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L.A. Affairs: Sobreviví a un accidente de avión cuando tenía 15 años. Ahora sé por qué

An illustration of an eye with an airplane window standing in as the pupil.
Finalmente tuve una respuesta a la pregunta que me había atormentado.
(Sol Cotti / For The Times)

Había estado viajando por el mundo y me encontraba a punto de emprender una nueva aventura: Australia. Entonces, alguien mencionó su nombre: Laura.

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“¿Por qué crees que fuiste el único sobreviviente?”

Esa es una pregunta que he escuchado muchas veces a lo largo de los años, desde que estuve en un avión que se estrelló, matando a todos los demás a bordo.

Yo era el típico chico de 15 años que crecía en el Valle de San Gabriel. Un amigo y vecino que tenía licencia de piloto nos invitó a mí y a otros dos a dar un paseo un día. El 12 de febrero de 1978. Volamos desde el aeropuerto de El Monte hasta Apple Valley, almorzamos y estábamos en camino de regreso cuando nos topamos con una tormenta. El piloto se desorientó y empezó a volar demasiado bajo. Solo tenía 19 años y no había tenido mucha experiencia volando en un clima como ese. Chocamos contra un árbol y nos estrellamos contra un banco de nieve al oeste de Cajon Pass. Pasó casi un día de frío glacial antes de que me rescataran. Estuve en cuidados intensivos durante semanas con graves congelaciones, una pierna fracturada y lesiones en la cadera. Los médicos hablaron con mis padres de la posibilidad de amputaciones.

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Todavía no sabía mucho sobre la vida, y seguro que no tenía ni idea de por qué había sido el único sobreviviente.

Trabajé duro para superar mis lesiones y acabé siendo un jugador de béisbol y baloncesto bastante bueno en la escuela preparatoria Temple City. Así que, después de tres cortos años (en realidad no tan cortos después de toda la rehabilitación y la fisioterapia), tenía 18 años y era jugador de béisbol en una fiesta de verano del equipo al que uno de mis compañeros había llevado a su novia. Y ella trajo consigo a una amiga de 17 años, Laura.

Laura me pareció la chica más dulce, simpática y bonita que había visto en mi vida. Nos hicimos amigos. Resulta que ella trabajaba en una tienda de gafas de sol en el centro comercial Santa Anita. Así que eso puede explicar por qué visité el centro comercial más y más ese verano. Con el tiempo tuvimos algunas citas. En una ocasión, fuimos a un concierto en Los Ángeles para ver a John Waite y Scandal. Se convirtieron en mis actuaciones musicales favoritas, y estoy seguro de que tuvo que ver con los recuerdos de haber estado con Laura esa noche.

Su propuesta fue una sorpresa. Pero 2020 nos deparaba aún más sorpresas. La pregunta ahora es: ¿nos casaremos en 2021? ¿O el coronavirus seguirá acechando la ceremonia? ¿Deberíamos fugarnos? ¿Incluso importa?

Oct. 21, 2020

Para el otoño de ese año, la vida real se había entrometido. Ambos estábamos ocupados con la vida después de la escuela preparatoria. Ella comenzó a trabajar y vivía en su casa en Arcadia. Yo me mudé a una hora de distancia, a Huntington Beach. Acababa de empezar clases en Cal State Long Beach y tenía un trabajo nocturno en un gimnasio en Seal Beach. Todavía no existían los teléfonos inteligentes ni el correo electrónico. Nunca hubo una ruptura. Simplemente nos distanciamos.

Después de graduarme de la universidad, comencé a enseñar y a entrenar baloncesto y béisbol en una escuela preparatoria en Irvine cuando conocí al copropietario y director de un programa de intercambio deportivo internacional. Organizaban el envío de jugadores de béisbol a todo el mundo en aventuras relacionadas con su deporte. Me invitaron a entrenar a un grupo de jóvenes jugadores y a acompañarlos a Australia y Nueva Zelanda para que siguieran entrenando y participaran en torneos. No podía creer mi suerte. Ni siquiera parecía real. No hace falta decir que me apunté y viví algunas de las mayores aventuras que se puedan imaginar. Me daba mucho miedo volar. Pero pensé que si iba a ir a cualquier parte del mundo, tendría que volar. (Ayudó que en aquellos días hubiera bebidas alcohólicas gratis en los vuelos internacionales). Pero valió la pena.

Visité Australia, Nueva Zelanda y numerosas islas del Pacífico, como Tahití, Fiyi y Hawái.

Todo condujo a una nueva oportunidad de aventura: un club de béisbol local de Australia me invitó a regresar a Australia y dirigir su creciente organización de béisbol durante una temporada, con todos los gastos pagados. En ese momento solo era profesor sustituto, sin conexiones ni compromisos reales, así que me apunté. Compré mi boleto de avión, le dije a mi arrendador que me iría e hice arreglos para que mis padres cuidaran de mis dos huskies siberianos, Thor y Zeus, mientras yo estaba fuera.

Uno de mis amigos mencionó por casualidad que se había encontrado con alguien que decía conocerme y con quien yo había salido brevemente, ella quería ponerse en contacto conmigo. Sin embargo, no recordaba su nombre.

¿Mi reacción? “¡A quién le importa! ¡Me voy a Australia!”

Volví a encontrarme con él unas semanas después. Me dijo que la misma mujer había vuelto a preguntar por mí. Comenzó a intentar recordar su nombre. Le dije que seguía sin importarme, que nunca había conocido a nadie por quien tuviera un sentimiento especial o que me importara tanto. Bueno, a excepción de aquella chica de la escuela preparatoria...

“¡Laura!”, dijo, recordando por fin. Su nombre era Laura.

Me quedé boquiabierto.

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Llamé a mi mamá y le pregunté si todavía tenía nuestra vieja agenda telefónica en la cocina. La tenía. Le pedí que buscara en la “K”, el apellido de Laura. Allí no había nada. Entonces, buscó en la “L”.

Y recitó el número que había escrito allí hace tantos años bajo el nombre de “Laura”.

¿Seguiría funcionando el número? ¿Aún vivía allí, en casa de su mamá? Sorprendentemente, respondió. Hablamos y hablamos y hablamos. Le pregunté si podía visitarla esa noche. Con mucho gusto hice el viaje de más de una hora desde Huntington Beach hasta Arcadia. Me llevé a mis perros huskies como apoyo moral. Me quedé hasta las 10 de la noche, hablando en su porche, hasta que finalmente llegó la hora de conducir de regreso a la playa.

Esa noche no pude dormir. Así que conduje de regreso a Arcadia antes del amanecer de la mañana siguiente y dejé flores en su porche, luego volví a Huntington Beach para ir a mi trabajo de profesor sustituto ese día.

Al cabo de una semana, había cancelado mi vuelo a Australia.

En cinco meses, el fin de semana del Día de San Valentín (y la fecha del aniversario de mi accidente aéreo), pagué para que un avión volara sobre Huntington Beach remolcando una pancarta que decía: “Laura, ¿quieres casarte conmigo? Con amor, Jim”.

Verán, finalmente tuve mi respuesta a por qué sobreviví.

El autor ha sido profesor de escuela preparatoria pública durante los últimos 33 años en el sur de California, pasando la mayor parte de su carrera en el Distrito Escolar Unificado de Desert Sands, en el Valle de Coachella. Actualmente está escribiendo un libro sobre su accidente de avión y cómo se ha desarrollado su vida desde entonces. Él y Laura tienen tres hijos y llevan 30 años casados.

L.A. Affairs narra la búsqueda del amor romántico en todas sus gloriosas expresiones en el área de Los Ángeles, y queremos escuchar su verdadera historia. Pagamos $300 por un ensayo publicado. Envíe un correo electrónico a LAAffairs@latimes.com Puede encontrar las pautas de envío aquí.

Si quiere leer este artículo en inglés, haga clic aquí

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