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¿La próxima variante del coronavirus podrá eludir a nuestras defensas inmunitarias?

A close-up image of an orange coronavirus emerging from the surface of green cells
Una imagen del coronavirus, de color naranja, emergiendo de la superficie de células, de color verde, cultivadas en un laboratorio.
(NIAID-RML via Associated Press)
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Ya se sabe que el SARS-CoV-2, el virus que causa el COVID-19, puede mutar para evadir la vacuna contra la infección.

Las variantes Ómicron -BA.1, B1.1 y BA.2- pueden reinfectar a quienes se contagiaron previamente por otras, incluso cuando están inoculados.

Una tercera dosis de refuerzo ofrece cierta protección frente a Ómicron, pero ésta disminuye al cabo de tres o cuatro meses, dejando a la mayoría de las personas susceptibles de reinfección. A pesar de eso, la inmunidad transmitida por el contagio o la vacunación anteriores sigue reduciendo drásticamente la incidencia de la hospitalización y la muerte.

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También nos hemos dado cuenta de que nuestros principales salvadores contra el COVID-19 no son los anticuerpos, sino otra parte del sistema inmunitario: Las células T. Los estudios demuestran que la fuerza de nuestra respuesta de éstas de larga duración a las proteínas del virus -especialmente por parte de las que reconocen la proteína de la espiga- está fuertemente correlacionada con el grado de defensa.

Hay dos tipos de células T, las CD4+ y las CD8+, que se distinguen por las proteínas de su superficie. Dado que las primeras colaboran principalmente en la producción de anticuerpos, las segundas son las verdaderas heroínas de la historia. Una vez que identifican a un invasor que recuerdan de un encuentro anterior, actúan rápidamente para entrar a matar, demoliendo las células infectadas y cortando el ciclo de vida del virus.

Hasta Ómicron, las diferencias en la neutralización por parte de los anticuerpos inducidos por la vacuna y por los anticuerpos monoclonales eran relativamente menores.

Pero el proceso por el que las células T reconocen las proteínas virales es muy diferente al de los anticuerpos, que registran las estructuras de la proteína viral intacta.

Sabemos que estas estructuras críticas, en particular las de la proteína de la espiga exterior, difieren de una variante a otra. Es precisamente esa diversidad organizada la que permite al virus evadir la mayoría de los anticuerpos fabricados en respuesta a la infección natural y a la vacunación.

Por el contrario, las células T no identifican las proteínas intactas. Más bien, registran cuando una proteína viral dentro de una célula se corta en segmentos cortos y se acuna en la garra de una proteína celular llamada MHC tipo 1.

El CMH tipo 1 presenta el fragmento vírico a la célula T en la superficie celular, donde puede reconocer la combinación.

Las células T examinan y reaccionan ante una amplia gama de fragmentos de proteínas virales. En el caso del SARS-CoV-2, éstos interactúan muy poco con las regiones del virus que son sensibles a la neutralización por los anticuerpos. Por ello, la réplica de las células T a la infección viral se mantiene generalmente en todas las variantes.

Con Ómicron, las vacunas que utilizan una proteína viral suscitaban casi la misma respuesta de las células T a todas las cepas. Pero ahora la situación ha cambiado. Nuestras proteínas MHC de tipo 1 son diversas, y cada una identifica un conjunto único de fragmentos de proteínas virales. Por tanto, nuestra resistencia a las proteínas víricas depende de su secuencia y de la de nuestro conjunto particular de proteínas MHC de tipo 1.

Consideremos un estudio reciente de Gaurav D. Gaiha y sus colegas, en el que se examinan las reacciones de las células T a las cepas Wuhan, Delta y Ómicron en personas que han sido infectadas, vacunadas y reforzadas, o infectadas y vacunadas, pero no reforzadas. Descubrieron que la mayoría de los contagiados después de la inoculación responden con fuerza y duración de CD4+ y CD8+ a las tres variantes.

Pero hubo un descubrimiento preocupante. Aproximadamente el 20% de los inoculados mostraron un descenso superior al 50% en la resistencia de las células T a Ómicron, en comparación con Wuhan y Delta. Estas pobres reacciones no estaban correlacionadas con el sexo o la edad, y los experimentos de seguimiento revelaron que la diferencia se debía a una menor reactividad de los CD8+, más que la contestación de las células T CD4+.

Los autores especulan que la incapacidad de las células T CD8+ para defenderse de Ómicron puede deberse a la falta de identificación de los péptidos mutados. De hecho, sus cálculos teóricos son coherentes con la hipótesis de que los cambios en la secuencia de aminoácidos de la proteína Ómicron spike subyacen a los puntos ciegos observados en la determinación de las células T. Las diferencias heredadas en la capacidad de reconocer fragmentos específicos de la proteína probablemente explican que algunas personas no puedan montar defensas ante esa variante. Asimismo, conjeturan que “es posible que estos individuos tengan una protección reducida contra la enfermedad grave”.

Una conclusión aleccionadora es que Ómicron se ha desviado tanto de la cepa original que el 20% de las personas del estudio podrían no estar totalmente protegidas ni de la infección ni de la hospitalización y la muerte. Sin embargo, se descubrió que una tercera dosis de la vacuna aumenta la respuesta de las células T 20 veces o más.

“Aunque la proteína Omicron spike pudo escapar de las células T en un subconjunto de individuos”, me dijo Gaiha, “lo que aprendimos es que esta deficiencia en el reconocimiento de las células T puede superarse mediante la vacunación de refuerzo. Además, descubrimos que las proteínas que no son espigas podrían ser objetivos atractivos para los antígenos de segunda generación que protejan contra la futura evolución del SARS-CoV-2”.

Gaiha defiende una interpretación optimista, pero Ómicron advierte que las futuras variantes pueden escapar tanto a los anticuerpos como a la inmunidad de las células T. No podemos predecir si surgirá una cepa que evada la capacidad de las vacunas de proteger contra la infección y la enfermedad grave, pero debemos estar preparados para esa amenaza, no sea que nos quedemos sin defensa contra ella.

William A. Haseltine, científico y empresario, es presidente de ACCESS Health International, un grupo de reflexión sobre la salud mundial.

Para leer esta nota en inglés haga clic aquí

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