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Luisa Reyes Retana: ‘Girarme al espejo y finalmente decir soy escritora’

Luisa Reyes Retana (Ciudad de México, 1979).
(Rubén Márquez.)
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Luisa Reyes Retana (Ciudad de México, 1979), es una narradora que se ha ganado a pulso el título de escritora; no es fácil llevarlo a cuestas, si te queda grande puede convertirse en una pesada loza que debes cargar en el lomo, hasta que algún crítico la destroza con el mazo de un meme, pero Retana lo lleva de manera muy natural, o, sobrenatural si se permite la expresión. Retana practicamente ha retado al lector y a toda crítica, ganando premios y respeto por todos lados e incluso cruzando fronteras, con dos libros imprescindibles ya de la literatura contemporánea. ‘Arde Josefina’ (Random House, 2017) y ‘Tu lengua en la boca ‘ (Random House, 2022), novela acreedora del premio Mauricio Achar. Una magnifica y deslumbrante oda a la adolescencia y el corrompido aroma del espíriu jóven, nada más para citar al mozo del Grunge. Es así, que la niña bien, la diplomática, traía navajas bajo el brazo, y una pluma más filosa que la de cualquier autor que se jacte de ser arriesgado. Va a ser difícil alcanzar los niveles narrativos de Retana, pues puso muy en alto el cetro de la narrativa contemporánea mexicana.

Aguantando bara, y con mucha precisión, Luisa Reyes Retana, contestó esta entrevista sobre su pasado académico y sus procesos creativos.

¿Por qué decidiste estudiar Derecho y no Literatura?

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Fueron mis circunstancias. En el 1998 fui admitida en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM a la licenciatura en Filosofía. A los pocos meses, la UNAM se fue a huelga y me quedé de vaga. Mis padres, nada contentos con ese escenario, me pidieron –medio forzosamente– que buscara entrar al Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM), donde estudiaba Derecho mi hermana Lorenza. Esa es la historia de una decisión que no tomé, sino que me tomó ella a mí.

Háblame de tu posgrado en Derecho Comparado por la ‘University of California en Berkeley’.

Disfruté el estudio del derecho, quizá por el componente filosófico. Me interesé en entenderlo desde sus fuentes y con los años, me clavé en el derecho comparado. En Berkley aprendí muchísimo, aunque no recuerdo el aula ni el derecho comparado tanto como recuerdo la vida misma. Hice amigas que se volvieron eternas, tuve conversaciones que jamás olvidaré, caminé mucho por las montañas, acampé, comí cosas nuevas, sentí otras maneras del amor y la esperanza, me reí con otro humor, me bañé en muchas tinas, lagos, albercas, compartí tragos y discusiones con gente muy brillante y en general, afilé la sensibilidad. Regresé con otra luisa montada encima. Estudiar en Berkeley es una de las mejores decisiones que he tomado en la vida, de tal modo que el Derecho me resarció por avasallarme unos años antes.

¿Cuál es el propósito de la editorial ‘Sicomoro Ediciones’, que fundaste en 2013, junto a María Álvarez?

‘Sicomoro’ es una editorial que creamos con el ánimo de hacer libros extraordinarios. Queríamos llevar a las páginas contenidos que no se vieran en la necesidad de responder a exigencias comerciales, sino que fueran auténticos experimentos de arte o de cocina. Convertir a los artistas en editores, de tal modo que la obra fuera el libro y viceversa. Libros que se coman con los ojos.

¿Qué artistas pueden publicar en esta casa editorial, y por qué?

Los criterios de selección se han ajustado en cada caso. Si bien tenemos estándares de calidad y trayectoria, nos hemos topado con que cada libro exige una relación específica y única entre nosotras y la artista. Debe haber un componente de emoción compartida, una coincidencia en el deseo de hacer un libro. Hemos tenido experiencias de mucho valor en el desarrollo de nuestros proyectos, incluso cuando se caen, como cuando se siembra una semilla y no se da.

¿Cuál es el valor de un libro de gastronomía?

Algo interesante sucede con los libros de cocina. La comida –la cultura culinaria, la gastronomía– es, según yo, una expresión efímera de la perfección. Sólo se puede recordar o anhelar. Mientras se goza, se destruye. Es una gloria y una pena. Comer es una experiencia que las dos editoras en ‘Sicomoro’ valoramos muy especialmente, no sólo en sus contextos culturales sino entre nosotras. Nos gusta comer juntas, hablar de comida, anhelar platillos a los que no tenemos acceso y recordar comida compartida en la infancia, como el caviar del campo, como le llamaba nuestra abuela a los quintoniles. Hacer libros de comida es un gozo compartido, porque podemos extender esa experiencia, plasmarla en papel, describirla y lo más sabroso: compartirla.

Tu lengua
(Mónica Loyo)

¿Crees que tu trabajo como secretaria de Estudio y Cuenta en la Suprema Corte de Justicia de la Nación de México y tu labor diplomática como agregada cultural y directora del Instituto Cultural de México en Alemania, te hayan ayudado a publicar?

A publicar no creo. A eso me ayudó el premio ‘Mauricio Achar’. A escribir, sin duda. Sobre todo, la Suprema Corte de Justicia, en donde trabajé como secretaria de Estudio y Cuenta para el ministro Arturo Zaldívar. La Corte fue una escuela como pocas. Me enfrenté a narraciones de hechos que describen acciones humanas que tienen consecuencias de derecho. Aprendía a descartar y rescatar, a apagar el ruido a mi alrededor para dejar sólo el meollo del asunto. Aprendí a mirar y elaborar argumentos en contra y a favor de la misma cosa a sintonizarme con una multitud de problemas y temas que no estaban en el espectro de mis intereses, a encontrar soluciones conforme a derecho, que fueran también justas y que pudieran establecerse como criterios de interpretación para el futuro. No hay trabajo más importante que ese. Esta es una escritura de altísimo nivel. Es una escritura muy relevante. (Nunca he tomado una clase de escritura creativa y si este dato me genera inseguridad –me la genera seguido–, me la sacudo pensando en mi escritura de sentencias)

Me parece que el mayor premio no es tenerlo, sino merecerlo, ¿qué representa para ti el premio Mauricio Achar de Literatura ‘Penguin Random House’ y librerías ‘Gandhi?

El premio ‘Mauricio Achar’ no sólo representó la publicación de mi primera novela, ‘Arde Josefina’ (2017) en una de las editoriales más prestigiosas del mundo, sino el reconocimiento de los lectores y mi ingreso como escritora a un universo que conozco muy bien como lectora. Fue una catapulta total. Gracias a este premio pude girarme al espejo y finalmente decir: soy escritora. No debió ser así (ahora estoy convencida de que una es lo que se siente) pero así fue. El premio me dio el respaldo que me hacía falta para creérmela.

Háblame acerca del proyecto ‘La pluma abominable’.

La pluma abominable es un proyecto que inicié con amigas y compañeras que aman el arte y que identifican que el trabajo creativo hecho por mujeres es más escaso que el hecho por hombres. Hay una disparidad en la atención y claro, en el acceso que tenemos las mujeres a ciertos niveles de la creación en cuanto ingresa al enjuague el factor financiero, así como a la publicidad y comercialización de nuestros proyectos. ‘La pluma abominable’ es un espacio en donde abordamos exclusivamente la creación hecha por mujeres, para mirarlo desde ahí, que no llamamos femenino, para evitar las asociaciones convencionales con el término, pero sin duda, sí llamamos feminista, porque nuestra revista está llena de coraje, rebeldía y lucha.

Arde Josefina
(Rafael Rodríguez)

Max Aub escribió en su libro ‘Diarios (1939-1972)’, que, uno no hace la literatura que quiere, sino la que puede. ¿Cómo definirías tu narrativa?

Me gusta cómo esta idea hace un corto circuito con otra idea muy popular que aprovecha los mismos conceptos: querer es poder. Es cierto, en mi experiencia, que una es en su narrativa una cierta pulsión, una cierta navaja y a veces una misma se descubre siendo una misma y es aterrador y desesperante. Me pasa que mis lugares comunes se me agolpan en la punta de los dedos cuando aporreo el teclado y quiero –en realidad no quiero, sino que tiendo– a salir siempre por esos mismos resquicios. Mi narrativa tiene esa maña, pero también he madurado como escritora y soy capaz de identificar cuando estoy siendo sólo lo que puedo y no lo quiero quiero ser, como dice la canción de José José.

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