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Cómo la crisis del coronavirus interrumpe el tratamiento de otra epidemia: la adicción

A patient receives hand sanitizer as he picks up addiction medication
Un paciente recibe desinfectante para manos cuando llega a un centro de tratamiento de adicciones para recoger medicamentos. Las rehabilitaciones de drogas en todo el país sufrieron problemas durante la pandemia de COVID-19, que obligó a cerrar o limitar el funcionamiento de las instituciones.
(Ted S. Warren/Associated Press)
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Shawn Hayes agradeció estar refugiado en un hotel administrado por la ciudad para personas con COVID-19.

El joven de 20 años no estaba en la cárcel, ni tampoco en las calles en busca de drogas. De hecho, recibió la metadona para tratar su adicción a los opioides directamente en su puerta.

Hayes se alojaba en el hotel debido a que un brote de coronavirus había afectado el Kirkbride Center, en Filadelfia, una institución para el tratamiento de adicciones con 270 camas, donde él había buscado ayuda.

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Desde principios de abril hasta inicios de mayo, 46 pacientes en Kirkbride dieron positivo en el test de coronavirus y fueron aislados. El sitio ahora funciona aproximadamente a la mitad de su capacidad, debido a la pandemia.

Los tratamientos para la rehabilitación de drogas en todo el país experimentan problemas o dificultades financieras relacionadas con el COVID-19, que los obligó a cerrar sus puertas o limitar sus operaciones. Los centros que atienden a sectores pobres se han visto particularmente afectados. Eso ha dejado a quienes tienen otra enfermedad potencialmente mortal -la adicción- con menos oportunidades de tratamiento, a la vez que revirtió en muchos casos los logros de su recuperación.

“Es difícil subestimar los efectos de la pandemia en la comunidad con trastorno por consumo de opioides”, remarcó el Dr. Caleb Alexander, profesor de epidemiología y medicina en la Escuela de Salud Pública Bloomberg, de Johns Hopkins. “La pandemia ha perturbado profundamente los mercados de drogas. Normalmente eso redundaría en más personas en tratamiento. Sin embargo, ahora es más difícil conseguir una rehabilitación”.

El especialista remarcó que los centros de rehabilitación no son un polvorín para el COVID-19 tales como los hogares de adultos mayores, pero ambos son entornos comunitarios donde el distanciamiento social puede ser difícil. Los espacios compartidos, las habitaciones de ocupación doble y la terapia grupal son comunes en las rehabilitaciones. Quienes luchan contra la adicción son generalmente más jóvenes que los residentes de hogares de ancianos, pero ambas poblaciones son vulnerables porque tienen más probabilidades de sufrir otras afecciones, como diabetes o condiciones cardiovasculares, que los ponen en mayor riesgo de padecer un caso grave de COVID-19.

Para mantener a los pacientes a salvo, algunos centros de tratamiento de adicciones emplean precauciones de seguridad similares a las de los hospitales, como evaluar a todas las personas que ingresan para detectar posibles casos de COVID-19, indicó el Dr. Amesh Adalja, investigador principal del Centro de Seguridad de la Salud de la Universidad Johns Hopkins. Pero las casas de rehabilitación deben evitar algunas estrategias, como tener desinfectante de manos -potencialmente intoxicante- en sus instalaciones.

Adalja espera que con las medidas de seguridad las personas se sientan más cómodas al buscar ayuda para una adicción. “No habrá nada que sea de riesgo cero, en ausencia de una vacuna”, remarcó. “Pero esto está en una categoría diferente que ir a una fiesta de cumpleaños. No se debe posponer la atención médica necesaria”.

Aún así, algunos de los que necesitan rehabilitación de drogas o alcohol se han mantenido alejados por temor a contraer COVID-19. Según Marvin Ventrell, CEO de la Asociación Nacional de Proveedores de Tratamiento de Adicciones, muchos de sus aproximadamente 1.000 miembros notaron una fuerte caída en el número de pacientes -entre un 40% y un 50%- en marzo y abril.

A diferencia de muchos otros centros, Recovery Works, un espacio de tratamiento con 42 camas en Merrillville, Indiana, tuvo más pacientes de lo normal durante la pandemia. La instalación debió cerrar sus puertas durante unos días por un presunto caso de COVID-19, pero reabrió después de que la persona dio negativo en la prueba. Desde entonces, dividió sus sesiones de terapia en tres grupos, escalonó los horarios de comida y prohibió las visitas, explicó el CEO, Thomas Delegatto.

Desde entonces, mantiene la afluencia de pacientes. “Creo que hay una variedad de razones por las cuales eso ocurre”, remarcó. “Una persona que estaba luchando contra el abuso de sustancias, y que fue despedido y considerado un trabajador no esencial, podría haber visto esto como una oportunidad para hacer un tratamiento sin tener que explicarle a su empleador por qué se tomaba dos, tres o cuatro semanas libres”.

También señaló que las ventas de alcohol aumentaron al comienzo de la pandemia, a medida que crecía la ansiedad y el aislamiento, y el refugio en el hogar puede haber hecho que algunas familias advirtieran que un ser querido necesitaba ayuda contra una adicción.

Los estadounidenses pobres y desamparados, que a menudo viven en lugares cerrados, fueron particularmente propensos a contraer COVID-19; ello dejó a los centros de rehabilitación especialmente dedicados a esta población vulnerable.

Haymarket Center, un espacio de tratamiento y vida sobria, de 380 camas y ubicado en el West Loop de Chicago, atiende a muchas personas sin hogar. Recientemente tuvo un brote de 55 casos de coronavirus entre pacientes y personal. Dos empleados dieron positivo por COVID-19 a fines de febrero, pero las pruebas sólo estaban disponibles para quienes mostraban síntomas, comentó el presidente y CEO, Dan Lustig.

Haymarket trabajó con el cercano Centro Médico de la Universidad Rush, para evaluar a sus pacientes. Veintiséis hombres, aunque asintomáticos, dieron positivo. El centro aisló a esas personas y eventualmente pasó de habitaciones de ocupación doble a cuartos individuales, mejoró su sistema de filtración de aire y cambió la forma de servir los alimentos. Ahora realiza la prueba a todos los nuevos pacientes que admite. “Lo que descubrimos fue que al hacer exámenes en serie podíamos controlar la epidemia, no sólo en Haymarket sino en toda la ciudad”, expresó el Dr. David Ansell, vicepresidente sénior de equidad en salud comunitaria en Rush, que se asoció con la ciudad y otros sistemas sanitarios para crear una respuesta apropiada para la población desamparada de Chicago ante el COVID-19.

Las consecuencias económicas de la pandemia también obligaron a algunas instalaciones a reducir sus actividades. El Ejército de Salvación cerró un puñado de sus casi 100 centros de rehabilitación para adultos en todo el país, debido a las pérdidas de ingresos. Esas rehabilitaciones eran financiadas por las tiendas de reventa de la organización, que se vieron obligadas a cerrar durante las órdenes de aislamiento en el hogar. “Mucho de lo que hacemos depende de la caridad, o de los artículos que son donados y luego vendidos en nuestras tiendas”, comentó Alberto Rapley, quien supervisa el desarrollo comercial de los lugares de rehabilitación del Ejército de Salvación en el Medio Oeste. “Cuando tenemos dificultades financieras, eso se siente del otro lado”.

Por ejemplo, la rehabilitación de drogas del Ejército de Salvación en Gary, Indiana, que cerrará en septiembre, trató hasta 80 hombres a la vez en su programa gratuito basado en la abstinencia. La próxima instalación más cercana está en Chicago, a más de 30 millas de distancia.

El Centro Kirkbride de Filadelfia también atiende a una población mayormente sin hogar y de bajos ingresos. El Dr. Fred Baurer, su director médico, remarcó que la institución “andaba a ciegas” al principio de la pandemia, con pocas pruebas y escaso equipo de protección personal.

El 8 de abril, el primer caso COVID-19 apareció en el ala de varones internados a largo plazo en Kirkbride. Durante la semana siguiente, seis hombres más en la unidad mostraron síntomas y dieron positivo, al igual que 12 de los 22 restantes. Todos fueron puestos en cuarentena en un hotel Holiday Inn Express de la zona.

Kirkbride comenzó a exigir mascarillas faciales, a realizar la prueba a todos los nuevos pacientes y prohibió la interacción de las personas en sus diversas unidades.

El centro tuvo una ocupación del 50 por ciento últimamente -por lo general, está más cerca del 90 por ciento- en parte porque dejó de aceptar a clientes sin cita previa y confinó a los recién admitidos en habitaciones individuales. “Estoy empezando a sentirme más convencido de que hemos pasado lo peor de esto, al menos por ahora”, expresó Baurer.

Hayes, quien se recuperó de COVID-19 sin experimentar ningún síntoma, fue dado de alta y trasladado a una casa de vida sobria, el mes pasado. El joven planea asistir de forma regular a reuniones de los 12 pasos. Espera obtener su diploma de equivalencias generales (GED, por sus siglas en inglés) y eventualmente trabajar en el campo de la salud mental. También reconoce la necesidad de mantenerse alerta sobre su recuperación ahora, en un tiempo de mayor ansiedad y desesperación. “Independientemente del coronavirus, la crisis de la adicción sigue ahí”, reconoció Hayes. “Es terrible; es realmente terrible”.

Bruce escribe para Kaiser Health News, un servicio de noticias sin fines de lucro que cubre temas de salud. El programa es independiente a nivel editorial de la Kaiser Family Foundation y no está vinculado con Kaiser Permanente.

Para leer esta nota en inglés haga clic aquí

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