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OPINIÓN: El Rey de los pies descalzos

Pele
(Daniel Salinas Basave)
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Hay seres capaces de marcar un umbral, una frontera imborrable, un antes y después. Edson Arantes Do Nascimento fue uno de ellos. El futbol era un juego y él demostró que podía ser una de las bellas artes y elevarse a lo sublime.

No creo en los reinados absolutos ni eternos. O Rei reinó en una época de balones de cuero y arbitrajes permisivos donde te podían romper las piernas, pero donde aún no se perfeccionaban los candados tácticos y la preparación físico-atlética no era propia de hombres biónicos. En cualquier caso, su papel es el equivalente al de un García Márquez en la literatura latinoamericana o a los Beatles en el rock. Hagas lo que hagas y digas lo que digas nunca podrás borrar su legado y mira que a la hora de las feligresías yo me asumo un confeso maradoniano.

Cuenta la leyenda que le llamaron Edson como un derivado de Edison, porque cuando nació en 1940, la luz eléctrica llegó al humilde villorrio de Tres Coraçoes, a un costado del puerto paulista de Bauru. Su alimento de niño era pan con plátano y a los siete años ya boleaba zapatos en las calles y vendía cacahuates en los trenes. Sus primeros goles fueron con pies descalzos en canchas de lodo.

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Con 17 años deslumbró al planeta entero en Suecia 58, paradójicamente el primer mundial donde algunos partidos empezaban a trasmitirse de manera diferida. Su gol contra el arquero Kalle Svensson en el Estadio Råsunda de Estocolmo que ahora mismo veo mientras escribo este texto, fue un traje de luces de otro mundo, un portento de sombrero de frutas tropicales sobre la corona sueca. Desde entonces nada fue igual.

En Chile 62 y en Inglaterra 66 fue cosido a patadas por defensas leñeros y fue en 1970 los estadios Jalisco y Azteca donde O Rei subió al Olimpo y se inmortalizó en el cielo al ritmo del Cielito Lindo luciendo un sombrero de mariachi.

En 1974 tenía apenas 33 años, pero su descontento con la dictadura que había tomado el poder en Brasil le hizo desistir de jugar el mundial germánico donde se habría encontrado con la Naranja Mecánica de Cruyff. Habría sido un sueño ver el posible enfrentamiento entre esos dos genios.

Lo del Cosmos de Nueva York en los setenta fue más fútbol fantasía, pero aun así se permitió derrochar pinceladas de magia pura.

En el futbol no existen los hubieras. Como en todo lo humano, hay entornos, circunstancias y momentos que van tejiendo y torciendo carreras y caminos de vida. ¿Pelé habría enloquecido al mundo si hubiera nacido en el Siglo XXI y hubiera jugado con 17 años el mundial de Qatar? Creo que sí, pero tampoco podemos asegurarlo, como tampoco podemos jurar que Messi o Neymar hubieran brillado si una máquina del tiempo los llevara a jugar en Suecia 58. Compararlos no solo es odioso sino estéril.

Yo no lo vi jugar en vivo, pero dice Galeano que “cuando Pelé iba a la carrera, pasaba a través de los rivales como un cuchillo. Cuando se detenía, los rivales se perdían en los laberintos que sus piernas dibujaban. Cuando saltaba, subía en el aire como si el aire fuera una escalera”.

Como amante del juego más bello del mundo, no puedo menos que estar triste esta invernal mañana en donde un balón de cuero traza sombreros y túneles embrujados entre las nubes.

Daniel Salinas Basave es un escritor y periodista mexicano, radicado en Tijuana, Baja California.

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