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Opinión | La historia del azúcar: sufrimiento de los negros, ganancia inesperada de los blancos

A man cuts sugar cane
Los portugueses desarrollaron un método de cultivo de la caña de azúcar en una isla africana que requería mucha mano de obra, y luego exportaron el modelo a Brasil, donde la producción de azúcar continúa en la actualidad.
(Nelson Almeida / Agence France-Presse vía Getty Images)
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En una época en la que la abundancia a menudo se da por sentada, algunos productos se han vuelto tan omnipresentes que apenas pueden evitarse, y quizá ninguno más que el azúcar.

Es una plaga tanto para los ricos como para los pobres. Los primeros gastan miles de millones para eliminar sus efectos, pagando más por comer alimentos sin edulcorantes añadidos y mediante costosos hábitos de ejercicio. Mientras tanto, los pobres a menudo viven en lo que se denomina “alimentación no saludable” donde se ven perjudicados por los azúcares que saturan los alimentos procesados, incluso los que no tienen un sabor dulce.

La omnipresencia del azúcar se ha convertido en una gran amenaza para la salud pública, elevando las tasas de diabetes a niveles nunca antes vistos y contribuyendo a la obesidad, enfermedades cardíacas y otras morbilidades.

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Todo esto hace que sea difícil imaginar una época en la que el azúcar era una rareza exorbitante, pero solo así podemos comprender el camino de Occidente hacia la modernidad y los trágicos vínculos con la esclavitud.

Antes de principios del siglo XVII, el azúcar refinada se conocía por primera vez como una especia exótica y medicinal. En Europa, era tan caro que su consumo se limitaba principalmente a la realeza y sus cortes. Sin embargo, esto comenzó a cambiar repentinamente con el aumento de la producción de caña de azúcar, especialmente en el Brasil portugués y luego en las Barbados controladas por los ingleses en las décadas de 1580 y 1630, respectivamente.

Estas dos colonias europeas utilizaron un modelo que se había perfeccionado en la década de 1530 en una isla previamente deshabitada frente a la costa de África Central llamada Santo Tomé. Allí, los portugueses que habían experimentado recientemente con la producción de azúcar de caña mucho más al norte del Atlántico, en Madeira, encontraron el ambiente tropical perfecto para el cultivo.

Viajé a Sao Tome (Santo Tomé) mientras rastreaba la historia de la esclavitud transatlántica. La isla ecuatorial fue bendecida no solamente con un clima cálido durante todo el año, sino también con ricos suelos volcánicos y abundantes lluvias. Lo único que faltaba era la mano de obra necesaria para plantar y cosechar la siembra, que un escritor portugués calificó como “la actividad más onerosa que se ha descubierto en la tierra”. Lisboa encontró esta mano de obra en la cercana África, lo que dio inicio a 250 años de comercio masivo de personas esclavizadas de ese continente, por parte de europeos.

Las técnicas implementadas en Santo Tomé, sometiendo a los africanos a la esclavitud en grandes plantaciones utilizando un conjunto de actividades altamente sincronizadas -que producían barras de azúcar en cantidades sin precedentes-, rápidamente cruzaron el Atlántico y, conjuntamente, la trata de esclavos.

Aprovechando el conflicto en Brasil entre portugueses y holandeses, los ingleses copiaron estos métodos en Barbados, que no es mucho más del doble del tamaño de la isla de Santa Catalina en California. De 1627 a 1807, cerca de 400.000 africanos esclavizados trabajaban allí, lo que lo convertía en un mercado tan grande como las colonias inglesas que pasaron a manos de Estados Unidos. A pesar de la modesta superficie de Barbados, después de apenas más de tres décadas de producción, a mediados del siglo XVII, la isla ya obtenía más beneficios para Londres en azúcar de lo que la poderosa España sacaba de su legendario comercio de plata del Nuevo Mundo. Brasil, que importó 4.5 millones de africanos, más que cualquier otro destino, también ganó mucho más para Portugal en azúcar que por su prodigioso auge del oro.

La ganancia inesperada de riqueza derivada de la mano de obra esclavizada ayudó a impulsar el ascenso económico de Inglaterra en el siglo XVII, con el nexo entre el comercio de esclavos y la producción de azúcar impulsando el crecimiento de una gran cantidad de negocios, incluida la construcción naval, metalurgia, banca y seguros, telas, armas, ron y refinerías de azúcar inglesas, sin mencionar el lucrativo comercio de seres humanos.

Durante más de un siglo, el discurso occidental estándar restó importancia al papel de la esclavitud en el surgimiento de Gran Bretaña y en gran parte de la Europa que mira hacia el Atlántico, favoreciendo las explicaciones culturales de la divergencia de riqueza y poder de ese continente con respecto a otras civilizaciones. Así como en las últimas décadas Estados Unidos ha llegado a reconocer cada vez más el papel de la esclavitud en su historia y sus males sociales, Europa debe ahora volverse hacia el impacto aún más olvidado del azúcar y la esclavitud africana, y la riqueza que crearon, en la cultura europea, propiamente dicha.

La explosión de las mercancías producidas por los esclavos, liderada por el azúcar, el café y el tabaco, transformó por completo la sociedad europea, colocando al continente, liderado por Gran Bretaña, en su camino de ascendencia en formas que confrontan en importancia con los grandes dividendos económicos aportados por la esclavitud.

Por falta de agua limpia, los ingleses solían beber cerveza durante la jornada laboral, produciendo letargo o algo peor. Sin embargo, a medida que aumentaban las cosechas de las plantaciones del Nuevo Mundo, el azúcar se volvió barato y eso hizo que el café, que se volvía apto para su consumo al hervirlo, se pudiera beber. La cerveza liviana comenzó a desvanecerse e ingerirse como un alimento básico durante el día, impulsando la productividad, y nació un modelo de negocio completamente nuevo, con efectos profundos: la cafetería.

Tras la apertura de la primera de ellas en Oxford en 1650, se difundieron a una velocidad asombrosa y, una vez establecidos en Londres, dieron origen a otra innovación cultural decisiva: el periódico. Los editores inteligentes comenzaron a vender estas hojas impresas a una especie de base de clientes cautiva: bebedores de café estimulados por la cafeína (y a menudo el tabaco) que se quedaban en los cafés.

Allí, ocurrió algo más transformador. Por primera vez, la gente no solo comenzó a discutir públicamente las noticias del día basándose en relatos escritos regularmente actualizados; también empezaron a tomar estas conversaciones públicas y el derecho a expresar una opinión informada sobre los acontecimientos políticos diarios, como una característica central de la ciudadanía. Este es el nacimiento mismo de la esfera pública, como la llamó el filósofo alemán Jürgen Habermas. La cultura del café, tanto como cualquier texto constitucional, creó el tejido subyacente de la democracia.

A pesar de todas nuestras preocupaciones actuales con la dieta y la salud, el azúcar era un flagelo de un orden completamente diferente para el continente africano. Más que cualquier otro cultivo, con sus regímenes brutales, la producción de azúcar demolía las vidas de personas esclavizadas traídas al Nuevo Mundo para laborar en las plantaciones, literalmente gente que trabaja hasta la muerte.

De la misma manera, ayudó a privar a África de incontables millones de habitantes, la mayoría en su mejor momento, y alimentó el conflicto y el desorden político, cuyas poderosas secuelas aún impregnan la vida en ese continente. Y en Occidente, hasta hace poco, las culturas eurocéntricas no se habían contado, únicamente las historias de satisfacción personal sobre las fuentes de su éxito, pasando por alto sus fundamentos laborales y el sufrimiento de los negros.

Howard W. French, profesor de periodismo en la Universidad de Columbia, es el autor más reciente de “Born in Blackness: Africa, Africans, and the Making of the Modern World, 1471 to the Second World War”.

Si quiere leer esta nota en inglés, por favor haga clic aquí:

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