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‘No se trata de pintar la vida, se trata de hacer viva la pintura’: Paul Cézzane y sus locuras sanadoras

"Trabajo a partir del caos, mientras la conciencia fluye,dice el pintor Francisco Hernández.
“Trabajo a partir del caos, mientras la conciencia fluye, voy situando objetos y personajes con un sentido plástico o visual, sin una idea previa”, dice el pintor Francisco Hernández.
(Cortesía Francisco Hernández)
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Francisco Hernández nació en Navarra, España, emigró con sus padres a la Argentina a sus dos años; vivió en una casona que era de unos tíos que pasaron a ser entrañables referentes de amor y bondad en su vida.

Cuando le pregunto por su España natal me confiesa: “Fui un desterrado precoz; además allí se quedaron los cuatro abuelos que jamás he vuelto a ver.

Me invade un frío eterno, el invierno de quienes dejaban sus hogares- corrían los tiempos de la Guerra Civil Española (1936-1939)- para buscar mejores posibilidades laborales y encontrar paz.

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Me atrevo: “Desterrado suena muy fuerte”

Desterrado sí suena fuerte, si bien la intención de mis padres no fue quitarme de España, ni mucho menos. Eran tiempos duros de posguerra, ellos anhelaban su tierra prometida, un espacio de paz y de trabajo.

Mi padre pasó toda la Guerra Civil Española dentro de un camión Ford, llevando heridos por tierras Vascas y de Aragón; nunca quería hablar de aquella guerra entre hermanos, de inquinas y traiciones.

Era hombre de pocas pero precisas palabras; un día, sobre la Guerra, me dijo: “Hijo, a veces, les tenía envidia a los muertos”; ese mismo hombre que aborrecía las armas murió en la puerta de su casa por el mísero disparo de un delincuente.

Se me viene el recuerdo de aquella frase “Confieso que he vivido” y tomo aire para continuar.

¿Cuándo apareció la pintura en tu vida y se transformó en un modo de vivir y ver la vida?

Mi vocación hacia la pintura surge cuando un vecino, aficionado a la acuarela, me enseña unas imágenes de Paul Cézanne y Diego de Velásquez; tenía 8 años y eso me voló la cabeza, me dije: “Estos tipos tienen otra forma de ver el mundo, hay otras maneras más bellas y ciertas de percibir aquello que nos rodea”.

Si hay algo que tiene tu obra es esta locura tan cuerda, ¿cierto?

Esa “locura tan cuerda” a la que te refieres en mi obra, creo que, si uno es observador, se aviva que la vida misma está colmada de absurdos y paradojas por doquier. Si observas bien, es una competencia del sin sentido. De allí realizo ese juego de darle cuerda a mis “locuras sanadoras” y, por qué no, de mojarle la oreja a una sociedad hipócrita. Trabajo a partir del caos, mientras la conciencia fluye, voy situando objetos y personajes con un sentido plástico o visual, sin una idea previa, pero, para mi sorpresa, una vez terminada la obra, se produce una lectura lúcida en donde se cierra un relato cuasi coherente que refleja la cualidad de locura e insania que tiene el mundo en el cual vivimos.

¿Qué soñabas de niño?

De niño soñaba con la inmensidad de la Pampa, con la música y los dibujos, los animales, la naturaleza; me veía en medio de una choza por los campos de Tapalqué. Cuando eres niño tienes toda la esperanza intacta, y los viernes sin escuela eran para mí la antesala de la eternidad.

Los adultos veían el mundo en formato cubo. Y dicho cubo debía servir para algo y si además, era lucrativo, mejor. Claro, de niño, te parece normal. Fuera de esa construcción, un niño tenía poco espacio para el sueño o la utopía, y menos aún, por los años 50 cuando los Salesianos tenían todavía una excelente puntería con los borradores. Si una maestra llamaba a tu madre era como un tribunal de “justicia” y todo lo que habías hecho era dibujar en un pizarrón de clase, pero supe hacerme experto en defender sueños. De pequeño te puedes dar el lujo de ser todo, luego debes afinar la puntería.

Cuéntame acerca de cuándo viviste en Uruguay. ¿Qué te llevó allí? ¿Qué hiciste?

Al Uruguay me llevó el Herman Hesse que tenía dentro, creo que desde que nací. Uruguay me resultó un país a la medida de un ser humano cálido y vivible. Fue un viaje hacia el interior de mi ser. Estaba descontento con el mundo que me rodeaba, en un entorno en donde prevalecía el tener por él ser, y eso, en verdad, me tenía angustiado. Sabía, desde hace tiempo, que algo chingaba en mí. Y me fui.

¿Con quién iniciaste este viaje? ¿O fuiste solo?

Fui con un amigo, un hermano de la vida, Miguel Ángel Silva.

A los dos días de estar en Punta del Este ya teníamos pan y trabajo: yo, en una Inmobiliaria de la calle Gorlero -al lado del Bar Fragata- cuyo dueño era Don Pancho Salazar (senador en Montevideo y todo un señorón); Miguel trabajaba en publicidad, era un gran vendedor de sueños.

Fue un auténtico viaje; un salto al vació cuando te vas de casa y tienes, a los costados, tanto los riesgos como toda su potencialidad.

¿Qué fue de la vida de Miguel?

Miguel murió en septiembre de 2018. Nuestro último saludo fue una revelación de vida-amistad- y premonición de muerte o eternidad.

La última vez que lo vi se despidió con un sentido abrazo, él se la veía venir. Me dijo: “Siempre has sido un hermano para mí, Pachi”. Lo quise mucho porque era la contracara del hombre cubo que había conocido de chico; siempre me sorprendía con un chispazo o una idea nueva. Se me aparece seguido en sueños de manera plácida.

Francisco Hernández: "Si bien dibujo, pinto y escribo.
Francisco Hernández: “Si bien dibujo, pinto y escribo, siento que la plástica prevalece en mí; la escritura fue una forma de entenderme, como el mastín que esconde el hueso”.
(Francisco Hernández)

¿Qué te hizo volver?

La tristeza de mis padres de haberme ido.

Hace una pausa que excede lo cronológico. Lo espero.

Un día se aparecieron allí y eso fue como una puñalada, me llegaban cataratas de cartas que eran verdaderos misiles de tristeza. Y allí me pregunté cuál era el precio de mi libertad; eso me hizo volver a Buenos Aires. De no haber sido así, quien sabe dónde habría caído, había cuerda para rato. Ese viaje inició también un compromiso de por vida con la pintura y el dibujo.

Del Uruguay recuerdo los paisajes, el mar y sus gentes sencillas y claras, aún me flota el olor a pino, yodo y leña que salía de las chimeneas del Este, y la peña de los viernes en el Bar Oasis de la calle Gorlero con pintores locales.

Añoranza, eso es lo que transmite Francisco y de manera tan sentida que huelo en el aire sus pinos y leños.

Dibujante, pintor, escritor: ¿Con cuál de estas artes te identificas más o con las tres y cada una tiene su tiempo?

Si bien dibujo, pinto y escribo, siento que la plástica prevalece en mí; la escritura fue una forma de entenderme, como el mastín que esconde el hueso. Me gusta en especial el ensayo sobre el hecho creador del artista, del por qué algunos seres tienen esa necesidad de hacer, de crear. Cuando dibujas o pintas, la devolución de la imagen es muy potente, la obra la ves, está allí, tomas un mate y dialogas con ella, y te gusta o la aborreces según la luz o el ánimo que tengas ese día. Está viva, tiene su propia aura, y eso siempre me produjo una sensación fuerte y al mismo tiempo inquietante.

Participaste en “Poetas del Mundo”, Chile. ¿Cómo llegaste? ¿Para qué otros medios escribiste?

Mi participación en Poetas del Mundo de Chile fue a raíz de una nota sobre el Poeta Jacobo Fijman-nota que también fue publicada en un diario de Haifa Israel-. Escribí para el Diario de la SAAP, Revista la Barra, y en la Cadena Ser, en Castellón, España.

¿Cómo está formada tu familia?

Mi familia está formada por mi esposa, María del Carmen Juan quien es profesora de Lengua, tres hijos: Marina, Bárbara y Juan Ignacio, y tres nietos: Olivia, Benicio y León Francisco. También la conforman mi yerno y nuera Daniel y Noelia, y una madre centenaria Ángeles- vale decir que soy hijo de Ángeles y eso no es poco-.

Aparecen mucho los animales en tu obra…

Desde niño me gustaron los animales domésticos y de granja, los meto en mis obras como un bestiario. Se asoman en mi obra; el más asiduo es el conejo.

¿Por qué?

Hace poco descubrí él por qué, y me di cuenta de que el conejo me lleva al territorio de la infancia, cuando mi padre amamantaba algún gazapo con un biberón; es como un duende que todo lo ve, todo lo sabe, todo lo juzga como un vidente. Lo tengo en mi ADN, y también porque España era tierra de conejos, y tiene su magia.

¿Cómo fue cambiando tu pintura hacia el collage? ¿Se puede explicar o es totalmente inconsciente?

De la pintura al collage hay un paso, a medida que te vas adentrando en el ejercicio visual experimentas con todas las técnicas posibles, y así como el lápiz es más “pensante”, cuando abordas la pintura o el collage aflora una explosión, un “orgasmo espiritual” si se quiere, ya que la pintura nunca debe ser un dibujo coloreado, tiene otra pulsión. Pero todos esos cambios son inconscientes, no se trata de cortar atajos - es todo un proceso.

¿Por qué movilizan tus dibujos?

Quizá porque voy al hueso de la existencia, al sueño o a la pesadilla. Aprendí a dejarme llevar a ciertos presagios o espejos astillados en donde muchas veces no nos queremos ver.

¿Qué mirada te interesa, la del experto, la del otro?

Me interesa la mirada tanto del público como la del “entendido”. Ambas aportan y te hacen ver cosas que ni uno mismo advierte, pero, sobre todo, creo en el arte como un medio de comunicación universal; allí no hay idiomas, credos, fronteras ni razas que lo condicionen y esa propiedad me parece maravillosa. Definitivamente es el espectador quién cierra la obra. Una vez en el Museo Sívori una persona muy importante me saludó y me dijo “Hola Maestro”; yo miré para atrás y no había nadie. A estas alturas te dicen Maestro y no sabes si es por calidad o por calendario, me halaga, pero nunca me la creí, siempre me consideré un alumno.

¿Qué es la muerte para vos?

La muerte es un misterio insondable, la vida un sueño entre dos “nadas”, esa parca en donde claudican todos los dogmas, los doctos, los avaros y los Papas. La naturaleza te muestra a cada instante el renacer y el milagro de la vida, el trigo que se hace pan, las hojas del otoño se hacen humus, el nacimiento de un niño, y el oxígeno que es invisible como Dios, pero que sin él no puedes vivir.

"Aprendí a dejarme llevar a ciertos presagios o espejos astillados
“Aprendí a dejarme llevar a ciertos presagios o espejos astillados en donde muchas veces no nos queremos ver”.
(Francisco Hernández.)

¿Qué cosas te hacen sufrir? ¿Qué otras te dan felicidad?

Me duele la semilla de todos los males del mundo: el egoísmo, que el hombre trate al planeta como un mero negocio y no como una obra esplendida de arte, me hieren las necesidades de los niños, sus penas, y me da felicidad sus risas desdentadas y espontáneas que están dispersas por todos los rincones del mundo.

¿Algún desamor?

El desamor es la otra cara del amor, Dios que es sabio te dice “no por allí no es la cosa, no” pero el ser humano es muy tozudo. Es como una de mis Dibugrafías, las luces se lucen porque están acorraladas de sombras, y es así como dicha luz se manifiesta, la vida suele ser un rosario de ausencias como decía el Pensador Rumano Cioran –

Me quedo pensando en el desamor… lo que no dijo es suficiente para respetar su silencio.

¿Te agrada la música?

Siempre ame la música, incluso el piano fue mi primer contacto con las artes. En el Conservatorio Saint Saenz, tenía una profesora alemana maravillosa, que luego murió joven en Venezuela. Al terminar las clases me tocaba piezas de Granados, Falla o Albeniz, respetaba mi condición y sensibilidad de “españolito” de Íbero recién llegado, era un amor de persona. Pero otro desamor revoloteaba, en toda historia suele haber un pero, la profe le dijo a mi madre: “Señora este niño tiene que tener un piano ya, tiene manos de artista”. Mis padres, inmigrantes, lo pensaron un poco, y se decidieron rápido por la compra de una máquina textil. No les culpo, tenían todo por hacer.

Luego fue la pintura, y lo volvieron a intentar, pero yo, aún niño, ya estaba empoderado, y pegué el mismo portazo que pega Nora, en “Casa de Muñecas” de Ibsen.

¿Alguna frase que te identifique?

En este instante recuerdo una frase de Paul Valery: “un minuto de silencio es la posibilidad de un fruto maduro” .

Casi en un susurro, con una humildad que me empapa de ternura, oigo:

“Y si me das permiso agregaría que el silencio interior es energía pura, y por lo tanto materia prima de todas las artes”.

Me acerco y lo abrazo. En silencio absoluto mi mente me recuerda: “Todos vimos alguna vez el mundo con esa mirada anterior, pero hemos perdido el secreto”.

¿Nos atreveremos a recuperarlo? Francisco nos lleva ventaja; él ya oscila entro lo racional y lo mágico: se reconoce.

*María Verónica Cabeza es periodista, traductora de Inglés y retomó el camino de la escritura iniciado desde sus 12 años. Además, es lingüista y publicista, dedica su vida a las letras y a ayudar a difundir la obra de grandes artistas y personas a través del lenguaje escrito.

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