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OPINIÓN: ‘No nos convirtamos en robots’

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¿No se te hace gracioso, por decir lo menos, que la máquina, computadora o dispositivo a veces te pide que le confirmes que NO eres un robot? Y tú ahí estás buscando cuáles de las imágenes son casas o carros para comprobarle que no eres un ente mecánico. O descifrando el captcha para que te de acceso a lo que quieres ver. Y cuando no le atinas o te equivocas te dan ganas de gritarle “TE LO JURO QUE NO SOY ROBOT”.

Ahora resulta que los patos le tiran a las escopetas. Nos hemos vuelto tan dependientes de la tecnología que ya le decimos que sí a todas las ‘cookies’ que nos quieran zambutir con tal de que nos dejen entrar a ciertas páginas o utilizar las mil aplicaciones innecesarias que creemos vitales para sobrevivir.

Intento recordar cómo era antes por allá en los 90’s cuando todavía teníamos que cumplir con la difícil tarea de aprendernos la dirección (calle y número) de nuestro amiguito para poder llegar a su casa. Hasta nos la llevábamos en un post-it, e íbamos por la calle realmente poniendo atención a los alrededores y a las indicaciones que nos habían dado para poder llegar.

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Hoy en 2020 si no tenemos datos o señal para que agarre nuestro GPS ya valió madre la patria. Inevitablemente nos perdemos, nos paramos en una esquina mentándole su robótica madre al celular, y ahí nos quedamos paralizados. Si no funciona ya de plano no llegamos a nuestro destino o llegamos tardísimo. O vas por una avenida principal muy derecho porque según así dice el aparatejo, pero resulta que la ‘robotina’ no te avisó que salieras en la lateral y ya te mandó a dar una vuelta larguísima.

Está de más decir que extraño esos días en los que no necesitábamos estar tomando fotos e “historias” para anunciarle al mundo lo que estábamos comiendo, o el cafecito mañanero, o el nuevo manicure recién salido del salón de belleza. Qué fue de aquellos días cuando nuestros recuerdos los veíamos a través de fotografías en un álbum, o mejor aún, cuando teníamos que ir a revelar los rollos y recibir físicamente en las manos todas esas memorias de un día genial e inolvidable.

Me gusta acordarme de las convivencias familiares o con amigos, esas comidas sin un teléfono a lado del plato, sin tener que ver cada 5 minutos una pantalla para revisar los mensajes o correos. La sensación de paz y tranquilidad de no recibir notificaciones y tener que contestar WhatsApp 24/7. Lo teníamos todo y no nos dábamos cuenta.

Todavía me rio recordando cuando me compré mi primer “Smartphone”, que la verdad yo me rehusaba a tenerlo porque sabía la adicción en la que me iba a meter, entonces fui de las últimas de mis amigas en adquirir uno. No se me olvida ese día en el que descubrí que me podía conectar a internet andando en la calle, iba caminando muy campantemente con mi madre, cuando por voltear a revisar mi Facebook, me di un golpazo en la cabeza. Ahí fue cuando dije...ya valí.

Desde ahí empezó, la bonita y tóxica relación con la tecnología al alcance de mi mano. Y la verdad es que hay que aceptarlo, todos absolutamente todos nos hemos vuelto dependientes. Al menos yo no conozco una sola persona que todavía utilice el teléfono de su casa para hacer o recibir llamadas, o que use el correo postal para enviar cartas. Raros, serían unos especímenes muy raros. Pero ¿qué podemos hacer para que la tecnología no nos coma el mandado? ¿para que los robots no nos quiten el trabajo? ¿Para no convertirnos en humanoides sin vida, sin chispa? Podemos utilizar algo que ningún robot tendrá jamás, nuestra mejor arma: NUESTRA HUMANIDAD.

¿Te suena? Eso que nadie te puede quitar, esa bola enmarañada de emociones, sentimientos, pensamientos, espíritu, energía y bagaje personal que solamente tú traes cargando allí adentro.

Y sí podrá haber cierta clase de humanoides que digan “es que los robots no cometen errores” y “la tecnología para eso existe” para hacer nuestras vidas más prácticas. Pero todos sabemos que no hay nada que pueda ganarle a un buen apretón de manos, a un abrazo con calidez y cariño, a una carcajada compartida, a un beso húmedo y apasionado, a una mirada matadora, a una palmada en el hombro.

Todos esos gestos y muestras de humanidad, que al final de cuentas nos mueven, nos motivan día a día, que son el oxígeno que necesitamos para vivir, la razón de ser de nuestra alegría o nuestras desdichas, son la llama que enciende nuestro fuego interno. Esa llama que jamás se podrá encender en las entrañas de ningún sistema operativo.

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