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Empecé con las citas en línea a los 85 años (¡pero dije que tenía 75!)

¿Se suponía que debía estar impresionada? No, sólo estaba cansada.
¿Se suponía que debía estar impresionada? No, sólo estaba cansada.
(Jonny Hannah/For the Times)
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No dejaba de decir: “No puede ser tan malo”.

Tiene que haber unos cuantos huevos buenos en toda esa paja.

Después de meses de viudez, después de consolar a familiares y amigos que habían regresado a sus propias vidas, y las charolas de comida estaban vacías, y no podía soportar otro minuto de programas de televisión escritos para la inteligencia de un niño de 2 años, decidí intentarlo.

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¿Qué es “eso”? Citas en línea.

¡Pero tenía 85 años!

Nací antes que el internet.

Incluso nací antes que la televisión.

Y definitivamente nací antes de los inventos tecnológicos que se suponía que liberarían a la gente para que se preocupara por los demás, pero que de alguna manera han hecho exactamente lo contrario, si me preguntas a mí.

Estuve casada durante 62 años, pero no me llevó mucho tiempo entenderlo: Todos los sitios de citas quieren que te inscribas, que proporciones tu información, qué te gusta, qué aspecto tienes, qué edad tienes (o qué edad puedes tener según la foto presentada), libros que has leído y algunos fragmentos de tu filosofía.

“No sea demasiado profundo; es desagradable”, fue el sabio consejo (¿o es el consejo de un vendedor?) ofrecido por uno de los servicios de citas.

Desvergonzadamente enlisté mi edad como 75. (¿Por qué? Porque no me veía ni actuaba como si tuviera 85 años, y eso me mete en problemas a veces. Ahora tengo 86).

Luego me senté y esperé a que el “algoritmo” hiciera lo suyo y me encontrara una pareja.

Finalmente, los “coqueteos” y las respuestas llegaron.

Recibí respuestas de hombres desde Denver a Ítaca, algunos de hombres no mayores de 50 años. ¿Quieren una madre o una enfermera? ¿O esperan que sea un ángel con mucho dinero? ¿Quién sabe? Y mejor aún, ¿quién o qué está haciendo estos emparejamientos?

Había algunos cerca de mí en Rancho Mirage. Pero tuve que esperar pacientemente para llegar a la etapa en el proceso de emparejamiento, donde iríamos más allá del correo electrónico recíproco y llegaríamos a la etapa de la cita.

Ese es un proceso que puede llevar semanas.

No dejaba de preguntarme sobre los que respondieron, les gustó mi perfil, me dijeron que “les encantó” mi foto pero, cuando llegó el momento de enviar mensajes, desaparecieron.

De todos modos, volvamos a las citas. Algunas fueron arregladas con aquellos que aguantaron y se mantuvieron en contacto. Tengo que admitir que mi mente se preguntaba: “Tal vez éste sea el elegido”, aunque sabía que habría muchos inadaptados en este circo.

Planeé mi vestuario para estas citas. Tuve que elegir cuidadosamente. Nada demasiado revelador. O demasiado reservado. O demasiado funky. ¡Tenía que vestirme para el éxito!

Sin embargo, una y otra vez, la forma de vestir de las citas resultó algo decepcionante.

Nada de camisas de manga larga. Nada de chaquetas. Antebrazos peludos con canas. Muchos apenas se molestaron en pasar un peine por el cabello de su cabeza (si es que tenían alguno). Había muchos aparatos auditivos silbando que necesitaban pilas nuevas.

Y, lo más difícil de todo, la conversación de ida y vuelta sobre la vida, la tuya y la de él.

Así es como empezó en una cita reciente que tuve en Peohe’s en Coronado. Estaba escuchando a un hombre que recitaba un libro verbal de su vida. En 25 minutos, compartió sus desventuras y sus fechorías criminales. ¿Pensó que esto me impresionaría? Afirmó haber trabajado como asistente de un proxeneta y un “recadero” para pagar a la policía por proteger al club de jazz de su padre. (No estoy segura de haber creído una palabra). Habló de lo que decía que era su siempre presente libido y contó historias estridentes de celebridades que bebían mucho o tomaban demasiadas drogas en el club de su padre.

Otra vez, ¿se suponía que debía estar impresionada?

No, sólo estaba cansada.

Terminé la velada diciéndole que tenía que irme porque mi hermana me estaba esperando (no lo estaba), y le deseé buenas noches.

Sus últimas palabras, mientras me alejaba, fueron: “Nunca conocí a nadie de 75 años tan sexy como tú”. ¿Qué puedo decir? Hago ejercicio, me visto bien y me encantan los martinis.

Otro caballero me contactó y arreglamos una cita para almorzar en Stake Chophouse & Bar, también en Coronado. (Prefiero salir a cenar, ya que es más romántico ser vista a la luz de las velas). Nuestro tiempo juntos fue muy interesante, no hubo campanas ni silbidos inmediatos, pero estábamos disfrutando de una buena conversación. Es decir, hasta que casi saltó sobre la mesa cuando le revelé mis sentimientos sobre el presidente Trump. Salimos del restaurante como “amigos” con la promesa de otra cita para comer, pero creo que ambos sabíamos que eso no pasaría.

Entonces conocí a un hombre aquí en el desierto. No era guapo ni muy delgado, pero era muy simpático y teníamos muchas cosas en común. En la tercera cita, revelé mi verdadera edad. Dijo que estaba encantado de que confiara en él y me besó. Unos días después recibí un mensaje de texto de él diciéndome que estaba viajando mucho y que todavía estaba de luto por su difunta esposa. Nunca volví a saber de él, aunque todavía lo veo en la lista del sitio de citas.

Supongo que esto significa que volví a mis cenas de palomitas de maíz y vino con mis dos perros, la televisión y yo.

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