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LIBROS: María Fernanda Ampuero: ‘La literatura como un Escape room’

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María Fernanda Ampuero (Guayaquil, Ecuador, 1976) es una escritora y periodista que forja una literatura en donde lo más importante, es el lector. No he conocido otra escritora con un respeto más profundo por su otredad lectora como lo es Ampuero, aún así, concibe su narrativa como una expedición por algo oculto, un recorrido inolvidable que se asemeja a una sala de escape, en donde se interna al lector en un contexto que debe ser solucionado para ir desenlazando la trama de su libertad.

María Fernanda Ampuero ha publicado ‘Lo que aprendí en la peluquería’ (Dinediciones, Quito, 2011) y ‘Permiso de Residencia’ (Caracola Editores, Quito, 2013), antologías de crónicas, y el libro de cuentos ‘Pelea de Gallos’ (Páginas de Espuma, Madrid, 2018). Ganó el premio Hijos de Mary Shelley (España, 2015) con su cuento “¿Quién dicen los hombres que soy yo?”, y el premio Cosecha Eñe (España, 2016) con su cuento “Nam”.

En entrevista, hablamos sobre la niñez, la verdad del escritor, la supervivencia, la violencia, los premios y la familia.

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¿Cuáles son los recuerdos de tu niñez que más permean en tu narrativa?

Es una mezcla de sensaciones. Las sensaciones de la infancia son permanentes; transforman quien eres y quien vas a ser en el futuro. Lo que ha quedado en mí de mis sentimientos y de mis sensaciones de la infancia es lo que ha permitido que yo pueda escribir las historias que escribo. No es exactamente un “algo” o un “qué”, es una sensación. La sensaciones de la infancia, de no comprender a los adultos, de no comprender qué pasa son muy fuertes y me interesaba sumergirme en ellas para contar historias, que si bien las escribo desde la adultez, están amparadas en esa sensación de la infancia.

El escritor quiere escribir su mentira y escribe su verdad, decía Ramón Gómez de la Serna (1888-1963), ¿cuál es la verdad de María Fernanda Ampuero?

La busco todos los días, intento vivir de la forma más genuina posible, intento confrontarme conmigo misma, incluso con mis falsedades, con mis máscaras. Mi verdad es una suma de mentiras, de máscaras, que yo intento irme quitando todos los días como un acto cotidiano, como tomarte el café o ducharte; intento encontrar quién soy. Soy las máscaras, soy el proceso de quitármelas, soy lo que hay debajo de ellas.

¿Escribir es un acto de supervivencia?

Es una forma de contar que has sobrevivido. Es lo que viene después de la supervivencia.

¿Todos los lectores somos niños de diez años?

Sí y no. Todos los lectores somos niños porque hay en la lectura un juego, en la relación entre lectura y escritura hay un juego que tú tienes que jugar, y los niños son los que juegan; cuando jugamos nos acercamos a esa pantomima de que alguien puede ganar. Lo que pasa con la literatura es que es un juego en el que sabes que alguien te está mintiendo y tú voluntariamente quieres creer esa mentira, el asunto es que el escritor lo haga tan bien que tú te olvides de que estás leyendo una mentira; también tú como lector tienes que poder entrar a ese mundo y tienes que entrar con tu propio mundo, ahí está el kit del asunto; es un juego muy serio. Por otra parte, los lectores también son el anciano sabio de la tribu, son el gurú, son el chamán, son la escala más alta en el esquema evolutivo. Tendríamos que añadirle al final del esquema evolutivo como el Homo sapiens, un lector, porque siento que es la escala evolutiva más alta. Son ambas cosas a la vez, no tienen por qué estar reñidas; el más sabio de la tribu también es el que más en contacto está con su niño interior, de ninguna manera subestimo al niño, todo lo contrario.

¿Llega un momento en que aspiramos a escribir algo peor?

No, esperamos a escribir algo genuino, algo que satisfaga este juego que te decía antes. Los escritores que a mí me interesan son aquellos que hacen de este juego una experiencia inolvidable donde tú como lector rellenas los vacíos, te anticipas a lo que va a pasar y el otro, tu contrincante que es el escritor, te confunde y juega a las escondidas contigo. Lo que yo aspiro, al menos, es escribir cada vez más en consonancia con lo que espera el lector, en el sentido de que el lector espera un juego que no va a olvidar nunca, como un escape room (cuarto de escape).

¿Son importantes los premios, las becas y las distinciones para un escritor?

Yo sólo puedo hablar de mi experiencia personal, y en mi experiencia personal por supuesto que son importantes los premios económicos, las becas –yo nunca he tenido una, he escrito robándole siempre a mis otros trabajos–, debe ser delicioso que te permitan escribir, que haya un fondo financiero que te permita vivir sólo de escribir, eso debe ser un sueño hecho realidad.

Económicos he ganado un par de premios y como soy freelance (independiente), cualquier dinero que gano, relacionado con mi escritura de ficción, es muy emocionante, pero también me permite pensar que esto es algo a lo que me puedo dedicar. Es muy fantasiosa la idea de que el escritor es un ser que está recluido en una vida bohemia, que escribe y sólo escribe y almuerza un pedazo de pan, pero esto no es real, los escritores que conozco son precarios, son gente que hace millones de cosas, que da talleres, que da clases, hace correcciones, traducciones, trabaja en colegios, universidades; se dedica al marketing o cualquier cosa que se te ocurra para poder llegar a fin de mes.

Quiero que la sociedad se de cuenta de que la literatura y el arte, la cultura, es algo que hay que financiar, patrocinar; me parece muy importante. No me parece importante el premio per se, es bonito, es un reconocimiento a lo que has hecho, pero ya sabemos que los premios no siempre son transparentes, que hay muchas cosas del marketing, de las ventas y del proceso editorial y de cómo se vende un libro que no tienen nada que ver con su calidad. Financieramente a los escritores, como yo que somos freelance, que andamos viendo todo el tiempo maneras de sobrevivir, por supuesto que los premios y las becas con contenido financiero nos cambian la vida.

¿De qué manera la literatura “ayuda” a las personas?

Yo no sé si la literatura ayude a las personas en general. Sí creo en el poder de compañía que hace la literatura, lo he vivido en primera persona; durante mucho tiempo estuve hundida en un pozo de depresión y duelo, leer libros sobre duelo y de gente que escribió sobre las pérdidas de sus seres queridos a mí me acompañó paradójicamente, porque eran libros tristísimos y yo estaba tristísima, me sirvieron de compañía y de alguna manera era un aliciente para seguir al día siguiente, seguir acompañando a estas personas y que éstas personas me acompañaran a mí. No me gusta la palabra ayuda porque se parece mucho a la “autoayuda”, pero sí creo que es una compañía y el tema de jugar genera una adrenalina y un entusiasmo, cuando somos adultos nos quedan pocos juegos, la literatura es uno de ellos, un juego muy serio y muy divertido, emocionante, que va a una parte muy primitiva y genuina de nuestro ser.

Si es que hay un hilo conductor entre todos tus libros, ¿cuál sería?

Tengo dos libros de crónicas y uno de ficción, hay una búsqueda de estar en contacto con las víctimas, de ponerme en los zapatos del otro, de intentar llegar al tuétano de la experiencia humana, quiénes somos bajo presión, como la canción de ‘Queen’, eso siempre me ha interesado como ser humano; supongo que tus intereses como ser humano son los hilos conductores de las cosas que escribes.

¿El sentimiento más autodestructivo es querer que tus padres te quieran?

A mí me parece muy autodestructivo pasarte la vida esperando que tus padres te quieran, que no necesariamente te quieran de eso, de apapacho, de afecto, no, que te respeten, que se sientan orgullosos de ti, que les guste cómo eres al 100%, que te feliciten, que te aplaudan; es sumamente autodestructivo porque las exigencias y los deseos no resueltos en ellos mismos que ponen tus padres en ti son siempre excesivos, tú no puedes resolver los temas pendientes de otras personas, pero de alguna manera lo haces cuando eres hijo. Es autodestructivo porque te pasas la vida esperando satisfacer a unas personas que no son tú.

¿En todas las familias siempre hay un breve período de terror?

Primero tendríamos que definir qué es terror para cada uno; para alguien puede ser terror el divorcio de sus padres, porque asusta mucho cuando eres niño perder la estabilidad; terror puede ser que tu papá pierda su trabajo, que beba, ver a tu madre triste o verla sumisa y esclavizada por el trabajo del hogar; terror puede ser la llegada de un hermanito porque piensas que te van a dejar de querer; la primera vez que te enfrentas a la muerte, a la mortalidad de las personas que quieres; en ese sentido sí creo que en todas las familias hay un breve período del terror, si definimos el terror como eso, como el miedo a que algo cambie.

¿Por qué obligar a la gente a que lea?

Lectura obligatoria es un oxímoron, no hay que obligar a la gente a que lea, no hay nada peor que eso; de hecho es mi gran cruzada, la lectura debe ser una experiencia intransferible y que cuando entra la obligatoriedad se convierte en otra cosa, la lectura siempre es un acto voluntario, libre, de decisión y que además responde a tus propios deseos y gustos. Imponer a la gente a que lea porque le hace bien, porque es algo que lo va a ser más culto, no tiene sentido, no va a llevar a ningún lado, una lectura forzada es una lectura que alguien está asumiendo como una tarea y no hay nada más distante de una tarea que leer. Leer es placer, leer es voluntad, leer es libre albedrío.

“Las esferas invisibles de este mundo se formaron en terror”, escribe Herman Melville en ‘Moby Dick’ (1851). ¿Qué te llevó a adentrarte en este género (de una manera más psicológica) en ‘Pelea de gallos’ (páginas de espuma, 2018)?

Me gusta mucho la frase de Melville, creo que hay numerosas respuestas para esto, yo soy de una generación que creció con el cine de los 80/90, que ya sabes que fue una década muy prolífica y muy cargada de cine de terror con los grandes monstruos del cine de este género, las grandes sagas de Jason, Fredy, Michael Myers; yo crecí en esa generación en la que se estrenaban esas películas, en que ibas al videoclub y habían un montón de opciones, eso por un lado; para mí siempre fue muy atractivo el cine de terror, crecí viéndolo casi todo, gracias al cine de terror de mi época: ‘Carrie’, ‘The Shining’, los libros de Stephen King; veíamos la cinta y queríamos leer el libro, fue con mi hermano con quien compartí esta fascinación por el terror, tuvimos una colección de antologías de cuento que se llamaba ‘Biblioteca básica de misterio y terror’ donde se compilaban cuentos clásicos, “El gato negro” de Edgar Allan Poe con cuentos más contemporáneos de autores quizá más desconocidos que exploraban una variedad infinita de posibilidades de terror, de hecho, en uno de esos cuentos, aparece por primera vez para mí, la idea de Lázaro como un zombie, que es la idea que yo retomo en el cuento “Luto”, por otra parte, creo que el terror para mí como escritora, ha sido el canal que me ha permitido explorar la violencia cotidiana, nada sobrenatural, sin embargo, más pavorosa que el diablo en ‘El exorcista’, porque las vivimos todos los días. Yo veo la realidad de México por ejemplo, son torturadas y asesinadas 11 mujeres al día. Tú no necesitas decir nada más, cada una de esas familias de esas niñas, chicas y mujeres, vive una película de terror. A mí me interesa mucho el terror como un conductor de la violencia social, de la desigualdad social, me interesa explorar eso, el racismo, el machismo, la homofobia, la xenofobia como género de terror, y también porque es el que más conozco, porque crecí con él y es el que más disfruto como espectadora y lectora.

¿Crees que, como le gustaba decir a Keith Chesterton: “quienes hablan contra la familia no saben lo que hacen porque no saben lo que deshacen”?

No estoy de acuerdo con Chesterton, sí hay que hablar contra la familia, para mí las cosas que se sacralizan muy fácilmente se convierten en fascismo, como las religiones ultras; nosotros como sociedad hemos podido desacralizar muchas cosas, hablar de la iglesia, hablar del Estado, hablar del Ejército, hablar de muchas instituciones y cuestionarlas, pero la familia ha quedado como uno de los últimos reductos incuestionables de la sociedad. De dónde más salen todas las perversiones: todos los delincuentes, todos los corruptos, salieron de una familia, todo a lo que le tememos miedo salió de una familia, todos los homofóbicos salieron de una familia, todos los neo-nazis salieron de una familia; no salen de una planta, no se producen por reproducción espontánea en medio de la calle, a esa gente se la crió de alguna manera y quién crió a esa gente: padres, tutores, abuelos. Me parece un peligro no cuestionar a la familia.

¿La violencia genera ganancias?

Uno de los negocios más fructíferos en el planeta es la venta de armas y el tráfico de personas. Claro que genera ganancias. La guerra contra el narcotráfico genera ganancias. Si me preguntas a mí si escribir sobre violencia genera ganancias, pues no, pero tampoco es para eso que se escribe. La gente que es violenta a nivel social colectivo, claro que tiene ganancias, tener aterrorizada a una población socialmente violentada, también genera ganancias, porque una población asustada compra más.

¿Qué es lo “mejor” que nos dejará la cuarentena cuando todo esto pase?

Nos va a dejar rotos a todos, sin ir muy a futuro, pienso en las navidades de mucha gente de mi país, Ecuador, que estarán sin uno, dos o tres miembros. Me cuesta mucho pensar en lo mejor, porque lo único que vislumbro es una gran cantidad de gente rota, en bancarrota, en duelo, y que además no se vislumbra un final como cuando hay una guerra; me cuesta pensar en un buen panorama. Lo que están haciendo los gobiernos es politizar el sufrimiento y la enfermedad, en Ecuador en concreto, robarse absolutamente todos los fondos de emergencia que eran para ayudar a la gente. Si este es el panorama al día de hoy, cómo puedo pensar que el panorama del futuro va a ser algo mejor. Los que estamos jodidos vamos a estar más jodidos y los que están bien van a estar aún mejor.

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