricia de sus cortesanos: su opacidad. Y a la vez un buen hombre, campechano, amado por los seres de su círculo de asociación íntima, que lo arroparon hasta el final. El rey que figura en el espejo de la obra maestra Las Meninas, cuyo primer nombre conocido fue La familia de Felipe IV. El último rey del siglo de oro español.

Nueva dirección para una Honduras que deriva

Con la venia estadounidense, y el testigo del actual rey español, la primera mujer izquierdista al frente de una coalición de oposición asumió el mando de Honduras; un país pitiyankee, en lenguaje del difunto coronel Hugo Chávez.

La presidenta Xiomara Castro sonríe mientras recibe la banda presidencial, mientras su esposo
La presidenta Xiomara Castro sonríe mientras recibe la banda presidencial, mientras su esposo, el expresidente Manuel Zelaya, aplaude durante la ceremonia de toma de posesión en Tegucigalpa, Honduras, el 27 de enero de 2022. Castro firmó el lunes 25 de abril de 2022 una medida para derogar una ley que permitiría la creación de zonas especiales autónomas para inversionistas extranjeros en Honduras.
(Moises Castillo / Associated Press)

Sólo una agenda de reforma que solucionase los problemas reales más apremiantes de cada quien, fruto del desastre hondureño en el que confluyen, mantiene unidas a estas fuerzas, hasta ahora tan dispares.

Mano derecha en el corazón y puño izquierdo al alza, Castro se proyectó sobre su audiencia como la mandataria llegada a reemplazar al despreciado autócrata. Lo hizo al compás de una desentonada interpretación del himno nacional que auguraba la capacidad ejecutiva de su gobierno mostrada en los seis meses que han transcurrido desde entonces.

A su espalda, su equipo formaba un aglomerado humano que hablaba entre sí, revisaba llamadas y mensajes, o simplemente, se desplazaba al fondo de la oradora. El caos dominó la imagen presidencial durante el discurso que, ellos proclamaban, ponía fin a una dictadura. Se unían a este amasijo los miembros del equipo de seguridad de Kamala Harris, nerviosos como caballos en un establo desconocido.

La distracción de tan desarticulado estrado mayor daba un lugar central al otrora defenestrado y siempre protagónico expresidente Zelaya. Él, también, lució una banda presidencial ese día. El esposo de la mandataria vive en esta administración una segunda gloria presidencial tras el golpe de estado que sufrió en 2009. Dirige, de facto, el consejo de ministros.

También figuró el comentarista deportivo Salvador Nasralla, ingobernable principal aliado de coalición. Éste aportó su caudal político, no ideológico y anticorrupción, para avasallar con votos cualquier intento de fraude de los afines a JOH. No encuentra hasta ahora función clara en este gobierno.

Aportando matices folclóricos, el entusiasta Renato Florentino Pineda, tercer designado presidencial de este modesto pequeño país empobrecido —algo así como vicepresidente—, alegremente se acicalaba como loro después de la lluvia hacia el fondo de la imagen. Su acción representa a muchos, genuinamente felices de pasar a formar parte oficial del estado. Poco se sabe de él desde entonces.

Así, la mañana del 27 de enero quedó grabada en Tegucigalpa otra postal histórica, para la posteridad. La variopinta imagen también incluyó a la figura política en construcción de Héctor Zelaya, un hijo ya crecido de Xiomara Castro para quien se creó el cargo de secretario privado de la presidencia.

Su esmerada expresión de solemnidad ha dado cara desde entonces, con el canciller Enrique Reina como acompañante, a la delegación hondureña enviada a Washington D.C. y a la cumbre de las Américas en Los Ángeles, ante la ausencia de su madre por solidaridad con Cuba y Venezuela.

En esta escena de alegre desorden, propio de una ópera tropical, Xiomara Castro se hizo cargo del país más pobre de la América Española, de acuerdo con el Banco Mundial. El desarticulado aglomerado a su cargo recibía la misión de que éste deje de ser un foco de crisis humanitaria de repercusión regional.

Lo hacía ante un pueblo que exige justicia, y como un nuevo gobierno en la obligación de darla, ahora sin la sombra de un exgobernante detestado en la cual cobijarse, tras su extradición.

Presiona desde abajo la ciudadanía, que votó abrumadoramente por la coalición de oposición, y desde arriba los EE. UU, que quieren una solución a la migración masiva. Si en algún lugar de la América española rectificar el curso es imperativo, es aquí.

La reforma de la justicia es hoy un reclamo histórico de los hondureños

Ausente de la toma de posesión por COVID-19, no obstante, y cómodo con un perfil público discreto, se encontraba esa mañana el doctor en derecho Edmundo Orellana, de uno de los dos partidos políticos tradicionales que no formó parte de la coalición de oposición.

El expresidente hondureño Juan Orlando Hernández, centro, es llevado esposado a un avión
El expresidente hondureño Juan Orlando Hernández, centro, es llevado esposado a un avión que lo espera para ser extraditado a Estados Unidos desde una base de la Fuerza Aérea en Tegucigalpa, Honduras, el jueves 21 de abril de 2022. La Corte Suprema de Honduras aprobó la extradición de Hernández a los Estados Unidos para que enfrente cargos por tráfico de drogas y armas.
(Elmer Martinez / Associated Press)

Por la voluntad política de Xiomara Castro, éste ha pasado a ser una pieza de encaje entres distintas fuerzas articuladas en torno al proyecto de reforma de la justicia y confrontación de la corrupción en Honduras, que pierde al año por malversación cerca de $3,000 millones —algo menos del 10% de su PIB —, de acuerdo con el Consejo Nacional Anticorrupción.

Orellana, de 73 años, es un paisano y amigo personal de la familia Zelaya Castro que es respetado por la amplia mayoría de los hondureños. No asumió el cargo de ministro de transparencia, encargado de los esfuerzos de adecentamiento y reforma del sistema judicial, a finales de enero, sino a finales de febrero, unos días después de la captura ante la petición de extradición de JOH.

Desde entonces, Orellana diseña y lidera el proyecto de reforma del ejecutivo. Juega su honor y credibilidad a esta empresa. El fin de la corrupción rampante, la pérdida de prerrogativas ilegítimas detrás de un muro de impunidad —establecido he incluso amparado por la ley—, y la inauguración de un sistema que enjuicie a éstos y los mantenga a raya, es un reclamo histórico del pueblo hondureño. Y él, su garante.

Coincide este movimiento a lo interno de Honduras con la política de buen gobierno, o ‘Good governance,’ de la administración Biden hacia la mitad Norte de Centro América, explica Charles Call, experto en fortalecimiento democrático e institucional de American University en Washington D.C., quien considera que Xiomara ofrece a los EE. UU alguien con quien trabajar en una región complicada.

“Latino América tiene una cultura política y de poder completamente distinta a la de los EE. UU. Pero ahora, con la situación geopolítica y la necesidad de asegurar la región, la falta de contrapartes con pensamiento afín es el principal obstáculo allí para desplegar una esfera de influencia más segura,” expresa el Dr. Charles Call, ante lo que “la propuesta anticorrupción que ha hecho Xiomara y en la que ha actuado rápidamente es fuerte.”

La ciudadanía hondureña, pues, se ha encarado con su opresor local, que hoy hereda el rol del criollo de la independencia. Ahora este rol no está ligado a la constitución racial, ya que Honduras es un país mestizo al que además se han sumado nuevos inmigrantes. Sin embargo, prevalece de este arcaico modelo social la relación de poder y actitud lesiva y cínica hacia el interés común en el de enriquecimiento personal a través de las relaciones con el estado. La lucha es por ser el aliado, en Honduras, de EE. UU.

En la coyuntura inédita del siglo XXI, la ciudadanía exige su derecho a evolución política no sólo protestando y votando por fuerzas nuevas que se ofrecen para derribar el muro de impunidad de sus opresores. También lo hace emigrando masivamente hacia el norte. Se ha convertido en un problema de política interna de EE. UU que no se puede solucionar sin cambiar las cosas a lo interno de Honduras.

Honduras es el punto de partida migratorio más acuciado entre el Sur y el Norte Global en el Nuevo Mundo. Cerca de 15% de su población ya vive en EE. UU, y un par de cientos de miles cruzaron el mar en avión hacia España para no volver. Optan por aislarse del desgobierno en su país.

Renunciaron, estos migrantes ilegales, a la vida instalada en el desastre. Salen hacia los centros de poder con los que históricamente ha tenido relación la patria. El instinto de autopreservación empuja al pueblo llano hacia los lugares que conoce como fuente de orden y oportunidades.

El propio reflejo en el desastre

Esta confluencia en el caos ofrece al imperio inaugural —el español—, y al actual imperio, su sucesor —EE. UU—, así como a los habitantes del territorio americano en desgobierno que es Honduras, su propio retrato.

Como en Las Meninas, esa obra de arte atemporal que figura a Felipe IV en el reflejo, lo que se encontró Felipe VI en el estadio nacional de Tegucigalpa ofrece un espejo, entre un tejido de miradas que se cruzan entre pares en el punto más bajo de la América española actual, en el cual verse reflejado.

Las Meninas es, ante todo, un cuadro que ve a los observadores para ser mirado de vuelta por ellos. Un espejo de interacción y reconocimiento. Un regalo del pintor Diego Velásquez para su amigo y monarca, Felipe IV, deprimido por la muerte de su hijo, Baltasar Carlos, y el declive del imperio bajo su mando.

“No hay seguramente otra pintura en la que la emisión de miradas desde ojos humanos sea tan estructural. Una pintura en los que la línea de visión alberga tanto del andamiaje oculto de su diseño. Ninguna pintura cuyos grupos de personajes dramáticos hayan sido agrupados y clasificados de acuerdo con aquello a lo que ven,” explica el historiador del arte estadounidense Leo Steinberg de un retrato al que se le ha llamado la obra culmen del arte universal.

“Todos nosotros —la presencia implícita de la pareja real, las personas retratadas, y nosotros devolviéndoles la mirada—, juntos redondeamos una esfera que la superficie del lienzo corta en dos. Sucede que el cuadro por sí mismo, la imagen sin su hemisferio complementario, es apenas una mitad de su propio sistema en busca de su propio centro.”

En este sentido, los personajes dramáticos reunidos en Tegucigalpa se ven a sí mismos en este espejo que es Honduras en la actualidad. Confluyen en el caos. La punta del iceberg invertido de los vicios acaecidos tras el colapso de imperio, y también de aquellos que llevaron a que se produjera.

Como lo define Sarah Chayes en su libro específicamente sobre Honduras Cuando la corrupción es el sistema que opera, un mecanismo de corrupción donde la ética de pillaje en los confines de antiguos y presentes imperios se ha vuelto más rampante, al servicio del opresor local.

Honduras es un pueblo hispano pre ilustrado, víctima del despotismo, pero candidato perfecto a liberarse. Es el campo de batalla para expandir la luz de un orden político basado en la ley y la libertad, en el que EE. UU, también, se juega algo importante.

Espejo de conciencia

El espejo muestra a la hispanidad, y dentro de ella a Felipe VI, que culturalmente su mundo aún existe, a la espera de reformarse. No hay sustituto válido a someter al despotismo, el mamoneo y la triquiñuela al andamiaje de un estado moderno y sus mecanismos de defensa.

No hay sustituto válido a armar sistemas sociales que se basen en los valores que en la práctica viven sus ciudadanos. En eso radica la estabilidad, el alcance y la fuerza de una sociedad. La hispanidad, pendiente de acometer esta evolución, puede ser el primer agregado cultural mestizo en asimilar de lleno los valores de ley, justica y libertad, de los pueblos occidentales: un hito de la globalización.

El espejo muestra también a EE. UU, y a su garante para la región, Kamala Harris, el semblante de un monarca que perdió su imperio porque la reforma que necesitaba para ganar su futuro nunca se produjo. Obvió la poca practicidad de mandar sobre pueblos que no quieren ser mandados por un tirano, como explica Barbara Tuchman sobre la propia independencia de EE. UU de la Inglaterra de Jorge III.

Cuando se es imperio, o se hace evolucionar a los pueblos menores en la relación de influencia hacia una situación de mutuo beneficio, o se les pierde por falta de cohesión y lealtad. Y el experimento americano nació con una autoconcepción como fuerza liberalizadora de la humanidad.

Por eso mismo, es peligroso para EE. UU traicionarse en sus valores como primera nación moderna basada en el constitucionalismo y los derechos individuales. Y más peligroso aún es hacerlo en su propio barrio, el continente americano, como lo ha hecho tantas veces en el pasado.

Si la luz no avanza, crece la oscuridad. Antes de su llegada, EE. UU contribuyó a la descomposición del pacto social con su apoyo incondicional a JOH, y antes aún, lo hizo con su postura permisiva en el golpe del 2009, apoyando a una oscura clase dominante hondureña de un inseguro apego al uso de la fuerza.

Pero, sobre todo, EE. UU ha permitido el crecimiento del caos en su zona de influencia por su desinterés histórico en formar y apoyar a esferas de decisión locales que compartan sus valores fundacionales de justicia, libertad y prosperidad. Este es el antídoto a caudillos disruptivos, y escasos de ideas, que terminan saliendo más caros. Pero éstos son populares porque que se enfrentan a opresores locales que mantienen secuestrada a la sociedad, su economía, su soberanía, y su legitimidad internacional.

Múltiples personas vadean un camino inundado el jueves 5 de noviembre de 2020 tras el paso del huracán Eta,
Múltiples personas vadean un camino inundado el jueves 5 de noviembre de 2020 tras el paso del huracán Eta, en Planeta, Honduras.
(ASSOCIATED PRESS)

Tomar partido por una élite gansteril sobre un pueblo que lucha por instaurar un sistema de justicia, en un territorio tan cercano a sus propias fronteras como Honduras, sería traicionarse. Algo similar sucedió a Inglaterra por su fatuidad de castigar a sus colonias en Norteamérica por no someterse a un trato despótico.

“Si la libertad no es defendida en América, se enfermará, y disipará y morirá en este país.”, dijo de forma tardía y fútil el primer ministro del Reino Unido durante la guerra de secesión, Lord Chatham. Inglaterra ya había encadenado una larga lista de acciones en contra de sus propios intereses como para garantizarse una recesión como fuerza imperial, recuerda Barbara Tuchman en La Marcha de la Locura.

Finalmente, el espejo permite a la ciudadanía hondureña reconocerse como el socio a largo plazo que más conviene a EE. UU. Pero le ofrece también la certeza de que no habrá transformación nacional si no protagoniza sus propios procesos políticos y pacta con aquellas fuerzas globales que a cambio de su lealtad complementen su progreso como nación, y no la condenen a ser una finca de miseria y explotación.

Y el espejo también muestra su reflejo a Xiomara Castro. Le reafirma en que suya es la decisión de garantizar la voluntad política que permita la transformación de Honduras. Suyo es el espacio de poder como mandataria, no para que sea llenado por un familiar u adversario, sino para cederlo en favor de un orden institucional, o un cuerpo de decisión democrático, como contempla la reforma diseñada por su ministro de transparencia apartidista, Edmundo Orellana, quien avanza con su aval.

A pesar de que olvide el orden cronológico de los monarcas españoles, suya es la oportunidad de efectuar la reforma que ganó el futuro para su patria, en su pedacito de hispanidad. Así, Tegucigalpa, en lo más frío de la madrugada para su bloque cultural, ofrece a todos los relacionados a las revoluciones del Atlántico lo que Leo Steinberg reconoce en Las meninas como un espejo de conciencia.

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