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¿Podrá Trump reparar su reputación? He aquí algunas lecciones de Richard Nixon

President Trump and President Nixon depart the White House at the end of their terms
Donald Trump y Richard Nixon dejaron la Casa Blanca como presidentes profundamente impopulares. En su vejez, Nixon recuperó un considerable respeto como estadista.
(Associated Press )
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La última vez que un republicano caído en desgracia dejó la Casa Blanca, Ken Khachigian estaba con él.

Richard Nixon renunció para no enfrentar un juicio político en pleno escándalo de Watergate, y se retiró a La Casa Pacífica, su hogar junto al mar en el condado de Orange, donde Khachigian lo ayudó a escribir sus memorias y a emprender un largo camino de regreso a la respetabilidad.

“Vaya, fue un momento triste”, afirmó Khachigian, quien recuerda haber llegado a la estación de la Guardia Costera en San Clemente, pocos días después de que Nixon renunciara, en agosto de 1974, y encontró el helipuerto del Marine One -el helicóptero presidencial- convertido en una cancha de tenis improvisada.

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Al igual que cierto otro mandatario más reciente, Nixon enfrentó problemas legales, un lío financiero y el rencor continuo de un Congreso dirigido por los demócratas. En el caso de Trump, es un juicio en el Senado por el cargo de ayudar a incitar el ataque mortal del 6 de enero contra el Capitolio de Estados Unidos.

Pero la comparación solo llega hasta cierto punto. Nadie confundirá jamás al 45º presidente de la nación con el pensador profundo o el maestro en política exterior que fue Nixon.

Aún así, Khachigian acordó ofrecerle a Trump algunos consejos para su rehabilitación política, comenzando con lo que quizá sea más difícil para alguien que ansía atención tanto como otras personas necesitan oxígeno. “Cierre la boca por un buen rato”, sugirió Khachigian desde su bufete de abogados en San Clemente. “Solo quédese callado”.

Khachigian, de 76 años, continuó con su destacada carrera política como redactor de discursos del presidente Reagan y consejero en numerosas campañas republicanas. Fue y sigue siendo abiertamente leal a Nixon, quien murió en 1994, casi 20 años después de convertirse en el único mandatario estadounidense en la historia que renunció al cargo.

Solo aquellos dentro de sus muros conocen la atmósfera en Mar-a-Lago —el lujoso resort de Palm Beach, Florida, donde Trump se ha retirado—, o los estados de ánimo fluctuantes del expresidente, ahora que está despojado de su megáfono en las redes sociales.

Khachigian recuerda una atmósfera profesional en el refugio de Nixon, y al expresidente con abrigo y corbata mientras dejaba por escrito los pensamientos que servirían de base a sus memorias más vendidas. Estaba concentrado, resaltó Khachigian, en seguir adelante.

“No hablamos del Watergate”, aseguró, sobre la serie de transgresiones legales y éticas derivadas de un allanamiento en la sede del Comité Nacional Demócrata, que dio por resultado su renuncia. “No volvimos a arar tierra vieja. No repasamos lo que podría haberse hecho de otra manera”.

Nixon habló del Watergate en sus memorias y, como es sabido, en una serie de entrevistas con el presentador de televisión británico David Frost (“Les di una espada. Y la clavaron y la retorcieron a gusto”). Eso, comentó Khachigian, lo liberó para seguir adelante y enfocarse en público en otros temas más accesibles.

En 1978 hubo una aparición bien recibida en la televisión francesa —la abrumadora mayoría de los que llamaron le ofrecieron palabras de aliento o hicieron preguntas amistosas— y una recepción más heterogénea cuando Nixon habló en la venerable Oxford Union de Inglaterra (una prolongada ovación de pie en el interior, y en la calle manifestantes y tachuelas bajo las llantas de su auto).

Lector ávido, Nixon se convirtió en un escritor prolífico; produjo casi una docena de libros en su pospresidencia, con observaciones pedagógicas sobre liderazgo político y asuntos mundiales. Su experiencia fue buscada por miembros de ambos partidos. Al momento de su muerte, Nixon era, si no ampliamente venerado, considerado como un veterano y serio estadista.

Fue justamente el presidente Clinton quien pidió una especie de tregua póstuma, al decir en la elegía en el funeral de Nixon que era hora de dejar de juzgarlo “por nada menos que toda su vida y carrera”.

Al sopesar el desafío que enfrenta Trump, Khachigian admitió que es poco probable que se transforme repentinamente en un nixoniano, emisor de profunda sabiduría política. Pero, continuó, es posible que tenga para un libro sobre algunos de los logros de sus cuatro años en el poder: recortes de impuestos, nombramientos judiciales conservadores, una postura comercial agresiva hacia China, fomento de nuevas relaciones en el Medio Oriente.

El libro no debería ser, enfatizó Khachigian, una repetición de viejos agravios o el rechinar de esas hachas que parecían explicar muchas de las horas de vigilia de Trump como presidente. “Necesita empezar a descubrir cómo ser un participante serio, si quiere, de la vida política, y tratar de poner un poco de su acidez a un lado”, aconsejó. “Guárdela para hablar en la intimidad con Melania”, dijo, aludiendo a la ex primera dama.

Sin embargo, ello parece tan probable como que Trump organice una recaudación de fondos para la reelección de la dupla Biden-Harris en el salón central de Mar-a-Lago.

La forma en que los dos exmandatarios manejaron la derrota electoral es reveladora.

Después de la campaña de 1960, había buenas razones para creer que todo tipo de artimañas contribuyeron a la victoria de John F. Kennedy sobre Nixon. Algunos afirman hasta el día de hoy que la elección fue robada. Aún así, Nixon aceptó el resultado y, como vicepresidente y presidente del Senado, certificó la victoria de Kennedy. “En nuestras campañas”, declaró Nixon a los legisladores, “no importa cuán difíciles sean, o cuán cerradas puedan resultar las elecciones, los que pierden aceptan el veredicto y apoyan a los que ganan”.

Trump, por supuesto, perdió ante Joe Biden por un amplio margen, luego tejió un llamativo tapiz de mentiras que agitó como una camisa ensangrentada para encolerizar a sus seguidores y socavar no solo al nuevo mandatario, sino a la democracia del país.

Hace décadas, Nixon le envió una nota a Trump, después de que la ex primera dama Pat Nixon captara la aparición del desarrollador inmobiliario de Manhattan en el show de Phil Donahue. “No vi el programa”, le escribió Nixon, “pero mi señora me dijo que eres genial”.

Michael D’Antonio, un biógrafo de Trump, contó que visitó su oficina en Nueva York años antes de que resultara elegido presidente, y ambos se detuvieron un momento frente a la carta enmarcada y firmada con las iniciales “RMN”. Trump le dijo que Nixon se equivocó en dejar la Casa Blanca, escribió D’Antonio, sin importar el bien del país. Esa creencia presagió sus posteriores acciones destructivas: “Debería haberse quedado y pelear”, le comentó entonces.

Para leer esta nota en inglés haga clic aquí

https://www.latimes.com/politics/story/2021-01-27/can-trump-rehab-himself-in-exile?fbclid=IwAR2FD6ZoPLY8OGiI0n07yq0H2BbrZrqw9sKCOruFXBxuXK8HeIuqERfGo2Q

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